Capitulo 7
12 de enero de 1911, Calendario Unificado
El nuevo año había traído consigo un aire renovado al Reino de Ildoa. Las calles de Romulia estaban decoradas con banderines, y las conversaciones en los cafés giraban en torno a las elecciones parlamentarias que se aproximaban. Para Otto, este periodo representaba tanto una oportunidad como un desafío. Si bien los ánimos del pueblo eran positivos gracias a sus reformas, las tensiones entre los partidos políticos comenzaban a intensificarse.
La noticia llegó temprano aquella mañana, mientras Otto revisaba un informe sobre las obras en Abyssinia. Su secretario, Arialdo, entró al despacho con paso rápido y expresión seria.
—Su Majestad, debo informarle sobre un tema preocupante. El Partido Nacional Patriota sigue ganando fuerza, especialmente en las provincias del norte.
Otto dejó a un lado los documentos y fijó su mirada en el hombre.
—Adelante.
El secretario se aclaró la garganta y continuó.
—Su líder, Giulio Bicolini, ha estado organizando mítines casi a diario. Sus discursos son apasionados y apelan al nacionalismo, atrayendo a obreros, campesinos y hasta algunos sectores de la burguesía. Sin embargo, estos mítines han resultado en enfrentamientos con los partidos socialistas y comunistas, generando disturbios en varias ciudades.
Otto asintió lentamente, procesando la información. Recordaba haber escuchado vagamente sobre Bicolini en los últimos meses, pero nunca con la seriedad con la que ahora se presentaba el asunto.
—¿Qué más sabemos sobre este hombre?
—Es excéntrico, Su Majestad, pero carismático. Su discurso mezcla lealtad hacia usted con una retórica que busca militarizar a la sociedad y erradicar lo que él llama "los elementos subversivos". Aunque dice apoyar la monarquía, sus métodos podrían convertirse en un peligro si no se controlan.
Otto entrecerró los ojos, meditando sobre lo que acababa de escuchar.
—Si este hombre crece fuera de nuestro control, Ildoa podría terminar bajo su mando en lugar del mío.
El silencio llenó el despacho por un instante antes de que Otto tomara una decisión.
—Quiero que lo traigan a mi despacho. Asegúrense de que sea una invitación formal, pero que venga escoltado. El Capitán Duccio estará presente, junto con elementos de la Guardia Real. No quiero tomar riesgos innecesarios.
El secretario asintió con una leve inclinación de cabeza y se retiró rápidamente para cumplir las órdenes.
Horas después, en el Palacio Real de Romulia
El auto que transportaba a Giulio Bicolini se detuvo frente a la entrada principal. El líder del Partido Nacional Patriota descendió con confianza, vistiendo un impecable traje gris que contrastaba con su expresión de orgullo. Era un hombre de mediana edad, con una estatura imponente y un bigote bien cuidado que se movía ligeramente cada vez que hablaba.
Incluso mientras caminaba hacia el despacho del rey, acompañado por dos guardias reales, Giulio se mostraba relajado, incluso curioso. Había oído historias sobre el joven monarca, pero esta era la primera vez que tendría la oportunidad de enfrentarlo directamente.
El Capitán Duccio esperaba junto a la puerta del despacho. Vestido con su uniforme de gala, su mirada severa evaluó al recién llegado.
—Giulio Bicolini. Su Majestad lo recibirá ahora. Pero recuerde, se encuentra en el Palacio Real. Compórtese a la altura. - aclaro Duccio mientras llevaba su mano hacia el mango de su pistola, ajustada a su cintura al lado de su espada.
Giulio esbozó una sonrisa despreocupada.
—Por supuesto, Capitán. Estoy aquí como un leal servidor del rey.
Cuando entró al despacho, Otto estaba de pie junto a una ventana, observando la ciudad que se extendía más allá del palacio. Se giró al escuchar la puerta y fijó su mirada en Giulio, evaluándolo con calma.
—Señor Bicolini, bienvenido. Tome asiento.
Giulio hizo una reverencia respetuosa antes de sentarse frente al escritorio del rey.
—Es un honor, Su Majestad. No esperaba ser convocado, pero estoy a su disposición.
Otto se sentó lentamente, manteniendo una postura que reflejaba autoridad, pero sin rigidez.
—He escuchado sobre usted y sobre su partido. Parece que sus mítines están ganando popularidad, lo cual es admirable, aunque también preocupante. No quiero que su entusiasmo por la nación termine dividiendo a nuestro pueblo.
Giulio mantuvo su sonrisa, aunque sus ojos se entrecerraron ligeramente.
—Su Majestad, mi único objetivo es fortalecer a Ildoa. Sus reformas son admirables, pero creo que necesitamos una sociedad más unida, más disciplinada. Si he causado divisiones, no ha sido mi intención, sino la reacción de aquellos que buscan socavar nuestra grandeza.
—¿Y cómo planea usted fortalecer a Ildoa, señor Bicolini? —preguntó Otto, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Giulio aprovechó la oportunidad para desplegar su retórica.
—Con disciplina, Su Majestad. Con un pueblo que sepa su deber hacia la patria y hacia su rey. Los comunistas y socialistas predican la división y el caos. Nosotros queremos orden, lealtad y progreso. Imagínelo: una nación donde cada hombre y mujer entiende su papel y trabaja en armonía por el bien común.
Otto lo dejó hablar, estudiándolo detenidamente. Giulio era persuasivo, pero también ambicioso, quizás demasiado.
—Su visión es interesante, señor Bicolini, pero le advierto: Ildoa no se construirá a través de la fuerza bruta ni de la opresión. Mi gobierno no tolerará extremismos, ni de un lado ni del otro. Si su partido desea continuar operando, deberá hacerlo dentro de los límites de la ley y en cooperación con la monarquía, no como una fuerza autónoma.
Giulio inclinó ligeramente la cabeza, sus labios curvándose en una leve sonrisa.
—Por supuesto, Su Majestad. Todo lo que hago, lo hago por usted y por Ildoa.
Otto asintió, aunque no bajó la guardia.
—Espero que así sea. Capitán Duccio, asegúrese de que el señor Bicolini sea escoltado de regreso. Este encuentro ha terminado.
Mientras Giulio se retiraba, Otto se quedó mirando la puerta cerrarse tras él. Aunque las palabras de Bicolini habían sido corteses, había algo en su tono que no terminaba de convencerlo. El joven rey sabía que tendría que mantener a este hombre bajo constante vigilancia, pues cualquier descuido podría significar un peligro para el futuro de Ildoa.
16 de marzo de 1911, Calendario Unificado
La luz matinal se filtraba por las ventanas del despacho real mientras Otto revisaba los informes de su gabinete. El Capitán Duccio y Arialdo, el secretario personal del rey, esperaban pacientemente a que terminara de leer el último documento sobre las operaciones militares contra la resistencia en Abyssinia. Cuando termino dejo el informe del ejercito sobre el escritorio, sin embargo, una carta marcada con el sello del Ministerio del Interior captó su atención.
Otto rompió el sello con calma, pero a medida que leía, sus cejas se alzaron ligeramente. La noticia era inesperada. El Partido Nacional Patriota, que hasta ahora había sido una fuente de preocupación, había cambiado su nombre a Partido Nacional de Su Majestad. Además, sus discursos se habían moderado, adoptando un tono más legalista y leal hacia la monarquía.
Levantó la vista hacia Duccio, quien percibió de inmediato la necesidad de una conversación.
—Capitán, parece que nuestro amigo Giulio ha cambiado de estrategia. Ahora proclama su lealtad absoluta a la corona y ha renombrado su partido en mi honor. ¿Qué opinas?
Duccio, siempre pragmático, cruzó los brazos mientras reflexionaba.
—Majestad, es un movimiento astuto. Al asociar su partido con la monarquía, busca legitimidad. Pero no debemos confiar ciegamente en su cambio. Giulio Bicolini es un hombre ambicioso, y esto podría ser tanto una estrategia para ganar su favor como un intento de consolidar más poder.
Otto asintió, aún meditando sobre las implicaciones.
—¿Y qué sabemos de sus camisas negras? Los enfrentamientos con los comunistas y socialistas, según este informe, continúan, pero ahora entregan a los agitadores a la policía en lugar de actuar por su cuenta. Parece que está intentando proyectar una imagen de orden y legalidad.
Arialdo intervino con cautela.
—Majestad, mientras sus acciones no representen una amenaza directa para su gobierno, podría ser conveniente permitir que el Partido Nacional de Su Majestad crezca. Podría convertirse en un contrapeso efectivo contra los movimientos de izquierda que buscan desestabilizar el reino. Además, su lealtad aparente hacia la monarquía podría ser útil para consolidar su autoridad.
Otto se levantó de su silla, caminando hacia la ventana. La ciudad de Romulia estaba en calma, pero sabía que bajo esa fachada existían tensiones constantes.
—Es cierto que prefiero ver a los nacionalistas tomando poder en el parlamento antes que a los liberales que desean alinearse con las potencias extranjeras como la Republica o los Estados Unificados. Sin embargo, no podemos ignorar el riesgo de permitir que alguien como Bicolini obtenga demasiada influencia. Podría volverse incontrolable si decide que ya no necesita a la monarquía.
Duccio dio un paso adelante, su voz firme y directa.
—Si me permite, Majestad, sugeriría que mantengamos una vigilancia cercana sobre Giulio y el PNM. Podríamos usar este momento para establecer un entendimiento con él, dejando claro que su lealtad será recompensada mientras se mantenga dentro de los límites que usted dicte. Al mismo tiempo, podríamos fortalecer a otros partidos moderados para asegurarnos de que Bicolini nunca tenga el control absoluto.
Otto se giró hacia ambos hombres, sus ojos reflejando una mezcla de decisión y cautela.
—De acuerdo. Enviaré un mensaje a Giulio para felicitarlo por su cambio de rumbo, pero también le recordaré que la monarquía no tolerará acciones que socaven el orden o la estabilidad. Mientras tanto, asegúrese de que nuestros servicios de inteligencia mantengan una estrecha vigilancia sobre el PNM. No quiero sorpresas desagradables.
El secretario tomó nota de las instrucciones mientras Duccio se inclinaba levemente en señal de aprobación.
Otto volvió a mirar hacia la ventana, sus pensamientos volviendo al complejo tablero político que debía manejar. Aunque prefería evitar conflictos internos, sabía que cada movimiento debía ser calculado para proteger a Ildoa.
Otto permaneció de pie junto a la ventana, mirando hacia el horizonte mientras el sonido lejano de la ciudad de Romulia llegaba hasta sus oídos. La conversación con su secretario y el Capitán Duccio había dejado un sinfín de pensamientos y dudas en su mente. ¿Realmente valía la pena permitir que un solo partido, como el PNM, tomara el control? O quizás... quizás la clave estaba en algo más sutil, más estratégico.
Con una expresión pensativa, Otto empezó a trazar un plan en su mente, evaluando las posibilidades. Una coalición de partidos.
—Sí, eso es lo que necesitamos, murmuró para sí mismo.
El concepto parecía encajar perfectamente con su visión para Ildoa. Una coalición nacional monárquica que aglutinara a los partidos más conservadores, los democráticos leales a la corona, y aquellos que, como él, comprendían la importancia de un gobierno fuerte, estable y por encima de todo, leal a la monarquía. No solo era un movimiento para asegurar el control, sino una barrera sólida contra las ambiciones de un hombre como Giulio Bicolini, que ahora, con su partido renombrado, había dado un paso más hacia la legitimación de su figura.
—Si Giulio no se une a esta coalición... Otto pensó, su mente trabajando con rapidez. Entonces será él quien quede aislado, sin aliados que lo respalden, y su partido podrá ser aplastado.
El PNM podría ser una amenaza, pero si se lograba reunir a los partidos que ya apoyaban la corona, la ecuación política se invertiría. Unir a los sectores más leales a la monarquía podría debilitar a los nacionalistas radicales y a los liberales moderados, sin tener que recurrir a una confrontación directa. Podría ser un movimiento más diplomático, menos riesgoso y mucho más eficaz.
Con cada minuto que pasaba, Otto veía cómo la imagen de la coalición nacional monárquica tomaba forma en su mente. Una vez que estuviera consolidada, aquellos como Bicolini, que solo buscaban poder personal, no tendrían cabida en el juego político. Pero, si él mismo optaba por unirse y colaborar, el Partido Nacional de Su Majestad sería solo una pieza más dentro de una estructura controlada, limitada en su alcance.
El riesgo estaba en la incertidumbre de cómo reaccionaría el pueblo y, más aún, cómo respondería Bicolini. Un hombre tan impredecible como él podría buscar desafiar la coalición, desestabilizando aún más las tensiones internas. Pero Otto sabía que esta coalición podría asegurarse de que no solo se controlara el partido, sino que se eliminaran las amenazas a largo plazo para la estabilidad del reino.
Otto sonrió ligeramente, sabiendo que no solo debía preocuparse por las amenazas inmediatas, sino por las consecuencias de sus decisiones a largo plazo. En su mente, una sola idea comenzó a surgir con claridad: unir Ildoa bajo una sola bandera. La coalición sería la forma de frenar a los extremistas y fortalecer su propio gobierno.
—Sí, una coalición... repitió en voz baja. - Y si Giulio no está dispuesto a unirse, entonces quedará fuera del juego.
Se giró hacia el escritorio y empezó a escribir una carta a los líderes de los principales partidos conservadores y monárquicos. Sabía que era el momento adecuado para mover las piezas en el tablero, antes de que otro jugador como Bicolini pudiera desafiar su autoridad. El futuro de Ildoa, pensó, dependía de su capacidad para tejer alianzas y dominar la política de su país, y este sería el primer paso hacia su consolidación del poder absoluto.
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