Capitulo 4
12 de Mayo de 1910
La Colonia Ildoana de Erythraia, ubicada en la estratégica región del Cuerno de Azania, representaba el orgullo colonial de Ildoa. Desde su adquisición en la Conferencia de Parisii de 1882, este enclave había crecido y prosperado bajo la administración del Reino. Las negociaciones de aquel encuentro habían redefinido el reparto del continente sur, mientras el Imperio, por razones diplomáticas y políticas, fue excluido deliberadamente.
La República no quería fortalecer a su rival directo, lo que permitió a naciones como Ildoa obtener territorios clave en el continente.
Erythraia no solo era valiosa por su posición estratégica, sino también por su potencial económico. Aunque la región inicial concedida en Parisii no satisfizo del todo las ambiciones de los ildoanos, lo que llevo a la guerra contra la Magna Rumelia en 1890, como resultado de la victoria Ildoana de la guerra, les permitió arrebatar la codiciada colonia de Cirenaica, consolidando su influencia en el este de Azania.
A diferencia de otras colonias, Erythraia había sido diseñada para ser un modelo de progreso. Aunque aún estaba lejos de compararse con los avances del continente europeo, sus calles estaban pavimentadas, los trenes conectaban los principales asentamientos y el acceso a electricidad comenzaba a extenderse lenta pero seguramente.
Los edificios gubernamentales y comerciales en la capital, Asmara, mostraban una arquitectura neoclásica que recordaba al viejo esplendor de Romulia, proyectando una imagen de modernidad que se contraponía radicalmente a su vecino del sur: el Imperio de Abyssinia.
Abyssinia, aunque históricamente orgulloso y culturalmente rico, era una tierra de extremos. Su sistema político feudal estaba profundamente arraigado, donde los jefes tribales gobernaban como señores nobles en un precario equilibrio de poder. Este sistema mantenía al reino sumido en un atraso generalizado, incapaz de modernizarse al ritmo de otras potencias.
La carencia de infraestructura era alarmante. En lugar de carreteras o ferrocarriles, las rutas comerciales se basaban en senderos antiguos transitados por caravanas. Las grandes ciudades modernas eran inexistentes, y la economía del país dependía principalmente de la agricultura de subsistencia. En términos militares, Abyssinia se mantenía en el pasado: sus ejércitos estaban compuestos mayoritariamente por levas de campesinos armados con mosquetes anticuados y lanzas. Su producción local de armas era limitada a simples imitaciones de tecnologías obsoletas.
A pesar de su debilidad estructural, Abyssinia no era un vecino problemático para Ildoa. Aunque el reino abisinio reclamaba los territorios de Erythraia y Soomaaliya, estas demandas rara vez se habían traducido en conflictos directos. Sin embargo, en las profundidades de los palacios y los consejos tribales, el resentimiento hacia los colonizadores extranjeros crecía silenciosamente.
En Erythraia, la situación no era perfecta. Aunque la administración ildoana había logrado avances considerables, las tensiones con la población local permanecían. Los ildoanos gobernaban con una mezcla de paternalismo y control militar, imponiendo leyes que protegían los intereses de los colonos y relegaban a los nativos a un estatus secundario.
El general Emilio De'Rossi, gobernador colonial de Erythraia, era un hombre pragmático y visionario. Bajo su liderazgo, el territorio había experimentado una relativa paz. Sin embargo, De'Rossi sabía que esta paz era frágil. Los rumores de agitaciones tribales en Abyssinia y los movimientos de tropas en la frontera norte entre la colonia y el viejo Imperio Abyssinio, le preocupaban profundamente.
Una carta enviada directamente al Rey Otto I detallaba estas inquietudes:
"Su Majestad, la situación en el Cuerno de Azania requiere de atención inmediata. Aunque nuestras relaciones con Abyssinia son cordiales, no puedo ignorar el resentimiento acumulado entre sus líderes tribales. Cualquier chispa podría encender un conflicto, y nuestras defensas actuales no están preparadas para un enfrentamiento prolongado. Recomendamos el envío de refuerzos y la modernización de nuestras unidades en la región."
Otto, desde Romulia, dejó la carta del gobernador sobre su escritorio con una calma estudiada. Aunque sus ojos permanecían fijos en el papel, su mente ya delineaba una serie de escenarios. Para él, La Azania Oriental Ildoana era mucho más que un simple territorio colonial: era una puerta hacia la proyección de poder de Ildoa, una pieza clave en su visión de grandeza. Pero la verdadera oportunidad radicaba en los desafíos que las tensiones fronterizas presentaban. Tanto Abyssinia como la Magna Rumelia eran enemigos potenciales que podrían ser usados como catalizadores para fortalecer la nación.
Esa misma tarde, Otto convocó a su Consejo Militar en el Salón de la Victoria del Palacio Real. El espacio, con sus altas columnas de mármol y banderas ildoanas adornando las paredes, parecía ideal para las deliberaciones estratégicas que definirían el curso del reino. Los mariscales y oficiales, hombres curtidos en la guerra pasada contra Rumelia, tomaron asiento frente al rey, con miradas que combinaban respeto y expectativas. Otto los observó detenidamente, notando las cicatrices de la experiencia grabadas en sus rostros. A pesar de sus planes, sabía que necesitaba su confianza y su habilidad para ejecutar cualquier estrategia.
Otto se levantó de su asiento y, con un gesto firme, señaló un mapa detallado del Cuerno de Azania desplegado en una mesa central.
—Caballeros, nuestra frontera sur está bajo amenaza —comenzó, su voz firme pero contenida, atrayendo la atención inmediata de los presentes—. Hace unos días, el General De'Rossi envió un informe desde Erythraia. Las tensiones con Abyssinia han escalado. El caos interno que domina ese reino parece estar acercándose peligrosamente a nuestras fronteras.
Los generales intercambiaron miradas de preocupación. Uno de ellos, el Mariscal Leandro Perfetti, un veterano de la guerra de 1890 contra Rumelia, tomó la palabra.
—Majestad, con todo respeto, Abyssinia siempre ha sido un vecino problemático, pero nunca una verdadera amenaza. ¿Qué ha cambiado ahora?
Otto señaló un punto específico en el mapa, marcando una línea roja que representaba las fronteras de Abyssinia y Erythraia.
—Lo que ha cambiado, caballeros, es que Magna Rumelia está involucrada. Según los informes de nuestros espías, Abyssinia podría estar recibiendo apoyo militar y logístico de los rumelianos. Un movimiento diseñado no solo para desestabilizar nuestra colonia, sino para desafiar nuestra influencia en el Cuerno de Azania.
La mención de Rumelia causó un murmullo de incredulidad entre los oficiales. Finalmente, el Mariscal Guido Marinucci, un hombre conocido por su carácter directo, se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño.
—¿Rumelianos, mi señor? ¿El "hombre enfermo de Europa" pretende proyectar poder en Azania? —preguntó con incredulidad, casi indignado por la idea que Rumelia estuviera metiendo sus narices en los asuntos nacionales.
Otto asintió lentamente, con un brillo frío en los ojos.
—Precisamente, Mariscal. Subestimar al enemigo ha sido el error de demasiados reinos a lo largo de la historia. No cometeremos ese error. Rumelia busca contrarrestar nuestra influencia en Azania y, quizás, recuperar algo de la relevancia que perdió hace décadas. No podemos ignorar esta amenaza ni dejarla pasar.
El ambiente en la sala se tensó mientras los oficiales procesaban las palabras de su rey. Otto, viendo el efecto de su declaración, tomó un tono más decidido.
—La única respuesta lógica es la guerra.
El silencio que siguió fue abrumador. Otto dejó que sus palabras calaran profundamente antes de continuar.
—No nos engañemos, caballeros. Nuestro ejército no está en las condiciones ideales que desearía. Pero precisamente por eso, esta campaña es crucial. No solo unirá a nuestra nación frente a un enemigo externo, sino que también revelará las carencias de nuestras fuerzas armadas. Este conflicto será un campo de prueba para nuestra capacidad militar, y una advertencia para aquellos que intenten desafiarnos en el futuro.
El Mariscal Perfetti se alzó de su asiento, cruzando los brazos.
—Majestad, entiendo la necesidad de actuar, pero atacar Abyssinia, un reino dividido y atrasado, que pese a sus reclamaciones ah sido un buen vecino podría ser visto... como una agresión innecesaria. ¿Y si esto provoca una respuesta más directa de Rumelia?
Otto sonrió con frialdad.
—Eso es precisamente lo que quiero, General. Si Rumelia interviene abiertamente, tendremos la excusa perfecta para movilizar nuestras en el mar interior y presionar nuestra alianza con el Imperio. Además, Abyssinia, pese a su estado, posee territorios ricos en recursos. Una victoria rápida y decisiva consolidará nuestra posición en Azania.
El Mariscal Marinucci golpeó la mesa con una mano enguantada, llamando la atención de todos, la determinación ardiendo en sus ojos.
—Entonces necesitamos un plan claro, Majestad. No podemos subestimar la logística de un conflicto en Azania. Necesitamos refuerzos, líneas de suministro sólidas y, por supuesto, armas.
Otto asintió.
—Las fábricas en el norte ya están trabajando en la producción de vehículos blindados, también he ordenado que nuestro nuevo modelo de fusil semiautomático, el M1939, sea producido en masa para equipar a nuestras tropas. Por otro lado, Erythraia servirá como base de operaciones para nuestras campañas. De'Rossi está fortificando nuestras posiciones mientras hablamos.
Los oficiales comenzaron a debatir estrategias y tácticas específicas, sus voces llenando el salón con un entusiasmo renovado. Otto observó con satisfacción, sabiendo que su plan estaba tomando forma.
Mientras la reunión continuaba, Otto permaneció en silencio, observando el mapa del Cuerno de Azania con atención. Sin embargo, sus pensamientos estaban muy lejos de los debates estratégicos que se llevaban a cabo a su alrededor. Lo que había dicho a sus generales sobre la alianza entre Abyssinia y Rumelia era una mentira bien calculada. Rumelia, en realidad, no tenía el poder ni la voluntad para involucrarse en un conflicto de ese tipo. Sus fuerzas estaban dispersas, y su prioridad era simplemente mantener unido su propio y desgastado territorio. Sí, existía un tratado de defensa mutua con Abyssinia, pero este era débil, plagado de tensiones, y parecía destinado a romperse ante la menor provocación.
Abyssinia y Rumelia no representaban una amenaza inmediata para Ildoa. Pero eso no importaba. Ambos eran objetivos estratégicos cruciales para el plan más ambicioso de Otto: la creación de un Reino de Ildoa que pudiera rivalizar con las grandes potencias del mundo. Sabía que el Imperio podría ser persuadido para apoyar sus acciones militares, especialmente si les ofrecía un reparto claro de zonas de influencia. Pero la verdadera ambición de Otto era distinta. Quería que Ildoa no solo existiera como un actor secundario en Europa, sino que emergiera como la potencia dominante en los Balcanes y más allá.
Los beneficios de una guerra eran evidentes: acceso a recursos estratégicos, control sobre rutas comerciales vitales y, lo más importante, el uranio. Otto miró con atención el pequeño punto en el mapa que debería ser Bulgaria. Para la mayoría de sus contemporáneos, el uranio no era más que una curiosidad científica. Pero Otto sabía que, trabajado correctamente, tenía el potencial de convertirse en una arma de proporciones inimaginables.
En su mente, una escena inquietante se materializó: con una sola orden, un dispositivo podría liberar una energía tan devastadora que ciudades enteras quedarían reducidas a polvo en segundos. Millones de vidas podrían extinguirse con el simple gesto de un hombre. "Abracadabra", pensó Otto con una mezcla de fascinación y horror. Sabía que ese pensamiento era cruel, casi monstruoso, pero lo consideraba un mal necesario para asegurar la supervivencia y la grandeza de Ildoa en un mundo hostil.
Mientras sus oficiales discutían con fervor las estrategias de invasión, Otto desvió su atención de los mapas estratégicos hacia el grupo. Los hombres debatían las mejores rutas de avance, la organización de los convoyes, el número de regimientos necesarios y los puntos clave a atacar. La sala se llenaba de términos técnicos y proyecciones logísticas. Pero Otto estaba en otro nivel.
En silencio, tomó un lápiz y comenzó a dibujar sobre el mapa las líneas fronterizas que imaginaba para el mundo después de la guerra. No solo trazaba las nuevas fronteras de Abyssinia y Rumelia; estaba diseñando un nuevo orden para la región. Las montañas de Abyssinia serían fortificadas, las llanuras productivas anexadas al dominio directo de Ildoa, y los territorios estratégicos en las costas del Mar del Sur serían utilizados para construir nuevas bases navales.
Cuando uno de los oficiales, el General Ursino Senne, notó que el rey estaba marcando el mapa, se acercó, intrigado.
—Majestad, ¿estáis diseñando un plan maestro para la invasión? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y admiración.
Otto alzó la mirada, ofreciendo una sonrisa enigmática.
—No exactamente, General. Estoy pensando en lo que viene después. Una guerra solo es útil si preparamos el terreno para lo que está por venir.
Ursino asintió, aunque no pudo evitar sentirse un poco inquieto ante la mirada distante del rey. Volvió a la mesa de planificación, dejando a Otto con sus pensamientos.
El monarca trazó una última línea sobre el mapa, marcando lo que sería el Reino de Ildoa ampliado. Su visión era clara: no solo quería ganar una guerra, quería redefinir el destino de su nación. Rumelia y Abyssinia serían los primeros pasos, pero Otto sabía que el camino hacia la gloria sería largo y sangriento. Lo aceptaba con la fría determinación de alguien que estaba dispuesto a sacrificarlo todo por un sueño más grande que sí mismo.
"Si miles deben morir para que Ildoa florezca, aceptaré el sacrificio... sobre todo si los miles de muertos son de nuestros enemigos", pensó Otto mientras contemplaba el horizonte más allá de la ventana del consejo militar. Su determinación era inquebrantable, pero incluso él sabía que cada decisión tendría un costo político, social y moral. Sin embargo, el destino de su nación valía cualquier precio.
Tras largas horas de debate estratégico, Otto ordenó proclamar un reclutamiento general. Todos los hombres de entre 18 y 30 años serían llamados al deber. Aunque oficialmente se trataba de un reclutamiento voluntario, el contexto político y social hacía evidente que una ola masiva de jóvenes se presentaría. Otto sabía que las reformas del sur, que habían derribado siglos de opresión feudal, resonaban profundamente entre los campesinos liberados. Muchos jóvenes, hijos de aquellos que hasta hacía poco eran víctimas del sistema de peonaje, verían en el ejército no solo una oportunidad para servir a su país, sino también una vía para redimir su honor y construir un futuro mejor.
Y así fue.
10 de Julio de 1910, Calendario Unificado
En los días siguientes a la Reunión y la proclamación de reclutamiento general, un torrente de voluntarios del sur inundó los centros de reclutamiento. Eran hombres robustos, endurecidos por años de trabajo en los campos y movidos por un fervor patriótico recién descubierto. Para ellos, Otto era más que un rey; era un símbolo de esperanza y justicia.
El norte, aunque con menos entusiasmo, también contribuyó con un número significativo de voluntarios. Las ciudades industriales y los pequeños pueblos enviaron a miles de jóvenes. En total, cerca de 100,000 nuevos soldados se alistaron, reforzando al ejército ildoano, que ya contaba con medio millón de efectivos. Con una población de 58 millones, Otto sabía que el potencial militar de Ildoa era enorme.
Abyssinia parecía un objetivo cada vez más alcanzable. Pero mientras Otto trazaba planes para la conquista, un pensamiento lo detuvo. No bastaba con ganar una guerra; el desafío real sería gobernar los territorios conquistados.
Reflexiones sobre la integración
Otto se apartó del mapa por un momento y caminó lentamente por la sala, reflexionando sobre un problema crucial: la administración de los territorios nativos. Abyssinia, con su vasta población y diversidad cultural, representaba un desafío único. Gobernar un territorio donde los ildoanos serían una minoría significaba enfrentarse a un riesgo constante de levantamientos y guerrillas.
"Imponer una superioridad racial y administrativa absoluta solo alimentará el resentimiento", pensó Otto. Aunque era un hombre pragmático, también entendía que las lecciones de la historia no podían ignorarse. Enfrentar una insurgencia prolongada en tierras montañosas y áridas como Abyssinia sería costoso, tanto en recursos como en vidas que serían necesarias en otros frentes.
La solución era clara: incluir a los nativos en la administración local. Si bien Ildoa mantendría el control político y militar, otorgar un grado limitado de autonomía a las élites locales podría sofocar la resistencia y asegurar una transición más pacífica. Los jefes tribales, líderes religiosos y comerciantes influyentes podrían ser integrados en la estructura de gobierno, aunque siempre bajo una estricta supervisión ildoana.
—Majestad, ¿algo os preocupa? —preguntó el Secretario Arialdo, quien siempre permanecía cerca en caso de que Otto necesitara algo, estaba observando el rostro pensativo de su soberano.
Otto giró lentamente hacia él, con una sonrisa calculada.
—Nada me preocupa en lo absoluto Arialdo, solo reflexiono sobre el futuro. La guerra que estamos planeando es solo el comienzo. El verdadero desafío será lo que venga después.
Arialdo asintió, aunque no estaba seguro de comprender completamente las intenciones del rey.
Otto volvió al mapa y marcó varias regiones clave de Abyssinia con círculos. Esas serían las primeras áreas donde implementaría su política de integración. Fortalezas militares se construirían cerca, pero las administraciones civiles serían encabezadas por nativos leales. Divide y vencerás, pensó Otto. Una fórmula tan vieja como efectiva.
El Cuerno de Azania no solo sería una región conquistada; sería el pilar de la expansión colonial de Ildoa. Las riquezas minerales, las tierras fértiles y las rutas comerciales estratégicas lo convertirían en una joya imperial. Pero Otto sabía que gobernar con mano de hierro sería insostenible. La clave estaba en combinar fuerza y diplomacia, temor y cooperación.
Abyssinia sería reorganizada, no solo conquistada. Los campesinos serían incentivados a trabajar para el gobierno ildoano bajo condiciones justas, y las ciudades principales recibirían inversiones en infraestructura para transformarlas en nodos comerciales modernos.
"El dominio no se gana solo con balas", pensó Otto. "Se gana con ideas, con alianzas y con la promesa de un futuro mejor para quienes no tienen otra opción".
28 de Julio de 1910, Calendario Unificado
A finales del mes, el panorama en las colonias de Erythraia y Soomaaliya era una escena de incesante actividad militar. Bajo órdenes directas del rey Otto, un ejército de 300,000 soldados se había reunido: 200,000 estacionados en Erythraia y los restantes desplegados desde Soomaaliya. A primera vista, los números podían parecer excesivos, incluso desmesurados, para una campaña contra un país como Abyssinia, pero Otto había sido claro: la victoria debía ser rápida y contundente, un mensaje al mundo de que Ildoa no sería subestimada nunca más.
El mariscal de campo Ansovino Gagliano, un hombre curtido en las guerras previas contra Magna Rumelia, había sido elegido para liderar esta empresa. Gagliano, con su porte autoritario y su inquebrantable lealtad a la casa Von Lohenstein, era el hombre perfecto para ejecutar los ambiciosos planes de Otto. Aunque sabía que la tarea que se le había encomendado era compleja, también comprendía que su éxito o fracaso marcaría el destino de Ildoa en el escenario internacional.
Las noticias de una supuesta cooperación entre Abyssinia y Magna Rumelia le revolvían el estómago. "Enemigos de la patria", pensaba con desdén. Aquellos que subestimaban a Ildoa, que la veían como una potencia secundaria, pronto se darían cuenta de su error. Gagliano no solo estaba decidido a ejecutar la voluntad del rey; estaba resuelto a cambiar el curso de la historia.
El ejército estaba listo. Las tropas se encontraban alineadas en sus posiciones, y el regimiento de artillería aguardaba ansioso las órdenes. Gagliano, montado en su caballo, recorrió con la mirada los rostros de los soldados. Algunos eran veteranos endurecidos por las campañas anteriores, mientras que otros eran jóvenes campesinos del sur, cuyo entusiasmo por la guerra aún brillaba en sus ojos. Pero todos compartían algo en común: la determinación de servir a su patria y demostrar la grandeza de Ildoa.
Frente a ellos, en el horizonte, las fortificaciones de Abyssinia esperaban. Eran bastiones anticuados, construidos con piedra y madera, más propios de una era pasada que de una época moderna. Pero Gagliano no subestimaba al enemigo; sabía que incluso una presa herida podía ser peligrosa si se la acorralaba.
Con una calma medida, levantó su brazo derecho. La señal era clara, y los artilleros ajustaron sus piezas, apuntando hacia las líneas defensivas. Un silencio tenso se apoderó del campo de batalla mientras todos aguardaban la orden.
—¡Fuego! —exclamó Gagliano, su voz resonando con autoridad.
El estruendo de la artillería rompió el aire, y las primeras explosiones se alzaron sobre las posiciones abyssinias. El impacto fue devastador; columnas de humo negro se elevaron mientras los soldados enemigos corrían en desorden. Aquellos disparos iniciales no solo marcaron el comienzo de la invasión; sellaron el inicio de la Guerra de Abyssinia, una campaña que dejaría al mundo consternado.
Mientras las tropas ildoanas avanzaban con precisión militar, los ecos del ataque resonaron en las capitales del mundo. Nadie había anticipado un movimiento tan audaz del reino de Ildoa. En el pasado, esta nación había sido vista como una potencia emergente, pero siempre relegada al margen de las grandes decisiones internacionales. Sin embargo, con este ataque, Otto dejaba clara su intención de reescribir las reglas del juego.
En las primeras horas, informes caóticos comenzaron a llegar a las embajadas extranjeras. Diplomáticos en Romulia y otras ciudades ildoanas intentaban comprender las implicaciones de la ofensiva. Las potencias más cercanas al conflicto, como el Imperio y Magna Rumelia, miraban con preocupación, preguntándose si Ildoa buscaría extender su influencia más allá de Abyssinia.
Pero para Otto, esa preocupación internacional no era más que una confirmación de su éxito inicial. El ruido de la artillería en Abyssinia no solo era el sonido de una guerra que comenzaba; era la obertura de Ildoa reclamando su lugar en el mundo.
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