Capítulo 9
Gerard
— No puedo creerlo —suspiró Mikey.
Gerard sacudió la cabeza, se había distraído en el río de pensamientos que inundaban su cabeza de forma ruidosa y angustiante, la voz de su hermano se escuchaba como un lejano eco.
— ¿Qué cosa?
— Sé que Cersei era una maldita perra y que se merecía todo ese odio, pero a mí me cae bien. ¡La tipa es genial! Ella merece ser la reina de los siete reinos, aunque fue reina durante el reinado de Robert y Joffrey, pero me refiero a... ella debería reinarlo todo, ¿sabes? —Suspiró, Gerard percibió que estaba masticando algo, pero no pudo adivinar qué—. El asunto es que Cersei no merecía que le hicieran eso, aunque tenía buenas tetas.
— Leí que usaron doble de cuerpo —murmuró Gerard.
— ¿En serio?
Gerard asintió, segundos más tarde recordó que estaban hablando por teléfono, pero para cuando iba a repetir su afirmativa de forma verbal, su hermano ya estaba hablando de nuevo.
— Como sea, Joffrey no hubiese permitido que eso pasara. El chico era un pedazo de mierda, pero no hubiese dejado que le hicieran eso a su madre.
Gerard mordió su labio inferior, su hermano llevaba hablando de lo mismo durante por lo menos, un cuarto de hora, y ya comenzaba a enfermarle.
— Mikey, yo sé que te gusta mucho esta serie. Pero realmente... no te llamé para hablar de esto.
— ¿Entonces de qué? —murmuró Mikey.
— Quiero saber quién me donó este corazón, hermano.
— ¿Para qué?
— Necesito saberlo.
— Gerard, debes estar contento por tener ese corazón y estar bien. ¡Te has recuperado de forma increíble! Leí que poquísimas tenían recuperaciones así de exitosas después de un bendito trasplante, ¿sabes?
— Yo sé, pero...
— Pero nada, Gerard. No vale la pena que sigas dándole vuelta al tema. Da igual quien te donó el corazón, lo importante es que estás bien. Por cierto, ¿Cómo está Bert?
Gerard resopló, la misma respuesta había recibido cuando llamó a sus padres, y ellos también habían preguntado por Bert. Y sabía que era bobo ver a su esposo como un tirano que se empeñaba en negarle la verdad, pero en momentos así no había muchas cosas que pensar.
— Uh, gracias. Adiós.
Después de cortar la llamada volvió a la pantalla con los números que había marcado previamente. Ahí estaban los números de sus padres y también el misterioso número sin nombre. Había llamado varias veces desde su celular, pero no había respuesta. Ni siquiera estaban ignorando sus llamadas, el teléfono estaba muerto. Y era estúpido porque hacía poco había mandado ese mensaje de voz. Al parecer, y posiblemente, el dueño del número había decidido lanzar el teléfono por la ventana o algo así.
Y eso no era de ayuda.
Así que tendría que buscar ayuda en otras partes.
Con prisa se quitó el pijama y lo reemplazó por unos jeans cómodos, una camisa de franela y una chaqueta de cuero que pocas veces usaba, acomodó su cabello ahora negro y corto, y luego de recoger unas gafas de sol salió de la casa. Cuando posó las manos en el volante sintió una extraña vibración, llevaba siglos sin conducir, pero retomar hábitos antiguos ayudaba un montón con las recuperaciones, o algo así había leído en esa revista de medicina que encontró una vez en la sala de espera de su nuevo cardiólogo.
Lastimosamente conocía el camino al hospital de memoria, así que en menos de diez minutos estacionó en el amplio estacionamiento trasero y abandonó el auto. El aroma a hospital le llegó en cuanto cruzó las puertas dobles, y de inmediato también comenzó a ver caras conocidas. La enfermera de recepción, la mujer de la limpieza, uno de los guardias de seguridad y demás rostros que había visto casi a diario durante varios meses.
— Dolly, ¿hay algún lugar en donde registren a los donantes aquí? Realmente necesito eso —murmuró en cuanto estuvo frente a la recepcionista, ella dejó el teléfono de lado y le hizo un gesto con la mano. Empujó su silla hacia el ordenador y comenzó a teclear ahí.
— Gerard...
— Way —aclaró, dedicándole una pequeña sonrisa.
— ¿Cuándo fue tu operación, cariño?
— Uh... creo que fue el 26 o 27 de junio. E 27, sí.
— Gerard Way, 27 de junio... Hm... —la mujer frunció sus labios— No tengo el nombre del donante, pero tengo el nombre de la persona que se hizo cargo de los documentos legales.
— ¿En serio? ¿Cuál es su nombre?
— Frank Iero.
Gerard parpadeó lentamente, veía unas siluetas oscuras con un fondo dolorosamente luminoso. De pronto una luz cegadora le apuntó directo los ojos, y unas voces que poco a poco iban acercándose llenaron sus oídos.
— Gerard, Gerard. ¿Sabes dónde estás?
— En... el hospital —se escuchó decir—. ¿Qué pasó?
— Te desmayaste —la voz de la enfermera sonó mucho más relajada, pronto la luz se apagó y un par de pasos se alejaron. Cuando logró abrir los ojos nuevamente averiguó que estaba en una camilla, y a su lado estaba una de las enfermeras a quien más frecuentemente había visto durante su estadía en el hospital.
— ¿Cuánto?
— Sólo veinte minutos, tranquilo —sonrió ella—. Dolly dijo que te desplomaste de pronto, y también dijo que estás investigando quién te donó ese corazón. A muchos pacientes les interesa ese tipo de cosas, ¿sabes? Por lo general durante su recuperación se les da ese tipo de datos, a veces les gusta ir a dejarles flores a quienes salvaron su vida... pero en tu caso no fue así. Tu esposo pidió que no te dieran esa información, y al parecer él no te la ha dado... y por eso estás aquí.
Gerard parpadeó un par de veces, todavía seguía un poco dormido, pero había comprendido cada una de las palabras pronunciadas por esa mujer. Al venir de ella todo eso parecía totalmente normal, como su fuese parte de un ritual para cerrar un ciclo o algo así. Y posiblemente era sólo eso lo que le faltaba. Ayuda para cerrar un ciclo y luego todo volvería a la normalidad en su vida.
— ¿Usted sabe quién me donó el corazón?
— A mí me tocó hablar con tu esposo cuando el grupo médico dijo que tu corazón no podría mantenerte con vida durante mucho tiempo más... él estaba devastado y era obvio, todos los que aquí te conocíamos estábamos tristes porque eres joven y eres un buen chico. Y esa misma noche... hubo este accidente, llegó una pareja, el hombre estaba bastante bien, pero la mujer... intentamos salvarla, pero no pudimos hacer mucho por ella y quedó en un estado vegetativo del que no había vuelta... fui yo quien tuvo que decirle a ese pobre hombre que su esposa jamás despertaría, pero que podía salvar vidas donando órganos.
— ¿Usted...?
Gerard no supo ponerlo en palabras, pero la enfermera entendió, y asintió.
— Él donó el corazón de su esposa, y tú recibiste ese corazón. Todavía recuerdo su rostro y recuerdo su nombre porque su situación era terrible y podría haberse negado en ese egoísmo insano que el dolor nos provoca, pero él fue generoso, y su generosidad salvó tu vida.
— Quiero conocerlo... necesito saber quién es —suspiró Gerard, sólo entonces notó que sus ojos estaban bañados en lágrimas.
La enfermera le dedicó una sonrisa y luego de informarle a dónde iría se marchó. Gerard tomó asiento sobre la cama y acomodó su chaqueta, agradeció internamente que no hubiesen llamado a su madre o a su esposo, y pacientemente esperó a que la enfermera regresara. Y unos diez minutos después lo hizo.
— Estoy muy contenta por verte bien, Gerard.
Gerard recibió un papel doblado a la mitad, de inmediato lo guardó en uno de sus bolsillos y después de ponerse de pié volvió a mirarla, le sacaba casi una cabeza de altura.
— Muchísimas gracias... no sabe cuánto significa esto para mí...
— Cuídate muchísimo Gerard, espero no verte por aquí en mucho tiempo —sonrió ella, Gerard sonrió también.
Cuando estuvo sentado frente al volante de su auto sacó el papel y lo miró, con una letra menuda estaba escrita una dirección. Conocería al dueño de esa misteriosa voz.
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