Capítulo 4
Bert
Definitivamente no había podido dormir en lo absoluto. Seguía temblando por haber presenciado aquel terrible accidente, y realmente quería saber qué había sucedido con esas personas, pero su central preocupación estaba en Gerard. Todavía no podía estar con él, todavía no podía besar sus labios así como solía hacer cada mañana, porque realmente estaba mal.
Durante la mañana, una vez el equipo médico logró traer a Gerard de regreso, el médico de cabecera se había acercado a él. Realmente no tenía ganas de hablar con nadie, sólo quería que le dijeran que Gerard estaba bien nuevamente y que todo volvería a la normalidad.
Pero claramente no era así.
El médico le dijo que tenían suerte de que Gerard no hubiese muerto esa vez, porque su cuerpo realmente estaba exhausto y que, posiblemente, la próxima vez no tuvieran tanta suerte. Le dijo que iban a despertarlo para que se despidieran luego de que Bert le comentara que el hermano de Gerard llegaría ese día. Y con eso, como si fuesen palabras e alivio, se alejó de él.
Bert se quedó solo.
Todavía sentía la penetrante mirada de aquel hombre que había estado mirando a Gerard antes de que el equipo médico llegara a reanimarlo. Su rostro lucía extrañamente familiar, pero no sabía de dónde demonios lo conocía y tampoco le importaba. Sólo le importaba Gerard.
Una de las enfermeras había entrado un cuarto de hora después que el corazón de Gerard volvió a trabajar. Sin decir nada había entrado a conectarle los sueros, cambiar sondas y hacer todo ese trabajo para mantener limpio y sano a una persona que no puede hacerlo por sí mismo. La mujer le había dicho que cuidaría a Gerard hasta que él regresara. Y tomó su palabra.
Eran cuarenta minutos hasta el aeropuerto. Así que luego de beber un café y enjuagarse la cara, se había montado al auto. El reloj marcaba cinco minutos para las seis de la mañana y el oscuro cielo parecía estar a tono con su corazón y pensamientos. Nunca había creído que Gerard realmente se pondría enfermo. Sabía todo lo que ocurría con él, pero realmente no esperaba llegar a ese punto... antes lo veía como algo tan lejano y ahora, con su amado conectado a un respirador para seguir viviendo mientras buscaban un corazón que sí sirviera, todo se había vuelto real. Dolorosamente real.
Y no podía hacer nada para evitarlo.
Mientras tomaba la carretera sur recordaba aquellos momentos en que había pedido que le quitaran su corazón para dárselo a Gerard. Pero su ya lejana visita al mundo de las drogas no le permitía donar su corazón, además... según le habían dicho, no eran compatibles.
Aquellas palabras eran lo único gracioso de todo aquello.
No eran compatibles.
Se habían amado toda la vida prácticamente, se conocían tanto, sabían todo del otro y se amaban incondicionalmente. Realmente, y aunque ese no fuera el punto, no podía pensar en nadie más compatible que él para estar con Gerard.
Absolutamente nadie.
Los débiles rayos de sol le hacían reamente difícil buscar a su cuñado en la sala de embarque. Obligadamente se quitó los anteojos y aunque así veía mucho menos, el sol era menos molesto. Pero cuando la gente comenzó a esparcirse sólo una delgada figura quedó parado cerca de las puertas de cristal. Traía una enorme chaqueta que le hacía lucir extrañamente ancho de la cintura para arriba, pero era por culpa de esos ceñidos pantalones a sus realmente delgadas piernas. Su corto cabello estaba despeinado sobre la cabeza y a pesar de que su cuñado traía la vista fija en su teléfono móvil, podía ver las marcadas ojeras en su pálida piel.
— ¡Mikey! —gritó para llamar su atención, haciendo un gesto con la mano para llamarle. Mikey alzó la mirada y medio sonrió. Se echó el bolso al hombro y con paso torpe se acercó hacia él. Bert hizo lo mismo.
No fueron necesarias más palabras cuando estuvieron unidos, se estrecharon en un apretado abrazo y sin darse cuenta, ambos comenzaron a llorar de forma instantánea. Bert sentía el delgado cuerpo de Michael estremecerse entre sus brazos y sabía que estaba tan asustado como él.
Sabía que toda la familia estaba en negación. Pero últimamente la realidad se había ido instalando sobre ellos.
Gerard iba a morir.
Era un hecho.
— ¿Nos vamos? —Mikey murmuró con voz nasal.
Bert asintió y rompió el abrazo. Sorbió pesadamente por la nariz y secó sus ojos antes de volver a ponerse los anteojos, sólo entonces miró a su cuñado, con los ojos y la nariz enrojecidos por culpa del llanto. Quería decirle que todo estaría bien, era tan raro ver llorar al muchacho que había conocido siendo sólo un adolescente. Pero no podía mentirle, no a él.
En silencio salieron al estacionamiento y se montaron en los asientos delanteros del automóvil. Sin muchas ganas, Mikey lanzó el bolso hacia atrás y luego se recostó en su asiento, dejando ir un gran suspiro.
— ¿Cómo está Alicia? —preguntó Bert.
— Se molestó un poco cuando le dije que debía viajar de emergencia... últimamente anda muy neurótica y dos veces ha dicho que piensa que la estoy engañando. Pero mamá dice que es culpa del embarazo, así que simplemente intento no hacerla enojar —respondió y una torcida sonrisa asomó en sus labios—. De todos modos fue ella misma quien preparó mi bolso cuando le dije que debía venir a ver a Gerard por... por eso. ¿Cómo ha estado?
— Pues... —comenzó titubeante, no sabía si debía decirle lo que había sucedido esa mañana, pero de todos modos se encontró hablando— Ahora está estable, pero su corazón volvió a detenerse esta mañana. El médico dijo... dijo que posiblemente no podrían revivirlo la próxima vez y... tu hermano está muriendo, Mikey. El hombre que amo está muriendo y no puedo hacer nada para remediarlo. No sabes lo impotente que me siento... esto es... es demasiado. Tú lo conoces, Gerard es la persona más maravillosa que ambos conocemos... pero se está yendo. Dios me lo está quitando... y yo realmente no estoy listo para dejarlo ir. En casa tenemos los papeles para la adopción, todo está listo. Sólo falta que Gerard despierte y regrese a casa... pero no puede.
El silencio fue peor esta vez. Bert tuvo que orillarse para secar sus ojos y asegurarse de que no iba a volver a llorar antes de volver a conducir. La imagen de la noche anterior estaba demasiado grabada en su mente como para arriesgarse a sufrir un destino similar. Aún si Gerard estaba muriendo, no podía adelantarse a él.
— ¿Hace cuánto está durmiendo?
Bert notó que la voz de su cuñado estaba demasiado ahogada, posiblemente estaba llorando también. Pero mirarlo sería una violación a su privacidad, así que luego e inhalar fuertemente volvió a hablar. Un poco más calmado esta vez.
— Le indujeron al coma después de que su corazón colapsara hace un par de semanas, más o menos. Y ha estado durmiendo desde entonces... pero esta mañana, después de lo que pasó le comenté al médico que tú venías hoy y dijo que intentarían despertarlo. Pero que no aseguraba que Gerard pudiera hablarnos o recordarnos... no es que su cerebro esté dañado, sino que la falta de estímulos y el exceso de drogas en el cuerpo. Pero... cuando tu hermano se recupere volverá a ser el de antes.
Se sentía tonto en su optimismo. Tonto, ciego. Él era quien lo había visto recaer lentamente. Él había estado ahí cada vez que Gerard había cerrado sus ojos, y también había estado cuando los había abierto. Sabía qué pasaba, sabía absolutamente todo... pero aun así se negaba a aceptarlo.
— Estará bien...
Dijo, más para sí mismo.
Necesitaba creer en algo.
El sol ya había terminado de salir para cuando llegaron a la habitación de Gerard. Mikey llevaba un humeante vaso de café en su mano derecha y Bert sabía que si Gerard estuviese despierto, desearía un poco también. Por momentos quiso probarlo, poniéndole algo de café entre los labios para ver si despertaba. Pero tuvo que lanzar lejos todos esos pensamientos tan rápido como llegaron. Era una idea estúpida.
En lugar de hacer nada se dedicó a subir las persianas para que la luz irrumpiera en la habitación. A la luz del día Gerard se veía todavía más pálido y enfermizo. Verlo tan delgado era doloroso, porque estaba acostumbrado a verlo siempre con un par de kilitos de más, esos que le hacían lucir maravilloso en cualquier cosa que se pusiera encima.
Por Dios, lo extrañaba tanto.
Cuando volvió a pestañear, notó a Michael abrazado a un costado de Gerard, tenía la cabeza recostada sobre su pecho y miraba hacia arriba. Podía escuchar un murmullo, pero realmente no quería interrumpir ese momento. Aunque de todos modos le llegaban algunas frases vagas.
—... y Alicia te manda muchos saludos y quiere que despiertes pronto porque tu ahijado está por nacer... de verdad debes despertar, Gerard... no sabes cuánto te extraño... ¿Has visto a la abuela? Si la ves dile que le mando muchos saludos... no quiero que mueras, Gerard... dijiste que envejeceríamos juntos, ¿Recuerdas? Dijiste un montón de cosas... incluso el asunto de ser superhéroes o lo de enviar a nuestros hijos a la misma escuela para que crecieran siendo mejores amigos así como tú y yo... no debes irte sin completar nada de eso, Gerard... eso sería hacer trampa... y tú no eres un tramposo... por favor despierta, hermano... me da miedo el mundo si tú no estás aquí... ¿Cómo se supone que siga si no estás? Siempre has sido mi mayor inspiración, hermano... eres quien me salvó de mí mismo tantas veces... no puedes irte. No es justo que estés muriendo...
Bert no pudo soportarlo más. Tuvo que abandonar la habitación. Sentado en el pasillo escuchaba a su cuñado hablar todavía, pero no quería escucharlo. No quería escuchar a nadie. Sólo escucharía a quien le dijera que Gerard se salvaría. O al mismísimo Gerard.
A él si valía la pena escuchar.
Pasaron cerca de seis horas para que las enfermeras regresaran a la habitación. Le pidieron a ambos que esperaran en el pasillo y mirando por la ventana apreciaron como le agregaban esa extraña sustancia al suero y luego, como el monitor cardiaco comenzaba a apresurarse. Con el corazón en una mano Bert vio los leves movimientos bajo las sábanas y el como una de las enfermeras tomaba una de esas pequeñas linternas para mirar sus pupilas.
Y luego de un corto chequeo salieron.
Gerard estaba despierto, pero no podían llorar frente a él o decirle cosas demasiado bruscas. Debían guardarse todos esos sentimientos negativos para otro momento. Y así lo hicieron.
— Sigues siendo tan perezoso como siempre, Gerard Way —dijo Mikey en cuanto entró a la habitación. Gerard parpadeó un par de veces para enfocar la mirada, tenía los labios resecos y llevaba mucho sin hablar. Pero sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y aquel conocido brillo iluminó sus labios. Incluso hizo el ademán para alzar sus brazos, pero estaba demasiado cansado como para lograrlo.
Mikey fue a abrazarlo de todos modos, durante unos largos instantes, cuidando cada cable conectado al cuerpo de Gerard. Y Bert, celoso, se limitó a esperar su turno. Era justo que el hermano tuviera el primer abrazo, el beneficio por antigüedad era algo de peso.
— ¿Qué? —Mikey habló luego de un rato, se alzó extrañado y miró a su cuñado— Creo que está diciendo tu nombre.
Bert sintió su corazón dar un vuelco.
Se acercó a él y posó una mano sobre las mantas, acariciando una de sus piernas superficialmente. Gerard llevó la mirada hacia él, relamió sus labios lentamente y alzó sus labios en una sonrisa.
— R... Rob... ert... —la voz de Gerard era un susurro demasiado bajo como para ser escuchado si no estabas prestando atención. Pero Bert estaba prestando toda la atención del mundo. Con las lágrimas agolpadas en sus ojos se acercó a él y le besó en la boca, repartiendo luego un montón de besos por todo su rostro.
— Te amo tanto, Gerard... —murmuró pegando su frente a la ajena— Pronto nos iremos a casa, mi amor. Pronto todo se va a arreglar... por eso Mikey está acá, ¿Cierto Mikey?
Michael tenía el dolor tatuado en las facciones. Pero se obligó a asentir. Aunque Gerard sólo tenía ojos para una persona. Para el eterno amor de su vida.
— Te... a... mo... —murmuró. Bert volvió a besarle en los labios, aunque pronto los labios de Gerard dejaron de corresponder. Se apartó totalmente alarmado. Los ojos de Gerard estaban cerrados, pero al mirar el monitor cardiaco descubrió que su corazón seguía funcionando. Simplemente estaba demasiado exhausto, y había vuelto a dormir.
— No sé cuándo volveré a ver sus ojos devolverme la mirada de nuevo... —murmuró Bert con la vista fija en el rostro dormido de su pareja— No sé si volveré a verle despierto de nuevo... estoy aterrado, Mikey. No quiero perderlo.
— No vas a perderlo —respondió él—. Aparecerá un donante, Gerard tendrá un nuevo corazón y todo volverá a ser como antes... todos saben que Gerard es demasiado joven para morir. Van a ayudarlo y dentro de poco volverá a ser el de antes... te lo aseguro.
— Me gustaría poseer tu optimismo —suspiró Bert, besando la frente de su amado una vez más. Realmente le hubiese gustado creer sus palabras, pero era imposible.
Los milagros no existen.
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