Capítulo 1
Frank
Parpadeó un par de veces para evitar el polvo que caía sin descanso desde el superior de la estantería. En su posición, con las piernas y los brazos estirados en su máxima potencia sólo para alcanzar a limpiar esa zona, le era imposible cubrirse la cara. Lagrimeando se apartó de ahí y fue a frotar sus ojos. Cuando logró enfocar la mirada notó que ya estaba comenzando a oscurecer. Dejó su trabajo de lado y corrió al pequeño escritorio en busca de su celular; las 7:40.
— Oh mierda, Jamia —murmuró entre dientes.
Corrió a la trastienda a dejar el delantal, tomó su mochila y se puso apresuradamente el suéter antes de regresar al escritorio para prender la cámara de seguridad, cerrar la caja fuerte, tomar las llaves del local, su teléfono celular, y salir corriendo de ahí. Bajar la cortina fue tan complicado como las otras veces, pero luego de poner el candado descubrió que sólo había tardado siete minutos en hacer todo aquel lío para cerrar la vieja tienda de libros en la que trabajaba desde había abandonado la universidad.
La verdad es que no había sido fácil hacerle frente a la opinión de sus padres con respecto a sus decisiones en la vida. Lo suyo era cualquier otra cosa que no se impartiera en las universidades. Había incursionado durante varios años en el asunto de los tatuajes y ahora, con 27 años, su cuerpo era un templo a la pintura sobre la piel. Tenía fácilmente más de treinta tatuajes a lo largo de su cuerpo, un cuerpo que si fuera más grande habría podido contener más tinta, pensaba él. Aparte de los tatuajes se había ido haciendo fanático de los libros y de la música. Nada de eso era remunerado, pero de todos modos le encantaba. Y podía hacer cuanta cosa quisiera porque tenía un estupendo apoyo junto a él. Jamia. Había sido su mejor amiga desde siempre y ahora de adultos, instantáneamente había pasado a ser su novia y aunque no soliera decirlo; era el amor de su vida.
No recordaba haberle pedido noviazgo formalmente, pero no importaba, porque tenía planeado pedirle su mano en matrimonio esa misma noche. Había hecho la reservación en un bonito restaurante y había juntado el dinero de dos meses de trabajo y también sus vacaciones para comprar el anillo de sus sueños.
Ella diría que sí, se casarían, uno o dos años después tendrían un niño idéntico a él y le enseñaría todo lo que él sabía. Y luego, cuando el niño tuviera dos años, tendrían otro bebé, esta vez sería una niña, su princesa, el segundo amor de su vida. Ya lo tenía todo planeado.
Pero mientras tanto tenía un anillo que comprar.
Acomodó su mochila al hombro y volvió a ponerse los audífonos mientras atravesaba las frías calles de Newark, no sabía bien a donde tenía que ir, así que sus ojos estaban paseando por cada vidriera en busca del anillo perfecto. Y estaba a contra-reloj porque la reservación era a las nueve y convencer a Jamia de salir a una cita un miércoles por la noche en vista de que debía asistir a su trabajo como maestra de primaria iba a ser bastante complicado. Demasiado complicado.
Un par de calles después tuvo éxito. Entró a una joyería y se acercó de inmediato a la vendedora. Era una mujer alta y delgadísima, con sus finas manos cargadas de joyas que seguramente eran carísimas.
— Hola —murmuró Frank, frunciendo sus labios a un costado de la cara— Estoy buscando un anillo... esta noche le pediré matrimonio a mi novia —dijo alzando la mirada hacia ella, podía adivinar que tenía el rostro sonrojado, pero realmente daba lo mismo.
La mujer sonrió, parecía tener muchísimas cosas para decir, pero a Frank nada de eso le importaba. La siguió cuando ella le guió a un costado de la tienda, una pequeña góndola con muchos anillos. Los precios eran enormes, pero contaba con dinero suficiente para pagar alguno, no importaba si era costoso. Jamia merecía todos los anillos del mundo, de ser necesario.
Pero por ahora sólo necesitaba uno.
— Me llevaré este —dijo apuntando a uno con una pequeño diamante color azul agua encima. Era sofisticado y simple, pero a la vez era hermoso. El anillo perfecto.
Luego de pagar y recibir el anillo en una cajita de terciopelo negro, abandonó la tienda. Para ese entonces el reloj marcaba las 8:14. Cuando el reloj llegó a las 8:20 minutos, se encontró en la puerta de su pequeño hogar. Con pasos apresurados entró a casa y subió corriendo las escaleras, Jamia estaba en su estudio, tenía sus anteojos puestos y el corto cabello negro recogido en una coleta. Frank dejó caer su mochila y se acercó a ella, acariciando sus brazos por detrás y acercándose a besar su mejilla luego.
— Frank... hola —murmuró ella— En el microondas te dejé la comida, amor. Y en el refrigerador hay algo de pastel de queso. Sé que no te gusta, pero pensé que si te sentías lo suficientemente imaginativo podrías querer un poco.
Jamia rió bajito y Frank rió con ella, se apartó y giró la silla del escritorio hacia él, cayendo de rodillas ante ella. La miró hacia arriba y tomó una de sus manos para besar el dorso de la misma.
— ¿Qué me dices si vas a ponerte algo lindo y me acompañas a cenar fuera? Estoy imaginativo hoy... y quiero regalonear a mi chica —dijo guiñándole un ojo, Jamia sonrió esperanzada, pero negó.
— Tengo que entregar un montón de exámenes mañana, amor... quizás podríamos ir el viernes. Y luego de cenar nos podríamos poner más imaginativos e ir a dar un paseo en el auto... al muelle.
Frank dejó escapar una risita, ahí era a donde solían ir cuando eran más jóvenes y vivían en la casa de sus padres. A Jamia le daba nervios tener sexo en casa de Frank, y en su casa compartía habitación con su hermana pequeña, de modo que sólo les quedaba aquel muelle. O un motel, pero eso era sólo cuando tenían dinero para pagar los quince dólares por hora.
— Cuando regresemos yo te ayudo a corregir exámenes... pero concédeme, esto. No serán más de dos horas, Jam. Lo prometo. De verdad tengo algo importante que decirte y quiero que sea jodidamente especial, ¿Entiendes?
Jamia frunció sus labios, era obvio que había comprendido de qué iba todo eso. Así que cerró su portátil aunque no quisiera, y asintió, dedicándole una cansada aunque sincera sonrisa.
— ¿Cómo negarme a esos ojos de cachorro? —dijo ella, bajando sólo para besar los labios de su pareja antes de ponerse de pie— Dame diez minutos y haré magia con este cabello. Espérame abajo.
Frank le robó un nuevo beso antes de apartarse. Le sonrió enormemente y luego de ir a la habitación a buscar unos jeans que no estuviesen rasgados y uno de sus suéteres más limpios, corrió hacia el baño del pasillo. Mientras se ponía desodorante y arreglaba el cabello se dedicó a pensar en las palabras que usaría para proponérselo. Jamia era una mujer bastante sencilla, pero no por eso era simple.
Quería impresionarla. Quería hacerla sentir especial. Única.
Cuando la vio bajar por las escaleras recordó por qué es que ella era la mujer de sus sueños. La belleza de Jamia no era como la de las demás mujeres, no era esa belleza tan común y tan comercial como la que enseñan en las revistas. Jamia era única, su cuerpo no era perfecto, y eso lo hacía bellísimo. Los detalles en su rostro eran lo que más enamoraba a Frank, esa enorme sonrisa en donde siempre achinaba sus ojos y arrugaba la nariz. Sus mejillas sonrojadas y la bonita forma de su nariz, dándole un aspecto fino a sus facciones. Para Frank, Jamia era hermosa. Para Frank, Jamia era un poema.
— ¿Nos vamos? —preguntó Jamia, dedicándole una sonrisa con sus labios pintados de un rojo claro, a juego con el bonito y escotado vestido cubriendo su cuerpo. Frank tragó saliva lentamente y asintió, acercándose a la escalera para recibirla con un abrazo en torno a sus caderas y un suave beso en sus labios.
— Eres la mujer más hermosa que mis ojos han visto, Jamia Nestor —susurró Frank, las mejillas de Jamia tomaron un leve carmín y volvió a besarle.
Frank revisó sus bolsillos una última vez para cerciorarse de que el anillo estaba en su lugar y luego asintió, tomándole de la mano la guió hacia el exterior y en una procesión muda se guiaron al pequeño automóvil que Jamia solía usar para ir a su trabajo en la escuela, Frank prefería caminar, o tomar el autobús. Esta vez fue él quien decidió manejar. Cuando ambos estuvieron arriba se abrocharon el cinturón de seguridad. Frank volvió a tocar su bolsillo, el anillo seguía ahí. Inspiró pesadamente y encendió el motor. Eran las 8:47 y el restaurant estaba en el otro extremo de la ciudad.
Tendría que correr.
— Ve con cuidado, hace poco el padre de uno de mis niños tuvo un accidente por un tipo que iba a exceso de velocidad —dijo Jamia al ver como la aguja subía a 80 siendo que estaban en un barrio residencial.
— ¿El tipo murió? —preguntó Frank.
— No... no sé, nunca pongo mucha atención a lo que dicen los apoderados —murmuró Jamia antes de soltar una risita entre dientes, Frank sonrió también.
Hizo lo que su próximamente prometida le decía y aminoró la marcha, cuando llegaron al cruce que desembocaba a la carretera tuvo cuidado y luego esperó el tiempo suficiente como para entrar a la rápida corriente de vehículos sin tener problema alguno. Volvió a acelerar para ir al ritmo acelerado de la carretera, todavía tenían unos minutos por delante y confiaba en que esperaran por lo menos cinco minutos después de cumplido el tiempo de la reserva. Quizás debería sólo haber ordenado pizza y haber conseguido la nueva temporada de Games of Thrones para pedirle matrimonio... quizás hubiese sido igual de especial. ¿Por qué carajo debía haberse dejado influenciar por las palabras de Raymond? ¡Él ni siquiera tenía novia!
Golpeó el volante y soltó un bufido. Se veía tan estúpido con el cabello peinado de ese modo que tuvo que revolver su cabello. Y Jamia... la había sacado de su trabajo sólo para preguntarle algo que podría haberle preguntado en cualquier otro bendito momento y seguramente ella habría dicho que sí. Porque lo amaba, se amaban.
— Jam, ¿Sigues con ganas de ir a ese bonito restaurante? —preguntó Frank cuando salió de su gris nube de pensamientos, ella ladeó la cabeza ante la pregunta. No se había vestido ni arreglado por nada, pero podía leer los ojos de Frank, así que esbozando una sincera sonrisa decidió negar— Asombroso, vámonos a casa entonces.
Estiró una mano para acariciar uno de los muslos de su novia, la piel suave era un alivio después de tantas tapas de libros en la librería, Jamia siempre era aquel hermoso alivio que lo empujaba lejos del asqueroso mundo real al final del día. Regresó la mano al volante cuando fue momento de salir de la carretera en un desvío, presionó el acelerador para hacer una salida rápida, y estuvo libre del horrible tráfico de la carretera. Siguió con el acelerador presionado, a 90 kilómetros por hora en una calle en donde el límite era 110. Cuando fue momento de hacer un siguiente desvío lo hizo, iba a tomar la calle que daba al centro de la ciudad y de ahí se dirigiría al hogar de ambos para descansar un poco, pero el chofer del vehículo que venía en el carril contrario tenía otros planes. Frank intentó detenerse cuando vio que el otro auto no se detuvo en el disco 'PARE', pero reaccionó demasiado tarde.
Lo último que vio antes de que la intensa luz blanca lo cegara, fue a Jamia golpeando la cabeza contra el parabrisas. Y grito mudo escapando de sus rojos labios, grito que no logró a escuchar.
Luego... todo desapareció.
Cuando volvió a su cabeza lo primero que escuchó fue un pitido. Parpadeó un par de veces y abrió los ojos. Estaba en una habitación de hospital y su brazo izquierdo dolía terriblemente. Al bajar la mirada descubrió que lo tenía en un cabestrillo, y también que traía las mismas ropas que tenía antes del accidente. Sólo que su suéter no estaba, y sentía algo de frío, pero eso era lo de menos. Lo importante era su cabeza... vaya que dolía. Aclaró la garganta y se sentó sobre la cama, todo parecía ser un sueño. No recordaba cómo demonios había llegado a ese lugar. Pero sí recordaba el accidente, y Jamia... oh, Jamia.
Se puso de pie de un salto y casi cayó, pero logró mantenerse incorporado. Con paso torpe abandonó la vacía habitación y salió al pasillo, había un montón de gente ocupada en sus propios asuntos, pero descubrió de inmediato que no estaba en un pasillo hospitalario. En cuanto vio a una enfermera que lucía un poco menos ocupada que el resto, se acercó a hablarle.
— Señorita... ¿Podría decirme donde carajos estoy? —preguntó, su voz sonaba agrietada.
La mujer le miró de pies a cabeza, pero al parecer lo conocía, porque le sonrió y tomó su brazo sano para guiarlo de regreso a la pequeña habitación que había estado usando.
— Estás en el hospital central de Newark, Frank —dijo amigablemente, Frank asintió elocuentemente, era algo que sabía o se imaginaba. La enfermera adivinó eso, porque siguió hablando—. Llegaron hace unas cinco horas por una colisión lateral... ambos estaban inconscientes pero asumimos que tu estado era mucho menos grave, así que decidimos dejarte en observaciones hasta mañana, pero ya despertaste.
— ¿Qué hora es?
— Son... —miró al pequeño reloj en su muñeca y luego alzó la mirada nuevamente—, van a ser las cuatro de la mañana.
— ¿Dónde está Jam?
— ¿Quién?
— Jamia, Jamia Nestor. La mujer que venía conmigo en el auto. ¿Dónde está?
— Ahh... —la mujer asintió y luego desvió la mirada, parecía estar buscando algún médico, o algún respaldo para decirle lo que tenía que decir. Pero al no encontrar a nadie, bajó la voz y agregó— Se encuentra ahora en la Unidad de Cuidados Intensivos, si quieres puedo llevarte con ella, pero... no creo que puedas acercarte. Su estado es muy-
— Llévame.
La cabeza de Frank había empezado a doler todavía más, sentía como si sus pies avanzaran sobre cristales rotos y él estuviese descalzo, con una cabeza de cien kilos sobre los hombros. Notó que subían por un ascensor interno y luego la siguió a través de un pasillo. Estaba todo oscuro y silencioso, Frank asumió que era por la hora. Finalmente la mujer se detuvo ante una puerta, Frank lo hizo también. Entró detrás de ella y sintió como su alma caía al piso.
Ahí estaba Jamia.
Recostada sobre esa camilla, entubada y conectada a un montón de máquinas que la mantenían con vida. Su rostro lucía inflamado y enrojecido, desde su lugar Frank pudo notar que estaba herida. Tenía vendas y demás cosas que no le importaron en lo absoluto. Jamia... de solo verla sabía que estaba realmente mal.
— Hace poco llegaron los resultados de un escáner cerebral que le hicimos en cuanto ingreso, porque sus heridas eran demasiado graves. El médico dijo que le diera los resultados al primer familiar que viniera a visitarla porque en este hospital tenemos una importante política de donación de órganos y...
— ¿Qué?
Frank la miró extrañado. Él quería saber sobre el estado de su novia, no sobre la estúpida política del hospital.
— La paciente... tiene muerte cerebral. En poquísimos casos los pacientes se recuperan después de esto, y si lo hacen quedan en un estado vegetativo. Ella... lamento decirte esto, y realmente no creo que yo deba decírtelo pero... ella no va a despertar. Su cuerpo sigue aquí pero en cuanto le desconectemos el respirador artificial ella se irá. Tenemos pacientes que realmente necesitan un donador de órganos y ella es el donador perfecto. Sólo su cerebro y su médula espinal están dañados pero todos sus órganos al parecer están en perfecto estado.
— Oh... pues vete a la mierda.
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