II

—Bien, es un gusto tenerlo de vuelta, señor Williams —murmuró el hombre detrás del escritorio—. Normalmente, cuando un paciente abandona, las visitas a este lugar no vuelven sino hasta bastante tiempo, pero usted solo las ha dejado por menos de un mes.

La sonrisa que tenía plasmada en su rostro se notaba sincera; sin embargo, me costaba mucho comunicarme con Brown. El problema lo tenía en el punto de vista que tenía de él, me costaba creer que estuviera verdaderamente interesado en mi bienestar o mi salud mental.

Simplemente, no confiaba en él.

—Por favor, dígame solo Arthur, el Señor Williams es mi padre —aclaré intentando no sonar hostil.

—Comprendo, Arthur... ¿Hay algo que te haya hecho cambiar de opinión respecto a las citas, alguna persona o una situación específica que estés atravesando? —ante su pregunta, automáticamente a mi mente vino cierta persona, la rubia que se mantenía en mi cabeza día y noche.

Cuando vio que no le respondí, él volvió, a hablar.

—Sé que nunca se te hizo fácil comunicarte conmigo, pero... tienes que tener presente que verdaderamente estoy interesado por ti, por tu bienestar y tu salud. No lo digo por falso interés... de hecho, no eres el único que ha pensado de esta manera. Anteriormente, he tenido pacientes a los que se les ha dificultado la comunicación conmigo, pero que lo han logrado y sé que tú también lo lograrás. —Antes de responderle, lo pensé unos cuantos segundos.

—Es una chica —murmuré en voz baja.

Él se vio sorprendida por mi respuesta, porque nunca antes le había hablado de Brisa.

—¿Quieres contarme más acerca de ello? —inquirió.

Por primera vez desde que venía aquí, sentía que él estaba interesándose verdaderamente en mí, en lo que me sucedía. Antes, solo creía que lo hacía porque le pagaban, no porque quisiera ayudar a las personas como yo.

—Ella... ella es importante para mí —tomé una bocanada de aire.

—¿Ella es la razón por la que has decidido venir a terapia? —inquirió.

Lo pensé unos segundos antes de contestar.

Y luego, tome la decisión de relatarle todo, absolutamente todo. Desde como conocí a Brisa hasta las últimas semanas de mi vida, de cómo me había sentido y lo que había vendido a mi mente cuando esos horribles ataques hacían actos de presencia.

Le conté con calma cada una de mis vivencias de los últimos cinco meses, de mis pensamientos y cada tema de conversación referente a mis emociones que había tenido.

Bruno sonrió muy satisfecho porque, por primera vez, me abrí sin barreras en una de nuestras citas. Cuando terminé, sentí cómo ese gran peso se quitaba de mis hombros y que me había liberado.

Cuando terminó la cita, me sentí bien. Era una de las personas con las que conversaba y me habría completamente, y eso lo hacía mucho más liberador de lo que ya era. Cuando salí de la clínica, en dirección a la biblioteca, estuve pensando en los consejos que me había dado el psicólogo.

Lo primero que me había recomendado era sacar lo que sea que fuera un obstáculo de mi vida y cualquier cosa que le agregará más peso a mis hombros. En eso ya había comenzado, pero aún había varias cosas que le agregaban tensión a mi vida, solo tenía que pensar la forma de comenzar a liberar esa presión.

Al ingresar a la biblioteca, la última persona que deseaba ver estaba parada al frente del mostrador. Ella se giró en mi dirección, e inmediatamente sonó la campana de la puerta.

Solté un insulto por lo bajo mientras ella me miraba fijamente. Al igual que las últimas semanas que la vi, su rostro no estaba maquillado y tenía ropa casual que era modesta. Sus ojos estaban algo rojizos, señal de que tal vez estuvo llorando antes de venir aquí y su rostro se encontraba más pálido de lo normal.

—¿Qué haces aquí, Alice? —inquirí con algo de molestia.

—Vengo... yo... quiero disculparme —soltó en un balbuceo apenas entendible. Luego, comenzó a llorar de forma silenciosa. Ante sus palabras, mi ceño se frunció—, yo... cuanto lo siento —murmuró intentando acercarse.

Ante su acción, retrocedí varios pasos. Aún recordaba perfectamente la última vez en que se había acercado a mí más de la cuenta, no cometería ese mismo error dos veces. Al ver que me alejé de ella, se vio muy afectada y dolida.

—Ya te mencioné que no me siento cómodo con ese tipo de cercanía —murmuré. Alice asintió en medio del llanto.

—Comprendo... pero, ¿Qué fue lo que cambió? —inquirió limpiándose las lágrimas de forma brusca.

—Tengo en mente a la persona que decepcioné y a la cual no quiero volver a fallarle —murmuré, recordando a Brisa.

—¿Es ella verdad? —asentí— Dime: ¿Qué tiene ella que no tenga yo?, ¿acaso no soy suficiente?, ¿no soy tan atractiva? —más lágrimas rodaron por sus mejillas. Yo, simplemente, pasé la palma de mi mano por mi rostro en señal de frustración.

Las pocas personas que se encontraban en esta área de la biblioteca, nos miraban indiscretamente. Sabiendo que no quería ese tipo de atención, la tomé de un brazo a Alice y nos dirigimos a la salida.

Cuando estuvimos allí, la solté sin ser brusca y mirándola a los ojos, comencé a hablar.

—No eres tú... nunca fuiste tú, simplemente... ella me cautivó casi desde el primer día —murmuré, ella me miraba atentamente—. Eres una mujer hermosa, Alice, pero no puedo amarte porque mi corazón ya le pertenece a alguien más.

Su ceño se frunció ante mi confesión.

—¿La amas? —nuevas lágrimas corrieron por sus mejillas. Asentí lentamente.

—Ella... ella se ha convertido en mí todo.

Ante mi confesión, ella soltó un sollozo y su llanto se incrementó.

—¡¿Qué no lo entiendes?! ¿Acaso nunca te distes cuenta?... —Inquirió con ironía, en medio del llanto—. La única razón por la que pasé todo ese tiempo junto a ti, fue porque tú me gustas y quiero algo contigo... pero, ella... ella... —soltó otro sollozo.

—Lo siento, Alice. No puedo corresponderte, pero gracias por ser sincera conmigo. —Me alejé y comencé a caminar en dirección a la entrada de la biblioteca.

No miré atrás ningún momento y, por más cruel que sonará, era lo correcto. Si no lo seguiría alargando y sería peor.

—Te odio, Arthur Williams —espetó con ira.

Eso me congeló; sin embargo, no fui presa del sentimiento desagradable que esas palabras causaron en mí.

Lentamente, me giré hacia ella y mirándola a los ojos, le dije:
—Algún día podrás sanar y encontrar a alguien que te corresponda como yo no puedo hacerlo —la miré fijamente y dicho eso, me dirigí de camino al almacén sin mirar atrás.

Este día estaba siendo más complicado de lo que había imaginado. Luego, en movimientos casi mecánicos comencé a ordenar todo lo correspondiente.

Al parecer, el lugar había sido visitado por bastantes personas el día de hoy y eso solo significaba que tendría que organizar los libros que ellos dejaban regados, los libros en las mesas y los libros fuera de lugar en los estantes. Normalmente, no solía ser un trabajo tan pesado, mientras no hubiera muchas personas, claro está. Sin embargo, por la cantidad de personas en los pasillos, sabía que este día no sería uno de esos en los que podía tener algo de tiempo para leer un rato.

Tarde aproximadamente dos horas en tener todo listo, el lugar era bastante grande y los que trabajábamos aquí éramos muy pocos, familiares en su mayoría.

Al finalizar mis labores, caminé a paso lento a la habitación de descanso, donde deseaba poder relajarme un rato después del día tan pesado que había tenido.

Tome asiento en uno de los muchos cojines que estaban desparramados por el suelo, amaba este lugar por lo reconfortante que podía llegar a ser.

Había crecido aquí, desde muy joven me paseaba por toda la biblioteca y podía decir que era una de las personas que mejor la conocía por todas ese tiempo que pasé aquí. Yo había crecido dentro de estos muros y desde siempre, este había sido mi lugar favorito para pasar el rato.

En medio de mis pensamientos sobre mi infancia, a mi mente vino de forma repentina el vago recuerdo de una de las muchas tardes que pasé aquí con Brisa. De su rostro de felicidad y... de lo feliz que me hacía a mí.

Ya faltaba menos de una semana para la conversación pendiente que teníamos y no podía sentirme más nervioso por lo que sucedería, después de todo, el tiempo se iba rápido, tenía que planearlo muy bien todo.

Solía ser alguien que planeaba minuciosamente cada detalle, y a veces odiaba ser así, sobre todo porque los planes improvisados eran algo que muy pocas veces se me daba. Sin embargo, quería que todo saliera perfecto, así que tenía eso a mi favor y al mismo tiempo en mi contra.

Instintivamente, saqué de mi bolsillo, mi teléfono celular. Ya tenía una idea de dónde podríamos conversar, solo tendría que ponerme manos a la obra y todo estaría listo en poco tiempo.

En las notas de mi teléfono, fui anotando lo que necesitaba para que mi plan se llevara a cabo, solo tendría que ir a comprarlas esas cosas y decorar un poco el lugar que deseaba.

Luego, llamé a un par de personas para ponernos de acuerdo con lo que necesitábamos, que afortunadamente no era mucho. Conocía bastante bien a Brisa, ella no estaba esperando nada ostentoso ni llamativo.

Y con una nueva seguridad que no sabía de dónde había salido, abandoné el lugar a paso tranquilo. Al pasar por el mostrador principal, me despedí de mi primo con una seña para que me llamara. En respuesta, asintió y sonrió.

Cuando llegue a casa, respire profundamente. Entre la visita a mi psicólogo y la visita, nada agradable de Alice, este día había estado... abrumador.

"Te odio"

Por un segundo, cuando Alice mencionó esas palabras con su rostro bañado en lágrimas, yo... mi mente imagino que era otra persona la que me lo decía, cierta rubia que me tenía en una agonía constante.

Dios, Brisa... todos menos tú.

De una forma casi mecánica, tomé asiento en el sofá y recosté mi cabeza del respaldar del mismo, mi vista quedó posada en el techo de un color neutro y claro.

Pensé en todo mi día, en las decisiones importantes que había tomado hoy, y sobre todo, en ese rostro algo pálido y esos ojos café que transmitían muchos sentimientos.

Solo esperaba que mis esfuerzos dieran sus frutos.

Que ella volviera y que todo estuviera bien.

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