14

Se nos acaba el tiempo... es tarde, te quiero... y aunque quiera cuidarme, sé que no hay remedio... ya nos acostumbramos a un amor en coma... —murmuré en voz baja, mientras limpiaba. No era una persona muy ordenada, el principal problema era que me costaba mantener el orden por más de tres días.

Ya había organizado el resto del apartamento, lo único que me faltaba era el baño y era lo que estaba terminado de limpiar en este momento. De mi cuarto, lo que me quedaba pendiente era el escritorio, en el cual se encontraban las fotografías, las cuales había puesto en una esquina para que no estorbaran.

Al salir del cuarto de baño, apagué la luz. Odiaba gastar energía de forma innecesaria. Luego, me detuve frente a mi escritorio para comenzar a organizarlo, inicié con las fotografías del día del parque que se encontraban en una esquina. Las había dejado allí para no estropearlas y que no estorbaran.

Al tomar la primera fotografía entre mis dedos, no pude evitar que una sonrisa se formara en mi boca.

Era la fotografía que le había tomado a Arthur.

Recorrí el lugar con la mirada, sabía lo que quería con esa fotografía, quería decorar alguna parte de mi habitación con ella. Sin embargo, no la quería en el enorme collage de mi pared porque no sé notaria entre tanta variedad.

Así que, reduciendo mis opciones a la más evidente para mí, la pegue en la pared justo donde se encontraba mi escritorio. Ese lugar era el único de mí, había que no tenía algún tipo de decoración, era simplemente perfecto.

Para terminar de organizar de una forma que me resultará mucho más cómoda, tomé asiento en la silla de mi escritorio. Y así duré unos cuantos minutos, mirando con detalle cada fotografía y descartando las que no habían quedado bien, hasta que, el silencio cómodo que me envolvía fue interrumpido de forma abrupta por el ruidoso tono de mi teléfono celular.

Solté un sonoro suspiro, por ahora organizar había quedado descartado.

En movimientos rápidos, me levanté para tomar mi teléfono, el cual se encontraba en una de las mesitas de noche al lado de mi cama.

Al leer el nombre iluminado de la pantalla, no dude en contestar la llamada. Ya la había hecho esperar un poco, no quería que Nakia se impacientará.

—Hola —saludé.

¡Amiga! Cuanto tiempo. Siento como si hubiera pasado años cuando solo han pasado días desde que me fui.

Ante sus palabras, no pude evitar soltar una risita. Ella era la dramática en esta amistad.

—Sí, han sido días largos.

Tomé asiento en la cama y terminé acostada boca arriba mirando el techo como si fuera lo más interesante del mundo.

Lo sé. Ahora, cuéntame ¿Cómo has estado, amiga?

Suspiré.

—Intentando no resfriarme, el cielo se está cayendo aquí. Y tú, ¿Cómo te ha ido?

Ella respondió un par de segundos después.

Bastante bien, ¡Estoy tan emocionada! Hugo ha sido tan romántico conmigo, estos días con él han sido increíbles. Sin duda era justo lo que necesitábamos. Su tono de voz me confirmaba esa emoción.

—¡Eso es fantástico! Me alegra que todo esté de maravilla —comenté, entusiasmada.

Hasta estábamos pensando en repetirlo en un futuro.

Ante sus palabras, no pude evitar que una sonrisa se formara en mi boca.

—Eso es buena señal. Después de todo, ustedes merecen ser felices y Hugo te quiere mucho.

—Sí, él es... increíble. Por cierto, volvemos mañana, nos quedaremos esta noche y saldremos de aquí temprano.

—Bien, el viaje es largo, así ya no están tan cansados.

La llamada duró mucho más de lo que imaginé, ella tenía muchas anécdotas que contarme acerca de cómo habían sido esos días fuera del bullicio de la ciudad. Los relatos acerca de los lugares que han visitado eran algo maravilloso y también lo era las distintas actividades que habían hecho, todo muy romántico.

La forma en la que me contó todo, me dejó muy en claro lo feliz que se encontraba ella y Hugo, él también estaba muy feliz.

Estaba pensando que cuando volvamos a la ciudad, tú y yo debemos pasar tiempo juntas —hizo una pausa—. Hace mucho que no hacemos algo fuera de casa.

—Esa es una buena idea.

Cuando esté allí lo organizamos todo con más calma. Bien... oye, tengo que irme amiga, Hugo me está llamando, vanos a dar un último paseo antes de que se haga tarde.

—Okay, entonces hablamos luego.

Bien.

Suspire y nuevamente, me quedé mirando al techo como si este fuera lo más interesante del mundo. Hasta que, de forma repentina, recordé que aún tenía un pendiente que había dejado hace como media hora.

Dios, ya estaba agotada de tanto limpiar, pero el lado positivo es que el escritorio era lo último que me faltaba y luego podría relajarme.

No veía la hora de leer el libro que había dejado sin terminar anoche.

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Mi andar era apresurado mientras me movía con destreza por las calles abarrotadas de personas, intentaba no ser arrastrada por la marea de personas que caminaban apresuradas para poder ir a almorzar.

Era el descanso de medio día y muchos aprovechaban el tiempo para comer algo afuera.

En cambio, yo iba apresurada, se me estaba haciendo algo tarde para ir a trabajar.

—Ya lo sé, mamá. No voy a gastarlo todo, solo lo que necesite para pagar la cámara y la carrera, lo demás lo gastaré responsablemente, ¿Si entiendes? —esquive a una persona que estuvo a punto de golpearse conmigo.

Siempre fuiste una persona cuidadosa con el dinero, pero no está de más que te lo recuerde, hija. El dinero no crece de los árboles como para gastarlo todo.

—¿Crees que no sé eso, mamá? Desde que me fui de casa sé que es ganarse la vida y antes de que me sigas que no era necesario que me fuera de allí, te digo que fue mi decisión y no me arrepiento —hice una pausa para tomar una bocanada de aire—. Sé que te preocupas por mí, pero, ya lo tengo todo planeado, voy a volver a estudiar fotografía en una de las mejores universidades que se adaptan a mi presupuesto. Está cerca de casa y puedo trabajar para pagarla.

Solo quiero lo mejor para ti.

Suspiré.

—Ya lo sé, mamá.

Es bueno saber que ya tienes planes, y sabes, mi amiga Anna tiene un sobrino que está estudiando fotografía. Nada me cuesta decirle a ella para que él te ayude, te daría lo básico de fotografía y... no sé, tal vez podrían conocerse.

—No empieces mamá. Con mis estudios y mi trabajo, no tengo tiempo para algo como eso.

Ella soltó un sonoro suspiro, dándome a entender que no estaba muy contenta con mi negativa a conocer a los hijos de sus amigas.

Al levantar la mirada, noté que ya estaba en la misma calle en la que quedaba mi empleo.

—Mamá, tengo que irme. Ya estoy a punto de llegar a mi empleo.

Hablamos luego y piénsalo bien, hija, adiós.

Y antes de poder responderle algo, ella ya había cortado llamada.

No pude evitar que en mi boca se formara una sonrisa al pensar en las locas ideas de mi madre, su pan de cada día era intentar que saliera con uno de los hijos de sus amigas del vecindario, que volviera a mudarme cerca de ella y que tuviera muchos hijos.

Y desde que logró hacer que unas de nuestras vecinas y el dueño de la tienda que se encontraba a una cuadra de la casa, comenzarán un noviazgo, su presión porque consiguiera pareja se había vuelto más intensa. No tenía hermanos mayores a los cuales tirarle la responsabilidad, y eso a veces era bastante agotador.

Mi andar fue haciéndose un poco lento conforme me acercaba al café, hoy no tenía tantos ánimos de trabajar como otros días. Pero, no tenía muchas opciones, con los nuevos gastos que se avecinaban no podía darme el lujo de perder mi empleo.

Al ingresar al lugar, el clásico sonido de la campana se escuchó y a mis fosas nasales llegó un fuerte olor a café recién hecho. El local se encontraba igual de concurrido que en los últimos meses y deduje inmediatamente que este día sería tan ajetreado como los anteriores.

Y no me equivoqué cuando ese pensamiento llego a mi cabeza, ya que apenas y tuve unos cuantos minutos de descanso en toda la tarde. Cuando atendimos al último cliente, solté un suspiro de alivio.

Después de terminar de ayudar a limpiar y despedirme de todos, salí del lugar. Sin embargo, no esperaba encontrarme a la persona que me esperaba afuera.

Allí estaba el chico de ojos grises y cabello tan oscuro como la noche, con ropa bastante abrigada debido al frío que había hecho últimamente. Estaba recostado en una de las paredes cerca de la entrada y pasaba su mano por su cabello de forma nerviosa.

De hecho, ahora era que notaba que su cabello estaba más largo que cuando lo conocí.

—Hey, hola —saludé.

—Hola —saludó él, mientras una sonrisa se formaba en su boca y se separaba de la pared en la que se encontraba.

—¿Cómo has estado? —inquirí, una vez lo tuve al frente de mí.

—Bien, gracias por preguntar. ¿Vas a casa? —Inquirió.

—Así es —asentí.

—Te acompaño.

Le agradecí y juntos comenzamos a caminar en dirección a mi apartamento. Estaba mucho más tranquila que hace unos minutos, volver sola a casa era algo que aún me causaba mucho temor.

Las calles comenzaban a ser menos transitadas y se notaba como poco a poco comenzaba a anochecer.

Caminamos una buena distancia en silencio, hasta que él inició una conversación entre nosotros.

—¿Cómo estuvo tu día? —inquirió, con curiosidad.

—Un poco pesado, pero no estuvo mal. Y el tuyo, ¿Cómo estuvo?

—Bien, la biblioteca estuvo tranquila.

Lo miré brevemente.

—¿Cómo llegaste ese día? —hice referencia al día en que la lluvia nos alcanzó en el parque— La lluvia no había aminorado mucho cuando te fuiste.

—La verdad, a pesar de que la fuerte lluvia pude llegar bien a casa.

Continuamos nuestro camino sin prisas.

—Sí, la lluvia no estuvo mejor los días siguientes, pero lo bueno es que ya aminoró mucho.

Asiente.

—Aún no puedo creer que la primaria que está en la avenida cinco se inundó.

—¡¿Se inundó?! —inquirí, con asombro.

La primaria se encontraba al final de la calle cuesta abajo, realmente

—Sí, aún están asiendo trabajos para recuperar los espacios en el recinto. —Lo miré brevemente.

—Qué mal, solo espero que puedan arreglarlo. Sería muy triste que un lugar así se perdiera —comenté algo desanimada.

—Conozco a alguien que está trabajando de voluntario en ese lugar, él es el que me lo ha dicho... también me dijo que ya están reparando todo, pronto los niños podrán volver a estudiar. —Asentí más calmada

Cuando estaba a punto de responderle el comentario, choqué abruptamente contra un pecho masculino. La otra persona estaba caminando mucho más rápido que yo, así que por inercia retrocedí varios pasos y Arthur tuvo que sostenerme. Creo que si él no hubiese hecho eso hubiera caído al suelo.

—¿Estás bien? —inquirió Arthur, con voz suave, cerciorándose de que no me hubiera pasado nada.

—Sí, yo... estoy bien.

—Yo también estoy bien, gracias por preguntar —murmuró una tercera voz, metiéndose en nuestra conversación.

Cuando pensé que mi vida estaría mucho más tranquila, era cuando todo se volvía un caos. Pará este punto, creía que el autor de mi vida conspiraba contra mí y me autosaboteaba.

Decía todo esto porque la persona que se había chocado contra mí era nada más y nada menos que Derek, su aspecto era el mismo de siempre, vestía con ropa cara que había visto de lejos en tiendas de marcas reconocidas y sus accesorios era aún más caros que el resto de su ropa.

Era un niño rico.

Cuando Arthur se aseguró de que podía mantenerme de pie y de que ya no me tambaleaba, me soltó regresándome mi espacio personal, se posicionó a un lado de mí y rompió el breve e incómodo silencio que se había formado entre nosotros.

—En todo caso, amigo —hizo énfasis en la palabra "amigo"—, por quien habría que preocuparse sería ella, ya que casi haces que caiga —en su rostro había una sonrisa torcida y por su lenguaje corporal deduje rápidamente lo tenso y que esta situación no era de su agrado.

Al oír su respuesta, la expresión de Derek fue de incredulidad, aunque intentó camuflarlo sonriendo y pasando su mano por su cabello. Yo conocía bien ese gesto, solo hacía eso cuando estaba nervioso, parecía que no creía que Arthur estaba dispuesto a defenderme y enfrentarlo.

—¿Y tú eres? —inquirió, tajante.

Fue cuando decidí que ya era momento de intervenir.

—Ese no es tu problema —espeté, con molestia palpable en mi voz.

—Mmm, yo creo que sí. ¿Ya le has dicho de nosotros? —inquirió, maliciosamente. Se notaba que sus preguntas estaban hechas con malas intenciones.

Ahora era cuando me preguntaba, ¿Cómo había podido salir con alguien como él y aguantarlo por todo ese tiempo?

—Sabe lo justo y lo necesario —murmuré—. ¿Qué me dices de ti?, ¿ya le contaste a la chica del parque lo idiota que puedes llegar a ser en una relación?

Ante mi respuesta, su rostro se descompuso por la incredulidad y sin esperar lo que sea que estuviera por decirme, tomé la mano de Arthur para comenzar a caminar con un andar apresurado.

Así que, en menos de lo que imaginé, ya nos encontrábamos en el Lobby de mi edificio.

—Ven, hay que subir —dijo él, yo asentí de acuerdo con sus palabras.

Mi estado de ánimo había decaído debido al encuentro que había tenido, era notorio que no me sentía bien. Así que, en el ascensor, el silencio entre nosotros no fue algo que me sorprendió.

Cuando ingresamos a mi apartamento, dejé mis cosas en el mostrador de la cocina y seguido de eso, tome asiento en el sofá. Arthur copió mi acción y se sentó a mi lado. Intentando no seguir pensando en nada que fuera negativo, encendí la televisión.

—Oye... —hablé rompiendo el silencio— perdón por... el mal rato de hace unos minutos.

Él sonrió de lado.

—Está bien. No fue tu culpa. —No pude evitar sonreír.

Nuevamente, nos invadió un silencio que no era incómodo como el de minutos anteriores.

—Brisa... —me llamó rompiendo el silencio— hay algo que aún no te he dicho.

Ante sus palabras, no pude evitar mirarlo intrigada e hice un ademán para que continuara hablando.

—¿Recuerdas la vez que me mencionaste que no me cerrara a la hora de conocer personas? —inquirió, con interés. Asentí en respuesta, recordando el día que estuvimos en el parque.

—Conocí a alguien. —La sonrisa que tenía en su boca se ensanchó, dejándome ver su bonita dentadura. No pude evitar que la emoción creciera dentro de mí.

—¡En serio! Eso... eso es genial.

Sabía cuanto le había costado hacer amigos y conocer a personas nuevas, así que esta noticia me había hecho muy feliz.

—Así es, ella... ella es una persona agradable.

Ante esa oración, mi sonrisa titubeó por un segundo, más logré mantenerla y que él no se diera cuenta.

—¡Estoy... feliz por ti, Arthur!

Pero, ¿por qué no lo sentía?

¿Por qué no me hacía verdaderamente feliz que él conociera a una persona nueva... o a una chica nueva? Aún no lo sabía.

Solo pude soltar un suspiro por lo bajo, y volver a poner mi atención en lo que sea que estuvieran pasando en la televisión.

La conversación murió y yo no hice mucho para revivirla nuevamente el tiempo que Arthur decidió quedarse a ver la película, exceptuando los momentos en los que él hacía alguno que otro comentario sobre lo que sucedía en la pantalla.

En algún momento de la tarde, recibió una llamada y cuando la terminó dijo que no podía quedarse alegando que su padre lo necesitaba para cargar unas cajas en la librería. Yo asentí en respuesta y me despedí de él con un beso en la mejilla que lo hizo sonrojar e irse nervioso de mi apartamento.

Por la breve cercanía que tuvimos, me llegó ese particular olor de su perfume, lo había percibido anteriormente cuando me había abrazado y cuando dormimos juntos. Me gustaba mucho esa fragancia.

Estando sola, fue que cambié mi ropa, cené y me acosté boca arriba sobre mi cama para pensar mejor en este día. Sin embargo, por más que intentará relajarme, las palabras de Arthur se repetían en mi mente una y otra vez, como si estuvieran grabadas. Y yo no entendía por qué le daba tanta importancia a algo que no lo tenía, al menos no al punto de dejarte con insomnio hasta las dos de la mañana.

Estás pensando mucho las cosas.

Sí, eso estaba muy claro, y aún no entendía el porqué.

No dormí mucho esa noche, así que no me extrañaban las miradas preocupadas que me daba mi amiga cada tanto. No había podido disimular estas horribles ojeras ni con el mejor maquillaje del mundo y mi cara de mal humor era algo que tampoco intentaba disimular.

De forma repentina, Nakia metió de golpe, en el carrito de compras, las cosas que traía en sus manos. Con la fuerza que había empleado, estaba deseando que no se hubiera quebrado ningún huevo.

—¡Ya dime! ¿Qué demonios te sucede? —espetó en un tono irritado.

—Nada sin importancia. —Mentirosa.

La mirada que me dedico me había dejado muy en claro que no me creía.

—Brisa, has actuado muy extraño toda la mañana. Esto no está bien, tú no estás bien, y ¿En serio crees que estoy conforme con esa respuesta mal disimulada?

Suspire sonoramente, solo había una cosa que iba a calmarla.

—Bien, te contaré todo, pero no aquí. Vamos a mi casa o aun café.

Ella asintió satisfecha, mientras comenzaba a empujar el carrito de compras en dirección a la salida.

Momentáneamente, esas palabras bastaron para mantenerla tranquila el tiempo que duramos en el supermercado, pero en cuanto estuvimos en el apartamento, ella comenzó a bombardearme con preguntas y ni me daba tiempo para responder cuando ya tenía otra nueva pregunta.

Al principio me costó un poco desahogarme, hasta que llegué a un punto en el que parecía una adolescente en medio de una crisis emocional. Sin embargo, ella no se quejó en algún momento de mi vómito verbal de incoherencias, solo escucho atentamente y cuando estuvo lo suficientemente segura de que ya no tenía nada más que decir, ella llegó a una rápida conclusión que me generó muchas dudas y me dejó incrédula. Principalmente, porque era algo que no se me había venido a la mente.

—Brisa, ¿Te gusta Arthur?

En respuesta, negué con la cabeza comenzando a mencionar razones por las que no podría gustarme alguien, sobre todo Arthur.

>>¡Te gusta!—insistió.

—¡Que no! —espeté.

La sonrisa que tenía, desde antes, se ensanchó.

—Eres muy obvia amiga, ¡admítelo!

Pero, antes de que pudiera decirle algo más, el sonido del tono de mi celular interrumpió nuestra conversación, tal vez esto le había dado la ventaja de tener la última palabra, pero era la escusa perfecta para dejar la conversación de lado y escapar de la situación a la seguridad de mi habitación.

Había sido salvada por la campana, literalmente.

Al mirar la pantalla de mi celular, pude notar que el sonido de las notificaciones que decía a que había sido etiquetada en una publicación de Instagram.

Al presionar en la dichosa notificación, lo que me mostró la pantalla me dejó impactada y sentí como la piel se me erizaba. Eran las fotografías que le había regalado del día del parque, pero lo que más me llamaba la atención era que estas habían sido enmarcadas pulcramente y se encontraban adornando un mueble.

En la primera estaba inmortalizado el panorama que se veía desde una de las colinas del parque, la segunda mostraba un cielo azul intenso parcialmente nublado y la última fotografía, era la que él me había tomado a mí.

En mi rostro la expresión de asombro era muy evidente, me había tomado bastante desprevenida este pequeño detalle.

—Y después dices que no te gusta, tienes una sonrisa de boba en tu cara —murmuró mi amiga, a mis espaldas. De hecho, estaba justo parada detrás de mí.

¿Cuándo había entrado aquí?

—¿Cuánto llevas allí? —susurré, bloqueando el celular y alejándolo de su vista.

—Lo suficiente. Tienes que decirle amiga, no puedes callar para siempre.

—No lo haré, ni siquiera sé lo que siento por él. No voy a arruinar lo que tenemos por mi confusión —comenté, decidida.

—Necesitas aclararte —murmuró, acostándose en mi cama boca arriba.

A diferencia de ella, tomé asiento en una esquina.

—Ya lo sé. —Solté un suspiro.

—Dios, esto sí, es drama y aún no son nada, no me imagino cuando estén juntos —susurró ella, como para sí misma.

—Solo somos amigos —resalté.

—¿Y qué les impide ser algo más que eso? —inquirió, dejándome pensativa por unos segundos.

—No lo sé, creo que el hecho de que él siempre buscó una amistad.

—Puede ser, pero no sabes si eso ha cambiado, yo le preguntaría si ha pensado en iniciar de nuevo, tener una relación o algo.

Mi ceño se frunció ante sus palabras.

—Eso es lo que tú harías, Nakia, pero yo no. Adicional, él acaba de terminar una relación, no creo que en sus planes esté el iniciar otra... al menos no tan rápido.

Ella tomó asiento en la cama y me miró fijamente.

—¿Qué pierdes con preguntarle? —inquirió.

—Si me rechaza: la dignidad.

Ella soltó un suspiro, se notaba que comenzaba a frustrarse.

—No te cuesta nada, solo te digo que aclares esa incógnita. Es todo. —Se encogió de hombros, como para restarle importancia a sus palabras.

—Viéndolo así, tal vez lo haga.

Ella sonrió victoriosa y asintió.

Dios, solo deseaba no arrepentirme luego.

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