mala suerte


Segundo capítulo: mala suerte...

El sonido del agua ondulando en el aire llegó ese fatídico día hasta mi tímpano, como cada día de entre semana, a las seis de la mañana, produciendo el consecuente abombamiento de la membrana que a su vez transmitió, también como cada mañana, ese sereno sonido hasta mi cerebro en forma de estímulo auditivo. Apagué la acuática alarma del móvil. Tras quedarme en la cama unos segundos más de los que mis obligaciones laborales me permitían, me pareció escuchar una voz en mi habitación. Me incorporé algo sobresaltada, pues provenía del armario empotrado de enfrente de la cama. Todo era quietud y estaba en penumbras, por lo que mi agudeza auditiva era casi perfecta. Aquella voz parecía de mujer, era aguda, aunque no supe en un primer momento determinarlo con total exactitud. Mi marido dormía plácidamente en la cama. Él entraba a su trabajo mucho más tarde que yo y llevaba a los niños al colegio.

- Debes cambiar de alma porque la que tienes no vale una mierda ni para mí.

Yo no daba crédito. Habría dormido diez minutos más, estaba cansada. El día anterior había salido tarde del hospital. Nunca en mi vida había tenido ninguna experiencia extraña, sobrenatural o que desafiara la lógica o la racionalidad, nada parecido. Estoy cuerda, lo puedo asegurar, y por eso mismo me asusté tanto al escuchar nítidamente, aunque a un volumen muy bajito, aquella extraña voz susurrante diciéndome algo tan perturbador. Aunque no me importaba tanto el contenido de lo que escuchaba, sino el hecho en sí de escucharlo. Pensé en una alucinación auditiva ya que comprobé en dos ocasiones que dentro de aquel armario, no había nadie. Solo algo. Había un libro con una portada extraña. Un ejemplar que no recordaba haber comprado. Pensé que sería de Peter. Lo saqué del armario y lo puse en la mesita. Parecía interesante y a pesar de que era un tanto extraño, pues su tacto era como si tocara piel caliente de un ser vivo, ya no me fiaba de mis percepciones. El libro tenía por título: son solo palabras. Pensé que sería de poesía, pero al abrirlo vi aquella frase escrita en la primera página: debes cambiar de alma porque la que tienes no vale una mierda ni para mí.

El corazón me dio tal vuelco en el pecho que me dolió el esternón y me subió una especie de opresión hacia el cuello y la parte de atrás de mismo, por la nuca ¡Nunca he creído que los hombres tengamos alma! Mi pensamiento científico me impedía creer en nada de esto. Para mí, todas esas explicaciones y experiencias místicas son pura superstición, ese pensamiento mágico y primitivo del que hablan los psicólogos y que se da en civilizaciones avanzadas tanto o más que en los grupos tribales o culturas arcaicas poco desarrolladas. Y por eso mismo aquellas palabras no tenían relevancia para mí. Era algo absurdo. Pensé que el estrés me había hecho alucinar. Simplemente.

Pero que aquel libro comenzara sus páginas con aquella misma frase. Eso era algo completamente inesperado para mí. Desperté a mi marido.

- ¡Peter, Peter, Peeeter... ¿este libro es tuyo?

- ¿Eh? ¿Qué? No sé qué me dices...

Mi pobre marido entreabrió los ojos a duras penas para ver aquel libro de tapas negras y tacto aterciopelado y cálido entre mis manos. Lo puse sobre su rostro, y le increpé:

- ¿De dónde ha salido esto? - Me sentía enfadada con él, y no sabía muy bien el origen de mi enfado- ¡Es asqueroso, míralo!

- ¡De que me hablas, no sé de dónde ha salido eso joder! -encendió la lamparita, lo tomó en sus manos y lo toqueteó por todos lados, parecía gustarle el tacto, y no me extrañaba que así fuera pues su semejanza a una piel suave humana impactaba emocionalmente al acariciarlo- ¡no sé, mío no es te lo puedo asegurar! ¿Dónde estaba?

- Dentro del armario...- dije un tanto extrañada y muy asustada, porque pensé en mis hijos, que eran los únicos que podían haber traído ese libro a mi casa-Escucha, si no es tuyo, los críos igual lo han cogido de algún lado, no sé, pregúntales luego... ¡Tengo que irme a trabajar!

- ¡Vaaale...!

Y esas fueron sus últimas palabras antes de tirarse a la cama con el libro entre sus brazos para quedarse dormido en un santiamén.

Me duché, me vestí y me fui al hospital.

Nunca más los volvería a ver con vida, Peter mató a mis dos hijos y después, se suicidó...



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