8




Una sola canción más de pop pegajoso y Sara le anunciará a Violeta que se larga a pegarse un tiro. Una sola más. Solo una y la dejará tirada entre esos tiburones acechantes que las miran de reojo, se susurran cosas al oído y fingen que no están siendo cantosos a la hora de «disimular» al lado de alguien famoso. Sara tampoco se termina de acostumbrar a que Violeta sea famosa. Carol y Hakim se quejan de vez en cuando y ella los suele llamar exagerados. Pero desde la otra punta del mundo es mucho más fácil relativizar los problemas de los demás. Ahí, en medio de una pista de baile gigante, a solas con Violeta y una botella de refresco que ni ha elegido, no entiende cómo Ian ha sido capaz de pasar tanto tiempo de relación con alguien como Violeta. Si a ella la vigilaran por el rabillo del ojo cada vez que sale, como están haciendo en ese preciso momento, se volvería loca.

Sara tuvo su momento de gloria. Se convirtió en la fuente más solicitada para hablar del fenómeno de los caníbales, distribuyó las fotografías de Marina sin ningún tipo de pudor; escribió columnas e incluso fue a la radio para hablar de su «aventura» en el barrio que habían aislado, cagados de miedo por si se extendía y las expectativas irreales de una película de acción se volvían realidad. Pero fue una fama efímera. Sara lo sabía, por eso la aprovechó al máximo. Nadie quiere hacer famosa a alguien que llega para hablar de cómo se murió su hermana, de cómo llegó a un ambulatorio lleno de gente incapacitada y abandonada a su suerte. Era como el ángel de la muerte. En cuanto la sociedad volviera a la normalidad y se olvidara de la pesadilla de varios días que se provocó en la ciudad, Sara volvería al anonimato. Contaba con ello.

Con algunas consecuencias también contaba. La oportunidad de Hakim para sacar adelante su idea de negocio, que en otras circunstancias habría sonado ridículo de no ser por la medida excepcional de aprobar leyes a la carrera en medio del caos. El Parlamento llevaba tres años debatiendo sobre los tintes «dictatoriales» que supuso aprobar la legalización de la marihuana para combatir los últimos coletazos del krokodile. Los partidos de derecha querían derogarla de la misma forma que se aprobó. Hakim seguía enviándola empaquetada, por mensajería, sin ningún tipo de pudor más que el añadir conceptos de casi coña a sus clientes por si todavía sus padres les revisaban el correo. También se había expandido al CBD, por un consejo oportuno del grupo de amigos después de la última votación de derogación, que no salió por los pelos.

Con lo que nunca nadie contó —ni siquiera ella misma— fue con que a Violeta todo le saliera a pedir de boca en el mismo plano en el que al resto todo le salía mal. Para ella, ese apocalipsis de marca blanca solo supuso mejorías. Dejó de ser una estudiante de Derecho profundamente infeliz, sin amigos y llena de traumas. El destino le colocó primero a Carol en su camino, después a Eugenio y a Sara, luego a Marina, más tarde a Ian y por último, aunque le fastidiara admitirlo, a Rosa de nuevo. No es que Sara considere que Rosa Carrasco sea una madre ejemplar, pero tuvo los ovarios de remover cielo y tierra para encontrar a su hija. También el dinero y la influencia para chantajear a la Policía y al Ejército, para presentarse en el lugar adecuado y el momento adecuado. Nunca habían hablado a Violeta sobre lo conveniente de su aparición, porque si todo el mundo se aprovechaba de los enchufes y el tráfico de influencias, Sara no se iba a quejar por haber sido una beneficiaria más de la corrupción del país en un momento en el que su vida estaba en juego. La realidad era que sin Rosa Carrasco y por qué no decirlo, sin Eugenio Morales, puede que no hubieran salido de esa autopista cortada. Puede que hubieran recibido todos un tiro en la cabeza. Violeta no podía huir de la realidad y quizás por eso intenta cortar relación con su madre de una forma amable.

Por supuesto, tampoco contaban que otra de las consecuencias de aquel caos absurdo fuera que Violeta ganara tantos seguidores como para poder permitirse abandonar la carrera que no le gustaba y dedicarse a ello una vez que la gente la había descubierto y tenía la atención de un gran porcentaje de los morbosos. Eso no hizo más que confirmar la teoría de Sara sobre la irrelevancia del talento. En cualquier cosa que se haga no se necesita calidad, porque el ser humano, mediocre por naturaleza, se traga cualquier bazofia que se le presente delante de las narices, siempre y cuando no tenga que suponerle ningún esfuerzo. Lo único que se necesitan son los recursos para conseguir la atención necesaria y mantenerla. Violeta lo tenía todo. Incluso un esclavo que trabaja prácticamente gratis en nombre del amor.

Aunque parecía que por fin había abierto los ojos y por eso le tocaba a ella ser el florero esa noche. Fingir que todas esas canciones de pop no le daban asco. Dios sí que debía de existir, porque no pusieron una canción más de pop pegajoso. Pasaron al reggaeton. Que Sara también odia, pero no le molesta tanto como las divas del pop prefabricadas. Demasiado parecidas a las artistas que le gustaban a Marina.

—¡Deberíamos fingir que nos estamos divirtiendo! —Violeta está nerviosa. Sara supone que es porque cree que no sabe hacer bien su trabajo. Da igual la cantidad de veces que le digan que nació para ser influencer, sigue teniendo la autoestima en el inframundo.

—¿Cómo fingir? ¿No te estás divirtiendo conmigo?

—¡No es eso! ¡Claro que sí! Eres una de mis mejores amigas... —Violeta carraspea, no cree que deba decir esas cosas a partir de ese momento—. Pero es que tienes cara de haber chupado un limón.

—¡Estaba pensando!

—¿Sobre qué?

—Cosas mías.

El corte que le ha metido a Violeta no ha sido aposta. Es la pura verdad. No hacía más que pensar. Cada vez que se acercaba a la ciudad donde nació, la ciudad que mató a sus padres, a su hermana, a toda su familia... pensaba. Odia pensar, porque le da dolor de cabeza. Cuando saca fotografías no tiene que pensar. Otro ejemplo más de que no se necesita talento para trabajar. Con pulsar el botón las suficientes veces como para que la estadística esté de tu parte y al menos una de las fotografías se pueda vender, suficiente. Además, siempre suelen gustar las que a Sara no le gusta  o considera teóricamente incorrectas. Pero Sara debe de ir al revés del mundo en casi todo, porque las fotografías que a ella no le gustan siempre son las que terminan triunfando. Aprendió a no borrar nada del archivo hasta que no estaba todo el pescado vendido cuando se percató de ello. Y empezó a ganar más dinero. Tanto como para permitirse coger un billete de avión desde el lugar que fuera para plantarse en una discoteca llena de pijos y celebrar que su hermana la había abandonado hacía tres años.

Puede que Marina fuera insoportable, que tuviera un gusto de mierda, que sus expectativas de futuro fueran lamentables y sus ideas sobre el amor ridículas, que disimulara fatal sus problemas de salud mental y no moviera ni un dedo por solucionarlos. Pero era su única familia y la abandonó sin avisar. Se murió antes que ella, cuando Sara estaba convencida de que Marina sería la heredera, porque ella no llegaría a los treinta. Y ahí estaba. Acercándose lenta pero inexorablemente a los treinta. Sola.

Un grupito de chicos más jóvenes que ella se ha acercado. Parecen tímidos. Violeta todavía no se ha dado cuenta, así que Sara se limita a mirarlos con la cara más hostil que puede conseguir en ese momento. Los intimida, pero sus ganas de famoseo les puede. Uno de ellos le toca el hombro a Violeta y le pregunta si puede sacarse una fotografía. Como si pensara que Violeta podía negarse y estaba ahí por decisión propia, para divertirse.

—¿Te importa? —Una chica le tiende su teléfono móvil a Sara. Todos los del grupo quieren salir, no quieren sacrificarse para sacar la foto.

—¡Claro, si es fotógrafa! ¡Seguro que nos va a sacar guapísimos!

Sara reprime una mirada fulminante hacia Violeta. Apoya su botella de refresco en el primer sitio que encuentra y acepta el teléfono sin rechistar, mientras el grupito intercambia palabras triviales con Violeta, que se ríe más alto de lo normal y se convierte en una persona totalmente distinta. Lo sabrían si la conocieran.

—¿Y no está Ian? —pregunta uno de ellos después de que Sara les sacara como cinco fotografías seguidas «por si alguna no les gustaba».

—Sí. —Violeta se envara al momento—. Está por ahí.

—¡Jo, qué guay! Me cae superbien. Es supermajo. Tienes mucha suerte de tener un novio como él. —La más joven mira a Violeta con los ojos brillantes. Sara apostaría que en ese momento acuchillaría a Violeta si a cambio le prometieran poder suplantar su identidad.

—La verdad es que sí. Es un cielo —dice Sara, para sacar a Violeta del entuerto. Se ha quedado muda. A su amiga se le da genial ser una falsa, pero fatal mentir de frente. Justo al contrario que Sara—. Está con el resto de amigos por ahí, si le veis pedidle una foto, decidle que vais de parte de Sara.

—¿Y tú quién eres?

—Una de mis mejores amigas —responde Violeta muy rápido, antes de que Sara la cague. Ya sabe cómo terminan las cagadas de Sara y no tiene cuerpo como para aguantar tantas emociones seguidas.

—¿Nunca has salido en el canal de Violet?

—No. No vivo en España.

—¡Ah! Me gusta tu pelo. Podías salir alguna vez, haciendo algún tag o jugando con ella. Siempre salen chicos en tu canal.

Sara le dedica una sonrisa maliciosa a Violeta. Carol siempre se negó a salir. Tiene miedo escénico. En su lugar, Hakim adora participar en cualquier tontería que le proponga, Ian es un recurrente e incluso Charly ha salido haciendo el tonto.

—Gracias por la sugerencia. La apuntaré para poder mejorar.

—Gracias por la foto, chicos. Tenemos que ir al baño. —Sara tira de Violeta sin miramientos. No es tan tonta como para ver que tenían intenciones de acoplarse a ellas el tiempo que les permitieran, que si dependía de Violeta, sería toda la noche. Estaba de acuerdo en que quisiera cumplir con su contrato, pero Sara estaba segura sin falta de leerlo que ninguna cláusula le exigía que se hiciera amiga de cualquier persona random que se les quisiera acoplar.

—¿Quieres ir al baño de verdad o solo es una excusa? —le pregunta Violeta cuando se han alejado lo suficiente como para que pueda preguntar sin temor.

Sara la mira de la misma forma que miraría a la persona más estúpida del planeta.

—¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí? ¿No podemos volver con los demás? Ya te has sacado fotos con la gente.

—Solo un poco más.

—¿Cuánto es un poco más? —Se cruza de brazos, cansada. Le duelen las piernas, empieza a notar el cansancio del viaje con retraso.

—Vamos a bailar un poco.

—¿Qué?

—Me... —Violeta se sonroja con tanta intensidad que Sara es capaz de verlo aun con la poca iluminación del local— ... sale en el contrato.

—¿En serio? —Violeta asiente con la cabeza. Sara resopla—. Eres su puto mono de feria, Violeta. Espero que te paguen bien.

—Me pagan bien. Podría irme de viaje contigo si quisiera con lo que me van a pagar esta noche.

«Pues te irías sola», piensa Sara. Pero no contesta, porque todavía no se lo ha dicho a nadie y no quiere que Violeta sea la primera persona que se entere. No confía en que guarde el secreto. Es como un perrito entusiasta. Si se alegra mucho, tiene que contarle a todos el motivo por el que está feliz. Para escaquearse de responder, se acerca a Violeta y la abraza. Nota que la pilla desprevenida.

—Bailamos esta y nos largamos —le dice al oído. Suena más como una amenaza.

—Va-vale.

Violeta no desaprovecha la oportunidad, se cuelga del cuello de Sara para balancearse con ella sin ningún tipo de ritmo. Se encuentra en una nube. El estómago le da vueltas. Ni siquiera se da cuenta de que algunos de los presentes las miran con curiosidad. Pero qué importa. Son amigas. Las amigas se abrazan, porque se quieren. Es todo un alivio que la sociedad relacione las muestras de afecto con debilidad femenina.

Abre los ojos. Se detiene tan de golpe que tropiezan ambas.

—¿Qué pasa ahora? —Sara mira a su alrededor, en alerta total, como si nunca hubiera tirado al suelo esa pequeña hacha de ferretería.

Ian está a escasos metros, pero hay tanta gente entre ellos que se camuflan bastante bien. Félix y Charly también están, algo secundario para Violeta.

—Ian está detrás de nosotras.

—¿Y qué pasa? ¿Por qué me lo estás diciendo como si fuera algo terrible?

—Están con varias chicas.

—¿Y?

—Sara. —Se despega de ella. No entiende por qué no llega a la conclusión que debería—. Es obvio que están ligando.

—Mejor, a ver si así Charly me deja en paz.

—Sara. Ian está ligando.

—Ian está soltero, ¿no? Puede hacer lo que le dé la gana.

La vergüenza recorre el cuerpo de Violeta. Se siente estúpida por creer que Sara le iba a demostrar apoyo incondicional aunque no tuviera razón. Eso es más bien cosa de una M.A.P.S. y su M.A.P.S. no está con ella, ni estará. Sara es una de cal y otra de arena. Jamás daría su brazo a torcer por nadie. No si piensa que no tiene razón. Se lo diría. Cuando se trata de confiar en ella para pedir consejo, es una ventaja, porque nunca edulcora nada. Pero en situaciones como esa...

—Se supone que nadie sabe que lo hemos dejado —dice, enfadada y con ganas de llorar—. La gente estará pensando que me está poniendo los cuernos.

Es obvio que no le ha molestado por eso, pero Violeta está muy orgullosa de que se la haya ocurrido un argumento tan lógico delante de Sara.

—¿Crees que lo van a reconocer?

—Claro que sí. Esa chica le está rondando porque es Ian, no porque le gustara. Si fuera desconocido no le habrían hecho ni caso. ¿Tú le harías caso a Ian?

—Partiendo del hecho de que los tíos no me van...

«Mentirosa», piensan las dos a la vez.

—Bueno, me entiendes.

—Sí. Vale. Es una putada. Pero yo qué sé. Ian no es mal tío. Está borracho. Seguro que ni siquiera se ha dado cuenta de eso.

Claro que se ha dado cuenta. Violeta cree que lo hace aposta. Pero no puede decírselo a Sara. Se le han quitado las ganas de «cumplir con su contrato». Quiere ir a llorarle a Carol y Hakim, que son los únicos con los que puede ser sincera, de momento.

—Vámonos. No quiero verlo.

—Genial. Sí. Vámonos.

La primera en llegar al reservado es Violeta. Le cuesta mucho aguantar las lágrimas. Sus impulsos más instintivos es llorar porque Ian está ligando con otra en mitad de la discoteca. Pero también le importan los argumentos que le dio a Sara. Odia estar expuesta a la gente. No quiere abrir sus redes sociales principales. Seguro que ya hay fotografías de Ian y esa chica, nombrándola, para que Ian dé explicaciones. Como si fuera un favor, como si fueran la Policía de VioletBauregarde y les tuviera que dar las gracias por entrometerse en su vida.

—¿Y a esta qué le pasa?

Carol y Hakim se separan. No se han movido del sofá más que para rellenar sus copas. Están bastante perjudicados, pero no tanto como para que eso les impida darse el lote.

—¡Mira! —Violeta no aguanta las lágrimas. Sentirse a gusto con sus amigos significa que sus escudos se derrumben. Señala en dirección a Ian.

—¿Qué tenemos que ver? Voy demasiado ciego como para ver tan lejos, Violeta. —Hakim entrecierra los ojos hasta que se convierten en rendijas.

—Ian está ligando con un grupo de chicas. —Sara les facilita el trabajo antes de sentarse a su lado en el sofá—. ¿Dónde está Diego?

—Fumando, ¿por qué? —pregunta Hakim, muy interesado.

—Porque volveremos igual que vinimos y no quiero pagar un taxi sola. —Sara se encoge de hombros. Violeta la está poniendo nerviosa. No para de dar vueltas alrededor de la mesa donde están las bebidas.

—Podrías venir con nosotros, para uno más habría sitio.

—Ah, bueno. Pues también.

—Violeta, relájate. —Carol se levanta a trompicones para agarrar a su amiga de la cabeza—. Sé que jode, pero tampoco te amargues.

—No es eso. Es que nadie sabe que lo hemos dejado. No lo hemos dicho. La gente se estará pensando que me está poniendo los cuernos.

La pareja abre la boca sorprendida. No habían pensando en ese detalle.

—Vale, hay que ir a decírselo.

—Yo no pienso ir. —Violeta se cruza de brazos.

—Yo menos si está Charly por ahí.

—Yo voy demasiado ciega como para llegar viva hasta donde estén. Ni siquiera los veo.

Las tres chicas miran a Hakim.

—¿Qué pasa?

—Son tus amigos.

—Venga ya...

En ese mismo instante, Diego se abre paso entre la gente, mucho más calmado, después de haber fumado cuatro cigarrillos, uno detrás de otro. Y pensar en su siguiente movimiento con Sara.

—¿Qué pasa? —pregunta extrañado. Hay cuatro pares de ojos mirándoles.

—Tú eres el mejor amigo de Ian —dice Carol.

—Supongo.

—Dile que deje de hacer el imbécil. —Sara es directa. Sabe que si ella se lo pide, no se negará.

—¿A qué nos referimos cuando hablamos de "hacer el imbécil"?

Sara le señala con un gesto de cabeza a Violeta. Se ha sentado en el sofá, con las manos en la cabeza. Carol ha ido a consolarla con torpeza.

—Ay, Dios... ¿Qué ha hecho?

—Según Violeta está ligando con una chica en medio de todo el mundo.

—Pero ya no están juntos... ¿no? O sea, está feo que lo haga pero...

—Solo nosotros sabemos que lo han dejado.

—Ah. —Diego suspira. Todavía no ha disfrutado del reservado ni cinco minutos. Como si Hakim le hubiera leído la mente, le pone una copa a rebosar en la mano.

—Suerte, bro. Eres su mejor amigo. Si está cabreado, a ti no te va a decir nada.

—¿Por qué iba a estar cabreado? —pregunta Diego, sin entender nada. Le da el primer sorbo a su copa—. Es un tío bastante tranquilo.

—Ah, ni idea. Es solo por si acaso. En el supuesto, hipotética situación en la que esté enfadado por algo.

—Ven conmigo.

—Qué va tío. No puedo. Yo ya no tengo polla. No puedo ir con el resto de los bros.

Si Sara bebiera un chupito de cualquier cosa por cada vez que Hakim suelta el comentario de haber perdido sus genitales a causa de pasar tanto tiempo rodeado de mujeres, estaría mucho más borracha que Carol.

—Eres un interesado —le dice Diego resignado.

—Por favor...

No se puede negar a las peticiones de Sara. En especial cuando ha perdido aunque sea solo un poco el control. Dos tragos de alcohol y en vez de fallarle la coordinación, lo que le falla es la resistencia a negarse a cualquier cosa que le pida Sara.

—Vengo ahora. —Suspira. No tiene planeado decir nada. Cogerá a Ian, se disculpará con cualquiera que sea que esté ligando con él y se lo llevará de nuevo al reservado. No es la noche en la que tendría que estar haciendo tonterías. Es la noche para el grupo, para celebrar y honrar la memoria de los que ya no están.

De Marina.

A Diego le ofende un poco que sus amigos se hayan perdido por la discoteca para irse con desconocidas. Tendrían que estar juntos. Y el alcohol no es excusa. Aunque está acostumbrado a que sus amigos hagan las cosas por su cuenta. Cree que todavía no le ha perdonado a Ian que tuviera la fantástica idea de ponerle una navaja a Violeta en la garganta, sin preguntar. Después de haberles dicho «que no se pasaran». O sí. Sí que se lo perdona. Porque gracias a él conocieron a las chicas. A la novia de su nuevo aliado. A Sara. A Violeta. De Marina no puede hablar mucho, llegó tarde para conocerla, aunque le agradece que hubiera sido de ayuda incluso muerta. También a Eugenio Morales, por qué no. Se marcha, cuadrando los hombros. Si se acuerda de lo mucho que se enfadó con los chicos aquel día por haber agredido a Sara, tendrá fuerzas para despegarlos de las chicas que hayan conocido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top