5




Ya están todos. Han inaugurado oficialmente el tercer aniversario de muchas cosas a la vez. Que se conocen. Que Marina les dejó. Que empezaron una nueva vida. Contra todo pronóstico y a pesar de lo diferentes que son entre ellos, es el tercer año que todos cumplen con la cita. Violeta, Carol, Sara, Hakim, Diego, Ian, Félix e incluso Charly. Todos se han congregado alrededor de una mesa de centro del salón de Violeta para ponerse al día y beber en casa antes de salir, porque salvo una de ellas, el resto no tiene economía suficiente como para comprarse la bebida dentro del local al que les han colocado en la lista.

—Yo nunca maté a mi hermana.

—Joder. Ya estamos. Qué poco originales sois. —Sara bebe el contenido de su vaso de chupito de un trago, mientras Carol se ríe. Nunca se cansará de hacerle la misma broma. Hasta que deje de doler—. Matas un gato a una vez y ya te llaman matagatos.

La primera vez que salió la broma en el juego del «Yo nunca», Diego se alertó. Incluso le dio un principio de ataque de ansiedad. Dejaron de jugar porque no paraba de hacer preguntas sobre el tema. El resto del grupo se lo tomó como que le parecía algo grave que Sara hubiera asesinado a Marina, así que intentaron razonar con él explicándole lo complicada que fue la situación para todos. Se habían prometido no juzgar nada de lo que habían hecho durante «el incidente». Lo que no sabían es que no era eso lo que le preocupaba a Diego.

A Diego lo que más le preocupaba era pensar que obligó a Sara a irse porque estaba seguro de que Marina ya había muerto. Si Sara la encontró viva más adelante y «tuvo que matarla» significaba que la culpa recaía sobre él, por no haber intentado hasta el final ayudarla. No se lo explicaría a nadie, por lo que siempre fingía como los demás y se reía como los demás. Para honrar la ausencia de Marina.

Puede que por eso Diego y Sara solo durmieran bien cuando descansaban juntos. Porque compartían pecado. Porque en el silencio, se sentían comprendidos. Porque, aunque nunca lo habían hablado, no lo necesitaban. Lo imaginaban y no querían enfrentarse nunca más a ese pasado en otro sitio que no fueran sus pesadillas. Cuando dormían juntos, no pensaban en ello. No compartían pesadillas. Estaban tranquilos. Asumían la culpa e intentaban seguir viviendo.

—Yo nunca he pensado que Eugenio Morales tiene razón. —El turno de Ian.

Silencio. Félix bebe. Todos le miran, horrorizados.

—¡No seáis hipócritas! Seguro que alguna vez ha dicho algo con sentido y no nos acordamos.

—Ni de coña. —Sara se cruza de brazos—. Seguro que hasta piensa que la Tierra es plana.

—Bueno, visto así... —Hakim recapacita—. Dice tantas cosas a lo largo del día que con alguna tiene que llevar razón. ¡Aunque sea que el cielo es azul!

—¿Os acordáis de lo de que fuéramos a la sierra? Ese plan tenía todo el sentido, en realidad. —Charly da una calada al cigarro. Violeta nunca ha tenido valor para pedirle que no fume dentro de casa, aunque luego su madre se queje del olor.

—De hecho, le hicimos caso. —Hakim asiente, recordándolo, después de terminar el contenido de su vaso de chupito.

—Técnicamente nunca supimos si tenía o no razón, porque no llegamos. —Sara saca la puntilla.

—Bueno, apelamos a la conciencia de cada uno. Que beba quien quiera y el resto que se ocupe el karma. —Félix resuelve el problema y da paso al siguiente turno.

—Yo nunca... —Violeta levanta su vaso menos lleno que el del resto, preparada para beber— he llorado mientras jugaba al Animal Crossing. —Bebe a sorbitos y con los ojos cerrados. Abre uno para observar al resto, que están inmóviles, en un intento de no reírse o hacer muecas de extraño. Ya conocen lo suficiente a Violeta como para saber qué hacer y qué no delante de ella—. ¿Qué? ¿Es que vosotros no lloráis nunca o qué?

—Dios, es que todo mal... —comenta Carol mientras le llena el vaso de nuevo.

Son vasos de chupito de Juego de Tronos, se los compró unos días antes de la primera vez que sus amigos fueron a su casa a beber, en concepto de inauguración del piso que se había comprado después de ahorrar para la entrada y discutir con su madre sobre su decisión. Solo había sobrevivido a esa época gracias al apoyo de Ian, su único exnovio.

—Violeta, cie... —Ian se interrumpe—. La idea es que digas cosas que tú no has hecho para que beban los demás y que pienses que los demás sí han hecho para que beban mucho —le dice, con muchísima delicadeza. Cada vez que juegan al «Yo nunca» se lo tienen que recordar.

—¡Ah! Yo nunca... —Nadie le recuerda que es una frase por turno— ... me he... ¡No! —Se esfuerza en pensar en algo en lo que ella no tenga que beber y los demás sí—. Yo nunca no me he sacado una carrera universitaria.

Sara la observa con incredulidad. Tanto Carol, como Hakim, Charly y Diego beben, en silencio.

—¿Si estoy en último año no cuenta ya? Solo me quedan las prácticas —comenta Félix.

—¡Bebe! —Diego le inclina el vaso.

Sara continúa con la vista posada en Violeta, que se arrepiente al momento de la frase que ha hecho, digna de la hija de Rosa Carrasco. Pero Sara no está mirando solo por eso.

—Bebe —le ordena.

—¿Qué?

—Bebe. Tú fuiste a la universidad, pero no acabaste la carrera. La abandonaste por el canal. No tienes ningún título, así que... Bebes.

—Mierda —susurra—. Se supone que no tendría que beber cuando la frase la digo yo.

A pesar de su metedura de pata, se siente un poco mejor. A la Violeta Buena —y quizás también la Mala— le habría causado un estrés y una tristeza sin igual pensar en ella sin unos estudios superiores. En la actualidad, le daba lo mismo. Tenía dinero, ganaba dinero, trabajaba de lo que le gustaba y no pensaba en el futuro como antes. Para las emergencias, podía echar mano de la herencia de su padre que, muy precavido, había hecho el testamento hace años, como si supiera que moriría antes que Rosa.

—Tú. —Sara le tira una servilleta hecha bola a Hakim para llamar su atención—. Rúlame uno.

—Desde cuándo soy tu sirviente. Hazlo tú.

—Desde que soy tu mejor clienta.

Hakim admite el argumento. Busca papel en su cartera.

—¿Perdona? —Charly levanta la ceja, indignado.

—¿Perdona, qué?

—¿Desde cuándo fumas? Lo dejamos todos y empiezas tú. Lo haces por joder, ¿no?

Sara pone los ojos en blanco. Le fastidia mucho tener que contar su vida. Se supone que a sus amigos les debería contar su vida para que sientan que se interesa por ellos, pero no está segura de si Charly es su amigo o solo un individuo que debe asumir con la compra del resto.

—Es solo CBD, no tiene THC, está todo bien, tranquilo.

—Es nuestra mejor cliente, a que sí. —Carol le sonríe a Hakim—. La Sara, que no ha fumado en su vida y empieza ahora como una adolescente.

—¿Y por qué? —Violeta tampoco sabía que Sara fumaba. Eso a Rosa no le iba a hacer ninguna gracia.

«¿Y a mí? —piensa—. ¿Me importa a mí?».

—Pues por qué fuma hierba la gente, Violeta. —Diego irrumpe con más énfasis del que debería—. Para olvidarse de todas las mierdas.

—A mí me parece genial que fume. Los grandes negocios empiezan cuando sus amigos los apoyan. —Hakim le sonríe por una vez a Sara sin que sea sarcástico—. De hecho, Violetita, podías dejar que te patrocinara. Seguro que todos esos niños rata que te ven me compraban.

La imagen de Violeta haciendo publicidad de CBD provoca en Carol una carcajada muy sonora.

—¿Sabes que Rosa ve todo los directos de su hija? —le dice a su novio.

—Bueno, pero a Rosa en realidad le da todo igual si produce cheles, ya lo sabes. —Ian interviene, por instinto. Sus palabras enfadan a Violeta sin motivo.

No es que quiera defender a su madre, pero le parece mal que finja tan bien que no está triste por su ruptura. Porque lo está, ¿no? Se había preparado para verle llorar, no para verle tan contento y casi borracho. De hecho, ella es la única que todavía no está como mínimo «contenta».

—Hombre, pero Rosa tendrá límites. Ya sabemos que los negros no porque soy encantador y he honrado a todos mis antepasados logrando que una facha como ella me invite a su casa en la playa, pero seguro... ¿Las lesbianas? Bua, seguro que las odia..

—Seguro que un día pilló a su marido viendo vídeos de lesbianas y desde ese día las odia. —Charly sigue con la broma de su amigo. Todos se ríen, menos Sara, que pone cara de hastío.

—Uy, Sarita, pero por qué te ofendes. Si tú ya no eres lesbiana, ¿no? —pregunta Hakim con interés. Diego se atraganta con el vaso de agua.

—Para vosotros siempre seré lesbiana. Y me ofende porque estás faltándole el respeto a la madre de una de las presentes, idiota.

—¿Quién entra en ese «vosotros»? —El tono de Carol es malicioso con ganas. Va a lo que importa, ni siquiera responde a algo en lo que Violeta está de acuerdo. Por mucho que su madre sea inaguantable, no deja de molestarle que se metan con ella.

—Todos los presentes en esta habitación. Antes me enrollo con Violeta que con cualquiera de los que estáis aquí. Sois mi anticonceptivo del día.

—Falta que nosotros queramos liarnos contigo, ¿eh? —Diego se ríe y le guiña un ojo.

—Lo mismo te digo.

Violeta se ha quedado muda, están hablando demasiado sobre ella y por fin es la primera en la lista de alguien.

—Bueno, a Violeta no la perviertas, que estamos de luto —dice Ian—. Me toca a mí. Estamos todos todavía demasiado sobrios y va llegando la hora de largarnos, así que yo nunca he follado con alguien aquí presente. —Al terminar, se bebe de un trago el chupito y le hace un gesto a Violeta—. A tu salud, guapa.

Por supuesto, Violeta se ruboriza con violencia. Prefiere beber más alcohol, para tener una excusa con la que no mirar al resto, que levantar la vista. Aunque al final, decide vigilar de reojo la mesa. Hakim y Carol beben uno del vaso del otro, con los brazos entrelazados. Charly no aparta la vista de Sara, que finge no darse cuenta.

—Es injusto. De las tres tías que hay aquí, hasta ahora dos estaban cogidas y la otra es más bollera que mi prima la del tractor —comenta Félix, indignado.

—Si quieres, Sarita, podemos solucionar ahora mismo que no hayas bebido —dice Charly con un tono de «es broma pero si quieres no».

—Yo nunca he pensado que Charly es un puto babas. —Sara se salta el turno de los demás para hablar ella.

—¡Si al final la que más está bebiendo soy yo! —dice Carol, entre indignada y divertida.

—Lo siento hermano, pero es que muchas veces te pasas. —Diego también lo admite.

—Ahora ser claro con las cosas que quieres es ser un babas, hay que joderse.

Los turnos se estiran por la cantidad de comentarios que sueltan todos entre frase y frase del juego. Cuanto más avanzan, más beben y cuanto más beben, más desvarían. Violeta es la única que ha logrado aguantar sin estar del todo borracha. Necesitan que alguien controle lo suficiente como para pedir un par de taxis que los llevara al local donde la habían contratado esa noche para que hiciera acto de presencia. Las condiciones no eran malas y le habían dejado meter gratis a todos sus amigos, además de tres botellas de alcohol que ella no pensaba probar y que eran sorpresa.

—¡Dinos ya a dónde vamos, Violeta! —Ian tira de su brazo mientras ella pide los taxis desde una aplicación de su teléfono.

—Es sorpresa —comenta. Le da miedo que les parezca un sitio de pijos o de frikis o de cualquier cosa, que no les guste y la dejen sola.

—¡Eso es que es un sitio caro! —dice Carol, agarrada del brazo de Sara.

—Cuidado con acercarte demasiado a mi novia. —Hakim apunta con un dedo acusador a Sara, que lo mira con cara de estar pensando que es imbécil.

—Voto por coger nosotras un taxi y ellos que se apañen.

Durante un momento, a Violeta no le parece mala idea. Si piden una furgoneta, entran los cinco y ellas tres podrán tener un momento de paz.

—¡Yo voy con vosotras! —Hakim levanta la mano—. ¡Ya no tengo polla!

—¿Qué? —Félix parpadea, mientras se termina una cerveza.

—Ya no tengo polla, tío. Desde que me hablan de sus mierdas menstruales y me piden consejos amorosos me he convertido en una más. Os he fallado como bro.

—¿Violeta te ha pedido consejos amorosos por mí alguna vez, tío? —le pregunta Ian.

—Sí, tío. Lo siento. Soy un traidor.

—¡Hakim! —Carol le da una codazo. Violeta no tiene aire que respirar.

—A ver, tranquilos. Me lo supongo. No creo que quedéis para rezar.

—Pero todo lo que le digo es que eres un chaval excelente, ¿eh? Todo bueno.

—Dios, es que eres gilipollas. —Sara se lleva una mano a la cara—. ¿Cuánto queda para que vengan los taxis?

—Es que todavía no sé cuántos pedir. ¿Cómo nos organizamos?

—A ver, yo voy en uno y tú vas en otro para que hables con tus amigas cómo me he portado. —Ian le quita el teléfono de la mano a Violeta, decidido a pedir dos. Sus palabras hacen que la poca bebida que ha ingerido se vuelva hasta su garganta—. Al matrimonio lo ponemos juntos, ¿no? ¿Con quién queréis venir? ¿Con papá o con mamá? —les pregunta a Hakim y Carol, que no le hacen caso porque se están besando.

—¡Iros a un motel, joder! —grita Charly.

—Llévate a Charly —susurra Violeta.

—Es el nuevo Eugenio o qué. Me cargáis siempre las mierdas a mí. Siempre me cargas las mierdas. Al chiflado, al Charly, que modere, que convenza a tu madre para que te deje teñirte el pelo, para que te deje irte de casa, para que no venga a casa, para que no denuncie a nadie... —Suspira. Se ha quedado sin aire.

—Lo siento... —Sus palabras han hecho más daño del que pensaba a Violeta. Los dos han terminado por cerrarse en una conversación demasiado personal para el ambiente que hay.

—Da igual. No quería decir eso, voy cieguísimo. Casi ni leo el móvil. Voy con Charly.

—Yo voy con la Sara. —Diego ha puesto la oreja—. Alguien le tiene que rular su CBD.

—No iba a fumar más, ¿eh? Es por ansiedad.

—¿Te damos ansiedad?

—Sí. La verdad.

—Pues voy contigo para darte más ansiedad. —Diego tiene muy claro cómo quiere ir.

—Quiero ir con Hakim y Carol. —Violeta se acerca a sus amigos, a los que no parece importarles ni lo más mínimo que tienen que llegar a un local en menos de media hora por contrato.

—No hay taxis grandes disponibles.

Violeta no sabe en qué momento Sara le ha cogido el teléfono. Admira que se maneje tan bien a pesar de lo que ha bebido. Cree que es una maestra en fingir.

—Tenemos que llegar a la una, se lo prometí al dueño.

—Bueno, pues pido uno ya. Vas con Cosmo y Wanda, que son unos pesados y me hacen daño a la vista de lo mucho que se quieren.

—¿Y tú?

—Charly, Félix e Ian que vayan en otro y yo me quedo con Diego en otro.

—Pero así tenéis que pagar más —comenta Félix.

—Da igual —responden los dos a la vez.

Sara carraspea.

—No nos vamos a quedar pobres por gastar más que vosotros en un taxi —explica Diego.

Carol los mira, en silencio. Sara sabe que está enviándole energías telepáticas. La interrogará en cuanto tenga ocasión y no podrá librarse de ella. Se apunta pensar en excusas plausibles. También se pregunta, en su estado de máxima sinceridad, por qué esconderse.

—Pero alguien tiene que cerrar... —Violeta alza las llaves de casa.

—Trae. —Sara se las quita—. Diego y yo nos hacemos cargo de cerrar.

—¡Espera, espera! No lo haréis aposta para quedaros aquí y liaros, ¿eh? —Charly se acerca a ellos. Se coloca en medio, pasando un brazo por encima de los hombros de cada uno.

—Charly, que soy lesbiana. Joder, contigo tengo que salir del armario todos los días.

—Tengo mejor gusto para las tías, eh colega. Me gustan las que no me insultan.

—Bueno, bueno. Vosotros os pensáis que el Charly es tonto y así...

—Charly, que es lesbiana en serio. —Ian lo agarra de la ropa para llevárselo—. La última vez que vino se lió con mi amiga Luna. ¿No te acuerdas?

—¿Qué? ¿Cuándo?

Diego mira a Sara preocupado.

—¿En serio? —Carol se gira. Estaban a punto de salir.

—Sí. —Sara se encoge de hombros.

—¡Vamos, que ya está! —Violeta empuja a Carol antes de que pueda comentar nada.

—¡En cuanto llegues me lo cuentas! —grita su mejor amiga, ofendida por no enterarse.

—Tío es que lo haces todo a escondidas. Tengo miedo de que te líes conmigo y no me entere —dice Charly, indignado.

—Tranquilo, eso no sucederá nunca.

—En cinco minutos nos vamos. —Félix consulta su aplicación.

—Genial, cuando esté abajo pedimos el nuestro y cerramos. —Diego finge que no ha escuchado nada de la conversación sobre la amiga de Ian.

—Id bajando ya, que con la cocida que lleváis, tardáis diez minutos en encontrar el taxi. —Sara le suelta la indirecta a Ian y Félix.

No saben si es porque quiere librarse de Charly o por algo más que se les escapa. Diego tampoco lo entiende del todo, pero piensa aprovechar la situación para preguntarle por esa tal Luna. En cuanto se quedan a solas, lo hace.

—Me encantaría hacer un trío con dos tías. Para la próxima vez, avisa.

—A mí también me encantaría hacer un trío con dos tías —dice Sara, con indiferencia.

Antes de irse quiere buscar agua y comer algo. Perder el control delante de todos es lo último que le apetece. Encuentra una bolsa sin abrir de palomitas de mantequilla. La coge y se tira de cualquier manera en el sofá.

—Dios, por fin un poco de paz... —Suspira.

—Todo esto lo has hecho aposta, imagino. —Él se queda de pie, de brazos cruzados.

—Necesito tranquilidad antes de meterme en cualquier discoteca de pijos que haya contratado a Violeta. —Abre la bolsa. No le ofrece a Diego—. Pásame esa botella de agua.

—¿Es verdad que te liaste con una amiga de Ian que no conozco? Y no sé por qué no conozco a una amiga de mi mejor amigo. —Obedece el mandato de Sara, aunque de mala gana.

—Sí. Que me enrolle contigo no quiere decir que me hayan dejado de gustar las mujeres. —Al terminar, le da un trago a la botella de agua.

—Ya, bueno. No es por eso. Es por el tema de que pensaba que tú y yo...

—¿Qué?

—No sé. Pensaba que íbamos en serio desde esa charla en México. ¿He estado ocho meses haciendo el gilipollas?

—No, Diego. Dijimos que íbamos a hacer que las cosas fluyeran. No que íbamos a casarnos.

—No te he pedido matrimonio. Solo seriedad. Me molas bastante y me siento como un gilipollas cada vez que haces este tipo de cosas. Me siento como una mierda.

El sonido de cómo Sara mastica las palomitas pone a Diego más nervioso de lo que debería. Quizás debería tomar él CBD en ese momento.

—Deja de ser un niñato, por favor. Tenemos que pedir el taxi, no voy a ponerme ahora con una de nuestras charlas de mil horas. —Se lame los dedos después de hablar, para sacar su móvil del bolso.

—No intentes huir. —Le quita el teléfono de las manos. Ya pedirán el taxi cuando arreglen sus cosas.

—No huyo. Es que no es el momento de hablar. Prometimos que durante los aniversarios no íbamos a estropear los recuerdos.

—No haber dicho así sin más delante de mí que te liaste con alguien más mientras yo pienso que somos novios.

—Iugh... Sabes que odio esa palabra.

—Me importa una mierda, Sara. He aceptado fingir que no nos tocamos ni con un palo porque a ti te da vergüenza decirle a la gente que estamos juntos. He aceptado no tocarte en la calle porque a ti te incomoda mostrar cariño en público. He aceptado que sigas trabajando fuera porque es lo que te gusta.

»No duermo pensando en ti, en todo lo que te echo de menos cada vez que te vas y tú te lías con otra cuando vienes y yo no estoy porque seguramente estaba currando de noche para ahorrar. Para comprarme un puto billete de avión con el que ir a verte a cualquier sitio inmundo y desconocido. —Suelta el discurso con tanta lucidez que parece que se le ha quitado la borrachera de golpe.

Cada una de sus palabras golpea a Sara en el pecho, porque sabe que tiene razón. El enfado de Diego es tan real que se asusta durante un instante. Acaba de comprender que no siempre se puede hacer la dura. Que a veces, hay que ceder. A veces, hay que darle a las personas que quiere lo que necesitan.

—Vale, Diego... A ver... —Se lleva la mano a la cabeza—. No sabe por dónde empezar.

Sara deja la comida a un lado. Tienen prisa y lo que le quiere contar no es algo que se explique en un minuto. Empieza a ponerse nerviosa.

—No, a ver no. Es que, joder, Sara. —Tiene ganas de darle un puñetazo a algo. No lo hace y eso le enfada mucho más. Ella es de las pocas cosas que le provoca complicaciones a la hora de gestionar la frustración.

—Sí. A ver, sí. ¿Qué hora es? ¿Hacia qué hora murió Marina? No me acuerdo qué hora sería, pero estamos cerca ya. Me gustaría estar con mis amigas también para... Celebrarlo. Ya sabes. Que gracias a mi hermana nosotros estamos vivos y en muchas mejores condiciones que hace tres años.

Diego abre la boca, para interrumpir. No lo hace por el gesto mudo de Sara. Quiere seguir hablando.

—Quiero decir también que hacia esta hora te conocí y hacia esta hora tuve mi primera crisis verdadera de identidad. Un poco surrealista. Estábamos en peligro de muerte y yo pensando en mí misma en vez de en sobrevivir. Salí a buscar a mi hermana y en vez de pensar en ello, me puse a pensar en si tú, que hacía unas horas que te conocía, me gustabas de verdad. Tú, que me habías puesto la cabeza contra el capó del coche para atracarme. Tiene gracia el asunto, ¿no?

—Yo no fui... —Diego carraspea—. De hecho, yo les pedí que pararan porque se les estaba yendo la pinza.

—Tú eras el líder del grupo y habías salido a cazar. El destino hizo que nos encontrásemos y el resto es historia. Debería odiarte y, sin embargo, nos juntamos a vosotros porque estaba jodida de verdad y necesitaba ayuda. La situación era, cuanto menos, surrealista.

—Sí que lo era. Nunca pensé que iba a atracar a alguien para ayudar a otros.

—Bueno. En vez de odiar al tipo que me golpeó la cabeza, que nos reventó el coche, la única vía de escape que teníamos y que me obligó a abandonar a mi hermana a su suerte, decidí besarlo porque le gusté.

»Tú me ves así muy asocial, pero en realidad, cuando le gusto a alguien, me vuelvo más blanda de lo que parece. Porque no es normal que alguien me comprenda. El problema es que eras un tío. Hasta ese día solo me habían gustado las chicas. Supongo que no había encontrado un hombre decente que me gustara. Teniendo en cuenta que el ejemplo más cercano era Hakim...

—¿Por eso me echaste?

—No. Te eché porque no quería que me vieras cuando encontrara a mi hermana. La realidad era que no te conocía de nada y no quería que me vieras en mis horas más bajas. Pero cuando me abrazaste, pensé en un segundo un montón de cosas. ¿Qué pasaría si sobrevivimos y pudiera estar con un tipo como tú? Cuidaste de toda esa gente en el ambulatorio. Eras fuerte, estabas sano. Podías haberte ido tú solo o con tus amigos y en vez de eso, decidisteis cuidar a esa gente y aliarte con Hakim y Charly, en vez de pelearos por quedaros con el sitio seguro. En mi cabeza, eras un buen tipo aunque me quisiste atracar.

—Luego te ofrecí ayuda. Os ayudamos...

—Déjame llegar al punto, joder.

—Perdona.

—Más de veinte años pensando que me gustaban las mujeres y de golpe resulta que no, que soy bisexual. ¿Tú sabes lo que tiene que aguantar la gente bisexual? Peor. Las tías bisexuales que salen con tíos. Que si es solo una etapa, que si es mentira... Uf.

—Eso son gilipolleces, Sara.

—Sí lo son. La verdad es que no puedo describirte lógicamente cómo te sientes cuando descubres algo de ti misma que no te esperabas... en medio de un apocalipsis. No era capaz de conectar una neurona con otra. Suerte que respirar es algo mecánico.

—Todo esto que me estás diciendo me halaga y me hace sentir especial. Pero no entiendo a dónde quieres llegar.

—Me lié con Luna para comprobar que me siguen atrayendo las mujeres, porque pienso muy a menudo que me parece increíble que me guste un hombre. Cuando miro a Ian o a Hakim se me cierra el coño. Con cremallera y todo. Luego llegas tú ayer con un puto peluche feo y se me caen las bragas al suelo. No me entiendo y me asusta no entenderme porque pierdo...

—... El control. Odias perder el control.

El enfado de Diego se disipa. Lo ha entendido todo. Lo que más le complace es que Sara se haya atrevido a explicarle la situación con pelos y señales. Que se haya abierto. Que, por fin, lo tome en serio.

—Sí. —Lo reconoce abatida.

—Eres una cabrona. Siempre sabes como darle la vuelta a situación para que no pueda enfadarme contigo.

—Me molesta que pienses que hago las cosas por manipularte y no porque yo también soy humana y tengo mis propias crisis. Eres importante para mí. Pero mi identidad también es importante y, yo qué sé. Estaba borracha también ese día y me dio por pensar y decidí que era el momento para salir de dudas.

—¿Y bien?

—Pues estuvo bien. Era una chica mona. Me siguen gustando las tías.

Diego enarca una ceja.

—Pero tú has hecho que perdone a lo hombres cis y el único que ha dormido conmigo después de...

—Teníamos que haber bebido en el Yo nunca. —Diego sonríe. Se acerca a ella para agarrarla de la cara y besarla sin que se pueda apartar.

—¡Y una mierda! —Consigue decir Sara entre beso y beso—. No estoy por la labor de aguantar todas las bromitas y los comentarios.

—Algún día tendremos que decirlo.

—Bueno, no te vengas tan arriba.

—Sabes que ahora mismo te empotraba contra la mesa.

—¿En la mesa donde come Rosa Carrasco?

Diego se echa a reír.

—Tenemos que coger un taxi.

—Por eso te lo he dicho. Porque sé que no podemos. Pero quiero que lo sepas. Para que pienses en ello toda la noche y recuerdes que te gustan los tíos también. O que te gusto yo, que con eso es suficiente.

—Qué egocéntrico eres. Dame el teléfono. —Sara alarga la mano con exigencia—. Se van a estar preguntando dónde estamos.

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