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Es la tercera vez que Violeta hace los ejercicios de respiración que le recomienda su nueva psicóloga —la que eligió por sí misma y no es amiga de su madre—. Se supone que debe coger aire con el músculo del estómago, poco a poco, y sentir cómo su caja torácica se hincha. Después tiene que soltarlo por la boca o la nariz, despacio. Y repetir. Hasta que funcione. Hasta que su corazón deje de tronarle los oídos. O hasta que su madre se calle.

—No es broma lo que te estoy diciendo, Violetita, cariño. Te pasas demasiadas horas aquí sentada y en todos los directos que he visto, tienes una postura horrible. Vas a terminar con chepa y qué pena, con lo alta y guapa que tú eres, aunque te hayas estropeado el pelo, que espero que sea solo una fase, esto no tiene vuelta atrás. Si te estropeas la espalda, es para siempre...

Maldito el momento en el que se le ocurrió llamar a Rosa Carrasco para pedirle ayuda con algo. Su madre es incapaz de ceñirse al guion, de hacer únicamente lo que le indican. No. Siempre tiene que dar más. Hacer lo que le parece que necesitan los demás, para luego quedar con sus amigas abogadas y juezas y hablar de lo dura que es la maternidad, lo desagradecidas que son las hijas que han crecido y todos los sacrificios vanos que ha hecho. También se le llena la boca con la viudedad.

Por las historias que cuenta Rosa, Violeta debe de tener amnesia, porque no recuerda la felicidad familiar que le describe a cualquiera que le pregunta por educación qué tal lleva el luto. De golpe, su padre era un bendito y ella una felicísima esposa que lamenta mucho la incompetencia del Estado, contra quien se ha inflado a poner demandas.

A Violeta le da muchísima vergüenza que descubran quién es su madre. Por culpa de un desliz de Sara —que no le tiene en cuenta—, sus fans se enteraron de que la madre de @VioletBauregarde es la abogada que sale en todas las tertulias y entrevistas de los periódicos hablando sobre lo que sucedió hace tres años y sobre cómo deben proceder las víctimas. No faltaron los trolls de Internet que avivaron las discusiones y ella terminó en el hospital con un ataque de pánico severo. Entre muchas otras cosas, habían dicho que su fama no era merecida, que se la había granjeado su «mamá». Rosa Carrasco ni siquiera era famosa cuando Violeta sacrificaba sus horas de sueño para editar un vídeo semanal en su canal de YouTube. Pero qué sabía la gente de Internet que la había conocido por un artículo aleatorio sobre su vida privada.

Por supuesto, no ayuda que su madre acuda a cada periódico, radio y televisión para hablar del incidente de los «caníbales universitarios». Se pone de ejemplo como una víctima directa de «la incompetencia gubernamental», como si hubiera sido ella la que sufrió todas y cada una de las penurias que Violeta prefiere olvidar. Porque eso forma parte del pasado. Ya no es la misma de esos días. Ya no es esa estudiante de Derecho aburrida, llena de traumas y con la autoestima en los suelos.

Bueno. Sigue estando llena de traumas y su autoestima tampoco es la que más destaca en el mundo, pero al menos, ahora tiene amigos. Amigos que le dicen la verdad, aunque duela. Gracias a eso, es consciente de que su madre está siendo una oportunista con la organización «sin ánimo de lucro» que ha fundado para ofrecer asesoría jurídica a los damnificados por lo de aquellos días de locura. Si bien es cierto que le gustaría que fueran un poco más sensibles cuando le dan el bofetón de realidad. Sobre todo Sara, que se presentó con un dossier completo de cuestiones sospechosas que debería echarle en cara a Rosa si quería desligarse de ella para limpiar su imagen. Ese día, Violeta lloró mucho y le dijo a Sara que su honestidad rozaba la crueldad. Después lo meditó. Sara es una de las únicas personas en las que confía. Porque con ella siente que no hay ningún tipo de interés.

Con Carol y Hakim también lo siente, pero no es lo mismo. A ellos no los echa tanto de menos, se ve casi cada semana. Hakim es muy divertido y siempre le saca una sonrisa. Violeta sigue sin saber cómo ha tenido la suerte de hacer tantos amigos. Tampoco sabe cómo la siguen aguantando. En especial, si su madre anda por ahí.

—Recuerda comerte las fresas mañana, que se ponen malas enseguida. —Rosa recoge el bolso, sus documentos y chaqueta con parsimonia. Sabe que los amigos de su hija están al caer y no parece que quiera irse antes de que ellos lleguen.

—Que sí, mamá. No sé para qué me haces la compra, si tengo un contrato de colaboración con una empresa de comida a domicilio. —Sigue a su madre por la cocina, en un intento de que se ponga nerviosa y decida irse.

—Sí, de eso te quería hablar ahora que sacas el tema. He estado revisando el contrato y te pediría, por tu bien, que no firmes nada más antes de que yo lo lea. Se han aprovechado bastante con algunas cosas y, además, he estado viendo que esa colaboración se la ofrecen a cualquiera. Creo que no beneficia a tu imagen...

Las respiraciones. Violeta debe recordar el tema de las respiraciones para tranquilizarse. Antes de llegar a dos, suena el timbre. No llegan demasiado tarde, aunque le habría gustado que llegaran tan tarde como acostumbran, para no tener que cruzarse con Rosa. Pero no. Parece que la suerte en la vida de Violeta ya se ha gastado. Tampoco se queja. Le tocó una buena dosis en el momento adecuado.

—¡Anda ya deben de estar aquí tus amigos! —Y a Rosa se le ilumina la cara—. Así que es verdad que vienen a verte y no me engañas. No quiero que pases mucho tiempo sola. Eso afecta a la cabeza, querida.

—No, mamá. Nos vemos casi todos los fines de semana que no tengo que trabajar —le dice con cansancio. Sigue doliéndole que su madre mantenga el recuerdo de la Violeta pringada a la que no invitan ni a un cumpleaños por compromiso.

Ni siquiera la escucha. Está ocupada fingiendo que la pillan de casualidad, justo cuando se marcha para dejarle espacio a su hija. Incluso se acerca a la salida, para coincidir en el rellano de las escaleras. Violeta permite que les abra ella la puerta.

—¡Hola! —Los recibe con una sonrisa de oreja a oreja, que se tambalea en cuanto ve a Hakim. No termina de acostumbrarse a que su hija sea tan «multicultural».

—Qué pasa Rosa. —Hakim la saluda con una palmadita muy informal en el brazo. Le encanta incomodarla. Luego cuenta chistes para que Violeta no se desespere.

—¿No decías que tu madre no venía a limpiar? —Carol se asoma por encima del hombro de Rosa, para hablar con Violeta. Rosa odia que la ignoren como la ignora Carol. Por eso Carol lo hace siempre. Putear a Rosa le gusta tanto como putear a Eugenio.

—No he venido a limpiar, Carolina. —La mujer aprieta los labios.

—¿Ah no? —Carol se dirige a ella como si la hubiera visto por primera vez—. ¿Y qué haces aquí? Pensaba que... —Deja de hablar, casi se le escapa lo de que su psicóloga le había recomendado que se alejara de ella— ... estabas de vacaciones.

—Volví ayer para ayudar a Violetita.

—¡No ha venido a limpiar! —Violeta se apresura a interrumpir la escena. Quiere que su madre se vaya cuanto antes—. Ha venido a moderar el directo de hoy.

Carol y Hakim se miran entre ellos, estupefactos.

—¿No lo saben? —Rosa se gira hacia su hija. Se le han aguado los ojos.

—¿Qué deberíamos saber? —pregunta Hakim, ávido de cotilleo.

Su madre saca del bolso un pañuelo de papel, con mucha teatralidad. Eso hace las cosas más difíciles. Violeta carraspea.

—Por eso quería que vinierais antes. Quería hablar con vosotros.

—¿Pero es grave? Me estás asustando. —Hakim está dentro del drama.

—Con lo buen chico que era... Tan educado. Tan guapo. Tan predispuesto a trabajar. Tan agradable. Tan agradecido...

—¿Pero quién se ha muerto?

—Lo has dejado con Ian. —Carol ni siquiera entona una pregunta. Le parece obvio. La primera vez que lo dejaron le afectó. A la quinta ya se le olvidaba cuándo estaban y cuándo no y los trataba como una pareja igual.

—¡Ay, qué disgusto más grande! —Rosa se seca unas lágrimas que no llegan a caer—. He intentado razonar con ella, pero dice que no quiere darle otra oportunidad.

—Hombre, le ha dado ya como siete, Rosa —responde Hakim, muy serio—. Si Violeta no quiere volver, no es no.

—Joder, pues sí que vamos a tener que hablar. ¿Va a venir hoy?

Nunca habían fallado un año. Siempre iban todos a la celebración, por respeto a los que ya no estaban. O mejor dicho, a la que ya no estaba.

—Ajá. —Violeta asiente con la cabeza y luego le hace un gesto a sus amigos para que la ayuden a echar a su madre. No quiere hablar delante de ella.

—No va a encontrar a ninguno mejor que él. Qué buen chico. Tan noble, tan servicial.

—Bueno, a ver Rosa. A ti lo que te gustaba de Ian es que trabajaba para vosotras sin cobrar con eso del cuento del amor. —Carol es la única que se atreve a ser cortante con ella y ha recibido una orden muy clara.

—¡Qué maleducada eres siempre, por Dios! Ni estudiando mejoras. Deberías haber invitado a Ian en vez de a esta chica. —Habla como si ella no estuviera delante—. ¿Te acuerdas cuando te llevó a cenar a ese restaurante tan bonito? Y tan caro.

—Ah, sí. Se pasó comiendo latas de atún dos semanas después de eso —comentó Hakim, con sorna.

—¡Una muestra más de su compromiso!

—Pagamos a medias —susurra Violeta. Se había dado cuenta de que Ian lo había hecho para contentar a Rosa y decidió partir la cuenta para ayudarlo. En realidad, se considera una chica bastante sencilla. Le habría hecho más ilusión un Happy Meal con regalos de Pokémon.

—A Violeta no le gustaba el dinero de Ian. Le gustaba otra cosa, a que sí, ¿eh? —Carol le guiña el ojo. Sabe qué botones tocar para poner nerviosa a la madre de su amiga y que se vaya.

—¡Ay, Jesús! Qué soez. Yo no le pregunto por esas cosas a mi hija. La intimidad es cuestión de la pareja, pero confío en que Violeta sepa lo que tiene que hacer en cada momento.

—Claro que sí, Rosa. Ya me encargo yo de defender su honra. No te preocupes tú, que no es menester de mujeres. Cualquiera que quiera desflorar a su doncella deberá conseguir mi beneplácito. —Hakim le rodea los hombros a Rosa, para empujarla con disimulo hacia la salida.

—Deja de tomarme el pelo, Hakim.

—Lo digo en serio, Rosa. —Carraspea—. Como algún gilipollas se acerque a Violeta y le haga daño, no va a tener dónde esconderse.

—Ay. —Suspira—. Ya recuerdo por qué en el fondo os invito todos los años a nuestra segunda residencia en la playa. Vosotros no tenéis culpa de que no os hayan dado la educación que os merecéis, criaturas. Pero tenéis buen fondo.

—Claro, no robamos en los negocios pequeños, solo en los hipermercados.

La cara de consuelo de Rosa cambia de una forma drástica. Siempre cree todas las mentiras que le cuenta Hakim. Hasta las que tienen que ver con tribus en Nigeria, a pesar de que Violeta le recuerda cada día que es de Argelia y que se está quedando con ella. Pero como a Rosa Nigeria y Argelia le suenan igual y todo se reduce a «niños muertos de hambre por culpa de los comunistas negros», es muy fácil inventarse nuevas historias cada día. Aunque no tengan coherencia con las de la vez anterior.

—¡Anda, dejaos ya de tonterías! Me voy, que estoy cansada de tanta pantallita. Quiero llegar ya a casa. Es que te has ido lejísimos, Violeta. Ni que lo hubieras hecho aposta para ver si no vengo...

—Qué va, hombre. Rosa, por favor. —Carol también la lleva hacia la salida—. Si tu hija te adora. Nos habla todos los días de ti... Y no voy a decir nada pero —se acerca a ella para hablar en voz baja— creo que nos llamó hoy porque quiere pedirnos que la ayudemos con una cosa. Me parece que es una sorpresa para ti, para agradecerte todo lo que nos has ayudado con el tema de las indemnizaciones...

—¡Bueno, pues me voy ya, entonces, y os dejo tranquilos a vuestras cosas! —Rosa se despide de su hija con la mano. Violeta levanta la suya. Solo ha podido ser testigo de la escena. Todavía no tiene el valor suficiente para ser ella la que echa a su madre.

—Adiós, mamá.

—Adiós, Violeta, hija. ¡Recuerda comerte las fresas y no hacerte chepa, que se te ve muy fea en los vídeos!

Hakim cierra la puerta, al principio de golpe, al final muy suave, para que no se queje ningún vecino. Los vecinos del edificio de Violeta son para echar de comer aparte. Maleducados, creídos, arrogantes y molestos. Ni siquiera saben aparcar dentro de su raya y hacen fiestas con Taburete a todo trapo, pero ellos no pueden hablar más alto de lo normal delante de su puerta. Hakim piensa que Violeta sigue alienada por la forma de vida en la que sus padres la educaron y, aunque tiene sus cosas buenas, creen que deben ayudarla a salir de allí. Por el bien de su salud mental.

—Habla. —Carol le tira la bolsa con las palomitas. Violeta la coge al vuelo y utiliza el paquete para taparse la cara. Está roja.

—¿No esperamos a Sara?

—Se lo vuelves a contar a ella si quieres. No pienso esperar ni un minuto más. ¿Qué ha pasado para que tengas que llamar a tu madre? Nunca dejó de ayudarte con el canal cuando no estabais juntos.

Los tres siguen de pie en el vestíbulo del piso lujoso de Violeta. Se les ha olvidado descalzarse y coger las zapatillas que Violeta compró para cada uno de ellos —algunas con cabezas de animales, otras con purpurina o estampados frikis; fue un regalo de Navidad conjunto—, pero no pueden aguantar ni un minuto más sin saber el cotilleo.

—¿Hace cuánto? Espero que no me tenga que enterar por alguna de tus cuentas fans de Twitter, ¿eh? —Carol saca el teléfono del bolsillo. Seguir las cuentas fans de VioletBauregarde es lo único que consiguió que se abriera Twitter; al igual que seguirla en su canal de stream fue lo único que consiguió que aceptara la suscripción premium a una empresa explotadora de compra online. Compartida con Sara, porque ella se negó en rotundo a darle sus datos a dicha empresa.

—Yo no he dicho nada. Si él lo ha dicho es su problema. Pero da igual, porque solo le siguen por mí. Si no está conmigo, no le interesa a nadie. Vamos al salón, ¿no? Todavía tengo que preparar cosas. —Violeta echa a andar hacia el interior de la casa. No comprueba que sus amigos la siguen.

Ellos vuelven a intercambiar miradas, sorprendidos.

—Está enfadada. Esto es lo máximo que vas a obtener de Violetita enfadada, pero sí. Cuando se enfada, sale Mala y le vuelve la autoestima —le explica Carol a Hakim, que todavía no es capaz de entender esas movidas de Buena y Mala que le contaron semanas atrás, como parte de integración en el grupo de chicas.

Entran en el salón. Este año tampoco ha fallado en la decoración temática. La primera vez que lo hicieron, para cumplir con la promesa de sacar a Violeta de fiesta, decidieron hacerlo con temática apocalíptica. Violeta explicó que si se reían de sus desgracias, podrían superarlo antes. A Sara no le hizo ni la más mínima gracia, pero no dijo nada, así que le dieron barra libre en imaginación a Violeta; un error que nunca podrán enmendar.

La primera fiesta fue con temática de apocalipsis nuclear. La segunda fue de desastre natural, como en las películas malas de acción donde un padre de familia se enfrenta hasta a una nave de alienígenas con tal de salvar a su niña. Este año votaron que el apocalipsis sería de temática religiosa, en honor a Eugenio Morales —y una manera muy ingeniosa de mantenerlo ocupado durante una semana revisando pasajes de la Biblia que los pudiera inspirar—.

Al principio, nadie quería votar por apocalipsis bíblico; si lo referenciaba Eugenio, no podía ser bueno. Además, preferían un apocalipsis de nazis de películas de serie B o de invasión lovecraftiana. Al final, Sara empezó a describir los ángeles bíblicos y lo que dicen las sagradas escrituras sobre el fin del mundo; les enseñó ilustraciones de unos de sus incontables libros de artes oscuras y acabó ganando por unanimidad. Charly todavía tiene la esperanza de poder sacar su traje de dictador el año que viene, a pesar de la cantidad de sermones que le ha soltado Diego sobre los límites del humor.

—Espera. Haberme encontrado con tu madre eclipsó el resto... —Carol da vueltas alrededor del salón de Violeta (casi tan grande como la mitad de su piso)—. ¿Qué llevas puesto? —La analiza de arriba a abajo. Violeta está enfundada en un mono rojo de látex.

—Voy vestida como la temática para la fiesta. ¿Sara traerá cámara? A ver si me puede sacar unas fotos para las redes.

—¿La temática no era la biblia? Tendrías que ir vestida de monja o algo, ¿no? —pregunta Hakim, ya sentado en el sofá.

—Voy de Asuka Langley.

—¿Qué? —Carol le dedica un gesto desconcertado.

Evangelion está ambientado en un apocalipsis. Bíblico. Hay monstruos gigantes que llaman ángeles, como los que nos enseñó Sara y... hay mechas. Se llaman... EVA.

—¿Pero tú respiras con ese traje, mi niña? —Hakim obvia todas las explicaciones de Violeta.

—No da tanto calor como parece, de verdad.

—¿Vamos a salir de fiesta así? —Carol sigue en shock.

—Bueno, donde tengo la lista no entras si no vas un poco... así.

—¿Así cómo? ¿Disfrazada?

—Desde tu punto de vista, sí, gatita

—Tú cállate que lo único apocalíptico que llevas encima son tus calcetines roñosos llenos de agujeros.

—No sé si te dejarán entrar. Vas a tener que ceñirte un poco más a la temática. —Violeta le da la razón a su amigo y Hakim se ríe de su novia.

Más de veinte minutos delante del espejo en busca del eye-liner perfecto para que lo que importe de esa noche sea un outfit digno de la Japan Weekend.

—Si la Sara no se cambia, yo tampoco.

—La Sara es la viva imagen de un apocalipsis bíblico. Es la enviada de Satanás —comenta Hakim, como si estuviera aportando un dato imparcial—. No necesita nada más que ser ella misma.

—Tengo un montón de ropa en la habitación de invitados que me queda grande. Las marcas me mandan cosas sin preguntar. Si quieres, puedes ir a ver...

—No. —Carol termina por sentarse en una butaca—. Quiero que desembuches.

La pareja observa a Violeta con un gesto de gravedad que pone a la chica muy nerviosa. Tanto que deja de lado sus ideas decorativas de última hora y también toma asiento, al lado de Hakim. De algún modo, tenerlo cerca le hace bien. Se siente protegida. Puede que sea así desde el día que la ayudó con lo del balazo en la pierna.

—Vale, sí. Tenéis razón. Sois mis mejores amigos, me conocéis mejor que nadie, siempre me habéis apoyado... —Violeta clava la vista en sus manos entrelazadas. No sabe cómo empezar. Está nerviosa. Muy nerviosa. No sabe cómo van a reaccionar—. Sé que no me juzgaréis.

Sus dos amigos guardan silencio. Les cuesta mucho armarse de paciencia y darle espacio a Violeta. Hasta que la conocieron, no habían tenido amigas tan sensibles como ella. Es difícil poner de su parte, pero lo ponen.

—Me he dado cuenta de una cosa. El otro día hice un directo más de relax, decorando mi aldea del Animal Crossing. En esos directos tengo más chicas, no sé por qué a los chicos no les gusta tanto ese juego, con lo bonito que es...

Hakim carraspea.

—Perdón. Bueno, como tengo más chicas, he hecho una especie de consultorio en mi isla del juego. ¿Sabéis qué juego es, no? Con el nuevo puedes hacer muchas más cosas que con el otro. Y lo más importante es que puedes apagar sin guardar y no te sale el topo ese feo pesado...

Hakim carraspea otra vez.

—Bueno, he construido un consultorio para que mis suscriptoras me pregunten lo que quieran y yo les ayudo si puedo. ¿Queréis ver fotos? Me ha quedado monísimo. Seguí unos tutoriales de YouTube... —Coge el móvil de la mesa de centro para buscar en su galería de fotos—. He seguido la temática pastel. Todo está en esos colores. ¡Hasta conseguí que me salieran flores rosas! —No tarda en encontrar la sesión de fotografías que le hizo a su isla porque tiene una carpeta solo para ello—. Mirad, este es el parque de la meditación.

Carol le aparta la mano, en silencio, con los dientes muy apretados.

—¿Y qué tiene todo esto que ver con lo que nos vas a contar? —pregunta Hakim, lo más suave que puede.

—Pues que en uno de esos directos de consultorio me di cuenta de algo y por eso estamos donde estamos. Quería contároslo antes de que llegaran los demás. —A medida que habla, las mejillas de Violeta se encienden y sus amigos se inclinan hacia delante, presas del interés—. Me he dado cuenta de una cosa que me cuesta aceptar. Me vi reflejada en la experiencia de una suscriptora y yo le aconsejé que se pusiera a ella por encima de todo el mundo, porque para ayudar a los demás, tienes que estar bien tú primero y cómo vas a estar bien si no admites quién eres y a quién quieres... y quién no quieres...

Tanto Carol como Hakim la observan, un poco sorprendidos de que haya pronunciado un discurso tan largo. Creen que va en serio, que les va a explicar que es la ruptura definitiva entre Ian y ella, que esa relación no funcionaba tanto, que fue producto de la urgencia apocalíptica, pero que en realidad, no tenían casi nada en común.

Alguien llama a la puerta con energía y los tres pegan un bote en sus asientos.

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