Cap PRÓLOGO [Héroe Del Gancho]
La luz de la sala era blanca, casi cegadora, y el constante pitido de las máquinas rompía el silencio de la habitación. Me encontraba tumbado en una camilla de hospital, con el cuerpo debilitado y la mente nublada por la fiebre. Afuera, el mundo había sido consumido por una enfermedad implacable, una plaga que no perdonó a casi nadie. Yo era probablemente uno de los últimos humanos en esta Tierra devastada.
Las paredes blancas y frías del hospital parecían cerrarse a mi alrededor, y cada ruido se amplificaba en mi cabeza atormentada. Mientras yacía allí, mi mente vagaba, atrapada en un torbellino de pensamientos y recuerdos. Me preguntaba qué había pasado con mi madre y mi abuela. ¿Estarían también luchando por sus vidas en algún otro rincón del mundo, o ya habrían sucumbido a la enfermedad? Sus rostros se desdibujaban en mi memoria, pero el dolor de su posible pérdida era una constante punzante en mi corazón.
La incertidumbre sobre mi destino me atormentaba. Si muriera aquí y ahora, ¿adónde iría? ¿Al cielo, donde volvería a ver a mis seres queridos y encontraría paz? ¿O al infierno, donde me esperaría un tormento eterno por los errores de mi vida? Estos pensamientos me consumían, y la ansiedad crecía en mi pecho como una bestia hambrienta.
Sin darme cuenta, mis párpados comenzaron a pesar cada vez más. La fatiga y la enfermedad cobraban su precio. Poco a poco, el mundo de los vivos se desvanecía, y una oscuridad suave y envolvente me rodeaba. Cerré los ojos, dejando atrás el dolor y la desesperación de este mundo, abrazando el desconocido destino que me esperaba más allá.
Me encontraba en un vasto e infinito espacio blanco, sin horizonte ni límites. La sensación de paz y serenidad era abrumadora. De repente, una figura se materializó ante mí, irradiando una luz cálida y reconfortante. Al enfocar la vista, distinguí que era nadie menos que Dios.
—¿He muerto? —pregunté con voz temblorosa—. ¿Estoy en el cielo?
Dios me miró con una sonrisa compasiva y sacudió ligeramente la cabeza.
—No es el cielo —respondió con una voz que parecía resonar en todo el espacio—. Y sí, has muerto. Fuiste el último humano en morir, pero después de tu partida, la humanidad se salvó. Tu madre, tu abuela... todos están bien ahora.
Sentí una oleada de alivio y felicidad al escuchar esas palabras. Una sonrisa se formó en mi rostro mientras las lágrimas de alegría llenaban mis ojos.
—Eso es... increíble. Gracias —murmuré, incapaz de contener mis emociones—. ¿Qué pasará conmigo ahora?
Dios me miró con una mirada llena de bondad y sabiduría.
—Has sido una persona buena y noble. Por ello, te concederé un deseo, cualquier cosa que desees.
Estaba a punto de expresar mi deseo cuando Dios levantó una mano, interrumpiéndome suavemente.
—Soy Dios —dijo con un guiño—. Ya sé lo que deseas.
Antes de que pudiera reaccionar, la figura de Dios comenzó a brillar intensamente, y una luz cegadora me envolvió. Todo mi ser se llenó de una calidez indescriptible, y supe que mi deseo se estaba cumpliendo.
Cuando abrí los ojos, una sensación de fuerza y vitalidad me recorrió el cuerpo, como nunca antes había experimentado. Me levanté y observé a mi alrededor, asombrado por el paisaje que se desplegaba ante mí. Un vasto pastizal se extendía hasta donde alcanzaba la vista, flanqueado por majestuosas montañas que se alzaban contra el horizonte. No cabía duda, estaba en el mundo de Dragon Ball.
Parpadeé varias veces, tratando de asimilar lo que veía en mi visión. Había un radar en la esquina superior derecha, un eje para apuntar, y barras de salud y armadura en la parte inferior. Todo parecía sacado directamente de un videojuego RPG. Miré mis manos y brazos, notando que llevaba un traje de superhéroe azul con negro, ajustado y aerodinámico. La emoción me llenó por completo.
—¡No puedo creerlo! —exclamé, casi sin aliento—. Estoy en el mundo de Dragon Ball... ¡y tengo un sistema RPG!
Sin dudarlo, levanté mi mano y abrí el menú que flotaba ante mí en forma de holograma. Las opciones eran claras y variadas, pero una en particular llamó mi atención: "Primera Misión". Mi dedo tembló de anticipación mientras seleccionaba la opción.
El menú se desvaneció y una serie de instrucciones apareció en mi radar. La misión era sencilla: "Encuentra y ayuda a un habitante del pueblo cercano". Sentí una mezcla de curiosidad y determinación. Esto era real, y ahora tenía la oportunidad de vivir aventuras como las de mis héroes de la infancia.
Con una sonrisa decidida, ajusté mi traje y me preparé para lanzarme a mi primera misión en este nuevo y emocionante mundo. Estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se presentara, sabiendo que ahora tenía el poder y las herramientas para hacerlo.
Siguiendo las instrucciones del radar, llegué a un pequeño pueblo rodeado por colinas verdes. El ambiente era pacífico, pero pronto mi atención fue captada por un grupo de matones que atormentaban a una chica de pelo celeste en un callejón. Ella parecía asustada y desesperada, mientras los sujetos la acosaban sin piedad.
Sin dudarlo, y con una arrogancia nacida de mi reciente poder, desenfundé una pistola que colgaba de mi cinturón y mi gancho con cuerda. Me planté frente a los matones, mi traje azul y negro reluciendo bajo el sol.
—¡Dejen en paz a la chica! —dije con voz firme—. Porque yo estoy aquí, el héroe de la cuerda: Ganchoinador.
Los matones se rieron, subestimando mi presencia. Apunté con la pistola, pero mis primeros disparos fallaron, impactando en el suelo y las paredes cercanas. Los matones se abalanzaron sobre mí, y tuve que esquivar sus ataques con movimientos rápidos, sintiendo la adrenalina correr por mis venas.
Decidido a no fallar, lancé mi gancho con cuerda hacia un edificio cercano. Fallé en el primer intento, pero no me rendí. Con un ajuste rápido, lo lancé de nuevo y esta vez se enganchó firmemente. Utilicé la cuerda para impulsarme y, desde el aire, tomé una mejor posición. Disparé con precisión desde arriba, logrando desarmar a uno de los matones y asustar a los demás.
Finalmente, descendí con agilidad y enfrenté a los últimos dos matones con una serie de golpes y maniobras, usando el gancho para desestabilizarlos y desarmarlos. En pocos minutos, los matones yacían en el suelo, derrotados y gimiendo de dolor.
Me acerqué a la chica de pelo celeste y le tendí la mano, una sonrisa confiada en mi rostro.
—Ya todo está bien —le dije—. Porque yo estoy aquí, el héroe de la cuerda: Ganchoinador.
La chica me miró con asombro y admiración, sus ojos brillando con gratitud.
—Gracias... Ganchoinador —dijo suavemente, tomando mi mano y levantándose.
Con una última sonrisa, lancé mi gancho hacia una montaña cercana y, con un tirón firme, fui retraído a gran velocidad, dejando atrás al pueblo y a la chica que había salvado.
Así comenzó mi aventura en el mundo de Dragon Ball como el héroe con un sistema RPG. Cada misión, cada desafío, me llevaría a descubrir más sobre mi nuevo poder y a proteger a los inocentes de cualquier amenaza. El viaje apenas comenzaba, y estaba listo para enfrentar todo lo que viniera.
Los días que siguieron a mi primera misión fueron una vorágine de acción y aventura. Cada misión completada, cada adversario derrotado, me llevó a incrementar mi nivel y mejorar mis habilidades. Al cabo de poco tiempo, había alcanzado el nivel 18, y los puntos de habilidad que había acumulado los intercambié por atributos físicos mejorados, mayor potencia en mis armas, y un control superior al manejar cualquier tipo de vehículo.
La tienda del sistema RPG se convirtió en mi mejor aliada. Con el dinero ganado en mis misiones, adquirí un arsenal de armas avanzadas, vehículos de alta velocidad, gadgets tecnológicos y trajes nuevos que aumentaban mis capacidades en combate. También compré varias propiedades estratégicas que me proporcionaban refugios y recursos adicionales.
Cada día, me sentía más fuerte y más confiado. Mi arrogancia crecía junto con mi poder. Sabía que había alcanzado un punto en el que estaba listo para dar el siguiente paso: conocer a los legendarios Guerreros Z. Y para eso, debía inscribirme en el torneo de artes marciales, el evento que atraía a los luchadores más poderosos del mundo.
Con mi traje nuevo, una mezcla de azul y negro con detalles dorados que reflejaban mi estatus de héroe, me dirigí al lugar de inscripción. La energía en el ambiente era palpable, y los mejores luchadores de todo el mundo estaban allí, listos para demostrar su valía.
—Estoy aquí para inscribirme en el torneo —dije con determinación al encargado de las inscripciones.
El hombre me miró con una mezcla de interés y duda, pero no pudo negar la confianza que irradiaba mi presencia. Después de completar el proceso, me entregaron un pase y una lista de reglas y horarios.
Me alejé del puesto de inscripción con una sonrisa arrogante. Este era solo el comienzo. Sabía que para ganar el respeto de los Guerreros Z, tendría que demostrar mi valía en el ring. Pero estaba listo. Con mi fuerza mejorada, mis armas potentes, y mi arsenal de gadgets, me sentía invencible.
—Prepárense, Guerreros Z —murmuré para mí mismo, mirando el horizonte—. El héroe de la cuerda, Ganchoinador, está aquí para quedarse.
Con esas palabras, me dirigí a mi primera batalla en el torneo, con la certeza de que estaba destinado a grandes cosas en este nuevo y emocionante mundo. La aventura apenas comenzaba, y mi arrogancia no conocía límites. . . . . .
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras mientras me retiraba a casa con la cabeza gacha y el corazón pesado. Había sido derrotado en las primeras rondas del torneo de artes marciales, y no por uno de los legendarios Guerreros Z, sino por un luchador don nadie, alguien que ni siquiera había oído mencionar antes. La humillación era insoportable.
¿Cómo podía ser que, estando en el nivel 70 y con tantas habilidades desbloqueadas, hubiese caído tan fácilmente? ¿Para qué había venido a este mundo si mi poder era tan insignificante? Aquí, solo los fuertes sobreviven, y yo había demostrado ser cualquier cosa menos fuerte.
Mis pasos eran lentos y pesados mientras me dirigía a casa. Mis pensamientos eran oscuros y mis ojos vacíos. No tenía ganas de salvar el día ni de enfrentarme a ningún otro desafío. La arrogancia que había sentido antes había sido reemplazada por una profunda desesperanza.
De repente, un grupo de matones surgió de las sombras, rodeándome con miradas amenazantes. Eran miembros de la organización a la que había estado enfrentando en mis misiones. Normalmente, habría estado listo para luchar, pero en ese momento no tenía fuerzas ni voluntad para hacerlo.
—Miren quién está aquí —dijo uno de los matones con una sonrisa burlona—. El gran héroe de la cuerda, ¿eh? Parece que has tenido un mal día.
No respondí. No tenía palabras ni energía para enfrentarme a ellos. Cerré los ojos, resignado a lo que fuera a pasar.
De repente, escuché el sonido de disparos láser y los gritos de los matones. Abrí los ojos para ver a una figura familiar enfrentándose a ellos con habilidad y precisión. Era una chica con un traje de heroína y pelo celeste. Sus disparos láser derribaron a los matones uno por uno con una precisión impresionante.
En cuestión de segundos, los matones estaban en el suelo, derrotados y temblando de miedo. La chica se giró hacia mí, sus ojos llenos de determinación y compasión.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose a mí.
La reconocí de inmediato. Era la misma chica a la que había salvado en mi primera misión. Su mirada de admiración y gratitud era ahora una de preocupación.
—¿Por qué? —murmuré, con la voz quebrada—. ¿Por qué me salvaste?
Ella me miró con firmeza.
—Porque tú me salvaste primero. Y porque sé que hay un héroe dentro de ti, incluso si hoy te sientes derrotado.
Sus palabras resonaron en mi corazón, disipando un poco de la oscuridad que lo envolvía. Sentí una chispa de esperanza encenderse de nuevo.
—Gracias —dije finalmente, con un susurro.
Ella sonrió y me tendió la mano.
—Vamos, hay mucho más en ti de lo que crees. Y este mundo necesita héroes, incluso si a veces caen.
Tomé su mano y me levanté, sintiendo una nueva determinación. Quizás había perdido una batalla, pero la guerra aún continuaba. Estaba listo para levantarme y seguir luchando, no solo por mí, sino por todos aquellos que necesitaban un héroe.
Así, con la chica de pelo celeste a mi lado, me dirigí a casa, sabiendo que mi aventura en el mundo de Dragon Ball estaba lejos de terminar.
Fin del Prólogo.
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