PRÓLOGO

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—No podemos lanzarla al tártaro.

—¿Por qué no? —preguntó un irritado Zeus.

Poseidón lo miró por unos segundos.

—Traeríamos el desequilibrio en el mundo. Es la única que mantiene la paz en el universo. No podemos enviarla lejos solo porque se nos viene en gana.

—No nos apoyó en la guerra, por lo que no merece el perdón de los dioses. Debe ser juzgada por sus crímenes, y castigada con el exilio eterno al igual que el resto —discutió un alterado Zeus con el ceño fruncido.

Sonaba arrogante aún cuando apenas acababa de ascender al trono y tomar su lugar como el Rey de los dioses. Solo eran unos pequeños niños, los primeros Olímpicos.

—Porque no podía —Intervino Deméter, notando que Poseidón no pensaba responder—. No puede entrometerse en guerras. Ya deberías saberlo. No podemos hacer nada contra ella sin atentar en contra de nuestro nuevo orden y la misma naturaleza.

—No merece tal final —Apeló Hestia, quien era la mayor de los hermanos. Todos guardaron silencio para escucharla—. La señora del equilibrio no puede elegir bandos, no sin atacar su propia vida en el intento.

—Concuerdo con Hestia —Concordó Hades, con su recién puesto como dios de los muertos; todos, sin excepción alguna, hicieron una mueca cuando habló. Aunque no lo dijeran, le temían al dios—. No puede entrometerse en guerras. Todos deberían tenerlo más que presente.

Era demasiado sombrío y distante, incluso con sus hermanos. Pero cuando hablaba de la titánide, una llama se encendía en sus ojos. Una que era capaz de cubrir toda la sala del consejo.

Nadie lo pasó por alto.

Hera apretó los dientes. No le agradaba la titánide del equilibrio.

—No podemos dejarla impune —les recordó la diosa del matrimonio.

—Tampoco podemos hacer más, mi señora.

Hera frunció el ceño, pero tampoco expresó su desacuerdo.

—Bien —gruñó Zeus—. Si así lo quieren, así será —Alzó su brazo y un relámpago cayó del cielo, el mismo retumbó en las paredes de granito sólido—. Perdonaremos la pasividad de la titánide por el equilibrio que brinda a nuestra reinando. No se dirá más sobre el tema.

Hera bufó cuando observó como todos sus hermanos se retiraban de sus asientos.

—Esto es un error —le dijo a Zeus, antes de retirarse.

Zeus no la escuchó, estaba demasiado absorto en sus pensamientos sobre una titánide de cabello dispar. Se hallaba así mismo celoso y nervioso cuando pensaba en ella.

Sin saber que en las sombras, unos ojos dispares los observaban.

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Atte.

Nix Snow.

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