Capítulo 1: Orden.
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Ying era una mujer muy ocupada.
Todos los días se sentaba enfrente a su esfera de poder y se encargaba de traer equilibrio en los dioses y seres mitológicos. No ondaba mucho entre los mortales, para ello estaba su hijo Mesura, el dios de la paz y el caos.
No había tenido muchos hijos a lo largo de los siglos, pero se aseguraba de proveerles de amor incondicional a cada uno de ellos. Y Mesura le enviaba un mensaje cada semana. Era un buen hijo.
Rodeó la esfera que medía más de dos metros de altura mientras arrastraba su vestido y pensaba, siempre estaba pensando. Estaba en su sala del trono en su castillo en el Inframundo. Su residencia pertenecía a un lugar oscuro y sin ningún ápice de luz. Era un lugar poco habitual para crear el equilibrio, contando que no había más que dolor y gritos de los fantasmas condenados a los Campos de Castigo. Pero era el lugar al que los dioses la habían enviado, no es como si tuviera mucha opción.
Movió su mano entorno a la esfera de luz y una imagen se materializó. Zeus estaba en su trono, los demás dioses estaban celebrando el Solsticio de verano, nada poco común. Siempre hacían esas juntas, la mayoría del tiempo no hacían más que discutir, pero se aliviaba al sentir que ella podía enterarse de todas las cosas importantes en el mundo.
-¡Tú tomaste mi rayo!
Un relámpago calló en medio del salón del trono.
-Yo no he tomado nada, hermano.
-¡Mentiroso!
Y se armó el Pandemónium.
-¡Silencio!
Atenea había tomado el poder de la palabra mientras los demás dioses no hacían más que discutir y enfrentarse entre ellos. Se habían dividido. Ares debía estar muy feliz, porque no dejaba de reír.
-¡Yo no lo tomé! ¡Exijo una disculpa por ésta acusación tan grave!
-¡Y yo exijo mi rayo de vuelta y una disculpa por semejante atentado en mi contra!
«Parecen un montón de niños», pensó Ying con una mueca en sus bonitos labios.
-No discutan por una insensatez, lo que debemos hacer es buscar el rayo antes de que ésto pase a mayores -intervino la diosa del matrimonio.
-Espero que te arrepientas por semejante acusación, hermano -Le gruñó Poseidón al señor de los cielos, sin hacerle el mayor caso a la otra diosa que pareció bastante ofendida.
-Padre... -comenzó Artemisa.
No pudo terminar.
-¡Quiero que lo devuelvas, sucio ladrón!
El dios de los terremotos le discutió un poco más, hasta que desapareció en un rayo de luz, se convirtió en su verdadera forma y se disolvió en el aire.
Hubo una pausa.
-Señor Zeus, no hay porque alterarse. Debemos enviar a alguien a buscar el rayo maestro, seguro que ésto solo es un malentendido -opinó Deméter.
Ying apreció a la diosa Hestia con su fogata. Nadie le hacía el menor caso, avivaba el fuego y se limitaba a guardar silencio.
No sintió pena, pero sí una gran empatía. Probablemente ella era una de las diosas más poderosas, no se metía en guerras tal y como ella, pero parecía que se había limitado a seguir un papel secundario. Olvidada por el resto.
Nadie reparaba en su presencia.
Sintió furia. Las llamas del bracero ardieron con más fuerza y la diosa Hestia pareció notarlo con curiosidad. Nadie más en la sala pareció ver lo que ellas veían. Ninguno se detenía a ver su fogata, y casi nunca a hablar con ella.
Zeus gruñó y relámpagos cayeron en el techo del salón. Muchas volutas de polvo volaron sobre sus cuerpos de tres metros.
-No vuele de nuevo el techo, padre -le reclamó Atenea-. Estoy harta de las reparaciones.
Ni siquiera Hermes pudo sacar un chiste por sus palabras. No era momento. Todos estaban muy quietos, sabiendo que el dios no se quedaría de brazos cruzados. Ying notó que Ares parecía ser el único alegre e incluso Afrodita parecía estarse comiendo las uñas que le volvían a crecer en cuestión de segundos.
-Atenea, Artemisa y Ares -exclamó el dios-. ¡Rastreen mi rayo y traigánlo de vuelta a mí! Quien lo encuentre, será recompensado.
Sin decir mucho, el trío de dioses se levantaron de sus tronos y desaparecieron en una esfera de luz. Debían cumplir el mandato de su padre, quisieran o no.
Ése fue el inicio de la guerra.
El inicio de un romance entre una titán y un semidiós.
-Katífeia -dijo Ying, sin saber nada de lo que pasaría en un futuro-. Alista el auto, iremos a la superficie.
-Como ordene, ama.
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Atte.
Nix Snow.
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