Capítulo 7: Primera noche

Nada más entrar a su nuevo cuarto, Bakugo deslizó la puerta corredera y apoyó la espalda sobre ella. Había sido un día muy largo, demasiado largo. No pudo dormir por estar de guardia en el hospital preparando la protección de su cliente para el funeral y ya eran las ocho de la tarde. Necesitaba un merecido descanso y por suerte para él, con tantos guardias de seguridad en la casa, tenía un poco de margen para relajarse.

Resopló agotado. Con la espalda todavía apoyada sobre la puerta, lanzó el chaleco antibalas de Shoto sobre el futón y llevó sus manos hacia el cinturón para quitar las armas. Tenía que guardar todo antes de poder dormir.

Shoto dormía a un par de puertas de su habitación. Ni siquiera se escuchaba un solo ruido provenir de ella pese a que no estaba demasiado lejos y sabía que estaba allí. Desde que llegaron del entierro, Shoto estaba muy diferente a las horas anteriores. Se había recluido en sí mismo, tal y como Bakugo recordaba que hacía cuando el dolor era intenso.

Con la pistola en la mano, Bakugo miró al techo. ¿Cómo fue capaz de preguntarle algo semejante a Shoto en el funeral? Evidentemente, él no respondió. No fue el momento ni el lugar para hacer algo así, pero fue algo inevitable. Cuando se dio cuenta de lo que había preguntado, su boca ya lo había dicho. ¡No hablaban desde ese incómodo momento! En su cuarto, le había ayudado a quitarse el chaleco antibalas y se marchó sin pronunciar palabra alguna.

Caminó hacia el armario y bajó de la balda más alta, la bolsa de deporte que había traído con armas y protecciones. Descargó la pistola, se aseguró de que todo estaba en orden y guardó nuevamente las cosas. Las subió al altillo de nuevo. Suponía que la hija de Shoto no entraría por su cuarto, pero por si acaso, prefería mantener todo lejos de su alcance. No quería que pudiera sufrir algún trágico accidente.

En la bolsa de abajo donde llevaba algo de ropa, buscó el pijama. No acostumbraba a dormir sin nada, de hecho, solía dormir sólo en ropa interior, pero estando en casa ajena, prefirió traerse un pantalón y una camiseta corta por si acaso debía salir por los pasillos o lo que fuera.

Justo cuando terminaba de cambiarse, llamaron a la puerta. Era el servicio de la casa. Les permitió el paso y la amable mujer, de rodillas en el suelo, arrastró una bandeja de comida hacia el interior del cuarto.

— Gracias — susurró Bakugo.

¡Todo allí era tradición! Él siempre había odiado ciertas costumbres, como que el servicio abriera las puertas desde el suelo, pero no negaba que era una tradición típica en las casas tradicionales. Seguramente a Shoto tampoco le gustaba, pero... las formas había que cuidarlas. Su familia era demasiado conservadora como para cambiar algunas de esas cosas.

— Disculpe — llamó Bakugo a la mujer antes de que cerrase la puerta — ¿sabe si el señor Todoroki va a bajar a cenar?

— Cenará en su cuarto, señor — sonrió la mujer.

— De acuerdo. Muchas gracias.

— Cuando termine de cenar, puede dejar la bandeja en el pasillo si gusta. El servicio lo recogerá más tarde.

Eso significaba que su trabajo acababa por hoy, lo cual le hizo suspirar de alivio. ¡Agotado! Su cuerpo sólo pedía un merecido descanso. Bakugo recogió la bandeja y se acercó con ella hacia la pequeña mesa central de la habitación. Con las rodillas sobre un cojín, comió en silencio.

La habitación tenía de todo, hasta televisión, pero él no la encendió. Cenó mirando el atardecer y el árbol de cerezo del patio interior. ¡Ni en la mejor cita del mundo podría encontrar un paisaje tan hermoso como aquel! La casa de Shoto era relajante en muchos sentidos.

Abrió la tapa metálica que cubría la bandeja y se deleitó con el aroma a carne. Pocas veces él se permitía el lujo de comprar carne por lo cara que era, dejándola restringida a ciertos días concretos, sin embargo, hoy le habían servido no carne normal, sino una exquisita carne de Kobe. ¡Costaba una fortuna! De tres mil yens mínimo hacia arriba dependiendo de la calidad. Él no se podía permitir algo semejante de forma continuada, sino como un capricho alguna vez especial y seguramente, ellos tampoco podrían permitirse algo así si debían ofrecer una carne semejante a todo el servicio, lo que le hizo cuestionarse si Shoto lo había pedido explícitamente para él por el día intenso que llevaba o realmente lo servían a todos. Fuera como fuera, no pensaba desperdiciar ni un bocado de esa carne. ¡Nunca había disfrutado tanto una cena como ese día! Aunque el agotamiento extremo le hizo comer más rápido de lo que deseaba.

Al finalizar su cena y con el estómago lleno, dejó la bandeja en un rincón del pasillo donde no estorbase tal y como le habían sugerido y cerró la puerta nuevamente dispuesto a dormirse. Se aseó la cara y los dientes, entró al futón y se giró hacia el árbol de cerezo antes de apagar la luz. ¡Era precioso! Pero apenas pudo verlo unos segundos antes de que sus ojos se cerrasen buscando el ansiado descanso.

***

Durante su estancia en el hospital, echó en falta su futón. Hoy que podía finalmente descansar en él, Shoto no podía dormirse. En su futón doble faltaba su esposa. Había estado ocho años compartiendo su vida con ella y... ahora todo era demasiado extraño.

"¿Te enamoraste?", esa pregunta llegó una vez más a su mente. Bakugo la había formulado y él... se quedó helado. Creyó que no quería hablar de temas personales y ése lo era. Tumbado en la cama y sin apenas poder moverse por el dolor de las costillas, pensó en esa pregunta.

¿Se enamoró alguna vez de Nagisa? Ella fue una gran compañera, la madre de su hija a la que adoraba y... podía decir que estaba a gusto con ella. Era dulce, cariñosa, con don de gentes, todo lo que a él le faltaba, ella lo suplía perfectamente. Eran un buen equipo. Podía decir que la quiso, la quiso muchísimo, pero ¿enamorarse?

Una vez estuvo enamorado. Ahora ese tiempo parecía tan lejano. Bakugo fue el único por el que sintió algo tan fuerte que habría sido capaz de romper cualquier barrera por él, pero la vida no los quería juntos o al menos, su familia. Tenía obligaciones que cumplir y nunca quiso que Bakugo se metiera en su mundo. Intentó ocultarle quién era y lo consiguió... hasta ahora. La verdad era que, aunque quiso con locura a su esposa, seguía enamorado de Bakugo. Intentó olvidarle y durante un tiempo, cuando no pensaba en él, creyó conseguirlo. Hoy, teniéndole de nuevo a su lado, se daba cuenta de que esos sentimientos sólo se habían ocultado en el fondo de su corazón para volver a resurgir como un ave fénix.

¡Un amor imposible! Es lo que era Bakugo. Por eso mismo, prefirió guardar silencio. Ese amor no podía ser. De joven aún tenía fuerzas para ir contracorriente, intentar un ataque de rebeldía pensando que podía romper cualquier barrera con amor. Se arriesgó, nunca debió sucumbir a esos sentimientos, pero lo hizo, y fueron los cuatro mejores años de su vida. A veces pensaba que podría llegar a funcionar, pero todo sueño tenía un fin. El suyo acabó a los diecinueve años.

El día que perdió a Baguko, su tristeza fue opacada por la alegría y vitalidad de Nagisa. Su cariño y comprensión le hizo quererla y pasar el dolor acompañado. Hoy había ido a despedirse de una gran mujer y no sabía cómo aplacar el dolor de su corazón. Sentía unas inmensas ganas de llorar durante todo el día y por la noche, cuando se quedaba solo, era el único momento donde se permitía hacerlo.

Al escuchar la puerta corredera abrirse, se dio cuenta de que hoy tendría que tragarse su dolor nuevamente. No fue capaz ni de incorporar la cabeza por el dolor, pero pudo ver cómo Katsumi entraba en el cuarto. Traía un osito de peluche entre sus brazos y sollozaba como si hubiera tenido una pesadilla.

— ¿Papá? — preguntó la pequeña creyendo que estaba molestando al entrar en su cuarto a esas horas.

— ¿Qué ocurre, Katsumi? ¿Has tenido una pesadilla?

La niña negó con la cabeza enseguida y se arrodilló junto al futón de su padre. Sus ojos estaban hinchados y rojos por haber llorado.

— ¿Echas de menos a mamá? — preguntó entonces Shoto al darse cuenta de lo que podía ocurrir. Katsumi asintió.

Desde muy pequeña, siempre le dijeron a Katsumi que debía dormir en su propio cuarto y rara vez venía pidiendo dormir con ellos, sin embargo, hoy Shoto entendía que necesitaba compañía. Había pasado unos días sola mientras él estaba en el hospital y evidentemente, con la muerte de su madre, tenía miedo de perderle a él también. No quería separarse de su lado.

— Ven. Te haré un hueco. Puedes dormir conmigo hoy. ¿Quieres?

Al escuchar la suave y tranquila voz de su padre, Katsumi gateó hacia el interior de la cama. Shoto ya le abría la colcha para que se arropase con una dulce sonrisa. Sin duda alguna, lo más importante de su vida era su hija. Por ella habría hecho lo que fuera.

Katsumi se acurrucó en los brazos de su padre cuando éste pasó uno por encima de su cintura a modo de abrazo. Con un dulce beso en la cabeza de la pequeña, le dio las buenas noches y esperó a que empezase a dormirse. Ella todavía agarraba con fuerza su peluche.

Silenciosas lágrimas resbalaron de los ojos de Shoto. Se negaba a llorar frente a la gente, pero con su hija dormida, viendo lo que la pequeña sufría también por la ausencia de su madre, no podía evitarlo. No sollozó y se negó a dejar salir algún sonido. En silencio lloraría sin que nadie se enterase.

***

El despertador sonó a las siete y media. Era sábado y aunque seguía sintiendo todo su cuerpo agotado, darse cuenta de que hoy le esperaba un día tranquilo le animó. Bakugo abrió los ojos con pereza. Su cliente le había prometido unas semanas de tranquilidad en casa hasta que se recuperase si le dejaba asistir al entierro, sin embargo, también recordaba que dijo que desayunaban siempre a las ocho en punto los fines de semana.

Apagó el despertador a uno de los lados del futón y dejó caer el brazo sobre su rostro ocultando sus ojos. Se encontraba muy cansado y, aun así, la idea de volver a ver a Shoto le animaba. Se sentía como un colegial idiota. Así inició su romance. Le gustó ese chico dos años menor y no coincidía con él en ninguna clase excepto en extraescolares en el entrenamiento de kendo. Por ese motivo, le gustaba llegar temprano siempre para verle llegar.

Fue un chiquillo idiota. Fingía no sentir nada por él, ni siquiera se hablaban, pero... todas las mañanas sin falta, esperaba en el mismo muro para verle pasar, soñando cómo sería hablar con él. Después, Shoto se apuntó a kendo y la cosa empezó a mejorar. Al menos hablaban y finalmente, consiguieron llegar a una relación. Fue un proceso lento pero seguro, en cambio ahora, no entendía por qué tenía esas inmensas ganas por verle a cada segundo con el daño que le había hecho tras la ruptura.

— ¡Maldita sea! — se quejó de sí mismo.

Siempre se repetía a sí mismo que superó esa etapa de su vida, que no echaba de menos a Shoto, se decía que ya no importaba y, sobre todo, mientras fue policía, se dijo que si volviera a verle, sería indiferente con él y allí estaba... ¡No podía hacerlo! Shoto seguía importándole más de lo que quería hacer ver. Era un auténtico idiota. Su corazón dolía cada vez que le veía sabiendo que jamás podría estar con él y, a la vez, se emocionaba al verlo, deseaba verlo.

Se levantó con rapidez y buscó la ropa para volver al trabajo. La familia desayunaba a las ocho, así que tendría que ir antes a buscar algo para poder vigilar a Shoto mientras él desayunase.

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