Capítulo 5: La corbata
Con la espalda apoyada contra la pared del pasillo junto a la puerta de la habitación de Shoto, Bakugo revisaba los planos del lugar donde iba a celebrarse el velatorio. Acababa de terminar de ultimar los detalles para garantizar la protección de su cliente con los otros guardaespaldas, sin embargo y pese a que había transcurrido un tiempo desde que ayudó a Shoto a ponerse el chaleco antibalas, Bakugo todavía tenía presente ese particular aroma a flores que desprendía su ex novio. Recordar el momento en que su básico kimono blanco resbalaba por sus tatuados brazos le provocó un ligero escalofrío.
Cuando la puerta corredera se abrió, Bakugo se enderezó rápidamente. Una de las muchachas que servían en la casa empujaba la silla de ruedas de Shoto hacia él. Bakugo le observó en silencio. Perfectamente arreglado con su traje oscuro, no se notaba que llevaba el chaleco bajo él.
— Muchas gracias por su ayuda, puede retirarse y ocuparse de mi hija.
Las dulces palabras de Shoto fueron bien recibidas por la muchacha. Con una profunda reverencia, la chica les dejó a solas, volviendo al cuarto y cerrando la puerta tras ella para ocuparse de Katsumi.
Bakugo resopló. Le tocaba volver a empujar su silla de ruedas. Ya había supuesto que le tocaría hacerlo en el velatorio y, de hecho, era parte de su plan para tenerle lo más cerca posible, aunque no esperaba empezar tan pronto. Suspiró con frustración y entonces, sus ojos se desviaron a los dedos de Shoto. Jugaba con un trozo de tela, una corbata para ser exactos.
— ¿No vas a ponértela?
— Yo... – miró Shoto su brazo en cabestrillo y los dedos de su otra mano jugando con la corbata. Bakugo sonrió con incredulidad al darse cuenta de lo que sucedía. No podía hacerse el nudo de la corbata con un brazo inmovilizado –. Quería pedirle a mi hermano o a alguien de la familia que me la pusiera – susurró finalmente algo cabizbajo.
En los cuatro años de noviazgo con Shoto, a Bakugo le quedó algo muy claro. Era un chico independiente, le gustaba valerse por sí mismo y debía estar siendo muy duro tener que pedir que hicieran cosas sencillas por él, cosas que él podría haber hecho de no ser por su brazo. Shoto odiaba pedir ayuda a los demás.
— Trae, yo te haré el nudo.
— ¿Estás seguro? ¿Sabes hacerlo?
— La duda ofende – se quejó Bakugo, arrebatándole la corbata de su mano –. Que odie ponerme trajes no quiere decir que no los haya tenido que vestir para otros trabajos.
La leve curva que realizaron los labios de Shoto en una sutil sonrisa provocó que los latidos del corazón de Bakugo se disparasen. ¿Por qué seguía atrayéndole tanto la persona que más daño le hizo en el pasado?
— Gracias – susurró Shoto.
Cada una de sus suaves palabras... cada gesto que Shoto hacía era un doloroso recuerdo para Bakugo y, a la vez, le provocaba el resurgimiento de esos sentimientos que tuvo y aún tenía por él. Shoto fue un amor inolvidable, igual de pasional como doloroso.
Bakugo trató de apartar los sentimientos que inundaban su mente y su cuerpo para colgarse la corbata. La posicionó rodeando su cuello y cruzó la parte ancha sobre la estrecha. Dobló la parte ancha sobre la estrecha y la subió hacia arriba colocando su dedo índice sobre el nudo. Shoto observaba la delicadeza y la confianza con la que Bakugo realizaba el nudo hasta que, finalmente, tuvo el nudo hecho. Se quitó la corbata por encima de su cabeza y se agachó frente a la silla de ruedas para ponérsela a Shoto.
Al abrir la chaqueta, Bakugo observó el gesto de dolor en el rostro de su cliente. Moverse debía dolerle horrores y más ahora que el chaleco antibalas le apretaba las costillas. Bakugo pasó la corbata por encima de la cabeza de Shoto y apretó el nudo. Revisó el cuello de su camisa, sacándola por encima de la corbata para que quedase perfectamente ajustado. Cuando Bakugo alzó un poco la mirada, se dio cuenta de lo cerca que estaba del rostro de Shoto.
Por un instante, el cuerpo de Bakugo se estremeció al darse cuenta de lo que ambos deseaban en ese momento. La gente decía que Shoto no era expresivo y tenían razón hasta cierto punto. Ellos no se fijaban en sus señales corporales como lo hacía Bakugo.
La respiración profunda de Shoto le decía que intentaba calmarse. Sus latidos debían haberse desbocado por la cercanía de ambos. El brillo especial en sus ojos era prueba de que Shoto estaba recordando algo, y sus labios ligeramente entreabiertos con un leve temblor luchaban por no sucumbir al deseo que sentía.
Bakugo sintió su corazón acelerarse también. La cercanía de sus rostros, ese brillo en los ojos de su compañero, esas señales corporales... la corbata...
Sabía cómo acababa todo aquello y por más que una parte lo deseara, otra le gritaba que se alejase. ¡Era tan difícil no sentirse atraído por él! Bakugo apretó con fuerza los párpados tratando de evitar que las señales corporales de Shoto llegasen a él, pero no pudo impedir que su aroma a flores le hiciera rememorar el tiempo que una vez compartieron.
***
Trece años atrás:
Los rayos del sol golpeaban con fuerza. Eran casi las cinco de la tarde y las clases extraescolares estaban por finalizar. En el patio trasero, vestido con su hakama y con el shinai apoyado sobre la piedra de la fuente, Bakugo metió la cabeza bajo el grifo para refrescarse. Cerró los ojos y dejó que su cabello se empapase por completo. A los pocos segundos, alguien abrió el grifo de al lado y metió la cabeza también para refrescarse.
Bakugo cerró el grito y elevó la cabeza sacudiéndose como un perro para quitar el agua sobrante antes de observar a su compañero. ¡Shoto Todoroki! Ese chico, dos años menor que él y con el que sólo coincidía en la clase de kendo, era su más digno rival. Hasta ahora, cada vez que el profesor les hacía pelear, quedaban empate. Sonrió al ver su extraño cabello rojo y blanco completamente empapado bajo el grifo. Parecía relajarse, pero Bakugo se fijó en las gotas de sudor que resbalaban por su nuca bajando hacia su espalda bajo la pesada chaqueta azul de algodón con la que practicaban kendo.
Cuando Shoto elevó el rostro y apagó el grifo, se dio cuenta de que Bakugo le esperaba. Apoyando su trasero sobre la pila de piedra de la fuente, le miraba fijamente. Shoto dudó si realmente quería decirle algo o si esperaba que él iniciase algún tema de conversación. ¡Shoto no era bueno socializando!
—Arrastras el pie izquierdo al atacar – sentenció Shoto completamente serio. Su frase fue como un balde de agua fría para Bakugo. No esperaba una crítica a su postura, sino una conversación normal. Pese al asombro inicial, Bakugo pronto sonrió. ¡Realmente, Shoto era malo en temas de socializar! –. El pie izquierdo debe llegar rápido a su posición cuando saltas hacia delante para que no quede colgando ni lo arrastres, así saltarás más lejos y serás más rápido en el desplazamiento.
—Ey, Todoroki – sonrió Bakugo – eres irritante. Vayamos al vestuario.
Bakugo estaba sorprendido. Shoto tenía dieciséis años y venía de una buena familia, por lo que no podía explicarse cómo era posible que no supiera socializar. Él, en cambio, venía de una familia de clase media donde los gritos eran una rutina diaria. Tampoco era demasiado bueno socializando, pero en comparación con Shoto... podía considerarse todo un experto.
—Oh, lo siento.
¿Cómo sería la familia de Shoto Todoroki? Esa pregunta solía ser recurrente en la mente de Bakugo. Shoto era un buen chico, pero... pese a sus modales refinados y pulidos, contrastaba su forma directa de decir las cosas. No era un chico que conversase demasiado y muchas veces, Bakugo no podía saber qué pensaba ese chico o qué sentía realmente. Apenas hablaba sobre sus preocupaciones, sus obligaciones o cómo se sentía. Era un chico muy introvertido aunque sincero.
En el vestuario, ambos empezaron a quitarse el Do-gi. Bakugo lo hizo con rapidez, sin embargo, sus ojos se posaron sobre la figura de su compañero. Cuando el Keiko-gi empezó a resbalar por sus hombros, se fijó en su musculatura. Ese chico debía practicar kendo o algún tipo de artes marciales desde niño. Estaba seguro de ello. Sin pudor alguno, Shoto se deshizo del hakama azul y enrollando una toalla en su cintura, se dirigió a una de las duchas comunitarias.
Bakugo se apresuró entonces a imitarle y colocarse en la ducha contigua. El agua cayó sobre el cabello de Shoto antes de que éste alzase el rostro hacia el chorro para frotarse la cara. Bakugo se maravilló ante la escena. Ese chico era lo más excitante que había visto en toda su vida pese a sus malas dotes sociales. Ver el agua resbalando por su cuerpo y sus manos deslizándose por su cabello y bajando por la musculatura para quitar todo el sudor obligó a Bakugo a girarse. Prefirió ducharse con rapidez y salir de allí antes de que el resto de compañeros descubrieran algo.
Una vez duchado, Bakugo salió con rapidez y fue a su taquilla para recoger el traje de kendo y vestirse con el uniforme escolar. Sólo le faltaba pasar la corbata por encima de su cabeza y ajustarla, cuando el lento de Shoto salía de la ducha con la toalla enrollada en su cintura. Sólo quedaban ellos dos en el vestuario.
—¿Ya se han ido todos? – preguntó Shoto al darse cuenta.
—Eres muy lento.
—Lo siento. ¿Me estás esperando?
—Supongo que sí, pero si sigues quedándote el último, acabaré marchándome antes que tú – se sonrojó ligeramente Bakugo.
Shoto sonrió levemente. Hacía un par de días que ambos estaban un poco tensos y no sabían bien qué hacer o cómo tratarse. Para ser exactos, esa situación la vivían desde que Bakugo confesó que sentía algo por él. ¡Se le había escapado! Sí, en una de sus discusiones en la fuente que había cerca del dojo donde practicaban kendo, cuando Shoto le sacó de los nervios, acabó gritándole que le gustaba. Lo extraño fue que Shoto sonriera y aceptase salir con él. Desde ese día, las cosas estaban realmente raras, ni siquiera se habían acercado más de la cuenta, ni se habían dado la mano ni mucho menos, se habían besado. Era la primera relación de ambos y no sabían cómo comportarse ante ella.
¿Quién le iba a decir a Bakugo que en su último año de instituto, conocería el amor en un chico dos años más pequeño que él? Lo único que tenían en común ambos era que les gustaba el kendo.
—Mierda de corbatas, las odio – se quejó Bakugo jugando con ella entre sus manos en un intento por colocarla bien y ponérsela.
Shoto, situado frente a Bakugo y sólo tapando su intimidad con la pequeña toalla blanca, sonrió.
—No están tan mal.
—Oh, el niño rico acostumbrado a las corbatas. ¿Sabes lo que es realmente una corbata?
—Sí, es un complemento para una camisa.
—No. Mira, sirve para esto...
Bakugo pasó el ojal de la corbata por encima de la cabeza de Shoto hasta engancharla a su cuello y tiró entonces de ella para acercarle a él.
—Es como una cadena de perro – sentenció Bakugo, aunque el sonrojo pronto apareció en sus mejillas al ver lo cerca que dejó el rostro de Shoto del suyo.
El cabello mojado de Shoto hizo que Bakugo se fijase en la intensidad de su mirada. Todo el cuerpo de Shoto le mandó señales muy claras de lo que deseaba.
La respiración profunda de Shoto le decía que intentaba calmar sus desbocados latidos. El brillo especial en sus ojos era prueba de que Shoto esperaba un movimiento por su parte, y sus labios ligeramente entreabiertos con un leve temblor incitaban a Bakugo a apresarlos.
Los dedos de Bakugo soltaron la corbata. Sus manos se colocaron en el cuello de Shoto, elevando con sus pulgares su rostro para acortar la distancia entre ambos. Pudo ver a Shoto cerrar sus ojos esperando el momento y él los cerró también.
Sus labios rozaron por primera vez. Los de Shoto eran suaves y tiernos, inexpertos igual que los de Bakugo y temblaban todavía. El delicado contacto se volvió un poco más pasional. El cuerpo desnudo de Shoto golpeó contra el de Bakugo, empujando su espalda hasta golpear la taquilla metálica. Su beso continuó siendo inexperto y sus narices chocaron una y otra vez. ¡Eran molestas!, pero ambos se mantuvieron moviendo sus labios, escuchando el sonido que generaban sus húmedas bocas al juntarse y separarse.
Bakugo aprovechó ese momento para pasar su lengua sobre el labio inferior de Shoto pidiendo permiso. Shoto abrió la boca y sus lenguas se encontraron con completa inexperiencia. Ni siquiera sabían qué hacer, así que jugaron con la punta de ellas a rozarse la una en la otra. Cuando cerraron una vez más los labios para separarse, Shoto agarró con suavidad el labio inferior de Bakugo con sus dientes en un toque juguetón.
Los dos abrieron los ojos y se miraron. ¡Era su primer beso! Sus latidos estaban desbocados, sus ojos no podían apartarse de los del otro y entonces, Shoto sonrió haciendo sonreír a Bakugo.
—Creo... que empiezan a gustarme un poco las corbatas – susurró Bakugo.
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