Capítulo 3: El trabajo comienza
Bakugo seguía igual de temperamental que siempre, o tal vez, había reducido un poco su agresividad. La silla seguía en pie y el acontecimiento quedó simplemente, en un estruendo cuando su bota militar golpeó la pata metálica y desplazó la silla unos centímetros.
Ver que su actitud era similar a cuando iban al instituto, calmó un poco las incertidumbres de Shoto. Los guardias al otro lado de la puerta seguían mirando al interior de la habitación a través del cristal, sin perder de vista a Bakugo moviéndose con impaciencia de la puerta cerrada de la habitación a la ventana del otro extremo que daba a la calle y regresar. No dejaba de recorrer la línea recta como si pensase en alguna solución. De golpe, se detuvo.
— Si te llevo a ese entierro, tienes que respetar todas mis normas – habló finalmente. Conocía lo suficiente a Shoto como para saber que era demasiado terco y que intentaría salirse con la suya, pero ahora, su vida estaba en juego. Todavía recordaba que si le ofrecía algo que él quería, solía aceptar acatar ciertas reglas.
— Haré lo que quieras mientras pueda asistir.
¡Ahí estaba! Aceptaba con tal de confirmar su asistencia al dichoso entierro. Sin embargo, eso no disminuía la presión que Bakugo sentía ante el hecho, de tener que llevar a su cliente a una zona que no controlaba. Más, estando herido de gravedad como estaba.
— ¡Joder!
La queja por parte de Bakugo le hizo intuir a Shoto que no estaba nada contento con esa decisión, pero ambos sabían que era lo único que podía hacer dadas las circunstancias.
Bakugo se giró y su cuerpo se inclinó ligeramente sobre las barras que había a los pies de la cama para mirar directamente a Shoto. Las vendas eran visibles rodeando su pecho y agarrando el hombro. Se podía ver claramente cuando el kimono blanco se habría ligeramente, sobre todo, porque el brazo no estaba metido en la manga. En cabestrillo, cerca de su pecho, parte del brazo y su mano sobresalían por la solapa ligeramente abierta de la prenda.
— No deberías ni moverte del hospital al menos en un par de semanas. ¿Qué no entiendes de que tienes dos balazos? – preguntó Bakugo.
— Voy a pedir el alta voluntaria y haré reposo absoluto en casa las próximas semanas. Tengo enfermeras que vendrán a casa a revisarme todos los días, te lo prometo.
— ¿Piensas ir al cementerio en silla de ruedas? Mírate, un hombro herido y un par de costillas fracturadas. No sé... ¿Irás medio drogado? Porque necesitarás muchos calmantes para aguantar el dolor durante las horas que estés allí.
— Bakugo, ya te he dicho, que haré lo que quieras. ¿Qué quieres que haga? Tengo que estar allí, sea como sea.
— Para empezar, quiero que hoy descanses y mañana por la mañana iremos a tu casa para que te cambies de ropa e ir al entierro. Hablaré con las enfermeras para explicarles la situación a ver si pueden ponerte para mañana algo de anestésico local para evitar el dolor de las costillas al menos durante unas horas. Voy a llamar a un antiguo compañero y tratar de conseguir los putos planos del cementerio para asegurar la zona lo mejor posible. Y otra cosa... no pienso ponerme un traje.
Shoto sonrió ante aquello. Jamás vio a Bakugo en traje y aunque en su juventud consiguió que cediera en muchas cosas, ponerse un traje no fue una de ellas. Tampoco es que le hiciera falta que todos sus guardaespaldas vistieran un traje aunque era mucho más presentable. Aun así, no pensaba rebatirle algo semejante a Bakugo cuando estaba dispuesto a llevarle al cementerio.
— Bakugo... gracias – susurró aunque Bakugo chasqueó los labios en señal de frustración. ¿Por qué no podía evitar tratar de hacer feliz y cumplir los deseos de ese chico? –. Por cierto, no me importa lo del traje, puedes ir como prefieras, pero que sea de negro, por favor. Además, hay velatorio antes del funeral. Empieza por la mañana. El entierro es por la tarde.
Los ojos de Bakugo se abrieron desmesuradamente. Sus pies se detuvieron y su mirada se posó sobre la de Shoto.
— ¿Todo el mismo día?
— La familia quería enterrarla cuanto antes. Llevan días de retraso reteniendo el cuerpo por la investigación. El velatorio es por la mañana y, a primera hora de la tarde, la llevaran a incinerar y directos al cementerio.
— ¡Joder, Todoroki! Eso son al menos dos sitios a cubrir. ¿Dónde narices es el velatorio?
— Tengo la dirección apuntada en el teléfono. Te mando un mensaje. ¿Sigues teniendo el mismo número que en el instituto? –. Por la forma en que Bakugo ladeó la cabeza y se mordió el labio inferior, Shoto supo que era una respuesta afirmativa. Ese gesto significaba que Bakugo hacía un gran esfuerzo por no insultarle ni lanzar alguno de sus gritos con numerosas quejas, pero a él, siempre le pareció un gesto adorable que le atraía demasiado –. ¿Podrías acercarme el teléfono de la mesilla? Por favor.
Bakugo resopló al instante de escuchar aquello. ¡Ni siquiera podía agarrar el móvil! ¿Cómo pensaba aguantar todo un día entero con esas heridas? Se apartó de las barras de la cama y dio la vuelta a la cama para ver el teléfono de Shoto en la mesilla. Lo agarró y lo colocó en su mano sana con más fuerza de la que en principio, deseó soltarlo. Estaba algo enfadado.
— Toma. Voy a ponerme a trabajar si no te importa. Duérmete.
Shoto prefirió mantener el silencio al ver el rostro de su nuevo guardaespaldas. Estaba enfadado o, más bien, frustrado. Movió el teléfono en su mano observando a Bakugo abrir la puerta para irse y sólo entonces, suspiró con pena. Renunciar a ese chico fue lo más duro que tuvo que hacer en su vida y tenerle de nuevo frente a él, iba a suponer que necesitaría sacar todo su autocontrol para evitar peores consecuencias. Debía aguantar, dejarle hacer su trabajo y tratar de mantener las distancias. Ser profesionales y nada más.
El ruido de la puerta al abrirse provocó que ambos guardaespaldas que custodiaban la puerta en el pasillo, mirasen a Bakugo salir. Éste hizo un gesto, llevando su mano con el dedo índice y corazón estirados hacia sus ojos para luego dirigirlos hacia Shoto en un claro "no le perdáis ojo". Shoto sonrió al verlo marcharse por el pasillo a la vez que buscaba su teléfono en el bolsillo. ¡No se alejó demasiado! Y cada pocos segundos, echaba su mirada atrás para asegurarse a través del cristal y comprobar que estaba todo en orden.
Todavía se preguntaba cómo había conseguido Bakugo ese trabajo siendo un ex policía de élite. Puede que ahora no lo fuera, pero su padre no se fiaría de la policía o de alguien que lo hubiera sido. Realmente debía haber trabajado como guardaespaldas de gente muy importante como para que su padre se fiase tanto.
Cuando Bakugo regresó, tenía su mirada completamente embelesada por lo que estuviera mirando en la pantalla de su teléfono. Seguramente los planos de los lugares que dijo pediría.
— ¿Aún no te has dormido? – cerró la puerta tras él – te dije...
— No puedo bajar la cama para dormir.
Por primera vez desde su regreso, Bakugo apartó la mirada del teléfono. La parte frontal de la cama se encontraba ligeramente elevada para que Shoto pudiera estar recostado. El mando estaba muy abajo y él no podía agachar tanto su torso con las costillas fracturadas como para alcanzarlo. ¡Era una maldita locura que fuera a ese entierro!
Se acercó al mando y pulsó el botón para recostar la parte frontal.
— Gracias.
— Ya... intenta pedirme las menos cosas posibles, no soy tu niñero.
— Pero sigues teniendo la misma debilidad que en el instituto – susurró Shoto sin decirle exactamente cuál era su debilidad, aunque Bakugo la entendió perfectamente.
— Muérete.
— Estuve cerca, quizá mañana en el funeral. ¿No crees?
Todo el cuerpo de Bakugo se tensó al escuchar esa frase. Imaginarse el cuerpo de Shoto tirado en el suelo junto a un charco de sangre, no era la visión que esperaba tener de él. No permitiría que algo así ocurriera. Sosteniendo con una mano la solapa de su elegante pero simple kimono blanco, acercó su rostro al oído de Shoto para poder susurrarle como a un niño pequeño a quien se quiere dormir.
— No bajo mi protección. ¿Te queda claro? No tienes permitido morirte mientras yo trabaje para ti.
Shoto sonrió, cerró los párpados y trató de dormir. Por algún motivo desconocido, siempre se sintió protegido con ese chico aunque sólo fueron un par de adolescentes ocultando su romance. Ese chico deseaba ser policía y lo consiguió aunque ahora estuviera trabajando como guardaespaldas. Por más que Shoto intentó ocultar sus orígenes, por más que trató de alejar a Bakugo de los Yakuza y su familia, hoy estaba allí.
***
Como en una película de terror, el viento soplaba con fuerza y junto a la luz que entraba por la ventana, interrumpieron el sueño de Shoto. Era incómodo dormir en un hospital. El dolor, la mala posición, el estar preocupado por los goteros... y cuando conseguía dormirse, algo le hacía abrir los ojos. Trató de incorporarse hasta que sintió el dolor en su pecho. Todo su cuerpo se negaba a querer moverse más de lo poco que podía hacer.
— No te muevas.
¡No había sido un sueño! Bakugo seguía allí sentado en la silla, con un pie apoyado contra la barra de su cama y la rodilla levantada sosteniendo la libreta donde escribía algo. Se incorporó y bajó la pierna para agarrar el mando e incorporar la cama, permitiéndole a Shoto verle con mayor facilidad.
— Desayuna y nos vamos. He mandado a la enfermera a que te busque una silla de ruedas y preparen el alta médica voluntaria. Te pondrán un anestésico local para el dolor de las costillas.
— Gracias – susurró Shoto –. ¿Has dormido?
— ¿Que si he dormido? – sonrió Bakugo –. ¿Estás de coña? Quieres ir al entierro, no tengo tiempo para descansar hasta que acabe. Tengo un par de planes para asegurar ambas zonas, pero necesitaré a tus hombres.
— Lo que digas, lo acatarán. Te lo garantizo – comentó Shoto.
La enfermera no tardó demasiado tiempo en llegar con el desayuno. Tan sólo eran las siete pero Shoto no dejaba de mirar la puerta esperando ver aparecer a su hermano con su hija. Al final, no aparecieron.
Mientras Shoto se tomaba el desayuno, Bakugo seguía moviendo el bolígrafo entre sus dedos y revisando tanto la libreta como lo que tuviera en la pantalla de su teléfono.
— No estarás pensando en llevar a tu hija al entierro también, ¿Verdad? – preguntó por las dudas, aunque Shoto negó con la cabeza.
— No. Ella se quedará en casa con la mujer de mi hermano y su primo. Algunos guardaespaldas de mi hermano se quedarán con ellas.
En cuanto Shoto firmó la baja lo mejor que pudo con su mano izquierda, ayudado por sus guardias a sentarse en la silla de ruedas, iniciaron su movimiento. Saldrían por la puerta de atrás donde les esperaba el vehículo. Bakugo caminaba a su lado perfectamente armado mientras los guardias iban delante. No hubo complicaciones para llegar a su hogar.
Cuando abrieron la puerta del vehículo para encargarse de Shoto y ayudarle a volver a la silla de ruedas, éste observó el coche de Bakugo entrar en la propiedad y aparcar tras el suyo. Sonrió al verle bajar del todoterreno oscuro.
Por unos segundos, Bakugo se fijó en el lugar. De difícil acceso pese a estar en el barrio Shinjuku. Su jardín era enorme. El estanque central daba color con sus peces Koi y las fuentes se llenaban de los cantos de los pájaros que bajaban a beber. Realmente, era un jardín perfectamente cuidado.
Desde donde acababa de aparcar, ni siquiera podía ver la garita principal donde le pidieron la identificación antes de acceder a la propiedad. Era una casa tradicional japonesa pero sólo parecía el camuflaje de una auténtica fortaleza. Llena de guardias trajeados y armados dispuestos a hacer lo que fuera por la seguridad de su líder.
— Te indicaré tu cuarto. Sígueme.
Dando el alto a sus guardias, Shoto llevó su mano sana a una de las ruedas para intentar ponerla en marcha sin mucho éxito. Le costaba mover esa silla con tan sólo una mano, sin embargo, Bakugo, que terminaba de recoger un par de bolsas y ponérselas al hombro, llegó hasta él tras cerrar el vehículo y empujó la silla hacia el interior de la casa.
— No tienes remedio. Siempre eres un maldito cabezón que quiere hacer las cosas por sí mismo – susurró Bakugo -. Podías haber pedido una silla eléctrica.
— Parece que no tenían ninguna – sonrió Shoto con sutiliza –. Vamos dentro y a la derecha, por favor.
Bakugo empujó la silla de ruedas. Subir apenas los tres peldaños le costó lo suyo, más cargado como iba con sus dos bolsas de equipaje. ¡Todavía debía hacer un par de viajes al coche para sacar más bolsas llenas de equipamiento necesario para su trabajo!
Una vez en los pasillos tradicionales de la casa, todo fue mucho más sencillo. Las mujeres que allí trabajaban abrían las puertas correderas para ayudarles a avanzar con mayor rapidez.
A medida que caminaba por los pasillos, Bakugo se sumergía en el olor a incienso. Le recordaba al peculiar aroma de Shoto. Durante el instituto, él siempre olía a incienso y ahora entendía el motivo. Ese olor se mezclaba con el del té que las mujeres preparaban en la cocina y ofrecían a los hombres del lugar.
Mirase donde mirase, sólo encontraba pasillos, puertas correderas y algunos hombres que ocultaban sus cuerpos tatuados bajo elegantes trajes. En los treinta años que tenía, Bakugo se hizo únicamente un tatuaje, un número bajo su oreja en dirección al cuello, un número que antaño significó demasiado y hoy apenas era un doloroso recuerdo.
Los cuerpos de los hombres y mujeres allí presentes debían ser auténticas obras de arte. Apenas podía verlos mientras arrastraba la silla de Shoto puesto que todos los ocultaban perfectamente, pero sabía que, en algún momento, los vería si seguía trabajando con ellos al servicio de Shoto Todoroki.
Agachó la mirada. El cabello rojizo y blanco de su cliente le hizo preguntarse... ¿También Shoto tendría esos llamativos tatuajes bajo su blanco kimono?
— Es aquí – susurró Shoto, indicándole con la mano sana una de las puertas correderas.
Bakugo giró la silla de ruedas hacia la puerta y la soltó para poder abrir. La habitación era simplemente espectacular. Amplia, con baño propio y moderno por lo poco que podía ver tras la puerta abierta del rincón. Un futón doble reposaba en el suelo frente a una gran ventana que daba al patio interior. Un cerezo estaba frente a la ventana, sin hojas en este tiempo otoñal, pero que daría sombra en verano y haría disfrutar con su belleza a la mayoría de la gente del lugar. Una habitación luminosa y hermosa, digna de un apellido prestigioso como los Todoroki en el mundo de los Yakuza.
Entró al cuarto y soltó la primera bolsa hasta que chocó contra el suelo de madera en un estruendo que hizo intuir a Shoto que llevaba algo pesado dentro.
Soltó la segunda bolsa también y abrió la cremallera de la primera. ¡Todo armas! Revisaba en ella buscando una muy concreta y cuando la encontró, la colocó en la funda de su pierna derecha del pantalón negro.
— Sé lo que estás pensando. Tranquilo, las pondré en un lugar seguro lejos del alcance de tu hija.
— Mi hija se ha criado con armas. Todos aquí están armados como habrás visto – sonrió Shoto –. Ella sabe que no debe tocarlas, pero es de agradecer que te preocupes por ello.
Bakugo cerró la bolsa y la colocó en uno de los armarios en la balda más alta que encontró y donde la niña no alcanzaría. Luego, volvió a la segunda bolsa y tras abrirla, lanzó un chaleco antibalas a las piernas de Shoto.
— Ponte esto – susurró Bakugo.
Sin rechistar, Shoto entendió que era una orden directa para poder ir al entierro, pero por más que quisiera, no podía ponérselo solo.
— Estaré en mi cuarto – comentó con la idea de pedirle ayuda a alguien de confianza.
— ¿Sabes ponértelo? – preguntó Bakugo.
— Nunca he llevado uno si es lo que preguntas.
— Te acompaño a tu cuarto y te ayudaré con él. ¿O tengo prohibido ver tu cuerpo también? – sonrió Bakugo al ser consciente de que los tatuajes que los Yakuza se hacían, sólo eran visibles entre los suyos, sus amantes y maridos o esposas.
— Puedes venir.
El cuarto de Shoto no estaba lejos del suyo, de hecho, estaban casi al lado e imaginó que se le había asignado ése en concreto para poder protegerle mejor. Dormiría cuando Shoto durmiera y trabajaría a su lado día a día protegiéndole de cualquier sospecha que tuviera.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top