Capítulo 27: Mío

Las lágrimas todavía brotaban de sus ojos y aunque él no quería llorar, el dolor insoportable de sus costillas le hacía derramarlas. Odiaba verse débil y más frente a Bakugo. En el instituto rara vez lloró, pero la realidad era que, en esas pocas veces, acababa siendo pillado por Bakugo. Ese chico parecía tener un imán de sus lágrimas porque siempre le pillaba cuando lloraba.

Sentir el suave tacto de las manos de Bakugo sobre sus mejillas era la mejor sensación de todas. La calidez que emanaba de ellas le reconfortaba. En cada uno de sus besos, casi podía sentir que todo saldría bien pese a que la situación parecía todo lo contrario. Quería creer en él, en sus palabras, en la posibilidad de poder estar juntos toda la vida pero... le era demasiado difícil hacerlo. En unos días volverían a la realidad y deberían alejarse de nuevo. Ni siquiera se sentía con fuerzas para volver a alejarle de él. Ya lo hizo una vez, le rompió el corazón a Bakugo y se lo rompió él mismo para protegerle, ahora ya no se sentía con fuerzas de repetir una acción semejante.

— Deja de pensar.

El susurro que escuchó le hizo abrir los párpados repentinamente. ¿Cómo iba a poder engañar a ese chico si le conocía tan bien? Era imposible, al menos así se lo parecía a Shoto.

Algo más cabizbajo que antes, Shoto pensó en cómo sabía que pensaba en algo. Quizá por ese beso, por cómo había respondido con dudas, por la forma en que no seguía bien su ritmo cuando sólo al iniciar su relación tuvieron problemas con esas adaptaciones. Bakugo sonrió antes de poner un par de dedos bajo su barbilla y elevar el rostro del chico hacia él para que le mirase a los ojos.

— Tus besos son diferentes cuando algo te preocupa – le dijo abiertamente.

— No quiero hacerte daño – confesó finalmente Shoto lo que estaba pensando, porque tarde o temprano, aquello acabaría y le haría daño, se harían daño mutuamente una vez más.

— Tú no puedes hacerme daño – dijo Bakugo – porque te conozco demasiado bien, porque tú eres incapaz de hacerme daño. Puedes intentarlo todo lo que quieras pero... sólo te haces daño a ti mismo porque ahora sé que sólo me amas a mí y eso no podrás borrarlo ya de mi mente.

— Volveremos en unos días, ¿verdad?

— En cuanto acabemos la vendimia, sí.

— Entonces... te darás cuenta por ti mismo cuando lleguemos de nuevo que lo nuestro es una relación imposible.

— Te recuerdo que era policía de élite, hacer posible lo imposible era mi especialidad – sonrió con prepotencia.

— Es diferente, Bakugo, esto es muy diferente.

— No para mí. En cada misión me jugaba la vida y esto no... esto no es diferente. Sé muy bien que trato con la mafia, pero me gustas tú y por ti merece la pena pelear hasta el final.

— Eres muy persistente y cabezón. Nunca puedo contigo.

Bakugo sonreía de esa forma arrogante que él siempre tenía, saliéndose con la suya como solía hacer, pero por extraño que pareciera, a Shoto le gustaba esa sonrisa y su seguridad en las cosas. Realmente quería confiar en él y en sus palabras, quería confiar en la idea de que podría realizar un imposible para ellos.

Subiéndose sobre las piernas de Shoto y sentándose en sus muslos, Bakugo volvió a agarrar el rostro de Shoto para besarle, esperando que esta vez, él dejase a un lado sus pensamientos y se centrase en lo que importaba de verdad: ellos.

No sabía qué haría al regresar, ni cómo afrontaría la situación, pero sí sabía una cosa: hoy estaban allí, estaban juntos y no iba a desaprovechar ni un momento con ese chico. Aquel pensamiento era el único que le importaba a Bakugo en ese instante.

— Carpe Diem – susurró Bakugo, lo cual hizo que Shoto sonriera.

— Carpe Diem – repitió él sabiendo exactamente a lo que Bakugo quería hacer referencia con aquella frase.

Llevando sus manos hacia el dobladillo de la camiseta, tiró de ella para poder quitársela. Shoto se sorprendió ante aquello pero no dijo nada. Siendo sincero consigo mismo, hacía tantísimo tiempo que no estaba con Bakugo que verle ahora de nuevo desnudándose frente a él era como un regalo a sus ojos.

— No me pongas esa cara de idiota – sonrió Bakugo – sé que te has estado conteniendo todo este tiempo para no lanzarte sobre mí.

— Tú si que eres un idiota. Sigo convaleciente – dijo Shoto con el dolor en sus costillas – ésa es una de las causas por las que no me lancé sobre ti.

— ¿Sólo una de las causas? ¿Y cuál es la otra?

— Que creía que me odiabas – susurró – yo jamás te habría forzado a nada y lo sabes. No podía simplemente lanzarme a besarte cuando tú me detestabas.

— Yo nunca podría detestarte.

Esta vez, el siguiente beso fue más pasional al resto, tanto que Bakugo se asustó ligeramente cuando sintió el leve quejido por parte de Shoto. Se apartó con rapidez para comprobar cómo llevaba su mano hacia las costillas. Evidentemente le dolían.

— ¿Te he hecho daño? – preguntó Bakugo.

— No te preocupes. Se me pasará pronto aunque no creo que pueda seguirte el ritmo ahora mismo para lo que quieres – susurró con una sonrisa melancólica.

— ¿Tú quieres hacerlo? – preguntó Bakugo, a lo que Shoto afirmó con la cabeza –. Entonces sólo déjame a mí. Iré con cuidado.

Con mucha suavidad y calma, Bakugo llevó sus manos hasta la camisa de Shoto y empezó a desabrocharla lentamente. Para la vendimia, le prestó aquella camisa con botones para evitar que forzase las costillas al tener que elevar los brazos para ponérsela y quitársela, ahora Bakugo veía que había acertado con su decisión de prestarle la camisa por el dolor que sentía. Muy despacio y con sumo cuidado, Bakugo deslizó la camisa por sus brazos y espalda para poder quitársela.

Se fijó en su cuerpo lleno de tatuajes. Cuando eran adolescentes, le conoció sin ni uno y a medida que su relación avanzaba, fue cuando empezó a no quitarse toda la ropa en el sexo ocultando los tatuajes que se hacía por la familia y las tradiciones, ahora, sabiendo su secreto y gracias a que él le dejaba, era capaz de ver todos y cada uno de sus tatuajes que siempre eran y debían ser privados.

Cuando Bakugo pensaba en la Yakuza, en cualquiera de las familias que pertenecían a ella, lo primero que se le venía a la cabeza eran sus trajes de la mejor calidad, sus lujosos coches, que iban a los mejores lugares... para la Yakuza todo debía ser siempre lo mejor, incluso sus tatuadores, sin embargo, por tradición, sus tatuajes siempre eran privados, por eso los ocultaban de la sociedad.

La prensa no hacía justicia con ellos. Desde niño, cuando sus propios padres le educaban y él leía sobre la Yakuza, siempre pensó que eran malas personas, pero tras conocer a Shoto, se daba cuenta de que no todas las familias de dentro de la Yakuza eran así. Había algunas que tenían sus negocios turbios y otras... que incluso ayudaban en cierta forma a la comunidad. Ahora mismo, Bakugo se preguntaba cuántas cosas desconocía sobre la Yakuza y más concretamente, sobre la familia de Shoto.

Absorto en ellos y deslizando sus manos por el incompleto tatuaje de su pecho, le provocaba cierto cosquilleo al recorrer con las yemas de sus dedos aquellos pétalos de cerezos que Shoto tanto amaba. Shoto le observó un segundo antes de dirigir sus dedos hacia la oreja de Bakugo y delinear con las yemas esos números que tenía tatuados tras ella.

— 715 – susurró Shoto sabiendo el significado de aquellos números. Bakugo se sorprendió al instante al escucharlo y luego, sonrió.

— No es justo, tú sabes el significado de mi tatuaje pero yo no sé los tuyos – dijo Bakugo algo molesto con aquello, aunque estaba lejos de enfadarse en realidad. Shoto sonrió.

— Era el número secreto para abrir el candado de tu bicicleta – sonrió Shoto –. Aún recuerdo aquel día. Tuviste la idea de lo de las cápsulas del tiempo y metiste esos papeles en esa caja que no había forma de cerrarla para siempre, así que usaste el candado de tu bicicleta para cerrarla. 715 es la combinación para abrirla – sonrió de nuevo Shoto al recordarlo aunque Bakugo se sonrojó ligeramente al pensar en ello.

— No tenía otro candado a mano. Me sorprende que aún recordases la combinación.

— Intento recordar todo lo importante y era tu cápsula del tiempo. En unos años podremos ir a abrirlas. Los tatuajes de la Yakuza sólo son importantes para nosotros, supongo – dijo Shoto – si quisiéramos decir que estamos en una banda, los haríamos visibles, pero no es el caso, son privados. Hay gente que se refiere a la Yakuza con la palabra "ninkyō" que significa...

— Ayudar a los que están por debajo de ti – dijo Bakugo al reconocer la palabra – lo había escuchado. Es difícil a veces para nosotros, sobre todo los policías identificar bien a la Yakuza. Algunos son muy peligrosos y otros... aunque tengan sus negocios y algunos sean poco legales, ayudan a su comunidad, o eso escuché hace mucho tiempo de algunos compañeros de trabajo cuando entré en la élite.

— Tradicionalmente, los tatuajes se hacían privados y querían dar a entender que esas personas tenían la fuerza necesaria para ayudar a los débiles. Aunque luego todo fue desvariando bastante, supongo – sonrió Shoto con cierta melancolía.

— Tu familia sigue siendo muy tradicional, ¿no?

— Supongo que sí. No les gustan los cambios y no estamos metidos en negocios demasiado turbios, aunque tampoco somos unos santos. Intentamos ayudar a la comunidad con lo que podemos, incluso durante el terremoto pasado, aquel que causó grandes destrozos – Bakugo pensó en él, recordaba haber estado allí ayudando a evacuar a la gente y ayudando en los rescates – mi familia y algunas otras de la Yakuza ayudaron con lo que pudieron y evitaron que se cometieran robos durante el altercado, aunque poca gente sabe eso.

— ¿Sabes? Aunque los tatuajes vuestros sean privados, yo me alegro de que los hayas compartido conmigo y más ahora que sé lo que significan.

— No podrás contar nada de esto por ahí.

— Lo sé. Tú seguirás ocultándolos bajo tus elegantes trajes y kimonos – sonrió Bakugo – pero yo ya los tengo grabados en mi mente.

Con una ligera sonrisa, Shoto señaló con sus manos unas líneas entre los pétalos de cerezo del tatuaje incompleto. Apenas se veían, pero cuando Shoto las señaló y Bakugo pudo ver la delineación, se dio cuenta de algo. No eran líneas sin más, eran números.

— 715 – leyó Bakugo con una sonrisa – el número de mi candado.

— Siempre lo llevo conmigo. Abriremos esa caja, un día la abriremos y sabré lo que escondiste allí.

— Escondí mis deseos – sonrió Bakugo aunque hablando de la cápsula del tiempo, se daba cuenta de que debía regresar a la ciudad, al instituto y volver a dejarla en su lugar. Shoto recordaba muy bien aquella promesa y regresaría un día para abrirla. No tenía más remedio que devolverla a su sitio y ese día... se daría cuenta de que él había forzado la apertura de la de Shoto y husmeado en su interior antes de hora.

Para evitar pensar en ello, Bakugo se abalanzó sobre los labios de Shoto besándolo con pasión. No quería pensar más en el tema de los Yakuza, de las cápsulas... sólo quería estar con Shoto.

— Te quiero – susurró Shoto con sus labios aún rozando los de Bakugo.

— Yo haré posible esto – susurró Bakugo – te lo prometo. Tú y yo estaremos juntos.

Shoto sonrió queriendo confiar en esas palabras. Si alguien era capaz de lograr los imposibles, desde luego, era Bakugo.

Poniéndose un segundo en pie, Bakugo se quitó el pantalón y la ropa interior para volver a sentarse sobre los muslos de Shoto y besarle nuevamente. Aquella noche sería para ellos. Hacía tanto tiempo que deseaba volver a estar con él, que ambos lo deseaban que hoy no querían dejar pasar la oportunidad pese al dolor de las costillas de Shoto.

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