Capítulo 15: El apartamento
En completo silencio, Shoto seguía a Bakugo por la casa en dirección al garaje. Al llegar a él, se dio cuenta de que todo el mundo parecía estar preparándose para lo peor. El resto de sus guardaespaldas preparaba las armas, los chalecos y arrancaba un par de vehículos. Shoto los miró desde una esquina del garaje sin saber qué hacer.
Bakugo, frente a él, abría las puertas de uno de los coches y se asomaba al interior para asegurarse de que era seguro y no había nada extraño dentro. No se fiaba ni siquiera de la gente que trabajaba en su casa. Aun así, Shoto permaneció en silencio hasta que observó a Izuku traer a su hija en brazos. Abrazada a él y tapada con una fina manta, la niña era incapaz de abrir los párpados. Shoto caminó con rapidez hacia ellos para agarrarla. Izuku, con una dulce y tranquilizadora sonrisa, se la pasó.
— Todavía no se ha despertado.
— Casi mejor así. Gracias... Midoriya – susurró Shoto al sostenerla, dejando que la niña se agarrase a su cuello y apoyase la cabeza en su hombro para continuar durmiendo. Shoto la agarraba con un brazo y con el otro acarició su cabello con suavidad.
— No tienes que agradecerme nada. Es mi trabajo protegeros. Voy a ayudar a Bakugo y montaré la silla para Katsumi. Nos iremos en breve. No te acerques a los vehículos hasta que los hayamos comprobado todos.
— Vale – agradeció Shoto la información.
Con la pequeña en brazos dejándola descansar, Shoto observaba al resto de guardaespaldas trabajando. Seguía preocupado por su familia pese a que había visto por las noticias a su padre y cómo sus guardaespaldas se lo llevaban del lugar, pero, en parte, todavía estaba preocupado por la familia de su hermano.
Izuku se acercó al vehículo por la puerta trasera del otro lado donde estaba Bakugo y revisó el interior.
— No veo nada sospechoso. Revisa el bajo del vehículo, iré a revisar bajo el capó los frenos y esas cosas – comentó Bakugo, como si no se fiase de que hubieran podido manipular algo de la mecánica o funcionamiento del vehículo.
— Lo reviso – susurró Izuku.
Mientras su compañero abría el capó del vehículo para revisar la mecánica, Deku se tumbó en el suelo. Sacó de uno de los bolsillos de su chaleco una pequeña linterna y la tomó entre sus labios antes de agarrarse al chasis del coche y empujar su cuerpo bajo él para revisar que no hubieran puesto ninguna bomba, localizador o cualquier otra cosa.
— Está limpio – susurró Deku saliendo de debajo del vehículo.
— Aquí todo parece en orden también.
— Voy a montar la silla de la niña – comentó Deku.
— Hazlo rápido. Todoroki, sube detrás con tu hija. Midoriya, en cuanto acabes, te quiero de copiloto. Saldremos los tres coches juntos.
Bakugo abrió la puerta trasera y dejó que Deku instalase la sillita para la niña mientras él hablaba con el resto de los guardaespaldas e ideaba la ruta que seguiría cada vehículo. En cuanto estuvo montada, Shoto se acercó a la silla y dejó a su hija en ella. Dormía y sentía que era preferible de ese modo. Katsumi no necesitaba preocuparse por nada. Era sólo una niña.
Shoto la tapó con la manta y tras depositar un dulce beso en su frente, cerró la puerta y caminó hasta la puerta trasera del otro lado para sentarse al lado de su hija. Bakugo tomó asiento frente al volante y esperó a que Izuku subiera a su lado. Bakugo arrancó el vehículo.
La tensión que se sentía en ese momento provocó el asolador silencio dentro del coche. Ninguno habló, ni pusieron la radio para saber cómo se estaba viviendo aquellos atentados en la ciudad. Bakugo sólo se centraba en maniobrar para seguir al resto de los vehículos. Aquello iba a ser su maniobra de distracción por si había alguien dispuesto a atentar contra la vivienda de Shoto Todoroki.
Al salir del garaje, todos los coches salieron en fila. La puerta principal de la propiedad ya estaba abierta y cada uno se marchó en una dirección diferente a excepción del señuelo: dos coches juntos que harían parecer uno de guardaespaldas y otro del cliente.
Bakugo se desvió de cualquier ruta segura y se dirigió hacia el centro de la ciudad. Nadie pensaría que iban a llevar a su cliente hacia una zona comprometida por las explosiones. Katsuki echó una rápida mirada hacia su compañero. Midoriya estaba muy tenso. No perdía ojo de la carretera y su brazo derecho estaba levantado, agarrando con sus dedos el asa de encima de la ventanilla y dejando el codo sobre el borde de ésta.
— Esto te debe traer recuerdos, supongo.
— Unos cuantos – susurró Izuku.
No era fácil olvidarse de todo lo que vivió en el frente como soldado, ni lo que vio como médico allí. Vivir de nuevo un hecho como las explosiones, o una vez más el tener que ir en convoy, no era fácil para él.
***
El "click" de la llave fue sólo el primer paso antes de que la mano de Bakugo se colase en el interior buscando a ciegas el interruptor de la luz. La encendió y dejó que su cliente entrase primero cargando a su dormida hija en sus brazos. Midoriya entró tras ellos y cerró la puerta. Todavía mantenía el silencio cuando dejó la gran bolsa con las armas que llevaba al hombro sobre la mesa del comedor. Bakugo le imitó.
Ambos abrían las bolsas y revisaban el armamento, hasta que Izuku carraspeó sutilmente. Bakugo elevó la mirada hacia él, observando cómo su compañero le indicaba con un suave movimiento de cabeza hacia un lado. Bakugo miró instintivamente hacia el lado que le señalaba para ver a Shoto de pie cargando con su hija. Bakugo resopló antes de dejar la bolsa a un lado. Todavía no estaba curado su brazo, pese a poder moverlo, le seguía doliendo y las costillas necesitaban reposo. Cargar con su hija debía ser un sufrimiento que Shoto guardaba en silencio.
— Pásamela, anda – susurró Bakugo.
Con suavidad, se acercó a Shoto con los brazos estirados hacia él para indicarle que le pasase el relevo de la niña. Él podía llevarla hasta el cuarto. Al principio, Shoto pareció dudar. No era algo que le sentase mal a Bakugo, era normal que tuviera sus dudas y estaba convencido de que no eran dudas por si no sabía tratar a su hija, sino más bien, dudas porque Bakugo odiaba a los niños. No era normal en él acercarse a ellos. Finalmente, Shoto sonrió y le pasó a Katsumi.
Para Bakugo, era la primera vez que agarraba a un niño, pero por algún motivo, no le pareció angustioso. Saber que era la hija de Shoto le hacía tenerle un cariño especial y diferente. Jamás permitiría que le ocurriera nada a esa niña. Acomodada entre sus brazos y dejando que reposase su cabecita sobre su hombro, Bakugo sonrió sutilmente.
— Sígueme, te enseñaré vuestro cuarto. Será mejor que descanséis todo lo que podáis mientras Midoriya y yo ideamos un plan para los próximos días. Tendremos que alejarnos un poco del bullicio.
— Gracias, por todo – susurró Shoto.
— Es mi trabajo.
Midoriya sonrió. Conocía bien a Bakugo. Habían sido vecinos, fueron juntos a la misma escuela e instituto, fue su mejor amigo durante muchos años y pese a saber lo orgulloso que era, también era consciente del cariño que le tenía a ese chico. A cada segundo que pasaba y veía esas miradas entre Shoto y Bakugo, se daba cuenta de la tensión que surgía entre ellos. Si antes tenía sus sospechas, ahora no tenía duda alguna de que Bakugo guardaba ciertos sentimientos por ese chico.
Izuku se asomó a la cristalera del comedor y perdió la mirada en las luces de la ciudad. Al fondo, podía escuchar sirenas de coches de policía y bomberos pasar por las calles no muy lejanas. Cruzó los brazos en su pecho y esperó a que su compañero volviera de enseñarle la habitación a su cliente. No tardó demasiado en hacerlo. Izuku supuso que no debía querer permanecer demasiado tiempo al lado de Shoto Todoroki.
— Por esta noche creo que aquí estaremos bien, pero no es recomendable quedarnos demasiado. Si quieren atentar contra él, investigarán a todos y podrían descubrir que se encuentra en la casa de algún guardaespaldas. No les faltaron escrúpulos para disparar en mitad del templo aquella vez, así que dudo que les temblase el pulso para acabar con él. Es cuestión de tiempo que den con nosotros.
— Hay que sacarle de la ciudad – susurró Izuku – algún lugar donde no sospechen que estamos. Al menos unos días hasta que todo esto se calme.
— Lo había pensado y tengo un lugar en mente.
— El lugar del que tanto querías huir – sonrió Izuku todavía con la mirada fija en la ciudad.
— Sí, el lugar donde nacimos y del cual nos fuimos en cuanto tuvimos edad para hacerlo.
Izuku sabía muy bien del lugar del que hablaba: la isla Niijima. Las islas Izu eran un paraíso para muchos, pero para dos chiquillos, era más bien una prisión difícil de la que escapar. Los padres de Bakugo tenían una ganadería y algunos viñedos allí y a nadie le cabía duda de que Bakugo se dedicaría a la granja heredando la empresa familiar, pero él sólo soñaba con irse a Tokio y hacerse policía.
Para ser sincero, Izuku habría sido feliz quedándose en la isla y siguiendo el legado de su familia en la panadería, sin embargo, el terror a perder a su mejor amigo cuando quiso mudarse a Tokio para asistir al instituto le hizo tomar la decisión de ir a la gran ciudad también. Últimamente sólo regresaba a casa para las festividades y visitar a su madre.
— Nadie nos buscará allí – susurró finalmente Izuku – es un buen sitio si quieres esconderte.
— Compraré los billetes para mañana en la compañía de ferry "Tokai Kisen". Hacen al menos catorce viajes a la semana, espero que queden huecos para ir.
— Es temporada baja, no debe haber muchos turistas en estas fechas.
Bakugo observó entonces a Izuku. Jamás había cuestionado sus decisiones, pero hoy, al hablar de nuevo sobre el tema, se dio cuenta de que Izuku siempre había sido arrastrado por sus decisiones. Él habría preferido quedarse en la isla, pero cuando Katsuki decidió ir a vivir con su tío y estudiar en Tokio, Izuku se mudó también a un apartamento cercano donde vivía su padre. Jamás le preguntó por el divorcio de sus padres por si le resultaba duro. Su madre llevaba ahora la panadería de Niijima y su padre era un empresario de éxito en la gran ciudad, pero Izuku apenas hablaba de su infancia.
— ¿Hace cuánto que no ves a tu madre? – preguntó Bakugo.
— La vi cuando regresé de Afganistán. Fuimos allí en misión humanitaria, para arreglar desperfectos y esas cosas. Ahora hará al menos casi un año que no he ido de visita. Seguramente tú has estado más ausente que yo – sonrió Izuku.
— No voy desde... desde la academia de policía.
Para ser concreto, no había ido desde que rompió con Shoto. Tras la ruptura, fue unas semanas creyendo que la paz y tranquilidad de la isla y el alejarse un poco de todo aquello calmaría su dolor. No fue así.
— Siempre me he considerado tu mejor amigo, pero no me di cuenta de lo que sentías por ese chico – susurró Izuku – y eso que he sido tu vecino tanto en Niijima como en Tokio. Debí darme cuenta.
— Intenté que nadie se enterase. Shoto siempre quiso que fuera un secreto y aunque no lo entendía en su momento, ahora me doy cuenta de que no debió ser fácil para él ocultarme algo así tampoco. Hubo un tiempo en el que habría hecho cualquier cosa por él.
— Para nosotros, nacer en Niijima fue como una cárcel, ¿te acuerdas? Tú, sobre todo, soñabas con escapar de allí y pudiste hacerlo, pero para ese chico... es imposible escapar de quién es o de su familia. Siempre tendrá enemigos, siempre van a perseguirle. Nunca estará a salvo y lo sabe. Si tú intentas cambiar eso, ya sabes lo que ocurrirá. Es mejor no inmiscuirse con ninguna de las familias que conforman la Yakuza.
— Lo sé, pero no es fácil con estos sentimientos. Fue alguien importante para mí y, en cierta forma, sigo preocupándome por él. No puedo evitarlo y, a la vez, soy consciente de que es imposible para nosotros tener algo más que no sea esto.
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