Capítulo 1: La espera de toda una vida.
"Amar es cuando dos personas se encuentran por casualidad y resulta que se estaban esperando toda la vida."
El ruido de los murmullos se volvía más lejano a cada paso que daba. Sus botas militares producían un suave y casi insonoro ruido al golpear los azulejos del pasillo. Las suelas de goma dura se adaptaban perfectamente. Era de las pocas veces que pisaba con suavidad. No era intencionado. Sus compañeros siempre bromeaban con que parecía una apisonadora andante. Sus pasos eran pesados, ejerciendo una gran presión, pero hoy, sentía como si cada pisada fuera a chafar un huevo y tratase de evitar romperlo. Un caminar suave, delicado y lento.
El ruido externo de las enfermeras hablando, de los aparatos médicos o de los limpiadores o los pacientes, era apartado de su mente abruptamente. Sus pies continuaban hacia adelante. Seguía a un par de hombres de elegantes trajes negros hacia una habitación en concreto. Sabía dónde se estaba metiendo cuando aceptó ese trabajo, pero sus ojos eran incapaces de aceptar lo que veían.
Con la mirada fija en el cristal de la habitación frontal, la imagen tras este provocaba la aceleración de su corazón y las dudas de su mente. Un chico de unos veintiocho años se encontraba recostado en la camilla. La habitación estaba llena de gente con elegantes trajes que cubrían cada resquicio de piel a excepción de sus manos o cuellos.
El chico sonreía sutilmente dentro de la habitación que mantenía la puerta abierta. Incorporado en la camilla y sólo ataviado con un simple kimono blanco fácil de manejar para las enfermeras, intentaba convencer a una niña de apenas cuatro años de que tenía que marcharse. ¡Ella no quería irse! En un berrinche sin igual, de pie sobre la camilla entre las piernas del que parecía su padre y abrazada a él, se negaba a soltar su cuello y despedirse.
Bakugo Katsuki era incapaz de detener su corazón desbocado. Cada paso era una duda nueva que le asaltaba. ¡Qué irónica era la vida! Él, que fue soldado, que estuvo en la policía de élite, que sabía cómo controlar su respiración y su pulso como francotirador para realizar perfectamente su trabajo, hoy se encontraba en esa dura situación que le dificultaba mucho todo lo anterior. Tenía que relajarse. Sólo era un trabajo, uno muy bien pagado.
Cabello mitad rojizo y mitad blanco. Conocía a ese chico. ¡Como si pudiera olvidarle! Su inusual cabello era difícil de olvidar una vez lo veías. En Japón eran normales los tintes, pero ese chico, por raro que sonase, no lo tintaba. Era su cabello natural y por eso mismo, se hacía difícil olvidar a alguien tan peculiar. Sin embargo, no era ése el único motivo por el que su corazón latía cual caballo desbocado.
Cuando aceptó el trabajo, no esperó encontrarse con Shoto Todoroki. Dos malditos años en los que creyó conocerle y ahora se daba cuenta de que no sabía absolutamente nada del que alguna vez fue su compañero.
A medida que se acercaba a la habitación, más detalles podían percibir sus ojos: el cabestrillo que mantenía inmóvil uno de los brazos de Shoto, mientras con el otro sostenía a la pequeña para evitar que se cayese. La niña lloraba como si hubiera ocurrido la peor tragedia del mundo y aunque una mujer intentaba hablar con ella y convencerla de que soltase el cuello de su padre, ésta seguía aferrada con fuerza y dispuesta a no soltarse.
— Vamos, cielo, papá tiene que descansar.
La voz de la mujer se escuchaba a través de la puerta abierta. Bakugo se detuvo tras los dos hombres con traje y esperó pacientemente. Su indumentaria resaltaba drásticamente por su contraste con la de todos aquellos hombres. Con sus botas militares, su pantalón de campaña estilo policial y su camiseta corta, lo único que tenía en común con aquellos tipos era el color negro.
En su cinturón, la pistola permanecía perfectamente enfundada. Los hombres trajeados no le quitaban ojo de encima pese a que Bakugo mantenía sus brazos cruzados sobre su pecho, esperando a que le dieran acceso para conocer a su nuevo cliente. Sólo era un trabajo de guardaespaldas. Debía proteger al hijo menor de un importante "empresario". Lo único que le explicaron fue que sufrió un atentado y, por tanto, iban a pagarle una auténtica fortuna por protegerlo. Lo que no esperó fue que el hijo menor fuera, ni más ni menos, que un antiguo compañero suyo del instituto.
— ¡NO QUIERO! - gritó la niña sin soltar el cuello de Shoto - ¡NO QUIERO IRME! ¡QUIERO QUEDARME CON PAPÁ!
Parecía un imposible lograr que la niña se marchase del hospital. Sus lágrimas se camuflaban al ocultar su rostro en la clavícula de su padre, pero se notaba por su tono que el berrinche no se pasaría pronto.
— Katsumi, mírame - susurró Shoto con delicadeza -. Vamos, mi niña, sólo mírame un segundo.
Bakugo abrió los ojos al escuchar el nombre. ¡Tan parecido al suyo! El tono que Shoto empleó fue tan suave y delicado que se quedó estático, extrañamente reconfortado por esas palabras. No se le notaba enfadado ni nada parecido, más bien, estaba muy tranquilo. Sus dedos acariciaban el cabello de la niña, mezcla de rojo y blanco como el suyo, con mucha suavidad y ternura. Katsumi pareció reaccionar bien a ese tono utilizado y apartó su rostro ligeramente del pecho de su padre para mirarle. Shoto sonrió sutilmente.
— ¿No quieres ir con el tío Touya a cenar? Yo no puedo ir. Los médicos tienen que mantenerme aquí unos días, pero sé que el tío se pondrá muy, pero que muy triste si no le haces compañía. ¿Quieres poner triste al tío?
La niña negó con la cabeza. Con sus manitas, limpió sus lágrimas y miró hacia atrás, donde el resto de la familia esperaba una respuesta para poder marcharse. Shoto indicó, con un movimiento afirmativo de cabeza a su hermano, que agarrase a la pequeña.
— Vamos, Katsumi, mañana te traeré temprano para que desayunes con papá. ¿Quieres?
— S-Sí - susurró la niña pese a la tristeza.
— Ven conmigo, pequeña, nos lo vamos a pasar genial. Jugaremos con tu primito y comeremos helado - sonrió Touya como si fuera el plan más maravilloso del mundo. Katsumi consiguió sacar una ligera sonrisa que se esfumó enseguida -. Tu primito está deseando que vayas a jugar con él. ¿No quieres jugar con él? - al ver que la niña afirmaba y alzaba los brazos, Touya la tomó en brazos para llevársela a su casa -. Vengo mañana. Hazme el favor de cenar y no te levantes. Los médicos ya han dicho...
— Asistiré mañana, digan lo que digan - sentenció Shoto con un tono que no admitía réplica.
Touya miró a la pequeña en sus brazos. Ella desconocía del tema tan importante del que hablaban y tanto Touya como Shoto preferían que siguiera siendo así. Ya había sido demasiado duro para la niña enterarse de la muerte de su madre como para ir desvelando sobre el entierro.
— Eres tan cabezón como el resto de la familia - se quejó Touya -. La familia entenderá que no puedas asistir.
— Asistiré. Es mi obligación estar allí - sentenció. Aquella situación no estaba siendo fácil para nadie, pero no iba a dejar que esa herida le impidiera llevar a cabo sus obligaciones. Shoto miró a su hija agarrada al cuello de su hermano -. No dejes que se vaya tarde a la cama.
— Descuida. Dale un beso de buenas noches a papá.
Sosteniendo en sus brazos a la pequeña, la bajó lo justo para que pudiera darle un beso a su padre y éste a ella antes de despedirse. A medida que su hermano mayor se alejaba con la pequeña en brazos, Shoto sonrió y movió su mano en forma de despedida. La niña movió su manita también tras la espalda de Touya pese a las lágrimas de sus ojos. Estaba asustada. Acababa de perder a su madre y trataba de aferrarse con desesperación a su padre.
Toda la familia se marchó, a excepción del padre de Shoto, que tras el atentado y pese a la cantidad de gente que ya tenían bajo su servicio, se empeñó en contratar a alguien supuestamente mucho más capacitado, a un profesional. Le ponían un guardaespaldas más. ¡Como si no tuviera ya suficientes!
— Hacedle pasar - susurró su padre a uno de los guardias de elegante traje negro.
— Papá, en serio, no necesito otro...
— Era ex policía de élite. Recibí sus recomendaciones, es de lo mejor que he podido encontrar y el tema no se encuentra en debate. Acepta de una vez lo ocurrido. Tu vida está en riesgo y no es algo con lo que quiero jugar.
Los dos hombres entraron primero para minimizar riesgos y detrás, el chico vestido con un atuendo más parecido al de un policía de élite que al de un guardaespaldas. No era propio vestir de esa forma para el trabajo, pero eso no fue lo que asombró a Shoto, sino su rostro. Su cabello extrañamente rubio para ser japonés, y sus ojos de una tonalidad que, según el ángulo de la luz, daban la impresión de ser de un tono rojizo que le hacía aparentar extranjero. Sin duda alguna, en Japón se le consideraba un extranjero aunque no lo fuera. ¡Su antiguo compañero de instituto y, para ser más concretos, su ex novio! Aunque ese dato quedó entre Bakugo y él.
Shoto abrió desmesuradamente los ojos al verle entrar al cuarto. Se esperaba a cualquiera acceder por esa puerta, menos a él. Incluso cuando seguían siendo pareja, intentó mantenerle alejado de su vida. ¡Qué cruel era el destino a veces! Allí estaba, metiéndose en la boca del lobo por un trabajo. Ninguno de los dos pronunció palabra pese a que sus miradas eran incapaces de apartarse la una de la otra. Los dos estaban sorprendidos con ese reencuentro que ninguno esperaba.
— Shoto Todoroki, te presento a Bakugo Katsuki, él es tu nuevo guardaespaldas. No se despegará de ti durante las próximas semanas.
¿Cuánto habría rebuscado su padre en la vida de Bakugo Katsuki para contratarle? Shoto fijó sus ojos en su padre como si al hacerlo, este pudiera darle la respuesta que buscaba. No fue así. Debió investigarle a fondo, sobre todo al saber que fue policía de élite. Sin embargo, las recomendaciones debieron ser muy buenas como para que lo considerara a pesar de ese pasado. ¡Mira que contratar a un ex policía para encargarse de un mafioso! En parte, se alegró de que no hubiera descubierto en su exhaustiva investigación que ellos una vez tuvieron un romance y por otra, se entristecía al recordar su pasado con Bakugo.
— Encantado de conocerle, señor Todoroki.
La reverencia que Bakugo le ofreció desde su sitio le hizo entender a Shoto que actuaría como si no se conocieran en lo absoluto. No negaba que verle una vez más era a la vez que doloroso, reconfortante. Quizá no esperaba volver a coincidir con él jamás, pero le gustó hacerlo pese al sufrimiento que causaría. Así iban a ser las cosas ahora entre ambos. Un trato cortés y distante. ¡Trabajo! Sólo era eso para Bakugo, un trabajo bien pagado. Por tanto, Shoto optó por corresponder su deseo y fingir. Hizo una ligera reverencia de cabeza desde su cama.
— Igualmente, señor Bakugo.
La voz de Shoto hizo temblar hasta el último centímetro de piel de Bakugo Katsuki. Su tono siempre era tan tranquilo y apacible que tenía el mismo efecto en él que un bálsamo relajante. Abrió los ojos antes de enderezarse tras la reverencia.
— Mi hijo está convencido de asistir mañana al entierro de su esposa, aunque los médicos son reacios a darle el alta médica. Creen que no debería moverse de la cama con sus heridas y pienso igual.
— Papá - susurró Shoto a sabiendas de que no era un tema que correspondiera a su guardaespaldas. Sabía que su padre no lo decía para que asegurasen el perímetro, sino que era más un interés personal, Shoto lo conocía lo suficiente como para saber, que era más un interés personal. Quería que un guardaespaldas le dijera que no asistiera para salirse con la suya. ¡Estaba acostumbrado a esas estrategias por parte de su padre! Y no permitiría que se saliera con la suya -. Iré al entierro. Es mi obligación.
— Tu obligación es quedarte en cama hasta nuevo aviso. ¿No entiendes que el que atentó contra tu vida sigue ahí fuera? Podría aprovechar el entierro para terminar lo que empezó.
— Voy a ir. Más ahora que tengo un guardaespaldas extra. Cómo bien has dicho, es el mejor que podías encontrar ¿No?
¡Testarudo! Bakugo conocía lo suficiente a Shoto como para saber que no cambiaría de opinión no importaba lo que le dijeran. Analizando la situación y frente a los pocos datos que tenía por el momento, tampoco le parecía buena idea que acudiera al entierro. Su padre estaba en lo cierto, era un buen momento para acabar lo que empezaron, sin embargo no pronunció palabra alguna. Era un tema familiar y su trabajo consistía en proteger a su cliente en la situación que fuera.
— Eres un maldito cabezón, pero no irás y es mi última palabra - sentenció su padre, después de lo cuál salió de la habitación y dio instrucciones a los guardias en la puerta que no perdieran de vista a su hijo. ¡Ahora tenía más vigilancia que nunca! Tras quedarse conforme con las medidas, caminó rápidamente por el corredor hasta perderse de vista tras uno de los hombres de su séquito privado de seguridad.
Bakugo aprovechó ese momento a solas, para acercarse a las ventanas del hospital. Estaban cerradas por seguridad. Movió sus dedos hacia el seguro y luego de quitarlo, abrió levemente las cortinas para observar la calle un segundo. Fue mínimo, tan sólo la apertura necesaria para que su ojo derecho pudiera ver la zona y su cerebro hacerse una idea para asegurarse que todo estaba tranquilo. Después, devolvió todo a como estaba.
— Lo siento, no esperaba que te contratasen a ti.
— Ya bueno, tampoco creí que tú fueras a ser mi cliente - aclaró Bakugo - así que... - miró a todos lados, asegurándose de que estaban completamente solos a excepción de los guardias trajeados tras la puerta cerrada, y entonces, retomó la conversación -. ¿De los Yakuza? Y no cualquiera, el hijo pequeño de una de las familias privilegiadas del grupo. Lo ocultaste muy bien durante el instituto.
— Bakugo, puedo explicarte todo eso... - empezó Shoto con una explicación cuando Bakugo le cortó.
— No me interesa. Estoy aquí sólo para mantenerte con vida. Dejémoslo en un asunto propiamente profesional. Voy a necesitar que me cuentes tus rutinas. Necesito saber todo lo que puedas decirme para planificar tus rutas, comprobar los lugares que frecuentas y minimizar los riesgos.
Shoto agachó la mirada hasta la mano sana que reposaba sobre sus muslos. El dolor en su pecho se intensificó con cada palabra que Bakugo le dijo, sin embargo, no fue consciente, que ese mismo dolor, también lo sintió el corazón de Bakugo al verle con ese semblante triste.
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