Prólogo parte 2

Cerré los ojos, para después oír un grito de mi madre, seguido de pasos corriendo, pero, por alguna razón, no fui a su encuentro al instante. Después de unos diez minutos reaccioné y fui rápidamente a su habitación, para encontrarla durmiendo. Ella despertó, me vio, le pregunté si estaba bien y que era lo que le había pasado, a lo que ella me respondió diciendo que estaba bien y que no le había pasado nada, mientras me observaba extrañada. Me señaló que volviera a la cama, e hice eso. A la mañana siguiente desperté fuera de mi casa, la cual estaba en escombros. Vi a mi madre y a mi padre pasar en una camilla, pálidos y comprendí con horror que estaban muertos. A mi hermana se la llevó una ambulancia directo hacia el hospital. Y a mí me llevaron a un orfanato, sin lograr enterarme siquiera si es que mi hermana estaba viva o muerta.

Y aún no lo sé. Después de eso no volví a ser la misma. La gran pérdida que sufrí me destrozó el alma, como era de esperar. Me volví algo solitaria, pero pude superar mi mal destino. Seguía en la escuela, y era una buena, ya que, por suerte, el orfanato al que fui enviada tenía buenos fondos. Así pude conseguir una beca para la universidad, producto de mucho esfuerzo, además.

Extrañaba mucho el libro de Roma, después de todo, pero la ausencia de esta distracción permitió que pudiera concentrarme más en mis estudios. Opté por las leyes: quería defender a la gente y, además, aunque no me gustara mucho aceptarlo, mi querida Roma también influyó, puesto que debo estudiar sobre ella en esta carrera. Y actualmente tengo un novio y lo quiero, pero me atrevería a decir que él me quiere más a mí que yo a él. Intento amarlo, pero me cuesta, por ese pasado que me pesa. En un principio, yo no sentía nada por él, pero me encontraba sola: no tenía amigos y mucho menos una familia, así que se podría decir que me sentía necesitada de amor.

-Mónica, vayamos de vacaciones- me propuso una tarde él, aunque yo no estaba muy convencida de tal idea. -¿Y si vamos a Roma?- fue la pregunta decisiva y comenzamos a planear nuestro viaje para las siguientes vacaciones. Si hubiéramos sabido que aquella aventura lo cambiaría todo en nuestras vidas...

Y había llegado el día: Marcos me preguntaba por mi pasaporte, mientras yo ya no podía más de los nervios y de la emoción. ¿Y quién me podía culpar? Estaba a tan sólo horas de conocer Roma, de cumplir parte de mis sueños. Nos subimos a ese avión tomados de la mano y ni siquiera me encontré cansada en ningún momento, a pesar de la gran duración del viaje.

-¡Amo Italia!- grité, muy emocionada, al bajar del avión y observar aquel bello paisaje, a lo que Marcos simplemente reía.

Fuimos al hotel, donde Marcos quería descansar, pero yo no se lo permití, puesto que sólo quería conocer el lugar. Pensaba en ese momento que, si viviera allí, podría superar lo ocurrido hace trece años, por improbable que suene.

Finalmente convencí a mi novio y comenzamos por el museo. Observaba todo maravillada: los hermosos trajes, los bellos vestidos, las fotos y pinturas colgadas y los decorados libros. Las máscaras y estatuas, las maquetas de antiguas construcciones y, en general, todo. Tomando de la mano a Marcos, me sentí transportada hacia el pasado...

...Y repentinamente, todo comenzó a moverse a nuestro alrededor, girando, girando... y nos encontramos en un lugar completamente diferente. La gente hablaba otro idioma, y no era italiano; usaban ropa distinta y las edificaciones lucían diferentes. No demoré en darme cuenta: ¡Habíamos viajado en el tiempo hasta la Antigua Roma! No pude evitar sentirme eufórica, pero al ver la cara de Marcos, noté que estaba en shock: no reaccionaba ni hablaba. Ahí fue cuando me di cuenta de algo: esto era lo que había deseado desde que era una niña, pero ¿podríamos regresar al presente?

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