Capítulo 9

Podía escuchar los pasos del asiático cerca de su posición, pero hasta ese punto, siquiera se había atrevido a mirar hacia atrás. El beso había sucedido y ya, solo porque sí, sin razón, sin lógica, sin explicación. Apartar a Minho fue casi un acto de reflejo, de mera cordura.
Aquello no estaba mal, pero algo en su interior gritaba a todo pulmón que así era. No estaba buscando consuelo, no estaba buscando llenar el vacío, él solo quería llegar al final de esa miertera cosa y continuar con su vida, al menos hasta donde C.R.U.E.L. lo permitiera.

Escuchó la voz del ex corredor no muy lejos de donde estaba, escuchó su petición, escuchó que bramaba por sobre el viento que azotaba sobre ellos, escuchó que gritaba que lo esperara, que debían hablar. Pero Newt comprendía perfectamente, que aquello no era posible. Estaban a punto de llegar al final, el refugio estaba a unos cuantos kilómetros, pronto todo lo que sucedió en el desierto quedaría finalmente atrás, permitiéndoles mirarse a las caras y simplemente olvidar. Así de fácil, así de sencillo.
Minho era su amigo, y por encima de ello, algo suficientemente cercano a lo que podía llamar hermano, después de Alby, él era lo que le quedaba del área, considerando el hecho de que Thomas había dejado de figurar en esa ecuación.

Thomas.

El nombre del castaño le supo amargo, le hizo apretar los ojos, acelerar el paso. El larchito estaba en las montañas, seguramente, divirtiéndose en los brazos de cierta pelinegra. Qué fastidio. Debía comenzar a ignorar las escenas que se repetían en su cabeza, o terminaría  por volverse loco.

—¡Newt! —de nuevo la voz de Minho sonó cerca, logrando que el rubio enterrara los pies en la arena, que buscara una roca donde esconderse, pero más tardó en pensar una posible solución a la charla que no quería tener, en sentir como el asiático le daba alcance y le sujetaba de uno de los brazos. Odió su renguera, odió que el mayor siempre se hubiese destacado como uno de los mejores corredores.

—Nos falta poco —fue una voz plana, seca, sin emoción. Los pardos del rubio estaban fijos hacia al frente, hacia donde suponía, debía observar que aparecería una construcción, algo, lo que fuera.

—¿Quieres detenerte un segundo, pedazo de plopus andante? —no había sarcasmo, no había reproche, solo una enorme muestra de exasperación pura. Newt le observó fijamente, ausente, ligeramente fuera de sí.

—Evidentemente no puedo caminar si me sujetas así. ¿Podemos continuar y dejar esto para otro momento? —Newt rodó los ojos con fastidio, movió el brazo para tratar de deshacerse del agarre del mayor. Algo dentro de él, hervía lentamente, era como si su mecanismo se hubiese transformado en una olla de presión que estaba a punto de reventar.

—Shuck ¿Cuándo dejarás de ser tan malditamente miertero, Newt? —Minho estaba dolido, era algo que probablemente era evidente para cualquiera que presenciara aquel encuentro, pero no para Newt, no al menos en ese momento.

—El día que tú dejes de ser un experto pendejo. ¿Acaso hacen competencia entre ustedes? —había una pequeña risa que reflejaba ironía pura, fastidio en su estado natural. Él no era así, por mucho que rascara en el fondo de su memoria, jamás había actuado de esa manera, pero justo en ese momento, parecía no querer detenerse, no quería pensar, solo quería olvidarse de todo y ya.

Minho le observó fijo con los ojos bastante más abiertos, tratando de descifrar lo que sucedía con su recién descubierto, interés particular. Pero Newt simplemente había desviado la mirada, retomando su paso, olvidando que él existía.
Bien, no podía culparlo. A él mismo se le había ocurrido andar buscando los besos de quien había sido uno de sus mejores amigos, justo al mismo tiempo que a este lo habían botado. Probablemente, Newt tenía razón, era un fuco pendejo en todo el maldito sentido de la palabra.

Ahogó esos pensamientos antes de finalmente continuar su andar, olvidando que habían un par de metros de distancia entre ellos y el resto de los dos grupos.
Dio apenas un par de pasos más poco antes de atreverse a elevar la mirada, a hurgar en las montañas que se alzaban a su costado. Parpadeó confundido cuando fue capaz de percibir unas cuantas figuras que se movían no muy lejos de donde estaban, haciéndole saber casi de inmediato, que se trataba de sus dos personas no favoritas, y del larcho que estaba logrando que se perforara el estómago como consecuencia del enojo. Genial.

Bajó de nuevo la mirada al segundo que fue capaz de percibir como el rubio se detenía a unos metros más adelante, observando fijamente a un punto, como si simplemente, se hubiese quedado anclado al piso. Casi por acto de reflejo, el asiático había terminado por apresurar el paso, por tratar de darle alcance al menor. Cuando finalmente llegó al punto en que este se había detenido, fue capaz de notar la vara que tenía una enorme cinta de color naranja, donde se podía leer con claridad unas cuantas letras en color negro.

—¿El refugio? —los ojos de Newt se quedaron fijos en el extraño punto, al tiempo que una sonrisa de completa agonía comenzaba a asomarse por sus labios destrozados—. Esto tiene que ser una fuca broma.

Newt terminó por llevarse la diestra a la rubia melena, enterrando los dedos a través de las hebras doradas, siendo capaz de percibir todo el cúmulo de grasa y arena que ya había apelmazado su larga cabellera. Cerró los ojos durante unos instantes, escuchando como las voces comenzaban a elevarse a su alrededor, llenando de murmullos todos sus sentidos. Volvió a abrirlos cuando aquel sonido le fue insoportable, haciéndole alejarse en consecuencia, buscar calma, paz, soledad.
Se detuvo en seco cuando sus pardos se detuvieron en la figura de tres singulares larchos que corrían hacia su posición. Parpadeó confundido, como si aquello no fuese otra cosa más que una mera ilusión que el calor creaba para él por aquel instante.

Terminó por darse la media vuelta, por buscar alejarse. No necesitaba ver a Teresa en brazos de Thomas, ni mucho menos, alguna otra situación que involucrara a los dos tortolitos más especiales de C.R.U.E.L.
Durante un largo momento deseó que la arena debajo de sus pies se abriera y terminara por tragárselo, por llevarlo lejos de ahí o por probablemente, simplemente hacerlo dejar de pensar.

—¿Newt? —todo el cuerpo del rubio se tensó al instante cuando fue capaz de reconocer la voz a sus espaldas. Sus músculos cogieron rigidez, sus parpados cayeron y desearon permanecer así hasta que el dueño de aquella pregunta se marchara.

—Newt —esta vez el tono no fue un cuestionamiento, esta vez el tacto de la mano de Thomas se dejó caer sobre su hombro, logrando que el rubio diese la vuelta y enfrentara al shank que se suponía, siquiera debía estar ahí, con él.

—¿Qué tal la luna de miel con Teresa? —la dulce ironía se deslizó fuera de sus labios al tiempo que se permitía clavar los ojos en algún punto inexacto de la nada—. Apuesto que se reconciliaron en las montañas —ahí estaba el hervidero de sentimientos que había olvidado que poseía. ¿Por qué no simplemente cerraba la fuca boca y dejaba que aquello terminara con un eterno silencio de su parte?

—¿Podemos no hablar de Teresa? —los mieles de Thomas le observaban con una tácita súplica asomando en el medio de aquel perfecto color que los matizaba. Durante un largo momento, Newt se halló deseando no haberse fijado en aquel detalle.

—Bueno, shank, ¿de qué más podríamos hablar? Pensé que había dejado en claro que no sería el fuco padrino de tu boda —¿Qué más, eh? Newt solo atinaba a cruzarse de brazos, a bajar la mirada y a fingir que la arena debajo de su calzado era muchísimo más interesante que aquellos iris que buscaban desarmarlo.

—Newt, las cosas no son lo que parecen, nunca lo fueron. Es una larga historia. ¿Puedes darme una oportunidad para explicarlo?

El rubio pareció concederle un segundo, elevando su mirada, clavando su atención en el semblante de la única persona, en la que había sido capaz de depositar algo más que su confianza.

—Tenemos cuarenta minutos antes de que muramos aplastados por una roca o que nos electrocute la fuca tormenta. Adelante, por mí puedes decir un testamento sobre la herencia de tus calzones y no va a importarme —rodó los ojos, evitó observar de nuevo a Thomas. A lo lejos pudo percibir la mirada del asiático, haciéndole desistir de la idea de espiar al grupo, logrando que sus ojos fueran a parar una vez más al piso sobre el que se hallaba.

—Merezco esa mamadas, merezco todas esas fucas cosas y lo sé —Thomas hizo una pausa al tiempo que apretaba las manos a puños a cada uno de sus costados—, no es fácil explicarlo. Teresa y Aris estaban siguiendo una orden de C.R.U.E.L., fue... —hizo una pausa, apretando los labios, tratando de encontrar palabras para explicarse—. Fue una prueba, todo fue una fuca prueba más.

—Bueno, Tommy, me alegro que la hayas superado y estés aquí, vivito y coleando con todos tus deditos en su lugar —de nuevo ahí estaba esa actitud que no entendía, ese enojo que lentamente comenzaba a subir por sus entrañas y estallaba en su cabeza de una manera inimaginable—. Felicidades, si sobrevives, espero que te vaya muy bien.

—No, Newtie, no lo entiendes, verla era una necesidad y todo culminó cuando estuve encerrado durante horas en ese maldito lugar —el castaño hizo una pausa, a ese punto apretaba los dientes completamente exasperado por tratar de darse entender.

—¿Te manipularon para quererla? Shank, en serio, buena esa. ¿Te fumaste algún hongo en la montaña o algo así? —había una sonrisa escapando por las rosadas y desechas comisuras del más alto. De la perspectiva en que lo viera, aquello parecía el discurso más barato e irreal que podía ocurrírsele al otro.

—¿Quieres parar por un segundo? —Thomas le miraba exasperado, terminando por sujetarle de los hombros, por acorralarlo contra el pedrusco más cercano. Recordaba perfectamente cuando había discutido con Newt en el laberinto, cada que algo salía mal entre ellos, cada que se interrumpía el imperfecto y desenfrenado frenesí de sentimientos que se profesaban.

—Shuck —el rubio bajo la mirada al tiempo que sus manos se elevaban y capturaban las muñecas del más bajo—. Tommy, tienes exactamente cinco segundos para apartar tus fucas manos de mí.

—¿En serio crees que olvidaría de la noche a la mañana todo lo que sucedió en el laberinto? ¿Crees que te trataría de esa miertera manera por voluntad propia? —de nuevo la súplica asomaba por sus mieles. Newt se había limitado a buscar al resto del grupo con la mirada, esperando que la escena de la que era protagonista, estuviese siendo pasada por alto. Estaban lo suficientemente lejos, sí, eso era un alivio.

—No quieres saber lo que pienso, Tommy. ¿Puedes parar con esto? ¿Qué planeas conseguir? ¿Qué nos besemos? ¿Qué seamos pareja de nuevo? —la palabra le supo amarga, casi irreal. A ese punto siquiera quería continuar poniéndole ese nombre provisional a las escasas cuarenta y ocho horas en las que había vivido en los brazos de Thomas.

—No voy a perderte, Newt, no voy a dejar que las fucas mamadas de C.R.U.E.L. arruinen lo que tenemos —los mieles reflejaban decisión y un doloroso arrepentimiento que cualquiera era capaz de descifrar.

—¿Lo que tenemos? —el rubio le observó finalmente, sonriendo, subiendo ambas cejas al tiempo que negaba con suavidad—. Tenemos una amistad, Tommy, eso ni las pruebas de C.R.U.E.L. van arruinarlo, así que para, estás actuando como un fuco miertero.

—¿Es por Minho? —la pregunta sonó en un tono demasiado bajo, los ojos de Thomas se quedaron anclados a los pardos de Newt, rogando escuchar una negativa ante lo que acababa de cuestionar.

—¿De dónde...? ¿Qué mamadas estás diciendo? —bastó aquello para que el rubio finalmente hundiera los dedos en la piel de Thomas, haciendo un segundo intento por apartar el tacto de este.

—Newt, ¿es por él?

La pregunta quedó inconclusa al segundo en que un ahogado grito logró surcar el ambiente que la tormenta alzaba sobre ellos por aquel instante. Casi por instinto, todos habían buscado el origen del agudo sonido, terminando por clavar sus miradas en la chica que señalaba una enorme cápsula que había brotado prácticamente de la nada. Tras aquello, la arena comenzó a moverse, dando paso a más de esos extraños artefactos que emitían un desagradable sonido.
Newt sintió como su piel se erizaba por completo: recordaba perfectamente aquellas cápsulas, eran el lugar de descanso de los penitentes.

El agarre de Thomas se desvaneció en menos de un instante, poco antes de que este terminase por posicionarse justo delante de él, como si realmente, estuviese sopesando la idea de protegerlo. El rubio se ancló a la arena debajo de su calzado, completamente atento al lento movimiento que las tapas de aquellos aparatos que apenas, y comenzaban a ceder.
Un nuevo escalofrío recorrió el cuerpo del mayor percibiendo como la sensación era frenada en seco ante el firme agarre que el castaño había impuesto en su diestra. El remolino de sentimientos afloró en su sistema, trayendo a su cabeza los últimos momentos que había vivido en el laberinto.
Aunque todo su ser clamó a capa y espada sucumbir ante el delicioso tacto que el menor ejercía sobre él, Newt se había limitado a no ceder, a dejar que sus dedos se quedaran laxos, flojos, ausentes de vida. 

Ese era el Tommy que recordaba, su Tormenta personal, su shank favorito.

Una extraña corriente de tranquilidad inundó su sistema, al tiempo que sus pasos eran guiados hacia la primera cápsula blanca, la más cercana a su posición. No tuvieron que acercarse mucho, no cuando Thomas cortó abruptamente su andar al notar una extremidad que brotaba del interior de aquella cosa. Sintió como el menor apretó el agarre, como volvió a colocarle detrás de él casi de manera instintiva. Las miradas curiosas que antes habían caído sobre ellos, ahora descansaban en el resto de las cápsulas, atentas al movimiento que comenzaba a suscitarse en el interior de cada una de ellas. Bastaron apenas unos momentos antes de que las criaturas emergieran del interior, haciendo retroceder al grupo entero como mera consecuencia.

El grito se Minho surcó el bramido de la tormenta: era hora de prepararse, de luchar una vez más por sus vidas. A ese punto, Newt no tenía miedo, a ese punto se sentía completamente invulnerable a la sensación de desasosiego que la escasa probabilidad de sobrevivir, le había impuesto al inicio de la prueba.
Thomas le soltó la mano, llevándose la diestra a los vaqueros para sacar una larga cuchilla que portaba en el cinturón del mismo. Newt optó por secundar las acciones del menor, desenfundado el largo machete que portaba en la espalda, como antaño lo había hecho en sus días en el área.
Había una de esas cosas para cada quien, y eso lo quedó claro al segundo que una se dejó venir sobre él, apartándole por completo del menor.

Esquivó las cuchillas y fue capaz de notar los muñones, las heridas, el pus, las luces. Parpadeó confundido poco antes de finalmente, terminar por tomar impulso e incrustar la hoja del arma en la piel de aquel gigante. Un aullido y el dolor estalló en su mejilla: no había logrado esquivar del todo la cuchilla de la criatura. Ignoró el ardor antes de volver a tomar impulso, buscando espacio entre las piernas de aquella cosa, asestando el segundo golpe, esta vez, sobre uno de los bultos anaranjados que a su vista, parecían heridas de pus.

El gigante pareció ceder ante su peso, caer al piso, dándole la oportunidad de volver a aproximarse, de golpear otro de aquellos bultos anaranjados. Sonrió victorioso cuando la criatura pareció perder fuerza.
Escuchó un chillido a sus espaldas, regresándose a la realidad de manera abrupta: Thomas. La preocupación seguía latente, haciéndole perder la concentración escasos segundos, buscando al castaño con la mirada. Aquello le valió más de lo que esperó, no supo en qué momento fue a parar contra la arena, ni siquiera entendió del todo la explosión de dolor que se desató en su costado.
La criatura se arrastraba, tratando de alcanzarlo y él, solo atinó a secundar el movimiento, aunque por supuesto, con el afán de alejarse.

¿Iba a morir? Lo ignoraba y sinceramente, no le importaba. Arañó la arena, buscó apartarse de la criatura. La batalla a su alrededor seguía, los chillidos de aquellas cosas dominaban sobre los lastimeros gemidos de algún habitante caído en batalla.
Cuando el dolor cedió, terminó por apoyarse en las rodillas, buscando ponerse de pie. Giró ligeramente la cabeza, buscando a la criatura que yacía no muy lejos de él. Las cuchillas estaban apuntándole, preparando un segundo ataque. Newt se impulsó hacia arriba, ahogando una maldición en sus labios. Todo a su alrededor se detuvo cuando aquella bestia dejó de bramar y colapsó por completo sobre la arena.

El rubio observó confundido aquello, arrugando el puente de la nariz, rengueando para acercarse al lugar. Sus pasos detuvieron su andar cuando percibió la figura del castaño que se alzaba desde atrás del bulto muerto, caminando directo hacia él. Deseó maldecir a Thomas por el acto tan imprudente, pero tuvo que ahogar sus palabras al segundo exacto en el que el primer rayo surcó los cielos y aterrizó frente a ellos.

El olor a quemado inundó sus fosas nasales, le hizo retroceder, buscar con desesperación. Escuchó la voz de Thomas lejana, sabiendo que a ese punto, los truenos ya habían mermado su sentido vital. Apretó los labios y percibió el segundo exacto en que la mano del castaño le tomó, obligándole a correr hasta la cápsula más cercana. No tuvo que ser un genio para adivinar lo que surcaba de la mente de Thomas por aquel instante, al menos no cuando se detuvieron y el menor prácticamente, le obligó a entrar al nauseabundo interior del aparato.

Apestaba. Sentía el líquido extraño hasta sus caderas, sintiéndose ligeramente exasperado al tener que mantenerse en cuclillas al tiempo que ayudaba a Thomas a cerrar la inestable puerta de la cápsula.
La tormenta continuó bramando en el exterior, los rayos continuaron cayendo sin clemencia. Newt se obligó a apartar la mirada, a cerrar los ojos, a tratar de no pensar.

—Gracias —la palabra brotó sola, casi por arte de magia. Podía estar en no muy buenos términos con Thomas, pero no pasaba por alto que lo había salvado apenas unos momentos atrás.

—De verdad lamento todo, Newtie —el murmuro fue bajo, de nuevo casi inaudible. El sentido de la audición de ambos había mejorado gracias al reducido espacio.

—¿Estás arrepintiéndote de salvarme? Guau, shank, en serio, la larchas —fue una sonrisa escasa, breve, natural. Era el tipo de sonrisas que Thomas arrancaba de él, que le hacían relajarse, regresar a los días en que no tenía que preocuparse más que un par de ratas en las hortalizas.

—Nada de lo que siento por ti disminuyó, Newt —Thomas continuaba mirando el techo de la cápsula, como si estuviese esperando que de un momento a otro, los golpes al otro lado se detuvieran y el aparato cediera ante los rayos que se impactaban sobre este—. Sigue ahí, intacto. No puedo explicarlo. Es como si alguien lo hubiese encerrado en una caja fuerte, y como si hubiese encontrado la combinación en aquel lugar en las montañas.

Newt le observó en silencio, mordiéndose el labio inferior, deseando extender la diestra y capturar el mentón del castaño; pero se abstuvo de cualquier movimiento, quedándose anclado a su lugar. De verdad deseaba creerle, de verdad deseaba sucumbir una vez más ante las estúpidas y cursis mamadas que brotaban de los labios de Thomas, pero algo en su interior punzaba con intensidad, haciéndole desistir al instante de ello.

—Tommy yo... —las palabras del rubio se cortaron al instante que otro rayo impactó la superficie del lugar. Thomas se quedó quieto, observando con inquietud la pequeña grieta que comenzaba a alzarse sobre sus cabezas: la cápsula se estaba rompiendo.

El menor observó a Newt casi por inercia, como si esperara que retomara el hilo de la conversación olvidada, pero ambos tuvieron que dejar ese tema de lado al segundo que un sonido bramó por encima de la tormenta. Aquello no eran rayos, no eran truenos. Ambos se miraron confundidos, distinguiéndose muy apenas envueltos en el manto de la oscuridad que les obsequiaba el reducido lugar.

—Tenemos que salir a ver —el murmuro de Thomas rompió el silencio instaurado—. Falta un minuto para la hora acordada —complementó justo cuando encendía la luz del reloj que portaba en la diestra.

Newt le observó desde su lugar, apretando los labios, elevando las manos para poder asirse a la ahora inestable superficie de la tapa del receptáculo. Era una muda respuesta a la propuesta de Thomas, lo estaba secundando, como siempre lo había hecho, como siempre lo haría desde que así lo había decidido.
El castaño le observó fijo, elevando sus comisuras, sonriendo en consecuencia. Bastaron apenas unos segundos antes de que Thomas apartara su tacto de la tapa de aquella cápsula, llevando sus manos hasta las mejillas del rubio, impulsándose en su dirección.
El dulce sabor del castaño inundó los sentidos de Newt casi al instante, el beso le robó el aliento. Café, chocolate, vainilla. Dulce, varonil, asfixiante. Thomas, Thomas, Thomas. Bastó aquella explosión de sensaciones para que el rubio apartara las manos de la dura superficie, llevándolas hasta la nuca del castaño, correspondiendo el beso para llevarlo a otro nivel.

—Voy a sacarte de aquí —el murmuro murió en el medio de un segundo y escaso beso, obligando a ambos chicos a terminar los dulces contactos de manera abrupta. El sonido artificial era más audible a ese punto: era ahora o nunca.

Newt volvió a llevar las manos hasta la tapa al mismo tiempo que Thomas le secundaba, empujando con todas sus fuerzas. La superficie cedió ante la fuerza de ambos, cayendo de lado, liberándolos de su refugio momentáneo. Bastaron unos segundos antes de que finalmente pudiesen divisar el enorme Berg que descansaba no muy lejos de su posición, con la enorme rampa abajo, invitándoles a huir, a irse de ahí. La lluvia les lamía el rostro, los truenos sonaban por encima de sus cabezas, los rayos continuaban inundando el terreno, y justo entre ellos y el Berg, se hallaba una docena de criaturas dispuestas a impedirles la proeza que meditaban en sus cabezas.

Era un nuevo muro de penitentes, era una última prueba, similar al final del Laberinto. La mano de Thomas volvió a buscar la de Newt, halándolo fuera de la cápsula, haciéndole aterrizar en el inestable terreno blando, consecuencia de la lluvia. El rubio observó a su alrededor, divisó a Minho, a Teresa, a Brenda, todos empuñaban armas, dispuestos a correr a través de aquella última muralla antes de llegar al Refugio, al verdadero Refugio.

El grito de batalla se dejó escuchar tras aquello. Newt regresó su mirada hacia al frente, tomando impulso, corriendo directamente hasta la enorme criatura que les cerraba el paso.
Thomas fue el primero en llegar hasta aquel gigante, asestando el primer golpe sobre la lucecita naranja. El rubio contuvo el aliento, alcanzó aquella cosa apenas unos momentos después, secundando las acciones del castaño.

Con la adrenalina corriendo en su sistema y con el valor desbordando en sus pardos, Newt continuó empuñando el machete. Los golpes llegaron, uno, dos. Las luces se apagaron lentamente, hasta que el gigante se desplomó en la blanda arena, concediéndoles la victoria.
Una última mirada a su alrededor, y el rubio fue capaz de asegurarse de que todas las criaturas estaban desactivadas, derrotadas, lo que fuera.
La calidez aterrizó de nuevo sobre su diestra, haciéndole volver la mirada, perdiéndose durante un segundo en los mieles que le observaban con felicidad disfrazada.

—Tenemos que irnos —bastaron aquellas palabras para que el rubio notase que el Berg había comenzado a elevarse, amenazando con dejarlos ahí, haciéndole compañía a los primos de los penitentes.

Thomas le haló con fuerza, le obligó a correr los escasos seis metros que los separaban de la escotilla abierta de la nave. La pierna le dolía, le hacía renguear con más evidencia, pero el castaño se limitó a apretar la mano de Newt, a forzarlo a no dejarse vencer.

Un poco más.

El agarre del castaño se deshizo antes de permitir que este abordara el armatoste, para posteriormente, terminar por extender los brazos, buscando subir a Newt con prisa. El rubio se asió de las manos del menor, impulsándose hacia arriba, sorteando a su suerte y pasando por alto las múltiples heridas que ostentaba en el cuerpo por aquel instante. Thomas le haló una vez más, terminando por subirle a la nave, tumbándole justo encima de él.
Pardos y mieles volvieron a perderse el uno en el otro, una sonrisa, un suspiro: estaban vivos, estaban a salvo, lo habían logrado.

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