─── UNO. todo esto es temporal

Mira como me alejo por tu bien.
Todo esto es temporal.
─── Bells in Santa Fe

capítulo uno: todo esto es temporal

El cielo en Desembarco del Rey estaba tenue, pareciera que iba a llover en cualquier momento, pero la lluvia nunca caía. Era como si estuviese esperando que pasara algo excepcional para que la ciudadela se inundara por completo llenando las calles de desdichas y miserias. O al menos eso pensaba Jacaerys.

No le sorprendería si aquella tarde fuese el comienzo del fin. Los aires en la Fortaleza Roja estaban inquietos, o al menos así lo sentía desde hace nueves lunas; desde la última vez que había visto a Daella recorriendo por los pasillos del castillo.

Había intentado varias veces preguntarle a la reina hacia dónde había enviado a su hija, pero la pelirroja era muy astuta para esquivar las preguntas del primogénito de la heredera al trono. Lo último que necesitaba Alicent era a Jacaerys interesado por su hija menor.

Por otro lado, el castaño incluso había preguntado a los hermanos de la princesa pero ninguno le quiso dar respuesta, o simplemente no sabían, pero eran lo suficientemente orgullosos como para demostrarle eso a Jace. Incluso trató de convencer a su madre que hablara directamente con aquella que fue su mejor amiga, pero no tuvo respuesta.

Es como si se la hubiese tragado un dragón.

Así que se preparó para su regreso.

Jacaerys sabía que no estaba muerta, solo escondida, y él la iba a encontrar. Así que, para aprovechar el tiempo, se ha preparado arduamente.

Nadie sabía el por qué, y mucho menos Jacaerys. Él solo sabía que sentía esa necesidad de protegerla de todos. Y, aunque antes solo podía esperar a la media noche para sacarla de su tormento, cuando regresara, no iba a permitir que nadie la lastimara, ni siquiera la reina.

Todos podían ver como el primogénito de la princesa estaba entrenando para ser el mejor, rey según todos los demás, pero para ser el mejor protector de Daella. Se levantaba junto al amanecer para comenzar sus entrenamientos y se dormía mucho después de que la luna estuviese en su punto más alto. El tan solo hecho de pensar que Daella podía llegar y ser arrancada de sus brazos nuevamente sin el poder hacer algo le motivaba a seguir peleando y entrenando contra los demás.

Pero no entendía el por qué. Quería a Daella, eso estaba claro. Ella era su tía más preciada, y la que mejor le caía de todos los hijos de Alicent. Era el tipo de princesa que cualquiera caería por ella, por su dulzura y amabilidad, así como él lo hizo.

Tan solo ese pensamiento fue lo que lo hizo levantarse del banco y fue a entrenar con su espada junto al, ahora esposo, de su madre.

—¿Seguro que quieres hacer esto? No quiero que te lastimes esta vez, niño.—comentó Daemon mientras sacaba su espada y apuntaba al príncipe.

—Si lo que quieres es ir a que te peinen, Daemon, puedes ir. Lo dejamos para otro día.—comentó burlón el castaño.

Lucerys, quien estaba cerca de ellos viendo la pelea, no pudo evitar soltar una risa ante ese comentario.

—Muy bien, después no digas que te lo advertí.—dijo el peliblanco antes de dar el primer golpe.

Cinco lunas atrás, Jacaerys no hubiese mantenido el ritmo contra Daemon. Hubiese sido un caso perdido. Pero ahora era todo lo contrario.

Jacaerys se había convertido en un fuerte guerrero. Daemon lanzó su espada contra el menor pero, con un perfecto bloqueo, Jace pudo devolverle la jugada y lanzarle una patada que llevó a su oponente unos pasos lejos de él. Cuando el peliblanco regresó hacia el menor, él le esperaba con un movimiento de su espada para darle desde la derecha, pero el mayor pudo esquivarlo con facilidad y regresar el ataque como si no fuese gran cosa.

Pero el tiempo de ellos dos peleando había sido eterno para muchos. Hasta que Daemon aprovechó y pateó al menor llevándolo al suelo. Y, sin darse cuenta, Jace estaba bloqueado sin escapatoria.

—Cuéntame, niño.—comenzó a decir mientras apuntaba el pecho de Jace con su espada.—¿Acaso valió la pena todos estos meses de entrenamiento para ser derrotado en menos de cinco minutos?

Pero el castaño sonrió levemente.—¿Y quién dijo que me derrotaste?

Jacaerys tomó su espada y alejó la de Daemon de su cuerpo justo para dejar caer al peliblanco con sus piernas. Sus movimientos fueron rápidos que no se dieron cuenta cuando el castaño alejó la espada del mayor y apuntó su cuello con la de él.

Daemon miró a su hijastro con una sonrisa.—Nada mal, niño.

Jace sonrió y ayudó al peliblanco a levantarse justo cuando Lucerys y su madre se acercaron a ambos.

—Buen entrenamiento muchachos.—comenzó a decir Rhaenyra.—Pero tengo noticias para ti, Jace.—comentó la heredera al trono. Los tres la miraron confundidos.—Daella ha regresado.

Jace miró a su madre confundido. ¿Daella había regresado? ¿Regresado de dónde?

—¿Dónde está ella? Tengo que ir a verle—preguntó el mayor de sus hijos quitándose la armadura en el proceso. Tenía prisa de ir hacia ella. Luke y Daemon no entendían el apuro del castaño.

Rhaenyra no supo cómo ver a su hijo para decirle lo siguiente.

—Eso es lo que me temo, hijo.—comenzó a decir la heredera sin saber cómo decirle la siguiente noticia a su hijo.—La reina ha prohibido que vayas a verla.

Jace miró a su madre cuando la última pieza había caído de su cuerpo y, justo en ese momento, había caído la primera gota de agua del cielo.





Daella quería morirse. Había salido de un infierno para llegar a otro. El Nido de Águilas fue un tormento para ella pero aún no entendía el por qué su madre la había llamado para que regresara con urgencia a Desembarco del Rey o por qué le había obligado a usar un vestido tan prometedor para su llegada.

El cuello de tortuga le mataba; sentía como se asfixiaba y le faltaba el aire, pero odiaba más la abertura que tenía su vestido en su escote dejando a relucir un poco de sus pechos. Sin duda algo tramaba la reina.

Las última nueve lunas Daella no había hecho algo más que aprender, a fuerzas, como ser una dama, y lo odió, así que lo primero que pensó al recibir el cuervo de la reina es que por fin tendría su libertad de ese lugar del terror, pero era su madre de quien hablaba, así que dudaba mucho que algo como ello pasara.

Cuando pisó nuevamente los pisos de la Fortaleza, sintió algo raro en el lugar, como si pronto verían el comienzo de todo el fin. Y, junto al olor a lluvia, sabía que nada bueno le esperaba aquel día.

La primera en recibirla fue su madre.

—Su majestad.—dijo la menor haciendo una reverencia a la reina.—Gracias por su acogida.

Alicent quiso rodar los ojos.—Nada de formalidades, Daella.—comenzó a decir mientras le tomaba del codo.—Tenemos que ir de prisa al Trono de Hierro.—Daella no supo qué decir. Sin duda era ilusa al creer que algo cambiaría.—Veo que usaste el vestido que te enviamos.

—Si, su majestad. Es muy amable el gesto.'dijo la princesa como si estuviera hipnotizada.—Si pudiera preguntarle, ¿por qué debemos de ir al Trono de Hierro con prisa? Apenas acabo de llegar del ...

Alicent se detuvo de golpe y apretó el agarre contra su hija.—No le digas a alguien en dónde estuviste todo este tiempo, ¿escuchaste? Si me entero que dijiste algo, ...

Daella comenzó a temblar bajo el toque de su madre. ¿Así que nadie sabía donde estuvo ella todo este tiempo? ¿O del tormento que pasó? ¿Acaso su madre sabría todo lo que pasó en aquel lugar?

Ambas siguieron el paso con mayor movimiento pero nada de esto le convencía a la menor.

Si iba a morir en aquellos instante, que así fuese.

Así que justo frente a las puertas del salón, la menor se detuvo, jalo su brazo del de su madre y la miró molesta.

—¿A qué me llevas?—preguntó demandante.

Alicent alzó su mano para darle un manotazo a su hija cuando las puertas se comenzaron a abrir. La reina guardó su mano y miró al frente. Su vista se posó en su hija unos segundos antes de avanzar por el lugar mientras su nombre y cargo eran nombrados.

Daella, por otro lado, miró a su alrededor. No tenía escapatoria. Sir Cole estaba tras ella y no podía huir, o hacer una escena frente a las personas frente a ella porque eran bastante, y sabía que eso tendría una consecuencia mayor sobre ella, y más que estaba de nuevo en la Fortaleza.

Así que, aguantando el aire que salía de sus pulmones, dio un paso tras otro por el salón mientras su nombre y cargo eran recitados.

Su vestido verde se movía con elegancia por el pasillo mientras su frente se mantenía en alto. No sabía que estaba pasando, ni que le esperaba una vez llegara al final, pero fuese lo que sea, lo aceptaría con dignidad. Lo mejor que le podría pasar es que le cortaran la cabeza en ese momento.





Jacaerys no pudo evitar abrir los ojos al ver lo bella que estaba la princesa. Había imaginado un millón de veces cómo sería su encuentro con ella, pero nunca imaginó que sería verla caminar en un hermoso vestido con un deslumbrante cambio luego de todas estas lunas sin verla.

Su presencia era irradiante. Amaba la forma en que su cabello lleno de crespos se movía junto a su caminar. Sus labios estaban más rojos de la cuenta y sus pómulos más marcados de la cuenta. Era como si el mismo sol del verano hubiese entrado al salón. De repente sintió como su corazón había comenzado a latir con fuerza. Tan solo su mera presencia de ella lo volvía loco, sin tener idea de por qué.

Pero sabía que había algo más. Su semblante era triste, mucho más que antes de su partida. La princesa no era la misma de hace nueve lunas atrás, y quería saber el por qué, el ser más lindo y amable del reino, estaba pensando cada paso que daba, con miedo a lo que pudiera pasar en los próximos segundos.

Aunque Jacaerys estaba así también. Sabía que la reina no había hecho esto para presentar a la princesa tras su llegada. Algo tenía tramado ella.

Cuando Daella llegó al fondo del pasillo, hizo una leve reverencia a todos y se situó al lado de su madre, en el medio de todo.

Su vista se fue lejos mientras su madre comenzó a hablar a los demás presentes. No quería saber lo que seguía a continuación, así que dejó que su mente fuese a un lugar lejos de este, en donde todo estaba bien y ella era feliz; hasta que escuchó las palabras de su madre y se quiso morir.

—Por eso los invito a que escojan a sus mejores guerreros de sus casas, para que se unan a este torneo por la mano de mi hija, la princesa Daella Targaryen.

Ni bien su madre terminó, Daella escuchó como el cielo comenzó a caerse Desembarco del Rey y suspiró.

Nada bueno pasaba en un día lluvioso.

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