Prólogo: I'll give you my blood
A Alessandra, por tanto
Aquella luna de abril se balancea, como el péndulo de un reloj. Una noche que pudo ser olvidada... no. Sólo no se recuerda.
Es tantas cosas, esta niña abhumana nuestra. Es toda ella una piscina roja, con sus espinas de carne al viento; los dedos son libres, incluso si se han quebrado ante la violencia de la noche. Descubre su fractura expuesta; un glande estimulado por agujas. Cuando abre, ella chorrea. Muta a coágulo entre las yemas, una fresa casi descompuesta que sangra dulcísima entre los dientes. Tan joven, tan corrompida. En su interior, en el reflejo de sus ríos y caudales, dos siluetas se columpian a contraluz, hipnotizadas por su marea, e imitan su ritmo. Juntas, penden de ramas torcidas, boyantes en retoños, desnudas como arañas, entre cuerdas carmesí que se enredan. Podrían besarse, podrían, quizás, ser caníbales y cercenarse las cabezas, las tetas, los ojos desde sus cuencas rosas. Pero ahora lo sé, que es autofagia. Mutilación masturbatoria. Un vaivén floral, impulsado por el viento. Siameses, antónimos; un solo cuerpo de dos cabezas, mariposa con cuatro alas. Los torsos unidos por venas y cartílagos. Tú, yo, nosotros.
Sublime o abominable, la criatura se aproxima a Dios. ¿Afrodita, eres tú? Idéntica la inocencia, insoportable la crueldad. Es un arcángel; los lirios son monstruos, los querubines también.
Colmillos fuera.
Déjame beber tu sangre.
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