Capítulo 1

¡Los lunes me la pelan!

Odio los lunes.

Los odio con todo mi ser. Justo después de los lunes, odio los martes. Tolero los miércoles, simpatizo un poco con los jueves y amo, amo completamente los viernes. Es el mejor día, el día en el que por fin soy libre por cuarenta y ocho horas de mi trabajo, mis chismosos compañeros, mis estúpidas, exigentes, ridículas y tediosas responsabilidades como asistente/secretaria de gerencia, y, por último, del cabrón hermoso y sexy de mi jefe.

Pero hoy no es viernes. Hoy es lunes. Un día que odio.

Ah, pero hoy no es cualquier lunes, no.

Hoy es lunes de junta mensual.

Maldita sea mi vida.

Los lunes de junta mensual son un caos porque, sí o sí, hoy mi jefe estará de un humor peor que cualquiera de los otros días y, quién tendrá que lidiar con su insufrible culo, seré yo.

Lo tolero porque este bendito trabajo paga muy bien y porque, contra todo pronóstico, me gusta mi jefe y, aunque seguir a su lado me va a producir tarde o temprano un severo caso de ulceras, no pienso dejarlo.

Lo sé, soy una bandera roja.

Y también soy una secretaria ejecutiva que está llegando tarde a su trabajo por culpa de un tráfico de muerte, una alarma que no sonó y un vecino que estacionó su carro justo detrás del mío —cuando no debía hacerlo— y dejó mi auto atrapado y a m.í tocando a su puerta por quince minutos, para que se levantara y me dejara salir del maldito estacionamiento atestado de más vehículos.

Odio los malditos lunes.

—Vamos amigo, acelera, por favor —susurro al conductor del Renault Clio frente a mí que conduce su auto como si llevara huevos de pavo real en su tablero.

Lo juro, los lunes, las personas con las cuales me veo obligada a compartir este insufrible mundo, son mucho más fastidiosas y se empeñan en hacer de mi vida un maldito infierno.

—Amigo, por favor, voy tarde. —Toco el claxon de mi vehículo ligeramente y hago un rápido cambio de luces para que, al menos, me dé vía y pueda seguir a un ritmo mucho más rápido, pero el idiota me saca el dedo medio su ventana—. ¿Acaso le estas pidiendo permiso a tu pie izquierdo para mover el derecho? ¡Muévete Perezilla! —Presiono con fuerza mi claxon, haciéndole saber al idiota que su maldito dedo puede metérselo donde no le da el sol—. ¡Estamos en una autopista con límite mínimo de 60 k/h, vamos a 30!

El idiota me sigue ignorando, por lo que decido mandarlo mil veces a la mierda y maniobrar para pasarlo. Recibo unos cuantos bocinazos, y probablemente insultos, de mis otros compañeros de autopista y me adelanto al imbécil que obstruía mi camino hacia mi cárcel laboral, no sin antes darle un dedo medio que posee una impresionante uña de color verde neón.

—Jódete maldito imbécil.

Me rio de la cara del tipo y acelero, luchando contra la física, el tiempo, el espacio y lo que sea que se interpone entre la puerta del edificio donde soy una esclava del proletariado y yo. Aparco el auto en mi lugar, sin perjudicar a los autos a mi alrededor, por gracia divina, y corro a mi oficina. Grito mis saludos a mis compañeros que se sorprenden de verme llegar tarde —Soy una de las primeras en llegar— y voy a mi escritorio. Sin embargo, todas las oraciones y peticiones al universo no sirven de nada porque, aunque sólo llego tres minutos tarde a mi escritorio, mi jefe ya esta ahí, acribillando con la mirada mi asiento vacío y golpeteando su pie en el suelo.

Mierda.

—Buen día jefecito —chillo alegremente, mientras paso por su lado, arrojo mi bolso, tiro mi abrigo hacia el perchero y me paro derecha y recta frente a él con la sonrisa más falsa y complaciente del mundo—. ¿Listo para la junta?

Sus acerados ojos se dirigen a mi sonrisa, luego a mi bolso caído en el suelo y por último a mis manos que alisan la falda de color mostaza que decidí ponerme hoy solo porque acentúa mi enorme y exquisito trasero. Veo como uno de sus ojos se crispa y su mandíbula se aprieta al ver el color de mis uñas.

Leandro Calderón, mi jefe, odia mis uñas de colores fuertes. Las detesta.

A mí no es que me gusten mucho, pero, desde que me enteré de ello un lunes que vine a trabajar y olvidé quitar un rosa encendido, que mis sobrinas me pintaron el domingo en una de sus tardes de "chicas", me propuse pintarme cada semana un color muy fuerte en ellas sólo para molestarlo. Esa primera vez no podía concentrarse en nada ya que se la pasó frunciéndole el ceño a mis uñas como si lo hubieran ofendido de alguna manera. Así que este pequeño acto es una pequeña forma de venganza por lo odioso que suele ser conmigo.

Podría prohibirme pintarme mis uñas así y alegar que va en contra de las políticas y esas cosas de la empresa, pero desde que Lorena Villa, la Gerente de ventas alegó que no prohibirle llevar su color de cabello del azul que usa "La Bichota" atentaba contra el desarrollo de su personalidad y su salud mental, y fuera respaldada por RRHH, mi jefe ha tenido que tragarse sus comentarios y opiniones sobre ello.

Creo que podría pintarme el pelo del rojo que Karol G usa ahora, apuesto a que le daría una apoplejía al verme. Mejor no, por muy odioso que sea, el tipo es el que me paga mi sueldo y si se muere, tendré que aguantarme a cabrones más jodidos que él y por un sueldo más bajo. Sueldo que no aguantaría mi sesión con la lashista y la manicurista.

Mejor dejemos las aguas quietas.

—No voy a suponer razones del por qué justo hoy, que tenemos la reunión mensual, llegas tarde y con tu blusa al revés como si no supieras vestirte —dice. Mi cara inmediatamente se calienta, y, aunque mi sonrisa titubea, no la dejo caer—. Pero, espero sea la primera y ultima vez que te pasa.

Pensándolo bien, las pestañas y las uñas no son tan necesarias en esta vida.

—La blusa no está al revés, así es el modelo, los jóvenes y sus modas. —Pura mierda, y su ceja levantada me dice exactamente lo que piensa sobre mi mentira—. Y sí, no se volverá a repetir el llegar justo a tiempo para la reunión.

Me mira por unos segundos, sin decir nada, mientras yo le ordeno mentalmente a mis pies que no se muevan como si tuviera ganas de orinar por estar intimidada y avergonzada frente a él. Este hombre huele la debilidad y sabe aprovecharse de ella. Lo he visto destruir a hombres y sus egos en menos de cinco segundos cuando siente algún espacio de duda, debilidad o inseguridad. Incluso a veces no necesita la debilidad, el mismo la crea, es letal y como no serlo. El tipo es impresionante y no me refiero sólo a su endemoniable físico.

Leandro es un hombre sexy, pero no tipo revista de modelos, sino más bien tipo villano oscuro, muy oscuro, de esos que van a destruirte de pies a cabeza si te enredas con ellos, que tomaran tu corazón y lo sacrificaran si fuese necesario sólo por su propio interés y beneficio, no es el típico Fuck Boy, no, el está por encima de ellos, y el maldito lo sabe. Su ego absorbe el 50% del oxigeno de todo el jodido planeta. Y como no ser de esa manera, si es el CEO de una de las tres mejores empresas de logística internacional del continente sur americano, TRAVEL EXPRESS S.A

Pero es su presencia la que domina todo, su confianza que te debilita y su mente inteligente que te encanta y desarma. Es una de las personas más brillantes que he conocido. Bueno y también tenemos al dinero, su jodido dinero, el tipo es rico, —y está rico—, tiene tanto jodido dinero que en los doce meses que llevo aquí trabajando lo he visto llevar un Rolex diferente cada mes, cada maldito mes. No sé cuánto cuestan exactamente los que él lleva, pero si he visto los precios de algunos en internet y varios de ellos oscilan entre los 10.000 o 111.000 dólares.

EUROS...

Maldita sea mi vida.

Mi auto probablemente sólo cuesta 1500 dólares, si logro vendérselo a un incauto.

Vale, regresando a lo importante, mi jefe es un jodido, sexy, millonario y cabrón hijo de puta que se siente el ultimo aliento de los dioses y cree que los demás somos mierda en su zapato. Medio mundo lo odia, el otro medio mundo está perdidamente enamorado de él. Yo estuve primero entre los que le odian, no sé cómo carajos terminé en el segundo grupo, pero ahí estoy, como pendeja, suspirando a escondidas por él. Gracias al cielo que él no lo sabe, conociéndolo como lo conozco, me lo restregaría todos los días en mi cara.

—Me reconforta escuchar eso —Ignoro su sarcasmo y lo veo volverse para ir a encerrarse a su guarida, no sin antes darme ordenes por encima de su hombro—. Prepara todo para la reunión, los demás llegaran a la sala en veinte minutos.

—Sí señor —respondo dulcemente mientras le saco el dedo medio y deseo mentalmente que una paloma se le cague encima.

Cuando cierra la puerta de su oficina sin darme una segunda mirada, me apresuro a recoger mi bolso y es ahí que me doy cuenta que mis tampones, dos condones y algunos de mis accesorios de maquillaje se han salido y están regados en el piso.

Maldita sea mi vida x2

Ahora mi jefe sabe que, primero, estoy en mi periodo y segundo que el estúpido de mi ex tiene el pito pequeño.

~~~

—Estúpida cafetera —refunfuño y le doy la mirada más perra que tengo a la cafetera frente a mí que no quiere encender y permitirme preparar las tazas de café para la junta. Quedan sólo tres minutos para que la reunión empiece y la bendita maquina frente a mí está empeñada en hacerse la difícil—. Vale, mi abuela siempre le habla bonito a las cosas cuando no quieren funcionar, y funcionan, así que... —Me aclaro la garganta y dulcifico un poco mi voz como si estuviera hablando con mi perrita Dulce—: Cariño, hermosa y elegante cafetera de última tecnología, ¿podrías por favor funcionar correctamente y dejarme preparar los cafés que necesito?

—Estoy 100% seguro de que si conectas la cafetera en lugar de hablarle como si tuviera vida y te entendiera, funcionaría.

Me sobresalto y giro, con la mano tratando de calmar mi corazón acelerado, hacia la voz de mi jefe que me mira preguntándose si estoy loca o soy estúpida. Imbécil.

—Ya está conectada —aseguro y señalo el interruptor y luego la luz roja de la cafetera, dándole mi mejor mirada de "el idiota aquí eres tú".

Mi jefe suspira, se moja los labios y camina hacia mí, aprisionándome contra la encimera de la cocina. Mis ojos se abren y mi corazón renueva su acelerado ritmo con un poco más de turbo una vez que el calor del cuerpo de mi jefe y el olor de su colonia que embarga. Así de cerca puedo ver claramente el color de sus ojos, que no son negros y la pequeña cicatriz en su labio inferior que me muero por morder.

—Este —dice, estirando su brazo y alcanzando un cable que no había visto—, es el cable de la cafetería. —Agita la odiosa cosa frente a mí—. Y ese —señala el botón rojo—, es la alerta de la cafetera que indica a la persona que no ha sido limpiada correctamente y que permanece encendido una hora después de que se apague o desconecte. Por eso es un aparato inteligente, no porque hable o entienda lo que le dicen.

Se aleja de mí, no sin antes conectar el mismo la cafetera y pinchar el botón para que esta se limpie. Siento como mi cara se enrojece de la vergüenza. Hasta para una tonta como yo que les habla a las cafeteras es muy clara su referencia hacia lo estúpida que me veía hablándole a una cafetera desconectada, y esperando que milagrosamente me entregara los cafés que necesito.

—Te espero en la sala de juntas.

Asiento, más que mortificada. Una vez que se va, me tapo la cara con ambas manos y respiro profundamente. No puedo creer que justo haya entrado cuando estaba imitando a mi abuela. Quedé como una completa loca a sus ojos, una loca y tonta. Estoy completamente segura de que lo que vio hoy lo usará toda mi miserable vida restante para humillarme o avergonzarme. Porque así es mi jefe, ama, disfruta, le encanta atormentarme y hacerme sentir como una pulga.

Frotando mi frente me vuelo hacia la ahora odiada cafetera y me dispongo a preparar los estúpidos cafés para la reunión.

Jesús, este día no puede empeorar más.

Famosas ultimas palabras. 

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