I: El bar
Era lunes, yo, Naim, llegué sobre las 8:30 después de salir a correr para ir desayunar un café con leche con nata, me senté en la barra que tenía vistas al exterior.
—Gracias —le dediqué una sonrisa a la camarera que me conocía desde hace 10 años porque iba todas las mañanas sobre la misma hora.
Entraron como siempre sobre las 9, el camionero a por su bocadillo de tortilla, el ejecutivo a por su café solo para él y sus compañeros, etc.
Pero ese día entró una chica nueva, una joven de entre unos 25 y 30 años, con una melena rubia que adornaba su preciosa cara redonda en la que sus ojos, bastante grandes, color avellana resaltaban. Llevaba unos auriculares y parecía escuchar Ed Sheeran por la letra.
Se había sentado en la misma barra en la que yo estaba y antes de centrarse en su rosquilla de chocolate me dedicó una sonrisa en señal de saludo. Me había quedado observándola sin que ella se diera cuenta o eso era lo que yo creía, hasta que sobre las 10 se acercó a la barra donde estaba la camarera, pagó y se fue sin más.
No tuve el valor para hablarla, no todos los días hablas con una persona con las que has sentido un flechazo.
Al salir noté como se le caía algo de su mochila negra adornada con diferentes chapitas, un papel arrugado. Enseguida me levanté a recogerlo pero cuando ya lo había hecho perdí de vista a aquella chica. Me quedé durante unos 10 minutos pensando en si desdoblarlo, a lo mejor era algo personal o quien sabe, finalmente lo abrí, leyendo lo que ponía:
Te gusta mirarme cuando como rosquillas, ¿eh? Puedes mirarme más de cerca si me llamas a este número 613 152 782 y me invitas a cenar en ese mismo bar, mi nombre es:
Claudia Morgana.
PD: Solo espero que hayas sido tan caballeroso de haber cogido este papel arrugado, chico del bar.
Me quedé boquiabierto, no solo era una cara bonita, había un cerebro detrás de esa belleza.
Sin dudarlo me fui a casa a llamar a ese número. Cuando llegué, cogí el fijo y con las manos sudándome llamé; no tenía muy claro lo que diría, Claudia iba muy rápido y yo era un poco tímido.
—H-Hola, ¿Claudia Morgana? Le llamo por el papel arrugado del bar —una carcajada se oyó desde el otro lado del teléfono. ¿Acaso era una broma de mal gusto que yo me había comido con patatas?
—Hola, si soy yo, Claudia Morgana, ¿y usted es...? —¿Por qué me hablaba de usted? ¿Cuántos años aparentaba? Solo tengo 28. Me quedé pensativo durante unos segundos
—Naim Alarcón —me temblaba la voz creo y creo que Claudia lo notó—. ¿Y tú? —qué estúpido soy, ya sabía su nombre y lo había vuelto a preguntar, rápidamente pensé una excusa para no quedar como lo tonto que había sido.
—Claudia Morgana —dijo subiendo el tono de voz mientras se reía.
—¿Y tú? ¿Por qué tienes esa voz tan bonita? —no recordaba haberme sonrojado tanto en mi vida.
—Vas bastante rápido, eso me gusta Naim —se había puesto nerviosa, su respiración era más acelerada y su tono de voz era diferente.
—¿Qué te gusta cenar normalmente? —estaba planteando el terreno, quería invitarla a cenar y mientras pensaba como, iba introduciendo el tema con mensajes subliminales o eso creía yo que eran.
—Mmm, no sé, ¿pizza? ¿Te gusta la pizza no? —una sonrisa muy boba se dibujó en mi cara.
—De cuatro quesos —realmente me gustaba hablar con ella, lo hacía fácil aunque no la conociera de nada.
—Bien, pues ya sabes... —me dijo ella como diciendo, "dime ya que quieres cenar conmigo". Tragué saliva, las manos parecían derretírseme de lo que me sudaban.
—¿Te apetece cenar conmigo en el bar de ésta mañana? —hubo unos largos segundos de silencio.
—A las 21:00 te veo allí, me voy a preparar, adiós Naim —tenía una... ¿cita? Hace muchos años que no tenía una y me sentí como si volviera a nacer.
• • • • •
Llegó la hora de la cena, a las 20:50 salí hacia el bar ya que vivía a una manzana, llevaba una camisa blanca y unos vaqueros americanos, me eché una colonia que a mi parecer olía muy bien y cogí unos 20 euros para pagar la cena.
Llegué a las 20:59 y me senté en una mesa, por las noches, adornaban todo con velas y bajaban la luz. A las 21:05 todavía no había llegado y me empecé a poner nervioso, ¿y si se había arrepentido de venir? ¿Y si se había olvidado? Pedí una jarra de agua bastante fría al camarero del turno de noche para centrarme y tranquilizarme.
Por fin a las 21:15 por la puerta apareció Claudia bastante sofocada, me vio y cogiendo aire me saludó.
—Perdón por la tardanza —dijo sentándose enfrente mía cogiendo aún más aire—. Vivo un poco lejos de aquí Naim y no calculé bien el tiempo —me daba un poco igual, lo que quiero decir es que, ha venido, no me ha dejado plantado y eso era lo que realmente me importaba.
—¿Has pedido ya? —dijo llenándose su vaso del agua que había pedido hace un rato. Estaba bastante guapa, se había recogido el pelo con una trenza y llevaba un vestido de flores que remarcaba su cintura.
Después de un rato, en los postres ya, hablábamos más abiertamente.
—¿Enserio qué sales a correr todos los días? —dijo en tono de pereza.
—Sí, no es tan raro, deberías probarlo... —puede que haya querido verla en mallas y en top deportivo.
Ya después de otro rato pedimos la cuenta.
—¿Y por qué no vamos a tú casa? —preguntó Claudia acariciando la mano que yo tenía posada encima del mantel blanco que cubría la mesa.
Retiré la mano como acto reflejo ya que me puse un poco nervioso.
—Claudia yo... —no sabía que decirle.
—No me digas que eres virgen —dijo sonriéndome mientras yo me ponía rojo como el bolso que ella llevaba de un tono chillón.
—No es eso —bajé la mirada.
—Bien pues vamos —me cogió de la mano y me llevó fuera del bar, doblando la esquina, dirección a mi casa.
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