VIII.

En momentos como esos solo querías permanecer encerrada en la oscuridad de tu recámara, lágrimas retenidas, los rasguños en tus brazos ardían y el pecho te dolía cuando intentabas respirar. Debías estar en la cabina de radio, seleccionando la música para empezar el programa y hablarle a todo tu público, pero la presión que sentías sobre tus hombros era demasiada hasta el punto en que te pesaban. Transcurrieron unos minutos eternos, el llanto fluyó como lluvia de invierno, las gotas aliviando el escozor en las heridas frescas y dejaste que tu tristeza se despilfarrara por la alfombra. Un conjunto de sentimientos amargos estaba atorado en tu garganta, impidiéndote vocalizar palabra alguna, otra cosa que no fueran balbuceos incoherentes no salía de tu boca y te restregaste el rostro con vehemencia, ocultando detrás de los falanges el enrojecimiento de tu piel.

Te encontrabas cansada, tu pobre alma arrastrándose y sangrando por las aflicciones que te precipitaban a una avasalladora preocupación sobre que harías. No quisiste que nadie más te viera en ese estado, así que permanecías escondida debajo de una sábana y sosteniendo un peluche de oso polar que Natsuo te había obsequiado para que siempre lo estuvieras presente. Incluso Shinsou intentó abrir la puerta a la fuerza, aunque dejó de forzar la cerradura cuando le pediste que no entrara y que era mejor de esa forma; tú buscando la serenidad en ese caótico interior, dominando los demonios que te atormentaban, hallando esa luz que te alumbrara y sirviera de guía en el camino que recorrías. Tu ataque de pánico poco a poco empezó a menguar, cuando lo aplacaste con inhalaciones pausadas y te limpiaste la cara, todavía temblando por la marea agresiva de emociones que no controlabas.

Sujetaste el marco que contenía una hermosa foto que habías tomado hacía semanas, donde el albino te abrazaba y ambos sonreían tan felices... encantados por la alegría que los invadía cuando juntaban sus manos, comprobando que fueron diseñados para encontrarse por el hilo carmesí que les unía a pesar de los acontecimientos. Sin importar de que pertenecían a estatus distintos, vidas completamente diferentes y personalidades que muchos pensaban que podrían discrepar en la mayoría de las cosas. Sí, le soplaste vientos de gracia y serenidad, pero él tambien te había permitido abandonar los malos hábitos del pasado.

Escuchaste un revuelo en el pasillo, sacándote del torbellino de conflictos y cuando parpadeaste, un estruendo vino acompañado de la puerta abriéndose de repente, provocando un irritante sonido al crujir las bisagras, así como un borrón blanco y azul que te hizo saltar en el rincón—. ¡Por fin! ¡Si no lo lograba iba a entrar por la ventana!

— ¿Natsuo?

—Sí, soy yo. ¿Quién más se pasaría por el forro tu terquedad y tumbaría la puerta de todos modos? —dijo risueño, vislumbraste a pesar de la penumbra esos preciosos ojos grises cristalizados y como se acercaba para acurrucarte en su pecho— Me asusté mucho, cuando no contestaste mis llamadas supe que algo andaba muy mal y los chicos de la emisora no sabían nada de ti... supe que debía venir.

—No tenías que preocuparte, estoy bien, solo fue... un breakdown —respondiste, la voz te salió débil y queda.

—Princesa, no trates de minimizarlo y quitarle importancia —murmuró en tu oído, enterraste el rostro en la curva de su cuello y sentiste como te consolaba, dándote caricias en la espalda, besando tu cabeza—. Me has ayudado tanto, a superar los miedos que me consumían y ser una nueva persona con esperanza, libre de rencor. Es momento de que me permitas cuidar de ti, así como lo has hecho conmigo.

Callaste, los ligeros toques en sus finas hebras platinadas fueron tu manera de aceptar lo que proponía ante la ausencia de otra opción. Eras la muchacha fuerte, alfa, de actitud implacable y corazón de acero inoxidable, pero todos siempre tenemos un instante de fragilidad, donde debemos descansar y recuperzar la fortaleza que la adversidad se ha ido robando. Besaste sus labios con sabor a lágrimas y chicle de frambuesa, mirándolo atentamente como si resplandeciera cual estrella en el cielo. No encontrabas las expresiones para decirle cuanto le amabas, aunque no lo necesitó, esa eterna conexión le hacía palpar lo que florecía en tu corazón.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top