VI.
Cuando (Nombre) sintió la adrenalina recorrer sus venas, en un ágil movimiento estrelló el puño contra la cara del bastardo que pretendía intimidarla a base de insultos machistas por atreverse a retarle en medio del comedor de la universidad. Los gritos iban y venían, como repentinos flashes a su visión parcialmente cegada por el avasallador enojo del instante. La vena en su frente se marcó cuando apretó los dientes, percatándose de que el albino le envolvía con sus brazos para que se calmara y evitaran más problemas, aunque el daño ya estaba hecho, el imbécil de ingeniería se sostenía la nariz ensangrentada mientras soltaba una serie de blafemias.
Natsuo no supo en que segundo la situación se le fue de las manos, puesto que el chico empezó a molestarle de buenas a primeras porque se le antojó y viendo que se encontraba en desventaja por su altura, además de la complexión promedio que poseía y optó por tomar el patético rol de bravucón que solo era normal ver en la secundaria. El Todoroki no quería tener ninguna contienda con nadie, así que intentaba ignorarle y hacer oídos sordos a sus palabras necias, hasta que las burlas subieron de nivel radicalmente, causando que la muchacha frunciera el ceño al cruzar el umbral y observando la escena que no tardó en condensarse de un ambiente de pelea. Por lo que se acercó, su semblante usualmente apacible era sometido por un sentimiento tan irascible e implacable que acabó por orillarla a ese acto, el cual le había dejado los nudillos heridos y chilló de dolor cuando sus huesos crujieron en respuesta del impacto.
— ¡Bro, eso es una locura! —exclamó su mejor amiga, vertiendo agua sobre los pequeños cortes, predispuesta a darle el regaño de su existencia.
—Ay, no empieces otra vez. Te dije que le rompería una parte de la cara a ese idiota si continuaba haciendo cosas como esas —contraatacó, quejándose cuando el varón sujetó la extremidad y repasó los delgados dedos con delicadeza.
—No tenías porqué hacerlo, sé defenderme solo —ahora reprochó el de orbes grises, su rostro expresaba desconcierto o más bien un dilema que asaltaba los frágiles nervios del estudiante de medicina—. Él pudo haberte regresado el golpe y no me perdonaría si hubieras salido lastimada.
La de cabellera oscura asintió como niña obediente, su vibra altiva y iracunda menguando hasta que fuera imperceptible, se encogía de hombros por el bochorno que sentía. Creyendo que quizás había metido la pata hasta el fondo, pero es que no controlaba esos impulsos y la liberación de su lado más problemático, recordando las numerosas citas a psicólogos para que encontrara paz ante las ocurrencias que vinieran amarradas a emociones negativas como esas y sus cuencas se inundaron de lágrimas que no descendieron por los cachetes, a pesar de que su tonalidad bronceada se vio pintada de rosa.
—Lo siento, Natsuo, no era mi intención, yo solo quería que...
—Entiendo tu posición, de verdad, valoro mucho lo que hiciste. Sin embargo, es momento de que yo libre mis propias batallas y me enfrente a ellas, porque antes no lo hacía y es mi deber —explicó con paciencia, aplicando auxilios básicos al lugar afectado y depositó un pequeño beso en sus labios hinchados por las mordidas—. No seguiré siendo esclavo del temor, porque sé de lo que soy capaz y que si puedo.
Ella curvó sus labios en una sonrisa que lo enamoró mucho más, limpiando las gotitas transparentes que bajaron por su tersa piel cuando distinguió un burbujeo en su pecho y el orgullo hincharse de alegría cuando escuchó la fuerza palpable en la respuesta de él. Le pidió que no llorara, diciéndole que era dueña de radiante luz, iluminando hasta los rincones más oscuros y precarios de su alma, calentándole el corazón que ya creía muerto del frío.
—Eso lo sembraste tú, sin importar que me pasaba de sincero, del miedo que me sublevó por demasiado tiempo porque mi tristeza era de papel. —su voz tornándose aterciopelada, hablando despacio y con seguridad—. Justo ahora te veo en la luna, en las estrellas, en el mar, en el cielo... y aún así, lo más increíble de todo, es que alcancé a corresponder esos preciosos sueños. Por eso te pido una oportunidad para que sea yo, quien te haga sentir lo mismo que plantaste en mi ser.
— ¿Estás seguro de ello?
—Tan seguro como que mi corazón hará agujero por la velocidad con la que late al confesar esto —musitó, ambos poniéndose de pie para encaminarse hacia sus viviendas— y que jamás me imaginé abriéndole la puerta al amor.
Le besó de nuevo, esta vez con más premura, opacando las dudas que la fémina poseía y saboreando la menta de su boca. Cortando su respiración, cautivado por los atardeceres de sus ojos y le desarmaba cuando posaba su carita en su hombro, abrazándola. No cabía tanta felicidad en él.
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