III.

La temática de esa fiesta eran las galaxias, aunque nadie le dijera Natsuo se había dado cuenta justo en el momento en que las luces púrpuras empezaron a titilar y alumbrando ocasionalmente los atípicos cócteles, tragos y bebidas que descansaban en la mesa principal. Llegando a probar uno llamado vainilla eléctrica que le produjo cosquilleos en la garganta y movió la cabeza siguiendo el ritmo de Get Lucky, sin duda se imaginaba algo de ese estilo, porque de la extrovertida anfitriona nunca se podía esperar cosas aburridas. Por otro lado estaban ciertos estudiantes de la facultad de ingeniería, otros de derecho y ciencias políticas, pero no faltaban los alocados personajes que representaban la escuela de comunicación que gustosos recibían a los invitados con un shot de líquido azul y una palmadita en la espalda.

Aún no se mezclaba entre la pequeña multitud o se relacionaba con otro individuo, a pesar de que no le preocupaba. Desde ese lugar apreciaba las estrellas de cartulina brillante guindadas en el techo de la estancia u otras graciosas formas infantiles que decoraban el sitio para hacerlo ver menos sobrio o aburrido. Se entretuvo en esos menudos detalles, su avispada persona captando fotos familiares en la pared donde se veía una deslumbrante joven de cabellos morados naturales, sin perforaciones, con un vestido anarajando y una cara de enfado que infundía temor, aunque en la siguiente ella estuviese sonriente, utilizando unos aretes llamativos, hebras disparejas teñidas de azabache y vistiendo un suéter amarillo con dibujos de gatos... bastante radical el cambio de aspecto.

Hasta que, halló los felinos orbes de (Nombre) rodeada de gente que no conocía, su esbelta anatomía era enmarcada por un pantalón blanco y blusa índigo que le proporcionaba elegancia, además de gustarle, porque ese era uno de sus tonos preferidos a la hora de elegir en la paleta de azules. Ella le sostuvo la mirada, un resplandor de dicha que eclipaba el escepticismo en sus orbes. Le fascinó ese matiz de convicción que se forjaba, como quien induce la transformación una vez pasado por altas temperaturas y negó suavemente, anonadado, al notar que la recién mencionada le decía que bailaran la nueva canción que empezaba a sonar de manera agradable, siendo idónea la combinación de Physical de Dua Lipa con la tenue iluminación irrumpida por los flashes de colores de la bola disco.

—Yo no bailo, de verdad, no miento —era fácil de distinguir, daba pasos torpes al compás de la melodía seductora.

La femenina rió, sus movimientos eran igual de sutiles y vaporosos como los de la cantante en el vídeo. Tenía la encantadora gracia de un hada, siendo perceptible cuando daba vueltas alrededor del pobre que a duras penas le seguía el paso, aunque esos efímeros toques de sus acaramelado tacto le daba escalofríos a lo largo de su columna vertebral y lo halló culpable cuando le consiguió relamiéndose el labio inferior al sentir las cuidadas manos ajenas reposando en su nuca, acariciando los vellos que ahí crecían.

—Oh, vamos. Comienzo a creer que lo tuyo es pura modestia o que te da pena porque yo estoy aquí —el sarcasmo en su respuesta le supo picante al varón, sujetando con firmeza las caderas de su compañera cuando se meneó al escuchar otra lírica inundando el ambiente—, lo haces de maravilla. Eres una cajita de sorpresas, Todoroki-san.

—No tienes porque emplear honoríficos o formalidades conmigo, ya cruzamos esa línea cuando le gritaste a ese idiota en la cafetería para defenderme. Aunque sabes bien que yo podría haberlo hecho por mí mismo —participó, su timbre de voz descendiendo a escasos centímetros del oído de la susodicha.

Sus ojos se voltearon, chasqueando la lengua. El semblante juguetón no había menguado en ningún instante, bajando sus curiosos dedos a los amplios hombros del joven que usaba una camiseta de un verde bosque y arrugó la nariz, le gustaba más que vistiera ropas de colores brillantes, vivos, alegres. Simplemente tenía la fuerte certeza de que le quedaban mucho mejor y le hacían ver demasiado atractivo, sin mencionar que sus implacables faroles parecían dos soles en su rostro y su melena blanca despeinada le brindaba esa energía de chico suave con leves pinceladas de pícaro. Su mente corría veloz, labrando especulaciones de como sería el verdadero Natsuo que se escondía detrás de una máscara de yeso.

—¿Me dejarás tutearte? —cuestionó la Hitoshi, ocultando el rubor de su faz en la curvatura del cuello de su amor platónico.

—Deberías hacerlo, después de todo, ya haz excedido marcados límites que poseía, también te sentaste en el sofá de mi casa e incluso, en el poco tiempo que llevamos coincidiendo, me haz orillado a afrontar vicisitudes que jamás, en mi sano juicio, enfrentaría por iniciativa propia y eso es decir mucho —explicó, en su cabeza pulularon los absurdos escenarios que había protagonizado a lo largo de esa semana por esa chica.

— ¿No te parece apresurado, cierto?

Articuló un no con su boca. Dándole dos giros cuando el ritmo de la música empezaba a tornarse rápido, cortándole la respiración cuando la atrajo más a su cuerpo y tarareaba la canción de una banda británica, sin prestarle mucha atención a la dulce lírica que escurría de sus labiales rosados. Esa noche se sentía de un color índigo, profundo e inmenso, sumergido en un mar de sueños y vivencias extraordinarias de un adolescente casi adulto, que empezaba a cosechar sentimientos bonitos en la frialdad de su existencia.

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