Capítulo 1 | Parte 2

Después de un breve paseo ya estaba en mi portal. Normalmente me gustaba dedicarle su tiempo al camino de vuelta a casa, no era muy largo, pero esta vez esos diez minutos habían sido más que suficientes para perder la comida y un poco de la dignidad que conservaba al caerme en una de las zonas más céntricas de la ciudad, convirtiéndome en el foco de atención.

Suspiro, aliviada de estar ya en casa, ajena a todo aquello que podía estropearme la tarde. Disfrutaría con mis amigos, a pesar de que fuese viendo un partido de baloncesto.

Introduzco ambas manos en los bolsillos con el objetivo de encontrar mis llaves, pero lo único que consigo es un paquete de pañuelos y un botón. Ni rastro. Echo la cabeza hacia atrás y me muerdo la lengua para no soltar un improperio. Con las prisas se me habría olvidado cogerlas.

Llamo al timbre, suplicando que no tuviesen la música demasiado alta como para no oírlo y, segundos después, Rachel abre la puerta más rápido de lo esperado, volviéndose a su lugar después de saludarme.

Todo parecía estar en orden, dentro de lo posible, tal y cómo estaba antes de irme. Estirados en el sofá, la música no demasiado alta y el canal donde emitían el partido puesto, a pesar de que aún no había comenzado. La única diferencia era las cervezas acabadas sobre la mesa.

— ¿Y los churros...? —pregunta Derek con ansias, levantándose de un bote del sofá.

Derek no era el único que me miraba impaciente, el resto también lo hacía. Cuando Nate me tiró al suelo solo un par sobrevivieron a la caída, como mucho podrían comer dos personas, si tenían la solidaridad de quedarse tan solo con uno. Otra opción era compartir, dividiéndolos en dos, palabra inexistente en su vocabulario.

Me vinieron a la mente un montón de excusas, pero solo una me resultaba lo suficientemente buena para que se la creyesen.

— Sí, sobre eso... Veréis, esta mañana María ha vendido como nunca y solo le quedaban un par, es todo lo que he podido traeros.

Traté de sonar lo más convincente posible, porque lo último que me apetecía era explicarles el encontronazo.

A deducir por sus caras no parecían muy contentos. No era necesario que lo afirmasen, sabía que mi respuesta no les había convencido. Lo más probable era que pensaran que la culpa era mía y me los había comido antes de llegar a casa, algo que, por mucho que me tentase, jamás haría.

— ¡A por ella! —alzó la voz Jake, ejecutando lo que parecía más bien una orden para el resto.

Ethan, Derek y mi queridísimo hermano salieron disparados hacia mí, persiguiéndome e intentando cogerme en brazos, como si de nuevo tuviésemos ocho años. Yo corrí de un extremo al otro entre risas, escapándome el máximo tiempo posible de su agarre.

Durante un momento de debilidad me desestabilicé, y fue entonces cuando casi me atrapan. Derek me acorraló en la cocina y, debido al pequeño tamaño de la misma, no le resultó difícil atraparme. Después de tantas peleas con Jake había aprendido a defenderme, así que utilicé la técnica más eficaz para que me soltase: morderle el brazo.

Me conseguí liberar, sacando mi instinto de supervivencia, el cual me ayudaba en situaciones menos peligrosas, pero que no dejaban de ser arriesgadas.

— Recordad con quien estáis jugando... —dije en un tono juguetón.

Eso los enfureció más y consiguieron atraparme de tal manera que era imposible escapar: Ethan y Derek me sujetaban cada uno de un brazo, y Jake las piernas.

Empecé a chillar, maldiciendo y exigiéndoles que me bajasen, acción que, como era de esperar, no obtuvo los resultados deseados.

Después de unos minutos en los que fui el hazmerreír de la casa, y durante los que no dejé de patalear, me bajaron al suelo. En cuanto recupero el equilibrio hecho un vistazo al salón, buscando a Rachel, ya que desde que había llegado no la había oído hablar y tampoco había venido a salvarme de estos animales.

No me cuesta mucho encontrarla, se estaba comiendo el par de churros que quedaban en la bolsa, sentada en el sofá mientras contemplaba la escena.

Era una chica inteligente, de eso no cabía duda.

Me dedica una mirada nerviosa y tuerce el gesto. No consigo entenderla, por lo que simplemente niego con la cabeza, conteniendo una carcajada, y me dirijo a la cocina con la intención de ir a por un vaso de agua para saciar la sed, exasperada por la situación.

Los chicos se habían ido de nuevo al sofá, así que era el momento perfecto. Me dispongo a entrar, dispuesta a conseguir unos minutos de calma, pero ni si quiera llego a saborearlos, porque son destruidos al encontrarme apoyada en la encimera a la última persona que deseaba volver a ver hoy.

Frente a mí, en mi cocina, Nate Miller esbozaba una vacilante y divertida sonrisa.

— ¿Qué hace este aquí? —espeté, sin molestarme en ocultar el tono despectivo.

Nate río mientras comía una de las magdalenas que hacía mi madre siempre que hay visita. Me entraron unas ganas terribles de quitársela de las manos y exigirle que se fuese, porque con él, las peticiones nunca habían sido una opción.

Suelto un bufido, a la vez que me paso una mano por la frente. Él seguía observándome divertido. Le da un muerdo a la magdalena y, con la lengua, se retira el resto de nata que había quedado en su labio superior, sin apartar la mirada de mí.

Las ganas de quitarle aquel postre se habían convertido en ansias por darle un buen golpe en el estómago, pero no podía perder los papeles, no después de lo que me había costado aprender a controlar mis impulsos.

Retrocedo sobre mis pasos, volviendo al salón, y él me sigue, demasiado cerca. Mi pregunta parece despertar susurros entre mis amigos después de varios minutos y, finalmente, Jake es el que se atreve a dar un paso hacia delante.

— Volvió hace algo más de una semana —comenta, acercándose a él. Le da una palmadita en la espalda y se dirige de nuevo hacia mi—. Si le notas acento francés es que lo está forzando, últimamente se ha venido un poco arriba.

No hacía falta que lo dijese dos veces, Nate me lo había demostrado nada más pisar Santa Barbara.

Si había venido un poco subidito de Europa, habría que bajarle de esa nube...

— Encantado de verte después de tanto tiempo. —Agita la cabeza como saludo, sin borrar aquella maldita sonrisa.

— No hace tanto —respondí de manera provocadora—. Si no quedan churros es por su culpa —confesé, captando la atención del resto. Nate no mostró ni la más mínima señal de sorpresa o enfado, actuaba con una indiferencia que me dejó seca.

— ¿Cuándo os habéis visto? ¿Se los ha comido él? —preguntó Ethan, amenazándole con la mirada.

— Ojalá fuese eso... Me tiró al suelo en medio de la calle y se cayeron todos al suelo.

Nate no pudo defenderse, sus intentos fueron un fracaso, porque de repente los chicos habían dejado de prestarme atención, vinieron directos hacia nosotros y se abalanzaron sobre él como niños pequeños tras una pelota de fútbol. Una actitud muy madura por su parte, estaba claro, pero no podía negar que me divertía.

Les dejé peleándose y dirigí al sofá para sentarme junto a Rachel. Metí la mano en la bolsa para comprobar si quedaba algo, por suerte me había guardado una mitad. Me lo llevé a la boca mientras observaba la escena que se había formado en casa, tal y como había hecho ella minutos antes.

— Iba a decírtelo, te lo prometo, pero no me ha dado tiempo. —Se excusa Rachel, juntando las manos en señal de súplica. Suspiro, echando un vistazo a los chicos, antes de contestar.

— No pasa nada, no ha sido ninguna sorpresa.

Al final la tarde no fue tan mala como pensaba, incluso me divertí un poco, dejando de lado las violentas miradas entre Nate y yo, y sus constantes sonrisas o comentarios. Acabé describiéndole a Rachel con todo lujo de detalles nuestro encuentro, y aunque a mi me pareciese de todo menos divertido, ella no paró de reírse hasta que acabé de contarle la historia.

Nate contó alguna que otra anécdota de Francia y odié su acento, ahora tenía un toque europeo, aunque no estaba segura de sí lo estaba forzando o no porque, si era sincera, sonaba bastante natural. De vez en cuando soltaba alguna frase en francés mientras explicaba algo, a los demás parecía encantarles, puesto que le reían las gracias y parecían ensimismados con el idioma, pero a mí no podía parecerme más absurdo, nadie lo entendía y, aun así, se empeñó en seguir haciéndolo.

Estuvimos tumbados en el sofá mientras miraban expectantes el partido de baloncesto hasta las nueve, Rachel y yo hablando de cualquier tontería y ellos colándose en la conversación cuando el partido se volvía menos interesante.

Poco después llegó mi madre de trabajar. Pareció hacerle especial ilusión vernos a todos reunidos, porque pude ver como brillaban sus ojos al entrar en el salón. Le encantaba que pasáramos tiempo juntos, decía que nuestra amistad era muy especial, y siempre nos animaba a traerles a casa tantas veces como quisiésemos.

Levanté mi cabeza, apoyada en el hombro de Derek, quien se había convertido en mi cojín durante la última hora.

— ¡Cuanta visita tenemos hoy en casa! Tendré que hacer más magdalenas, porqué por lo que veo no queda ni una —comenta entre risas, asomando la cabeza hacia la cocina.

Mi madre, Mery, es una de las personas más dulces y trabajadoras que conozco. Llevaba años trabajando en una pastelería del centro, hasta que finalmente decidió abrir su propia cafetería, donde hace los mejores dulces acompañado de un café increíble. No lo decía porque fuese mi madre, ella sola se había ganado a pulso su buena fama.

La observé detenidamente mientras salía de la cocina y se acercaba al sofá, vestía unos pantalones tejanos y una blusa azul. Siempre intentaba ir arreglada a pesar de que trabajar de repostera no fuese la profesión más limpia.

Sin duda alguna nos parecíamos muchísimo, teníamos el mismo color de ojos caracterizado por unas largas pestañas, y a ambas se nos marcaban unos pronunciados hoyuelos cuando sonreíamos. La diferencia más significativa eran las diminutas pecas que se le dibujaban en las mejillas cuando llega el buen tiempo, y ahora que comenzaba la primavera ya empezaban a notarse.

— Nosotras te ayudaremos —propone Rachel con una gran sonrisa. Uno de sus secretos más íntimos es que le encanta comerse la masa cruda cuando cocinamos cualquier postre, por eso siempre está merodeando por la cocina.

A los quince minutos ya se habían ido todos de casa, excepto Rachel, quien se quedó un rato más antes de irse, entretenida hablando con mi madre. Ha llegado a pasar tanto tiempo en esta casa que para ella se ha convertido en una segunda hija.

Sus padres trabajan mucho y cuando éramos pequeñas la comenzaron a dejar aquí por las tardes para que no se quedase sola. Antes vivían en Minnesota y al llegar le impactó la calidez de California. No me extraña, teniendo en cuenta la diferencia de temperatura entre ambos estados y, aunque ya se haya acostumbrado, aún se sigue quemando con mucha facilidad cuando le dan un par de rayos de sol.

— ¿Cómo ha ido en la cafetería?

— Mucha faena, hoy estaba llenísimo —explica, comenzando a sacar los ingredientes para hacer la cena—. Pero lo prefiero así, los días que entra poca gente son muy aburridos.

— Cuando es mi turno siempre hay gente... Será que las chicas vienen a propósito para que las atienda este camarero —bromea Jake haciendo un bailecito alrededor de la isla de la cocina.

— Claro... Seguro que es por ti, no será porque la universidad está a unos minutos de la cafetería, ¡qué va!

Mi madre encontró una ubicación excelente a tan solo diez minutos de la universidad de Santa Barbara, a la cual va Derek desde el año pasado. No es muy grande y no tiene demasiadas carreras, ni tanto reconocimiento si la comparamos con otras del estado, pero para aquellos que quieren quedarse en su ciudad es la opción perfecta.

Si está tu carrera y deseas estar cerca de tu familia y amigos, tienes mucha suerte, es un lujo que pocos pueden tener. En mi caso, mi universidad soñada está mucho más lejos que un simple recorrido de veinte minutos en coche. Solo de pensar que en unos meses estaré a casi cinco horas de casa, de mi madre y de mis amigos, siento como se me forma un nudo en la boca del estómago.

Jake, en cambio, había decidido tomarse un año sabático ayudando en la cafetería con el objetivo de tomar una decisión sobre su futuro en breves. Lo hemos hablado muchas veces y mi consejo siempre ha sido el mismo, que siga su instinto.

Si algún día me pidiese ayuda para decidir hacia que ámbito orientarse, tengo claro cuál sería. Siempre le he visto con madera de ejercer de algo relacionado con empresariales, o en el ámbito comercial, tiene un don de gentes que me hace envidiarle por momentos, y una gran capacidad de liderazgo. Si sacase esa labia más a menudo, conseguiría cualquier cosa.

Se le va agotando el tiempo porque las preinscripciones acaban en un par de semanas, pero hacemos todo lo que está en nuestra mano para que no se sienta presionado. Es algo complicado y lo último que queremos es incomodarle hablando del tema, de lo contrario, se acabará cerrando en banda.

Así funciona él, dándole su espacio.

— Por cierto, María me ha preguntado por ti. Le he dicho que te va bien y que estás muy ocupada en la cafetería, así que me ha comentado que irá a verte algún día, quiere probar tú maravilloso café.

— Cuando quiera, tiene las puertas de la cafetería abiertas, literalmente. -Mamá suelta una carcajada que se nos contagia al momento-. No me habíais dicho que Nate había vuelto de Francia, cuando le he visto en el salón me he quedado de piedra, ¿Cómo le ha ido? ¡No me ha dado tiempo de preguntarle!

Sí, la entendía muy bien, yo también me quedé atónita al descubrir que era el culpable del incidente con el monopatín. Lo más seguro es que ninguna de las dos se haya molestado en ocultar frente a él lo sorprendidas que estábamos. En mi defensa diré que he disimulado bastante bien cuando nos hemos chocado.

— Yo no sabía nada. —Me excuso, agitando las manos y retrocediendo sobre mis pasos.

Si era completamente sincera, Jake me lo había comentado, pero esperaba no tener que encontrármelo hasta que volviese a las clases, así que de todas maneras me había llevado una buena sorpresa.

— Volvió hace poco más de una semana, la verdad es que se le echaba de menos. Le ha ido genial, está como loco contando como es la vida europea. El próximo día pregúntale, pero no me hago responsable si está media hora hablándote sin parar...

Capisci —respondió con una sonrisa, guiñándonos un ojo.

— Mamá, ¡eso es italiano! —exclamo, y acto seguido comenzamos a desternillarnos de la risa, hasta que un olor a quemado nos hace reaccionar. Las hamburguesas estaban completamente negras. Carne quemada para cenar, una delicia.

¡Hola de nuevo, familia!

Como hoy es mi cumpleaños, quería daros una sorpresa, así que he decidido subir la segunda parte del primer capítulo, la continuación de este día que iba a acabar volviendo loca a nuestra protagonista.

Este grupo de amigos me está robando el corazón, y eso que a penas sabemos nada de ellos...

¿Cuáles son vuestras sensaciones por el momento?

Os animo a seguir leyendo, en unos días subiré el tercer capítulo <3

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