Capítulo 1 | Parte 1
INFORMACIÓN: Los churros son un dulce típico en España, veréis que en esta historia tienen mucha relevancia. Encontraréis una foto en la cabecera, están deliciosos. Aunque la novela se desarrolle en EEUU, quería añadirle un toque de mi tierra :)
Si tenéis alguna duda sobre alguna expresión no olvidéis preguntar, sé que a veces en distintos países de habla hispana se habla de manera distinta. Por ejemplo, la palabra "puchero" en este texto significaría: Gesto que precede al llanto, en este caso, fingido. Es decir, fingir una cara triste.
Página cuarenta y ocho, anuario de Easton High, dedicatorias y mensajes para conmemorar nuestro instituto. Cientos de páginas llenas de fotografías y experiencias, todas ellas llenando páginas de un anuario que recoge cada uno de los momentos que nuestra generación ha vivido durante los últimos años. Recuerdos que no estarán reflejados pero que, sin embargo, nos vendrán a la mente al oír el nombre de nuestro instituto, y otros miles que quedarán plasmados entre sus páginas.
Un anuario que me está costando sudor y lágrimas —más o menos—, horas de trabajo y meses de preparación; porque yo, Lea Wilson, soy la directora de este maravilloso y a la vez ruin anuario.
Sí, ruin porque a pesar del tesoro que es y el valor sentimental que consta en cada página de él, me está haciendo pasar uno de los días más duros de mi vida.
Quedan tan sólo unos días para la primera entrega al director del instituto, Arnold Mitman, y sigo buscando la perfección. Siempre había sido parte del club de periodismo, y durante el último semestre del año algunos de los miembros llevan a cabo el anuario. Comencé escogiendo qué marco ponerles a las fotografías o qué tipografía quedaría mejor en los títulos, hasta terminar siendo la persona que llevaría todo este caos.
Cuando el director Mitman me propuso la idea, a penas me planteé la opción de negarme a ello, por no decir que nunca se me hubiese pasado por la cabeza rechazar esta oportunidad.
El equipo se componía principalmente por cuatro personas, pero era más que suficiente. Primero tenemos a Liam, el genio de audiovisuales y magnifico fotógrafo, ha sido el encargado de reunir todas las imágenes y captar todos los momentos importantes. Después, tenemos a Jane, quien se encarga de organizar la información y el orden de los conceptos. Por último, está Nina, un genio en lo artístico metido dentro de un diminuto cuerpo. Es, junto a mí, la que se encarga del diseño.
Tras todos nosotros hay un pequeño grupo de alumnos menores que nos ayudan una vez a la semana, y sus aportaciones consiguen agregarle al anuario un punto de vista que, sin su ayuda, jamás conseguiríamos alcanzar.
Al comenzar me pareció fácil, llevaba tanto tiempo viendo como se hacía que solo era cuestión de ponerlo en práctica. Solo había un problema, resumido en dos palabras: perfección y exigencia.
Dos palabras que se repetían constantemente en mi cabeza desde que entraba a Easton High hasta que llegaba a mi casa, y permanecían conmigo siempre que quería hacer algo que se saliese de lo convencional, fuese lo que fuese. Por mucho que tratase de hacerlas desaparecer, allí seguían, clavadas como una astilla imposible de liberar. Hay rasgos de la personalidad de las personas que pueden cambiarse, con tiempo y esfuerzo.
En mi caso, se salía de lo imposible.
Estábamos a miércoles, eran las siete y veintitrés de la tarde, y yo seguía buscando la perfección en vez de disfrutar de una agradable tarde yendo a tomar algo, durmiendo, o pasando la tarde con los amigos. Tal y como haría cualquier adolescente.
Aunque, a decir verdad, tampoco lo incumplía del todo.
— ¿Vas a dejarte eso? Estoy comenzando a caer en el terrible agujero sin fondo del aburrimiento... Y créeme, una vez tocas fondo, no hay vuelta atrás.
El tono dramático de Rachel no hace más que hacerme estallar a carcajadas. A ella, al contrario, no parece hacerle ni pizca de gracia, porque sigue observándome por encima el hombro con el ceño fruncido. Me encojo de hombros y suelto un breve pero suficiente «ups» que la hace enfadar todavía más.
Cinco segundos más tarde un cojín aterriza sobre mi semblante, acompañado de una risa que podría haberse llegado a escuchar, fácilmente, en todas las casas del vecindario.
— ¡Rachel! —grito, tirando de nuevo el cojín hacia su dirección con indignación—. Esto es mucho trabajo y si no está perfecto no podré descansar, si no puedo descansar pasaré días con unas ojeras que me llegaran hasta los talones. Luego, moriré.
— Sí, acabarás así como no apagues el ordenador de una vez —responde con firmeza, y su tono por un momento se vuelve suave—. Enserio, llevas toda la tarde con eso, descansa, relájate... Lo necesitas, ¡y yo también!
Desvío la mirada del portátil a mi amiga, la cual me está poniendo un puchero insistente. A pesar de todo el esfuerzo, necesitaba verlo claro, que no le faltaba nada, que estaba perfecto y Mitman no sería capaz de encontrare el más mínimo error. Pero mi mente seguía insistiendo en que lo revisara una y otra vez, buscando algún fallo al que poner remedio y sentir que esa pequeñez era lo que me hacía estar intranquila, que el corregirlo le daba la perfección que tanto buscaba.
Miro detenidamente la página que tengo en frente de mí, vuelvo a mirar a Rachel, a la pantalla, y de nuevo a ella, la cual ha cambiado el puchero por una expresión malhumorada.
— Vale, está bien...
Acto seguido hago ver que cierro la pantalla del ordenador, tranquilizándola, a pesar de que la calma duraría poco. En cuanto deja de mirar vuelvo a abrirla y me deslizo rápidamente hacia el borde de la cama, contendiendo la risa. Rachel no tarda en darse cuenta y llego a la conclusión de que enfadar a mi mejor amiga nunca es buena opción. Nunca ganaré esta batalla.
— Te juro que no hago nada más, mira, ¡está en modo lectura! —Hago un ademán para que se acercase, enseñándole la pantalla—. Vamos a leer los mensajes de algunos alumnos, así como adelanto exclusivo —añado como si fuese el nombre de un nuevo programa televisivo, esbozando mi mejor sonrisa—. Te prometo que valen la pena.
Rachel se esfuerza por esconder la sonrisilla que estaba a punto de dibujarse en sus labios, y frunce el ceño con desconfianza, haciéndose de rogar. La miro de reojo y esbozo mi sonrisa más inocente. Finalmente cede, disimulando las ganas de saber lo que han puesto el resto del alumnado.
El chisme es algo que llevamos en la sangre.
— Vale, atención, comenzamos flojito, ¿te acuerdas de Thomas Smith? —pregunto con entusiasmo, manteniendo el portátil entre mis brazos para ocultarle la imagen a Rachel.
Miro a mi amiga con ilusión, a pesar de que ella sigue fingiendo que está molesta, luchando por contener la misma emoción, pero sabe que nos conocemos demasiado bien y esa actitud no funciona conmigo.
Segundos antes de que Rachel pueda acabar de formular el simple y conciso "sí", yo ya volvía a hablar.
— ¿Recuerdas quién era Kaitlyn?
— Sí, claro, su exnovia. Pelo negro, bajita, va al club de teatro... Sí, ¿no?
— Sí, sí. Bien, pues... atenta a la frase de Thomas: "Kaitlyn, si ves esto, quiero que me devuelvas mi sudadera. Y también mi chaqueta del equipo".
— ¡No! —exclama Rachel, tapándose la boca con ambas manos y con los ojos muy abiertos, que sumándole que ya los tenía bastante grandes, podíamos decir que se asemejaba un precioso lémur con ojos azul celeste.
Ninguna de nosotras se molestaba en esconder su risa y estallamos a carcajadas recordando momentos en los que ambas, con disimulo, habíamos puesto la oreja al verlos discutir. Habían estado juntos alrededor de un año, hará un par de meses se torcieron las cosas y, bueno... Por lo visto Thomas no es para nada un chico rencoroso.
— ¡Qué fuerte! Y pensar que ahora se pondrá esa sudadera...
— ¡Con Eric! —chillamos al unísono, sin parar de reír—. Dios, esta historia parece surrealista. Hablando de él... no se queda corto. Escucha.
Rachel se acomoda a mi lado para ver bien la pantalla, ya desenfadada y con más entusiasmo del que tenía yo anteriormente, y busco la página en la que sale la foto de Eric.
— Aquí está. —Tapo la frase con mi mano antes de que Rachel pudiese verla y ella reniega—. ¡Impaciente! Solo te digo, que son las tres palabras más simples, sinceras y concisas he escuchado jamás.
— Vale, déjame ver... —Retiro la mano y Rachel coge el portátil impaciente. Con la mirada busca la fotografía de Eric—. "Lo escucho todo".
Nos miramos mutuamente, ella especialmente sorprendida, y asiento con la cabeza. No quería ser injusta, así que me esfuerzo por no reírme, hasta que se hace imposible y ambas comenzamos a desternillarnos de la risa.
Eric era un chico bastante mono, tenía la piel morena y como anteriormente había llevado aparatos tenía una sonrisa impresionante. Aun así, siempre había habido un pequeño detalle que le hacía ser el foco de las bromas.
Aunque no le hubiese supuesto muchos problemas... Ningún aparato podría arreglar sus orejas; eran muy grandes, demasiado me atrevería a decir en proporción con el tamaño de su cabeza. Mucha gente se reía de él por ello, aunque siempre se mostró indiferente ante los comentarios, lo aceptaba, e incluso él mismo se burlaba. Esa actitud siempre me había parecido admirable.
Eso sí, mal no le fue, pues consiguió quitarle la novia a uno de los chicos del equipo.
— ¿Verdad? ¡Pensé lo mismo! Menos mal que Eric tiene ese sentido del humor, sino no sé como hubiese podido aguantar todas las veces que Thomas se reía de él.
— El que se enrollaba con Kaitlyn era él, así que... eso ayudaba —alega Rachel, encogiéndose de brazos—. Vamos a ver si hay alguno más.
Me pongo en marcha y busco algún otro comentario que marcase la diferencia entre tantos alumnos. Rachel, a mi lado, estaba impaciente. Tuve que darle ligeros manotazos para que apartase las manos de mi teclado. Una vez que le das cuerda, no para quieta.
Llevábamos tantos años siendo amigas que recordar el principio a veces resultaba difícil. En quinto curso se mudó a mi calle, a unas casas grandes y familiares que había al final de la manzana. Coincidimos una tarde antes de empezar las clases y, sin duda alguna, congeniamos a la primera.
Ambas somos muy parecidas, nuestra forma de pensar es similar y, a pesar de que tengamos alguna que otra discusión, nuestro vínculo es demasiado fuerte.
Juntas, tenemos el sueño de irnos a estudiar periodismo a la Universidad de Berkeley.
Rachel también forma parte del periódico del instituto, pero a diferencia de mí, no es tan autoexigente. Admiro su manera de gestionar las situaciones, no se agobia, vive mucho más tranquila, en todos los aspectos, pero cuando se le mete algo en la cabeza es imposible convencerla de lo contrario.
Si había algo que no les faltaba a los alumnos de Easton High era humor, desde luego. Estuvimos un buen rato mirando distintas páginas, hojeando fotografías y leyendo más frases que nos hicieron reír de nuevo, hasta que uno más se convirtió en... ¿Unos diez? Cuando comenzábamos con algo era difícil pararnos.
— Ya basta, ¡te he enseñado demasiado!
— Vale, pero en ese caso debes apagar ese ordenador de una vez.
Guardo silencio, y ante su insistencia, cierro el ordenador. Me sorprende sentirme segura al hacerlo, después de darle tantas vueltas. Después de darle un par de vistazos estaba conforme con el resultado. Todo encajaba a la perfección, tanto la tipología de los títulos con el texto como los colores y el diseño de la página.
Desvío mi mirada hacia Rachel. Está sentada en el borde de la cama y sostiene un cojín entre sus brazos, con la mirada fija en la televisión.
— Son las siete... ¿Tarde de película? ¡Aún nos da tiempo!
— Está bien, ¡pero la elijo yo!
La simple posibilidad de desconectar durante unas horas, ver una de mis películas favoritas alejándome del caos que habitaba en mi mente a todas horas, me otorgó una calma inexplicable, y por un instante deseé sentirme así siempre.
Bajamos por las escaleras de la segunda planta hasta llegar al salón, y no tardamos más de medio segundo en tumbarnos en el gran sofá gris que ocupaba la mayor parte de él.
Mi casa no era demasiado grande, en la planta baja había una cocina con barra americana, el salón y un baño, en la planta de arriba había otro junto a tres habitaciones de un tamaño perfecto, el justo para no acumular objetos de más y poder tener un buen escritorio, o, al menos, eso solía decir mi madre.
Para mí, el tamaño nunca había sido un problema, porque cuando entrabas sentías que era un hogar. En las paredes abundaban fotografías familiares, así como objetos que nos provocaban nostalgia, desde dibujos de nuestra infancia que se negaban a quitar de la nevera hasta un cuadro que pintó mi madre hará veinte años de la playa de Miami, justo al acabar unas clases de pintura. Todo se sentía nuestro.
— ¡Hermanita! Espera un momento... No os podéis quedar aquí.
La entrada de mi hermano al salón nos hace reír. Le miro por encima del hombro y, cuando capta el mensaje, me acomodo en el sofá y comienzo a buscar la película. Tarda pocos segundos en posicionarse frente al televisor con los brazos cruzados y una mirada perspicaz. Resoplo con impaciencia, rodando los ojos.
Jake sabía cómo imponer. Era alto y tenía unos ojos azules que, si se lo proponían, conseguían cualquier cosa.
— El día en qué necesite tu permiso, te preguntaré —enuncio, esbozando una inocente sonrisa.
— Tú misma, pero... —En ese instante el timbre suena y los tres nos giramos hacia la puerta. No necesito que me lo confirme, porque ya sé quién hay detrás incluso antes de escuchar sus voces—. A eso me refería.
De un momento a otro, dos chicos entran alzando la voz con cervezas en mano. Su actitud se asemejaba más a un animal prehistórico que a una persona del siglo veintiuno, pero teniendo en cuenta de dónde vienen los humanos, no debería sorprenderme tanto.
Como si fuese invisible y ellos incapaces de verme, Derek se estira ocupando el resto del sofá, dejándome arrinconada en una esquina. Una arcada se me escapa cuando se quita las zapatillas y posa sus pies sucios sobre mis piernas. Se los aparto de un empujón y él rechista, haciendo un puchero. Le hago una peineta, armándome de paciencia.
A parte de ser uno de los amigos más íntimos de Jake, también es uno de mis mejores amigos. Supongo que no era muy difícil que ocurriese, teniendo en cuenta que desde bien pequeño se pasaba las tardes metido en nuestra casa y yo no salía demasiado.
— Ya te vale, podrías haberme avisado...—rechisto, mirando a mi hermano de reojo. Se había sentado en el sillón y ya tenía una cerveza en la mano.
— Lo siento, lo he intentado. —Se encoge de hombros, antes de añadir con una ladina sonrisa—: Hoy se juega un partido muy importante y no me lo puedo perder.
Por mucho que me molestase tener que dejarles el salón y renunciar a mi plan de la tarde, lo acabé haciendo.
Consecuencias de ser la pequeña de la casa.
En mi habitación había una televisión, es cierto, pero mucho más pequeña. Tampoco tenía un sofá gigante donde acomodarnos y envolvernos hasta que la manta nos llegase al mentón, tal y como nos gustaba hacer, pero no me quedaba otra.
Me dirijo a la cocina para llevarme un par de bebidas y algo de comer al salón, convencida de que eso aliviaría un poco como se estaba arruinando mi tarde. Yo tan solo quería ver Mérida con Rachel, no pedía mucho.
Abro los armarios con la intención de encontrar algo para picar, pero mi búsqueda resulta fallida: no había nada. En la nevera tan solo quedaban cervezas y un par de cartones de leche.
Abrí uno de los cajones de la estantería, con la esperanza de encontrar palomitas. De no ser así, algo dulce me servía, pero cuando acabé de rebuscar uno por uno, salí de la cocina tal y como había entrado, con las manos vacías.
Rachel llevaba hablando sin parar con Ethan desde que éste había llegado, y pedirle que nos fuésemos era una jugada sucia, pues la estaría poniendo entre la espada y la pared.
Llevaban una larga temporada sin verse, y sé el miedo que tenía de perderle. Desde que se fue a estudiar a Stanford pasa muy poco tiempo aquí, tan solo algunos fines de semana y vacaciones, y su amistad no es la misma de antes.
Santa Barbara estaba a unas cinco horas de su universidad, así que cuando venía solía ser para pasar unos días. No podía estropear el reencuentro, sabía lo mucho que le gustaba pasar tiempo con él, así que se me ocurrió algo mucho mejor.
— No hay nada para comer, ¿os parece si voy a por churros?
— Sí, ¡por favor! —gritaron al unísono.
— Vale, pero yo no voy a pagarlo todo. — Extendí la palma de mi mano y me detuve frente a cada uno de ellos, quienes de primeras se quejaron, pero acabaron dándome su parte—. Así se hace un trato. Vuelvo en menos de diez minutos.
Me dirigí a la parada de churros situada a dos calles de casa. La atendía una señora de mediana edad, María. La conozco desde bien pequeña, Jake y yo solíamos venir sábados y domingos a primera hora a por nuestro desayuno favorito, y aunque la cosa cambió un poco con el paso del tiempo, seguimos manteniendo la costumbre.
Sus raíces españolas fueron las que trajeron ese delicioso dulce a la ciudad. Lleva viviendo aquí unos veinte años, prácticamente los mismos que su negocio en auge, pero apenas se le nota el acento.
Aquí no eran muy comunes, pero en cuanto instaló la parada mi madre no pudo contenerse a probarlos, ¡hasta volverse adicta! Y, por lo tanto, nosotros también. Sus churros son muy famosos en la ciudad y, a pesar de que la gente le insiste en que abra una cafetería, ella sigue fiel a su parada.
— ¿Lo de siempre?
— Lo de siempre —sonrío.
— ¿Cómo le va a tu madre? Hace tiempo que no la veo.
— Desde que abrió la cafetería está muy liada, a veces no tiene tiempo ni de parar a cenar en casa, pero le va muy bien.
La parada llamaba la atención, tanto por el diseño exterior como por los colores llamativos. Su estructura era igual a la de los furgones que venden helados en la plaza del centro, con la diferencia de que sus churros son calientes y muy, muy dulces.
Los coloca en una bolsa, con una buena cantidad de chocolate por encima, y le extiendo el dinero en la mano, ansiosa por probarlos.
Ese olor sí que era placentero, de lo mejor que había probado.
— Pues tendré que pasarme algún día a verla por allí, tengo muchas ganas de probar su café —se despide, guiñándome un ojo.
— ¡Muchas gracias!
— De nada, bonita.
Avanzo calle abajo sin poder quitarle ojo a la bolsa. Intento resistirme, pero mi mente prefiere pensar que nadie notará si falta uno...
Así que lo disfruto durante unos segundos y al acabármelo apresuro el paso para no terminármelos antes de llegar a casa. Debía contenerme, el hecho de que supiesen que era una de mis debilidades no sería excusa suficiente si aparezco con la bolsa vacía.
El barrio era muy tranquilo para ser tan céntrico, había muchas tiendas y puestos en la calle principal, pero no solían pasar muchos coches y, de no ser por las risas de los niños jugando en el parque o la gente hablando en las terrazas de los bares, el trinar de los pájaros sería el único murmuro de sus calles.
Para mí era una melodía tan familiar que conseguía ablandarme por completo.
La luz del sol se colaba entre los árboles, cegándome, así que alce la mano y me tapé los ojos, utilizándola como visera.
Fue entonces, mientras yo seguía caminando a paso rápido, cuando en cuestión de segundos me encontré en el suelo, mis ansiados churros esparcidos por la acera, el pantalón manchado a causa de la caída y alguien junto a mí cogiendo un monopatín, el mismo que había sido responsable del incidente, situado bajo mis pies.
— Uy, lo siento. —Se disculpa una voz masculina. A pesar de no levantar la mirada percibo como se agacha a mi lado con cautela—. ¿Han sobrevivido los churros?
Su tono de voz, burlón y divertido, consiguió de todo excepto hacerme reír.
Estaba tan abrumada por el golpe que apenas escuchaba su voz, por lo que no me esforcé por recordar de que me sonaba.
Me incorporé, estabilizándome de nuevo. Me puse de cuclillas y empecé a recoger los restos, sin levantar la vista, prolongando al máximo el momento de encontrarme con la persona responsable de este desastre.
Mi día estaba mejorando y lo último que quería era tener una disputa en mitad de la calle.
— Era una broma, ¿Te has caído? Quiero decir, ¿Te has hecho daño?
En cuanto vuelve a hablar reconozco su voz, su timbre, su expresión vacilante, y mi enfado se multiplica por mil.
Inspiro, y exhalo.
No logro entender porque el hecho de que esté aquí me altera tanto, pero lo hace.
Me cargo de valor y alzo la barbilla con la intención de desafiarle, para encontrarme con esos ojos color miel que me miraban de la manera menos halagadora que existe: como si fuese un auténtico mono de feria.
— No, tranquilo, es que un imbécil me ha atropellado y he pensado que el suelo sería un sitio genial donde pasar mis últimos momentos.
— Esa me ha gustado —confiesa con una sonrisa tan amplia que llegaba a mostrar todos sus dientes.
— Pues a mí lo que has hecho no mucho.
— Déjame ayudarte.
Me extiende la mano y, después de pensármelo un poco, la agarro para darme impulso, aún molesta.
Me mira fijamente mientras me levanto, pero yo mantengo la vista en el suelo. Al darse cuenta, me agarra más fuerte de la muñeca y, con inercia, me coloca a su lado, a punto de chocar con su hombro. Su postura comienza a despertar mis nervios.
No debía dejarme engatusar por esa falsa amabilidad, Nate seguiría siendo el chico arrogante que conocí hace años, pasara el tiempo que pasara.
A pesar de haber adoptado una actitud desafiante, conservarla me comenzaba a resultar complicado. Me sentía observada por esos grandes ojos que, clavados en los míos, me acababan de declarar la guerra.
No puedo evitar analizar cada centímetro de Nate. No había cambiado nada, pero a la vez, estaba distinto. Le había crecido el pelo considerablemente, dado que solía llevarlo rapado y ahora unos mechones, mucho más claros que el antiguo tono marrón, caían sobre su frente.
Mis ojos se deslizan por inercia hacia su pecho, llevaba una camisa azul celeste con varios botones desabrochados. No estaba musculoso, o no el menos tanto como le recordaba, pero su cuerpo aún se distinguía tonificado.
— Ten más cuidado la próxima vez y evita ir tirando a chicas al suelo —gruño, limpiándome el pantalón con ambas manos— . Si eres capaz, claro.
— Solo a las que me parecen atractivas. —Le miré con una mueca de desagrado, moviendo la cabeza negativamente. Él simplemente río, orgulloso—. No lo decía por ti, tranquila.
Nate guiñó un ojo con picardía y se marchó antes de que pudiese contestarle, dejándome en mitad de la calle, sin churros, y con un cabreo monumental.
Hacía algo menos de un año desde que se fue, desde la última vez que nos vimos, y después del fortuito encuentro me había dado cuenta de que, en el fondo, era como si hubiesen transcurrido tan solo unos días.
Nada había cambiado, todo seguía exactamente igual que la primavera pasada.
Una parte de mi pensó que, cuando él volviese, me alegraría, al fin y al cabo es uno de los mejores amigos de mi hermano, y sabía lo importante que era para él, pero nada más alejado de la realidad.
Le detestaba, y no existía distancia o tiempo suficiente para cambiar eso.
¡Hola familia!
Me alegro muchísimo de que estéis aquí, porque eso significa que mi historia os ha llamado la atención.
¿Qué os ha parecido este primer encuentro con los personajes? Contadme un poco como os habéis sentido, si alguno ya os ha robado el corazón con su primera aparición, o por el contrario os han dado ganas de atizarle con un monopatín...
¿Qué os parecen así los capítulos? Extensión, estructura...
(Aviso: Serán bastante largos, como este. Así os vais a dormir con una buena dosis de esta novela y la espera para el siguiente capítulo se hace más amena).
Si os ha gustado el primer capítulo, os animo a seguir leyendo, porque esto es tan solo el comienzo ;)
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