Capítulo 7: Camisas y Chantajes
Samantha
—¡Summer, tienes salvarme!
La mirada desconcertada del hombre frente a mí, quien no dudó en dar un vistazo en todas direcciones en busca del peligro que me acechaba, me provocó tanta ternura que casi me hizo sentir culpable por lo que estaba a punto de hacer.
Solté el brazo del que le había tomado por sorpresa en cuanto lo vi cruzar aquella calle con la intención de llegar a su hogar después de su trabajo en la sastrería, y tomando su mano, en cambio, busqué con la mirada un lugar adecuado donde llevar a cabo aquella conversación. Cuando ideabas un plan que provocaría que alguien quisiera matarte y deshacerse del cuerpo, necesitabas testigos oculares que dieran testimonio de la escena.
Lo sé, lo sé. En circunstancias normales no suelo ser malvada ni realizar planes elaborados para obtener lo que quiero. Pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
—¿De qué he de salvarte? ¿Alguien te está siguiendo, Samantha?
—Es peor que eso —aseguré con seriedad una vez nos hallamos parados en el Rolling Park. Por fortuna estaba nublado y algunas señoras hacían ejercicios con ropa deportiva más conservadora que las más jóvenes que lucían colores neón. Una que otra pareja también paseaba a sus hijos u hombres solteros a sus perros.
Luego de asegurarme de la primera fase de mi plan, regresé la mirada al rostro de Summer. Lucía tan preocupado que parecía haber olvidado su prisa por llegar a su hogar antes de que cayera la noche.
No podía saber lo que pasaba por su cabeza en esos instantes, pero estaba convencida de que ninguno de sus pensamientos se acercaban a aquel escenario que estaba a punto de plantearle, y que seguro le haría dedicarme más que un par de improperios.
—Necesito... que hagas algo por mí que jamás le pediría a nadie.
Esta vez su rostro se puso serio, casi iracundo y dándose media vuelta, percibiendo que más que salvarme de algún peligro, lo que quería era que cumpliera uno de mis caprichos, se dispuso a marcharse en dirección a su casa, cosa que obviamente no le permití.
—Te juro que no es nada sexual si es lo que estás pensando. Después de lo ocurrido ayer... —arrugué el entrecejo —, no quiero repetir esa experiencia.
Aquello último pareció haberlo ofendido realmente, pero aun así, con la amabilidad que aunque no lo reconociera lo caracterizaba, decidió darme la oportunidad de explicarme antes de decidir si merecía su ayuda de verdad o de una vez por todas me mandaba al diablo.
—Tienes treinta segundos.
—De acuerdo. —Respiré profundo, y me coloqué las manos en las caderas.
La segunda parte de mi plan era estar vestida correctamente y eso también lo tenía cubierto.
No usaba unos jeans de pierna ancha, tiro alto y cintura ajustada desde la universidad. El suéter rosa y las zapatillas blancas que llevaba también me otorgaban ese aire juvenil que deseaba lograr. Agregué volumen a mi pelo antes de atarlo en una coleta, coronando mi cabeza con una diadema rosa de lazo. Me había maquillado tanto ese día que temía que me confundieran con Cyndi Lauper.
Después de hilar el argumento perfecto en mi mente, y asegurarme de que la impaciencia se grabara en las facciones de Summer, me preparé para comunicarle mi solicitud con ojos suplicantes.
—Verás, hay una compañera de preparatoria a quien le conseguí un trabajo con mamá poco después de salir de graduarnos...
—Ajá.
—Ella me odia a muerte porque no la hice mi mano derecha.
—Entiendo.
—Y quiero que me acompañes al desfile para que todo el mundo piense que soy hetero.
Más tardé yo en exponer mi solicitud, que él en volver sobre sus pasos, convencido de haber desperdiciado los últimos segundos de su vida. Completamente decidida a conseguir mi cometido, me situé frente a él, y después de asegurarle que jamás quise llegar a esos extremos, alboroté mi cabello, desacomodé un poco la ropa y corrí mi maquillaje llenando de saliva mis dedos ante su mirada confusa.
Estaba preparada desde el principio para el peor de los escenarios, y ahora pondría en marcha mi arma secreta.
—¡No puedo creerlo! —vociferé al borde del llanto, como parte de una actuación tan perfecta que seguro haría sentir avergonzada a la mismísima Michelle Pfeiffer—. Pensé que eras un buen hombre. Que después de entregarte mi cuerpo sabrías valorar mi amor, pero veo... veo que no te importan mis sentimientos. ¡Solo querías aprovecharte de mi inocencia!
—Samantha, ¿qué demonios piensas que...?
—¡Qué patán! No puedo creer que le haga algo así.
—Tienes razón. Es un desalmado.
Cerca de una decena de cuchicheos igual o peores que el anterior se desató alrededor de nosotros y solo entonces, él pareció caer en cuenta de que lo había llevado allí a posta.
Las señoras se habían detenido. Los padres habían cubierto los oídos de los niños mientras caminaban más a prisa.
—Samantha, deja de fingir que estás llorando. —Me exigió hastiado.
—¿Ahora también me acusarás de mentirosa? Hasta quedé encinta después... después... fue tan doloroso.
—Por eso le digo a mi hija que no salga con negros. —Summer llevó la mirada hacia la señora que había hecho aquella tajante afirmación. Se preguntaba si acaso creía que por usar mucho maquillaje la gente creería que era blanca.
—Samantha, estoy empezando a enojarme de verdad. Para ya.
—No, no puedo. No hasta que lo prometas.
—No puedo prometer eso.
—¡Ya promételo! No seas ingrato. Hazlo por vuestro hijo. —Se atrevió a espetar una de las madres que hasta se tomó la libertad de golpear su espalda, provocando que casi se fuera de bruces en el suelo.
Él clavó los ojos en mí como si me asegurara que jamás olvidaría lo que acababa de hacerle, y tomando una enorme bocanada de aire para así serenarse y despedir el deseo que sentía de estrujar mi cuello y acabar con mi existencia, murmuró entre dientes algo que ni yo ni las señoras fuimos capaces de escuchar.
—Dije: “Bien. Haré lo que quieras” —confirmó ante las exigencias de mis nuevas defensoras, y entonces, como si me tratara de una mujer realmente enamorada, abracé a mi hombre, que por supuesto me dedicó una mirada asesina de esas que solo le dispensaba a mi buen amigo Dylan, y que auguraba que, aunque fuera lo último que hiciera, se vengaría de aquella humillación.
Sabía qué me había pasado de la raya y que aquello jamás me lo perdonaría, pero así era nuestra relación: yo lo fastidiaba, él me odiaba a muerte, y ambos éramos felices.
***
—Bien, ahora que ya estamos aquí y no te vas a escapar, repasemos el plan.
—No es necesario —aseguró él con hastío mientras se retiraba el cinturón una vez hubo estacionado el vehículo frente a aquel establecimiento. Lo único salvable de toda aquella situación, según Summer era que lo había dejado conducir mi Ferrari. Estaba convencido de que un negro se veía mil veces mejor conduciendo uno de esos—. Solo voy a acompañarte durante el desfile, fingiré que soy tu novio y...
—¿Qué? ¡No! Eso sería lo más trillado del mundo. No es para nada lo que tengo en mente.
—¿Ah no?
—No.
Intenté acomodar el vestido plateado que llevaba puesto. Ese escote cuadrado en el busto me estaba volviendo loca, me quedaba tan ceñido que sentía que se desgarraría dejándome desnuda en medio de la calle. Los volantes de las mangas eran otra locura, pero si algo decía mi madre siempre era que la moda incómoda, o lo que es lo mismo, te aguantas porque eres una White y una White siempre debe estar bonita.
Al menos lo había cortado lo suficiente para que me llegara hasta las rodillas, las perlas blancas en mi muñeca izquierda y los pendientes grandes y oscuros que llevaba puestos los había diseñado mamá también. Era un atuendo asombroso, pero me sentía totalmente fuera de lugar en él.
—Piénsalo, Summer —dije tratando de ocupar mi mente en otra cosa que no fuera estarme quieta para que no se me saliera una de las niñas—. Si vengo con una amiga pueden pensar que es mi novia. Si voy con un hombre que es mi novio. Pero si voy con un amigo gay, ni lo uno ni lo otro. ¡Es perfecto! Pasaré una balada increíble, la atención de todo el mundo estará puesta en ti y podré presentar el desfile sin mayores contratiempos. Solo debes… Hacer las cosas que los gais hacen.
—¿Disculpa? ¿Me estás diciendo que quieres que haga el ridículo?
—¡No! Yo nunca te pediría eso. Solo… Quiero que seas un poco extravagante, lo suficiente para que piensen que solo soy una rubia aburrida con un amigo muy interesante.
—Eso es lo que yo traduzco como hacer el ridículo para salvarte el culo.
—Un culo que conoces a la perfección.
Summer abrió la boca para refutar eso, pero terminó desviando la mirada y golpeando su frente contra el volante un par de veces. Suspiró, maldijo y luego se incorporó.
Fuera, ya había al menos un centenar de personas esperando a que bajáramos. La cantidad de cámaras y periodistas presentes era ridícula. Ni siquiera la ligera llovizna que estaba cayendo conseguía amedrentarlos.
—Mejor fingiré ser tu novio. Mi jefe ve leer el periódico como una religión. Si salgo en la prensa mañana haciendo alguna estupidez, me pondrá de patitas en la calle.
—Yo podría contratarte.
—¿Y convertirme en tu chico de los mandados? Ni muerto.
Sin lucir muy convencido aún por todo aquello, Summer suspiró una vez más y descendió del vehículo. Abrió el paraguas que había en el asiento trasero, giró en dirección a mi puerta y me tomó la mano mientras salía tomando posesión de su papel de galán en un pispas.
Una escena bastante romántica sacada de alguna novela cliché. Solo nos faltaba tener de música de fondo “Time after time” y sería perfecto… si no fuera el ceño fruncido que no abandonaba el rostro de mi acompañante.
—No sé por qué tengo la sensación de estar haciendo justo lo que querías, Sam.
—No pienses boberías, sonríe y deja de mirarme el busto, Summer —musité a su oído coquetamente al tiempo que me aferraba a su brazo. No perdí la oportunidad para plantarle un beso en la mejilla, dejándole grabado mi labial rosa palo. Se quedó tieso unos instantes antes de mirarme—. Eres una estrella hoy. Disfrútalo.
Los flashes de las cámaras iniciaron un frenético parpadeo. Me sentía como la princesa Diana en su boda con Carlos hacía ocho años. Ahora entendía sus palabras el día en el que rompió en llanto en su auto. “Sé que solo es un trabajo que tienen que hacer, pero a veces desearía que no lo hicieran”, sentir que no tenías privacidad y debías caminar sobre agujas todo el tiempo era desquiciante.
—Solo para que te quede claro, se ven desde el espacio. No es mi culpa que no las ocultes —siseó en voz baja. Su esfuerzo por defender su honor ante mi casi me hizo sonreír.
Entre esa muchedumbre, Summer era mi contacto con el mundo real. Con él podía ser la bruja seductora y frívola que siempre quise ser. Aquella noche prometía ponerse muy divertida.
—Aún puedes decidir ser el amigo gay, Summer —dije sonriendo al tiempo que posaba para una cámara.
—Ni de coña —murmuró él entre dientes antes de empezar a caminar dibujando también una sonrisa que intentaba ocultar su mal humor.
El desfile era bajo techo en el museo metropolitano de Nueva York. A pesar de la gran concurrencia de celebridades, Summer estaba llamando la atención, no por ser extravagante como la mayoría, sino por la originalidad y sobriedad de su estilo. No necesitaba que me lo dijera para saber que aquel traje color negro era de su invención. Resaltaba maravillosamente su piel canela, ojos claros y el pelo rizado y negro que había fijado hacia atrás con laca para que no cayera desordenado sobre su rostro.
Desde joven, Summer se había quejado de no tener el cabello crespo como su padre ni lacio como su madre. Dove incluso tenía la piel más oscura que él. No era negro, negro ni blanco, blanco. Era una exótica mezcla entre ambas razas. Un mulato alto, de pelo oscuro ya el cuerpo esbelto de un bailarín bien conservado. Desde el instituto las chicas —y algunos chicos—, quedaban prendados de él por la misma razón. Menos mal que yo era inmune a su hechizo o estaría en problemas.
Para ser sincera, seguía sintiéndome algo culpable de obligarlo a todo aquello, sobre todo después de que él hubiese sido tan amable conmigo el día anterior, pero tenía un solo objetivo ese día y para lograrlo, necesitaba usar todos los recursos a mi alcance.
Levanté la vista hacia él mientras caminaba hacia la entrada del recinto tomada de su brazo, a la vez que veía a Summer sostener con firmeza el paraguas oscuro.
Su hombro izquierdo, así como parte de su pantalón, estaban empapados, así que al parecer, en su afán de cubrirme de la lluvia, no se había preocupado demasiado por hacer lo mismo con él. Sonreí sinceramente, no como lo había estado haciendo para las cámaras. Dove y él no podía abandonar su naturaleza amable sin importar si la beneficiaria de tal bondad en verdad lo merecía.
Supongo que era ese mismo carácter generoso lo que me hacía sentir confiada de pedirle cosas como esas, y lo que evitaba que terminara con mi vida, aun cuando últimamente no hacía más que colmarle la paciencia y orillarlo a hacer cosas que no quería. Lo que me llevaba a una pregunta vital: ¿En qué había quedado nuestra apuesta?
«Eso que te importa. Ni siquiera le has pedido disculpas a Roy por haber engatusado a su pareja, y ya anotas otra cosa a tu lista».
Aquel pensamiento casi me hizo gritar de frustración y miedo, y jurándome a mí misma que después de aquello me aseguraría de pedirle perdón a Roy y hacer que esos dos se reconciliaran, avancé más a prisa sin percatarme bien de hacia dónde me dirigía.
Lo sentí tomarme de la cintura de repente al verme resbalar en la alfombra húmeda, pero aunque lo escuché decirme algo acerca de que debía tener más cuidado, su cercanía me tenía tan aturdida que apenas pude reaccionar.
Debo reconocer que hallarme allí, entre el espacio entre su brazo y su torso, sintiendo su calor mientras me salvaba de una situación que pudo ser peligrosa, me hizo sentir una paz y alegría difícil de describir. Tal vez porque me había habituado tanto a resolver mis problemas sola que había olvidado cómo se sentía tener a alguien que te protegiera.
Avancé un par de pasos con el objetivo de abandonar al fin aquella posición y después de darle las gracias en voz baja, me dispuse a caminar a través del establecimiento de paredes de granito mientras un silencio que se antojaba apelmazado se situaba entre nosotros.
Tal vez en otras circunstancias aquella cercanía no hubiera significado nada para mí, pero la realidad era que entre nosotros las cosas no eran como antes.
Habíamos dormido juntos y, por extensión, cruzado una delgada línea que cambiaba nuestra percepción del otro, que nos hacía pasar de un par de conocidos con un pasado en común, a un hombre y una mujer que se habían visto y amado desnudo. Independientemente de cuáles fueran nuestras preferencias y sentimientos al respecto, aquel era un hecho que no podíamos simplemente pasar por alto.
¡Roy iba a matarme! No importaba que tan comprensivo y amable fuera, estaba segura de que aquello no me lo perdonaría.
—¡White! ¡Aquí!
Al escuchar la voz insufrible y pesada de aquella chica con permanente que nos hacía señas desde dentro, con su
Insípida blusa azul oscuro y una falda negra de tul (el mismo atuendo que mi madre había usado en su último desfile), mi cara se torció nueva vez en aquella mueca que pretendía simular una sonrisa.
Allí adentro no podía permitirme ser ni un poquito imperfecta. No solo era ella, todos los presentes esperaban el momento en el que cometiera un error y el legado de mi madre desapareciera.
Summer me dedicó una mirada y al verme asentir, comprendió aquello que intenté decirle sin palabras. Lo anterior había sido un ensayo. Había llegado el momento de comenzar nuestra actuación.
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