Capítulo 6: Desnudez y Resaca

Samantha

   Abrí los ojos con parsimonia, sintiendo que, si me descuidaba, la poca luz que entraba a través de la ventana derretiría mis pupilas.

   Me dolía la cabeza, sentía un dolor insoportable subir desde mi espalda, concentrándose en mi estómago, y la inoportuna alarma hacía en mi cerebro un enorme agujero, con su insistente y desesperante sonido.

  Extendí la mano para apagarla, pero solo conseguí sintonizar la emisora. Resignada a dejarme embaucar por la sensual voz de Barry White (el apellido más irónico del mundo, si me lo pregunta), igmoré la pantalla digital mostraba la hora del aparato de forma cúbica color verde claro.

   Sin más ánimo que para tomar la colcha que me cubría parcialmente y proteger de los débiles rayos de sol mi dolorida cabeza, susurré con voz queda y suplicante que necesitaba algo para la resaca, y de manera muy perezosa, sentí a alguien abandonar el lugar a mi lado y dirigirse a la cocina.

   No sé cuánto tiempo transcurrió desde su partida hasta su regreso, pero cuando lo escuché llamarme por mi nombre, y me asomé entre las sábanas con los ojos cerrados, le di las gracias por la taza que había puesto en mi mano. Bebí su contenido de un solo trago, sintiendo como la mezcla de miel y agua tibia se escurría suavemente por mi garganta. Me dejé caer de nuevo en la cama, mucho más tranquila, segura de que cuando al fin me levantara, aquel intenso malestar en mi cuerpo ya se habría esfumado.

   —Muchas gracias, Sun.

   —De nada, Sam —murmuró él en medio de un bostezo, mientras me acurrucaba a su lado, agradecida de que su cuerpo me envolviera con su calor en aquella fría mañana.

   Era agradable no despertar sola después de tanto tiempo. Normalmente, no toleraba dormir desnuda, pero por alguna razón, en esa ocasión me sentía tan completa, tan en paz... que me quedé dormida a su lado por al menos cinco segundos. Los cinco segundos más reveladores de toda mi existencia.

   —¡Ah! ¡No puede ser! —grité como desquiciada, a la vez que me incorporaba de golpe, mirando a Summer como quien ha visto la muerte en persona.

   Él levantó la cabeza como si le pesara varios kilos y hasta ese momento la hubieran estado golpeando con un martillo. Me miró con los ojos entreabiertos, preguntándome ligeramente incómodo que era lo que me pasaba tan temprano.

   ¡Qué pregunta tan estúpida!

   —¿Por qué duermes aquí? ¿Q-qué me hiciste?

   —¿Que qué te hice? —Él pareció meditarlo unos momentos sin mucha voluntad.

   Se incorporó lentamente, dejando al descubierto su torso desnudo color caramelo. Me negué a mirar más allá de la sábana que lo cubría de la cintura para abajo, temerosa de aquello con lo que me encontraría si también estaba desnudo.

   —Pues hasta dónde yo recuerdo, fuiste tú la que me hiciste un par de cosas —explicó bostezando—. Deberías recordarlo, te veías muy feliz trepándote por todos los muebles de la habitación mientras me...

   —¡No, por favor! No digas nada más. No quiero escucharlo.

   Cubrí mis ojos con mis manos mientras él se quedaba allí, solo mirándome en silencio, severamente contrariado por mi actitud de aquella mañana, que no tenía nada que ver con la de la noche que describía.

   Permanecí así un buen rato, intentando recordar algo que me hiciera entender por qué habíamos terminado de aquella manera, y entonces cubrí mis pechos con mis brazos al darme cuenta de que, solapadamente, él los miraba.

   Perfecto. Yo intentando hallar una buena razón para no lanzarme por la ventana y acabar con mi vida, y la primera persona con la que me atrevía a acostarme y mandar al traste mi deseo de llegar casta al matrimonio, estaba allí como menso, mirando con lascivia mis atributos.

   Aunque... Espera un momento. ¡No podía ser verdad!

   —Mi virtud. ¡Tú te apoderaste de ella!

   —¿Eras virgen?

   La mirada que le dediqué ante su pregunta debía ser aterradora, pues, como si le hubiera apuntado con un arma y fuera a volarle la cabeza, se giró por completo, abandonó la habitación (gracias a Dios, con ropa interior), y me dejó sola para que pudiera cambiarme.

   Necesitaba urgentemente ponerme algo que me cubriera antes de que me matara la vergüenza o, en el peor de los casos, terminara yo matándolo a él.

   Había escuchado de la amnesia post-borrachera, pero era la primera vez que me pasaba. Para empeorar las cosas, lo que sí recordaba me confirmaba que, tal y como él había asegurado, yo era quien literalmente me le había lanzado a los brazos.

   —Bien, Samantha. Tranquila. Se te pasó la mano con los tragos e hiciste algo estúpido, pero ahora necesitas concentrarte. —Me recordé mientras respiraba profundo, segura de que si seguía dándole más vueltas al asunto me volvería loca.

   De cualquier modo, ¡lo de Summer no tenía excusas! ¿Qué clase de salvaje podía estar con una mujer sin siquiera percatarse de si había hecho aquello antes? Debí imaginarlo, un tipo que salía con otros hombres no debía tener idea de cómo tratar a una mujer en la cama. A menos que...

   —Oye, Samantha, ¿por casualidad...?

   —¡Pervertido! —Le grité mientras le aventaba una almohada, y cubría por reflejo mi retaguardia. Él pareció entender la referencia, pues, agitando las manos con vehemencia, me juró que las cosas no eran como de hecho creía—. ¿Cómo entonces ni siquiera te percataste de que era virgen? ¡Seguro me sometiste a alguna práctica sodomita que solo tú disfrutaste!

   —Oye, deja de hablar como si te obligué a algo —increpó, frunciendo exageradamente el ceño, mientras yo lo azuzaba con la mirada—. Todo lo que ocurrió fue completamente voluntario, y si me permites mencionarlo, no dejabas de asegurar que era lo mejor que te había pasado en la vida.

   Enrojecí al instante, pues, de hecho, sí recordaba eso, y al verme tan afectada, y a punto de lanzarme del tercer piso en el que estábamos, pareció concluir que, en mi estado actual, tantos detalles no me eran para nada saludables.

   Summer tomó asiento a un lado del lecho, me hizo una seña para que me sentara junto a él, cosa que hice, pero a bastante distancia. Él entornó los ojos, hastiado, suspirando profundo, como buscando serenarse y recordar que parte de aquello también era su culpa.

   —Escucha, lo siento mucho. No debí haber cedido a tus provocaciones. También pienso que nos excedimos, que nada de esto debió pasar, pero independientemente de ello, no es sano que te lo tomes de esta manera. No podemos cambiar lo que pasó, así que, sé que es difícil... pero intenta no darle más vueltas. Quedará solo entre nosotros, así que no te preocupes por ello, ¿de acuerdo?

   —De acuerdo —murmuré, no muy convencida, aunque motivada por el tono tan conciliador y paternal que había usado conmigo. Al verme a punto de ceder al llanto, Summer me estrechó entre sus brazos, cosa que sinceramente agradecí.

   El latir acompasado de su corazón, aunado a su aroma a hombre recién levantado y notas de vainilla y Whisky consiguió recordarme que no estaba hablando de cualquier persona. Era el mismo chico que me llevaba de la mano a la escuela y bailó conmigo de mi fiesta de quinceaños, el que estaba dispuesto a partir su galleta en dos para darme un trozo a mí y otro a Dove. Era mi amigo, y el hombre mas considerado y dulce que había conocido, por mucho que fuera gay y se olvidara de lo ocurrido en un par de días.

   —Summer. 

   —¿Sí?

   —Sé que es el peor escenario posible, pero... feliz cumpleaños. 

   —Gracias, Sam. 

   Su corazón comenzó a latir más a prisa, pero no lo suficiente para que tuviera que preocuparme. Nos quedamos en silencio dejando que las últimas notas de “Just the way you are” nos envolvieran:

Necesito saber que siempre serás
la misma persona que conocía.
¿Qué se necesitará hasta que creas en mí de la forma en que creo en ti?
Dije que te quiero, eso es para siempre.
Y esto lo prometo desde mi corazón, oh, amor.
No podría amarte mejor.
Te amo tal y como eres”.

   —Sabes... —murmuró Summer colocando sus dedos bajo mi barbilla.

   La manera en la que levantó mi rostro hacia el de él concentrando sus ojos de un vivo color miel en mí erizó mi piel. Jamás había sentido algo tan cálido y agradable como su piel morena y brillante contra la mía.

   Tal vez era la situación, tal vez la música de fondo no ayudaba, tal vez aún seguíamos borrachos... suspiré al mismo tiempo que él. Algo en la sonrisa que me dedicó era tan sensual y dulce que no intenté apartarme mientras acercaba sus labios a los míos. No nos besamos... pero sentir su aliento tan próximo a mi boca encendió todas mis terminaciones nerviosas.

   ¿Quién había ganado la apuesta? No tenía idea. Tal vez... ambos habíamos perdido.

   —Yo... —Summer tragó en seco y apartó la mirada. La manera en la que empezó a masajear su cuello, bañado por los mechones de su pelo rizado y negro decía que se había puesto nervioso—, tengo que ir al trabajo en unas horas y me muero de hambre. ¿Crees que haya algo aquí con lo que desayunar? Hace rato tenía demasiado sueño para percatarme.

   —Su-supongo que hay algunas cosas en la despensa —¿por qué estaba tartamudeando?—. Deja y te preparo algo.

   Intenté alejarme para al menos ofrecerle algo de comer después de hacerlo pasar por tanto, y negando con la cabeza sonriéndome una vez más, me pidió que tomara una ducha, me relajara y le dejara el resto.

   Accedí de buena gana pues, en el estado de contradicción mental en que me encontraba, seguro terminaría por encender toda la casa.

   El resto de la mañana transcurrió con tranquilidad. Tal y como prometió, Summer preparó el desayuno y recogió toda la casa, en un claro intento de eliminar las evidencias de lo ocurrido por mi propia salud mental.

   ¿Cuántas de las cosas que me interesaban habíamos hecho? Esperaba que no le hubiera hablado de aquella fantasía que tenía, pues de ser así, me moriría de la vergüenza.

   —Señorita White, ¿se siente bien hoy?

   La voz de mi asistente me hizo levantar la cabeza del escritorio, donde había permanecido adherida desde mi llegada a la oficina, e intentando sonreírle ocultando mi pena, le aseguré que solo no había dormido demasiado y por ello me sentía cansada, lo cual, según parecía, era parte de la verdad.

   —Entiendo. Desde la muerte de la Señora White, su descanso se ha visto afectado. Tal vez debería pedir al médico que le recete algún somnífero para...

   —Gracias. Lo tendré en cuenta. Puedes retirarte.

  La chica frente a mí escondió la mirada al percibir que su comentario me había incomodado, y abandonó el lugar.

  Karen era una buena chica, y en verdad agradecía que se preocupara por mí, sobre todo luego de haber perdido a mi madre de manera tan repentina, dejándome no solo la presidencia de una compañía enorme, sino el peso de mantener vivo su legado; pero después de aquella mañana tan caótica y amarga, lo último que deseaba era que me recordaran que en esos momentos de desasosiego, mi madre ni siquiera estaba viva.

   Aunque en retrospectiva, si se hubiera enterado de lo ocurrido, seguro ya hubiera ido a buscar a Summer para castrarlo.

   —No es su culpa. Tú lo provocaste. —Me reprendí, sintiendo algo de pena por todo lo que había hecho pasar a Summer en las últimas horas.

   Fortaleciendo mi resolución de dar la cara lo antes posible y asegurarme de hablar con Roy para aclarar todo aquello, golpeé mis mejillas con fuerza intentando espabilarme.

   Me acerqué a la computadora de mi escritorio, una IBM PC con sistema operativo PC DOS, lo último en el mercado en esos momentos, dispuesta a realizar mi trabajo de una vez por todas (preferiría jugar Pac Mac en un centro de juegos, pero ya que).

   Como la magnate más joven de todo New Hamsphire, no solo tenía una reputación que mantener, sino que miles de familias dependían de mi trabajo para conseguir el sustento. Contrario a lo que las personas solían pensar, heredar una fortuna que ascendía a una cantidad absurda de billones no era para nada divertido. Implicaba trabajo, responsabilidad y mucho esfuerzo. Esfuerzo que aunque deseara no era capaz de poner esa mañana.

   —¿Acaso esto podría empeorar? —Pensé en voz alta mientras mi vista vagaba en la pantalla de mi computadora, y como si de una misiva del averno se tratara, un correo desde Arpanet emergió en la pantalla, tentándome a revisar un mensaje que por los mil demonios jamás debí leer.

   «Hola, Samantha.
     Soy tu buena amiga, Andrea. Nos vemos en el desfile».

    Me puse de pie y me acerqué al ventanal a un costado de la habitación.

    Tal y como todos los días, había reporteros escondidos en puntos estratégicos de la calle, esperando el momento en el que saliera, hiciera algo estúpido y pudieran llenar las portadas de todos los periódicos y revistas con fotos mías que me desacreditaran.

   Era su venganza por no dejarle la vicepresidencia de la empresa al morir mamá.

   ¿Cómo una niña aparentemente humilde e inocente podía convertirse en una arpía hambrienta de poder como esa? Solo Dios lo sabía.

   De lo único de lo que sí estaba segura era que, cuando la envidia afloró en ella y sacó las uñas mostrando lo que realmente llevaba en el corazón, decidió convertir mi vida en un escándalo, revelando ante el mundo que yo... llevaba una vida alternativa. Solo necesitaba una foto comprometedora que lo corroborara y podría hundirme para siempre.

   Miré a mi alrededor, pensando en que pagar a alguien que la asustara lo suficiente como para que dejara de ser mala realmente valía la pena, hasta que, al mirar la foto enmarcada sobre mi escritorio, me di cuenta de que rebajarme a su nivel realmente no me ayudaría en nada.

   Mantener el legado de mi madre era lo más importante, así que debía idear otra solución, una que más que saciar mi orgullo, mantuviera el secreto de mis preferencias sexuales hasta que la empresa retomara la fuerza de antes y los inversionistas depositaran en mí su confianza... Y solo había una persona que podía ayudarme.

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