Capítulo 3: Persecuciones y Leotardos

Summer

El sonido de unas llantas aparcándose frente a nuestro escondite, me hizo asomar la mirada a través del contenedor, a pocos centímetros de rozar la boca de Roy. Reconocer aquel Ferrari F40 me hizo olvidar cualquier conflicto moral que hubiera en mi mente.

¿Y como no quedar deslumbrado, si era un vehículo de competición llevado a la calle? Suspensión independiente por brazos triangulares, frenos ventilados y pinzas de cuatro pistones, interior espartano, bacquets... Un modelo del que solo se fabricaban dos unidades al día. Y mi némesis tenía uno en rojo.

Debía estar salivando. Cualquiera desearía conducir un auto así.

Junto a la ventana sobre nuestras cabezas, la maestra de ballet marcaba los pasos de sus alumnas, incitándolas a moverse al ritmo de la música.

En condiciones normales, aquel sonido era estimulante para mí. Hacía que mis dedos se movieran sobre cualquier superficie emulando el compás de los pasos de baile; pero ese no era un día normal y, por supuesto, yo solo estaba interesado en confirmar mis sospechas sobre aquello que llevaba semanas molestándome, y cuyo nombre se escuchaba vez tras vez en el salón, corrigiendole la torpeza de sus movimientos.

La atolondrada de Ava, una de las alumnas de mi hermana, la actual maestra de esa aula, era una chica despistada hasta el extremo, de concentración casi nula y de una inocencia absurda, que se caracterizaba por ser muy amable y confiada con sus compañeros. Una presa fácil para las bromas de los mocosos de la preparatoria donde estudiaba, pero sobre todo, para cierta chica de vida desordenada que había puesto en ella su mirada lasciva.

Obligué a Roy a agachar la cabeza al verlo intentar asomarse también, tratando de que la mujer dentro del auto no se diera cuenta de nuestra presencia.

Desde inicio del año, había notado que todos los viernes, después de terminadas las clases, Samantha no solo se estacionaba frente a la escuela de ballet, sino que esperaba pacientemente a que la cándida chiquilla fuese a su encuentro y se marchara con ella.

Cualquiera podría pensar que solo se trataba de un familiar que iba a recogerla, pero yo sabía que sus intenciones al ser tan considerada y amable escondían los más escandalosos motivos, lo que por supuesto, no me permitía hacer la vista gorda ante lo que ocurría ante mis ojos.

—No creo que esto sea una buena idea, Summer. Tal vez todo lo que dijiste ver y escuchar fue solo tu imaginación, y la relación de la pequeña Ava y la señorita Samantha es meramente amistosa.

Ah, sí. Le había contado sobre mi teoría a Roy durante una de sus visitas a mi casa y su expresión era la misma de ahora. Fruncí el ceño indignado.

—Te digo que he visto a Ava salir de su apartamento de noche y se ha puesto muy nerviosa cuando la he encontrado —objeté, sin quitar la vista de mi objetivo, aun cuando un par de alumnas de la sección de pintura pasaron a nuestro lado y se quedaron viéndonos con curiosidad—. Además, no es la primera vez que se sube a su auto cuando terminan las clases, mientras ella se oculta sospechosamente tras un abrigo y unas gafas de sol. ¡Un maldito abrigo el verano! ¿Para qué tanto misterio si no tiene nada que ocultar?

—Tal vez solo son buenas amigas, Sun. La señorita Samantha es alguien muy importante, así que tiene sentido que se oculte para no llamar la atención, y lo de recogerla... tal vez solo están pasando tiempo de calidad juntas.

Entorné los ojos ante la ingenuidad de Roy, quien, como siempre, pecaba de confiado. Si algo debía saber a esas alturas, era que esa mujer no hacía nada por simple gentileza, y que si en algo era toda una experta, era en ocultar sus verdaderas intenciones bajo una máscara de amabilidad.

—Una depravada como esa, llevando a su casa a una adolescente de diecisiete años solo para pasar tiempo juntas. Sí, claro. Cómo no. Aquí hay gato encerrado, Roy. Y créeme, voy a llegar al fondo de esto.

Roy estuvo a punto de soltar una nueva réplica ante mis argumentos, cuando vi a Ava salir de la escuela y correr hacia el vehículo en el que, tal y como sospeché, no dudó en recibirla una sonriente mujer de caireles dorados en la que yo no confiaba, y la que no dejaría que se aprovechara de ella.

—Vámonos, Roy.

—¿A dónde?

—Vamos a seguirlas.

—Summer... —Lo sentí tomarme del brazo mientras me miraba angustiado. Resoplé con frustración—. Sé que Ava te recuerda mucho a Dove, y por eso quieres protegerla, pero... ¿no te parece que un par de hombres, siguiendo a una colegiala y a una veinteañera, se verá aún más sospechoso todavía? ¿No se supone que tú eres el prudente aquí?

Suspiré resignado al darme cuenta de que Roy tenía razón, aunque eso no cambiaba el hecho de que debiera terminar con aquello antes de que fuese demasiado tarde para Ava, quien seguramente no tenía ni idea de la clase de persona con la que se estaba involucrando. Por suerte yo sí lo sabía, y no me dejaría engañar tan fácilmente por una persona tan perniciosa.

Jamás olvidaría aquella fatídica noche en la que la verdadera identidad de aquella libertina chica me había sido revelada.

Había tenido que quedarme hasta tarde en la sastrería, y al volver a casa, noté desde afuera que chocolate, es decir Dove, tenía la ventana abierta.

Estaba haciendo un frío terrible, y no mucho antes, ella se había resfriado por dormir con la panza al aire en las mismas condiciones, así que me resolví a que lo primero que hiciera al subir las escaleras fuera cerrar esa estúpida ventana.

Ojalá no lo hubiera hecho.

Allí, en la parcial oscuridad, vislumbré una delgada silueta de rodillas sobre el cuerpo dormido de Dove, con los labios tan cerca de los de ella que parecían rozarse.

Me acerqué enervado, pensando que la desvergüenza del mocoso —así llamaba a su novio Dylan— había llegado a niveles nunca imaginados; pero al encontrarme frente a frente con aquellos ojos azules que me miraban llenos de asombro y terror... pues, mi forma de ver a aquella chiquilla de entonces diecisiete años cambió al completo, y se convirtió en una lujuriosa amenaza en la que no era capaz de confiar.

—Cuando uno es adolescente, las hormonas están como locas, y uno cree sentir y desear cosas que en realidad no son ciertas —murmuré convencido, luego de volver al presente—. Dudar de su sexualidad en un momento tan crucial de su vida, puede hacer que Ava se arrepienta de sus decisiones en el futuro. Ella aún es muy joven para tomar ese camino. No puedo dejar que Sam la convenza de lo contrario.

—¿Y qué hay de ti, Summer? ¿También te arrepientes de tus decisiones?

Llevé los ojos hasta Roy casi por inercia, cayendo en cuenta solo entonces, en lo mucho que aquello que había soltado sin pensar podía malinterpretarse.

Era cierto que cuando lo nuestro empezó yo tenía más o menos la edad de Ava, y que, tomando en cuenta mi comentario de hace unos momentos, podría entenderse que sentía algún tipo de remordimiento al respecto, pero nada más lejos de la realidad.

Lo que sentía por Roy era diferente. Yo era diferente. Estaba con él porque lo quería, y aunque fuera joven entonces, estaba resuelto a seguir manteniendo cada una de las promesas que le había hecho.

Tanto el tema de Samantha como el de la autenticidad de mis sentimientos quedó justo ahí, sin mediar más palabras, lo que ahora me torturaba con la idea de que debí decir algo más en ese momento.

Supongo que mi comentario le había dolido a Roy más de lo que percibí entonces, pues, a un par de días de lo ocurrido, me comunicó que pensaba pasarse una temporada en Concord, en casa de unos primos, y me había pedido solícitamente que intentara aclarar mis sentimientos durante su relativamente corta ausencia.

—¿Sentimientos? No necesito aclarar mis sentimientos. Ya te dije que no me refería a nosotros cuando dije lo de Ava.

—Te creo, y te aseguro que esa no es la única razón por la que decidí esto. No voy a darte más detalles ahora... pero creo que cuando vuelva ya lo entenderás por completo —explicó mientras me dedicaba una de esas sonrisas que lo caracterizaban, pero que esa vez, más que tranquilizarme, me confirmó que algo realmente malo estaba pasando.

Aquello fue lo último que me dijo antes de dar por iniciado el cese temporal de la relación entre ambos. Aun cuando le pedí que habláramos al respecto y que dejara de tomar decisiones apresuradas, terminó por finalmente marcharse, y dejarme allí, confundido, enojado y con mil preguntas en la cabeza.

¡Y todo por esa perturbada chiquilla de cuestionables impulsos! Si no estuviera detrás de la atolondrada de Ava yo jamás hubiera dicho aquello, y nada de esto estuviera pasando.

Mi mirada se quedó fija en el cartel que anunciaba los estrenos de la semana en el cine local. Duro de matar, una película basada en la novela Nothing Lasts Forever, que ya había sido adaptada en 1968 y protagonizada por Frank Sinatra, me daba la bienvenida. 

Los rumores decían que su actual protagonista, un tal Bruce Willis había sido la última opción de los productores para el papel, dado que todos sus anteriores prospectos —Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Harrison Ford, Richard Gere, Clint Eastwood, Burt Reynolds, Robert De Niro y Don Johnson— lo habían rechazado.

El estudio no tenía demasiada fe en la capacidad como estrella de acción de Willis, ya que en aquel momento era solo conocido por sus papeles de comedia en televisión y el cine. Supongo que también había algunos blancos que eran menospreciados después de todo.

«Suerte, Willis. Ojalá tú si consigas tus sueños y te conviertas en una gran estrella de acción. Prometo ver tu película en el VHS de mi casa cuando salgan en una cinta magnética».

Con aquel último pensamiento, me di la vuelta para seguir mi camino. Era el 20 de julio de 1988, la víspera de mi vigésimo noveno cumpleaños, y estaba solo, frente a un lugar que normalmente se frecuentaba en parejas. Inevitablemente, me quedé pensando en lo complicadas que resultaban ser el amor y las relaciones aún a punto de cumplir los treinta.

Tal vez no estaba hecho para eso de tener pareja, y por eso me ocurrían esas cosas, porque ese cuento de Roy de que solo me estaba dando un tiempo para que me autoanalizara y aclarara mis emociones, no terminaba de tragármelo. Seguro aquello acabaría como lo de Valerie, y Roy solo estaba intentando que me acostumbrara a su ausencia de nuevo antes de mandarme al demonio.

—Oiga, señorita, fíjese por donde va.

—Lo lamento. Le pagaré todo.

Deslicé mi mirada en dirección hacia donde una mujer se disculpaba con el vendedor de perros calientes, a quien, según parecía, había hecho derramar parte de su mercancía en su carrera, y no pude evitar fruncir el ceño al reconocer a Samantha, alejándose de la escuela de baile en dirección a su vehículo.

Había que ser bastante caradura.

Seguro se había cansado de esperar a su presa en su alucinante auto nuevo, y por ello había ingresado a la escuela para buscarla ella misma.

A pesar de que la parte de mí que me gritaba que aquel no era mi asunto, intentó convencerme de que ya tenía demasiados problemas para echarme a cuestas los de los demás, me coloqué los cascos de mi walkman y extendí la mano para pedir un taxi, dispuesto a poner fin a aquello de una vez por todas. Emmanuel con su "chica de humo" puso ritmo a la persecución mientras ambos autos emprendían la marcha.

Ya le había dado una oportunidad a esa arpía la primera vez, y casi estaba convencido de que se había reivindicado, pero ya saben lo que dicen: perro viejo a su casa vuelve, o en este caso, chica blanca, rica y depravada nunca dejara de ser una asalta cunas. 

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