🔸7🔸
Elsa
La limpieza ese día se había tornado algo fundamental, no por Ana, sino por Bianca. No quería dar una mala primera impresión de mí al encontrar el apartamento hecho un desastre. Me desperté un poco tarde por el trasnoche, pero valió la pena. Conversar con ella fue bastante divertido, y me di cuenta que tenemos más cosas en común de lo que creí. Empecé con limpiar el polvo de toda la casa, organizar la ropa de mi escaparate, apartar la sucia y lavarla, y, por último, trapear para dejar un leve olor a lavanda en todo el lugar.
A eso de las dos ya estaba todo listo y yo muerta de hambre, solo me había dado tiempo de desayunar un poco de café y pan de mantequilla. Decidí reposarme un rato frente al ventilador, el calor de mi cuerpo por tanto ajetreo era insoportable. Después de un rato, me metí a la ducha. Me sentía mucho mejor después de vestirme, más fresca y cómoda. Pensaba hacer algo ligero para comer antes que las chicas llegaran, tal vez un par de sándwiches o algo, pero unos ligeros toques en mi puerta cambiaron mis planes.
—Hola, Bi —le saludé con emoción—, llegas justo a tiempo, sigue.
—Hola —titubeó.
Entró con algo de duda, parecía algo incomoda o nerviosa, no sé y tampoco entendía muy bien porqué. Me había parecido que era más extrovertida, pero de todas formas se entiende un poco, está entrando en territorio desconocido así que no le di mucha importancia. Solo me encargaría de hacerla sentir como en su casa, que se relaje y todo se dará de maravilla. O eso esperaba.
—Puedes acomodarte en el sofá —sugerí—, pero siéntete como en tu casa, yo iré un momento a la cocina, me muero de hambre.
—Oh, cierto —dijo con rapidez—, espero no te molestes, pero traje esto.
Me ofreció una gran bolsa de supermercado, con una amplia sonrisa en su rostro y un leve sonrojo en sus mejillas.
—¿Compraste...? ¡Ay no! —titubeé apenada— No era necesario, en serio me da pena contigo.
—Tranquila —sonrió y colocó directo en mis manos la bolsa, sosteniéndolas por un momento—, es solo por si acaso, además, puede que te guste.
Con gran curiosidad abrí con cuidado para ver su contenido, sorprendiéndome al ver todo y justo mis más grandes debilidades. Había una en específico, un paquete enorme de doritos extra picantes.
—¡No inventes! —exclamé sorprendida— Los doritos infierno. ¿Dónde, cómo los conseguiste? ¿Qué brujería hiciste? Dame tu secreto.
Suaves risas y un largo suspiro de tranquilidad brotaron de su boca, con tanta naturalidad que literalmente le vi relajar los hombros. Por lo menos ya se sentía más a gusto, primer punto logrado.
—No hice ningún pacto diabólico si a eso te refieres —reímos ambas—, pero sí tuve suerte, ese era el último paquete que había.
—Bendito seas delicioso y último paquete —me regocijé como niña pequeña—, te acabas de ganar mi estómago, digo, mi corazoncito tragón.
Me acompañó a la cocina donde saqué y acomodé todo lo que trajo, cayendo en cuenta esta vez de la extraña exactitud al elegir los pasabocas que trajo. ¿Casualidad? No lo creo, veo cierta influencia «Anística» en todo esto.
—Perame tantito —dije repasando lo que trajo— ¿Ana tiene algo que ver en todo esto?
Vi la duda y los nervios reflejarse en su rostro, lo sé porque el tono rosa de sus mejillas se intensificó un poco. Era muy tierna, la verdad, su rostro se veía delicado y lindo como el de una barbie.
—Bueno... —balbuceó nerviosa— un poco tal vez. Es que la llamé y pregunté un par de cosas, no quería traer algo que te disgustara.
—Aww tan linda —exclamé con uno de mis pucheros—, en serio gracias. Nadie se había preocupado tanto por mí.
—Es... un gusto —tartamudeó un poco, pero sonreía de una manera tan... ¿Encantadora?
Por un segundo solo me quedé viendo su rostro, parecía iluminado con una luz brillante que aumentaba la calidez de sus ojos, la ternura de su sonrisa y ese rubor natural.
—¿Ya comiste? —pregunté al reaccionar.
—Sí... almorcé hace un par de horas —contestó entre balbuceos—, tú no, ¿Cierto? Por ese «muero de hambre» de hace un rato.
—¿Yo dije eso? —interrogué con fingida sorpresa— Que raro.
Se reía de mis pendejadas cada vez con más soltura, y eso me estaba agradando. Había que aceptarlo, no con envidia sino con admiración de una mujer a otra, tiene una risa muy linda y contagiosa. Literal, todo lo contrario a la nuestra, fuerte y estridente, como un par de brujas en pleno aquelarre.
—Mientras la doña impuntual llega —anuncié—, creo que me haré sándwich, ¿Quieres uno?
—Claro, gracias —contestó, acomodándose en uno de los taburetes—, pero, ¿Por qué no has almorzado?
—Bueno, suelo dormir más que un oso perezoso así que... —me encogí de hombros mientras buscaba los ingredientes— desperté tarde, solo desayuné lo primero que vi y me puse a limpiar hasta hace poco. Menos mal se me dio por bañarme antes, porque si no... qué vergüenza.
Almohadillas, algo de mantequilla de maní y mermelada de fresas, mi combinación perfecta.
—No creo que sea para tanto —dijo entre risas.
—Créeme que sí —aseguré, mientras colocaba torrejas de pan sobre un plato y sacaba una cucharada de mantequilla de maní—, te lo pongo de esta forma: tú llegas toda bonita, bien arreglada y perfumada. Y encuentras a una loca medio indigente, toda mugrosa y olorosa sin bañarse. No hice mucho cambio, pero me peiné... aunque no lo parezca.
Terminado el primer sándwich, con las proporciones de mantequilla de maní en una torreja de pan y mermelada en la otra, se lo ofrecí a Bianca con un vaso de leche fría y me serví uno para seguir preparando más.
—Yo creo que te ves linda —comentó, mientras se llevaba el sándwich a la boca y me miraba con ternura.
Por un momento me sentí halagada, más porque una chica como ella sea quien lo diga. Pero luego pensé, tal vez solo es amable así que solo respondí con una sonrisa.
—Gracias —contesté— ¿Quieres otro?
—Así está bien, gracias.
Parparé unos tres más para mí, estaba demasiado hambrienta, pero esperaría a doña impuntual para seguir tragando como dios manda. Nos acomodamos en el sofá de la sala, sentadas a medio lado para seguir hablando con comodidad, sosteniendo el plato en mis piernas mientras comía uno de ellos. Seguimos charlando y riendo de cosas del curso, algunos compañeros y sus manías al cocinar, la insistencia de Abel y su falta de comprensión de señales externas. Por último, recordamos el casi desastre de mi postre improvisado.
—Buenas, buenas —anunció Ana llegando como si nada—, veo que empezaron sin mí.
Solo la miré con fastidio, miré mi reloj invisible de mano y volví a fijar mis ojos cargados de reproche sobre ella. Era casi como un ritual entre nosotras, porque siempre llega una hora retrasada a nuestras citas. Bianca solo se reía, supongo que ver nuestra extraña relación le parecía graciosa.
—Una hora tarde, hija del diablo —decíamos al tiempo, imitando mi tono de voz— ¿Qué tanta chingadera haces que nunca llegas a la hora que es? ¿Tienes otra verdad? Confiésalo y no te dolerá cuando te asesine.
—No le hagas caso, siempre dice lo mismo —afirmó Ana ignorando mi indignación por completo—, toda una actriz de telenovela dramática.
Ambas estallaron en risas, aumentando mi indignación y dañando toda mi escena teatral.
—¿Empezamos o qué? —indagó Ana tirándose en el sofá— Traje papitas, crispetas y salsa de caramelo para endulzarlas.
—Yo tengo refresco en la nevera y algunas cosas que trajo Bi —enumeré, para luego advertir—, pero serán para después.
Nos levantamos para empezar a preparar todo; las crispetas no se demorarían demasiado si usaba el horno, habría que picar hielo para las bebidas, sacar vasos y limpiar tazones para servir todo.
—Ah, por cierto, Bi —dije recordando un último detalle— ¿Trajiste la ropa extra?
—Sí —contestó curiosa.
—Menos mal, puedes cambiarte en el baño o en mi cuarto, nosotras adelantamos aquí —sugerí.
La vimos marcharse y continuamos en lo nuestro, pero una mirada inquieta en Ana me decía que algo quería.
—¿Algo que quieras decir? —pregunté tanteando el terreno.
—No, nada, ¿Por? —dijo con rapidez, arrepintiéndose en el acto.
—Ana, te conozco y sé que algo te está molestando, ¿Qué es? —exigí.
—No es nada, son paranoias tuyas —dijo para luego salir con dos tazones, uno de crispetas y otro de papas.
Dejé el tema por ahora, pero más adelante le sacaría información como sea. Me llevé una jarra con hielo, tres vasos y la salsa de caramelo. Lo acomodamos todo en la mesa, y mientras Ana iba por el refresco yo tiraba los cojines al suelo frente al tv. Nos sentaríamos cómodamente en ellos usando el sofá de espaldar, solo faltaba que Bianca regresara y listo.
—Listo —anunció, se sentó a mi lado y empezó la película número uno: La niñera.
Estábamos tranquilas, viendo el inicio de lo que esperaba fuese una masacre cinematográfica, cuando el zumbido de un teléfono me distrajo.
—Lo siento, es el mío —dijo Bianca con pena, luego lo apagó y guardó en su bolsillo.
No le dimos mucha importancia a eso y continuamos en lo nuestro. De igual forma, mi curiosidad no dejaba del todo el tema, en especial después de ver lo nerviosa que aquello la puso. Aun así, con un poco de ayuda y como hacíamos siempre durante nuestras tardes de películas, Ana y yo lanzábamos comentarios esporádicos sobre las escenas y sucesos que veíamos.
—Perdona, se me olvido explicarte es costumbre de nosotras hablar y hacer juegos con estas películas —le comenté—, pero si te molesta podemos...
—No hay problema —dijo interrumpiéndome con una sonrisa—, se ve interesante.
—Genial, solo hacemos cometarios de lo que sea, lo primero que se te ocurra en el momento —expliqué con detalle mientras la película estaba en pausa.
—También podemos intentar adivinar los diálogos —añadió Ana—, eso sí, si fallas te lanzamos crispetas como castigo.
—Salvaje, me agrada —expresó Bianca con entusiasmo.
Continuamos con la película, riendo y burlándonos de nuestros propios comentarios. Los intentos por adivinar los diálogos fueron un desastre, llevándose por delante casi la mitad de las crispetas. Una parte estaba enredada en mi cabello, otra entre la ropa de Bianca y el resto pegada en la blusa de Ana. Sí, fue muy mala idea usar la salsa de caramelo para esto, aunque le dio un sabor delicioso.
Terminada la primera, continuamos de la misma manera con la secuela de la película. Mientras más avanzaba esta, más opinaba Bianca y más provechábamos para tirarle crispetas. Era divertido, mucho más que otras ocasiones con solo nosotras dos, por lo que creo que ha sido buena idea integrarla al grupo.
—Nooooo... —grité al terminar la película— ¿Qué chingaderas fue esa?
—No me lo esperaba —lloriqueó Bianca, limpiando una lágrima invisible de su mejilla—, no así, no de ella.
—Mucha maldita —exclamó Ana insultando la tv— ¿Qué sigue?
Eran solo las 6 y media de la tarde, aún era temprano y teníamos energía acumulada de sobra. En esos momentos solo se puede hacer una sola cosa, usar el juego diabólico rompe amistades y relaciones.
—¿Y si jugamos UNO? —sugerí con mi gran sonrisa malévola.
—¿Por qué algo me dice que esto se va poner aún más salvaje? —preguntó curiosa Bianca.
—Porque así será, mi querida Bianca —contestó Ana, usando su tono tétrico—, llegó el momento en que sabrás quienes somos en realidad, así que después de esto puede que quieras alejarte de este par de locas o buscarnos un psiquiatra.
—O un exorcista —añadí con naturalidad—, también es válido.
Mientras Bianca moría de la risa, Ana revolvía las cartas y repartía equitativamente de a 10 para cada una.
—Empezamos fuerte —dije.
—Ustedes son extrañas, pero me agradan —comentó Bianca—, me recuerdan a mis amigas, también están un poco deschavetadas.
—¿Nos estas diciendo locas? —replicó Ana con total seriedad, mientras yo solo me reía de la expresión que puso Bianca— Porque estás en lo cierto.
—Retiro lo dicho —dijo, para luego suspirar con alivio y unirse a nuestras risas—, caen muy mal.
La partida empezó con mucho bullying contra mi persona, al parecer Bianca se dejó seducir por la palabrería de Ana, lanzando toda su artillería desde el inicio. Pero de nada les sirvió, gané y restregué mi victoria en sus caras.
—Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho —canturreé como una serenata para Ambas—. Alimaña, culebra ponzoñosa, desecho de la vida, te odio y te desprecio...
—Elsa... —dijo Bianca mirándome con asombro— tienes una voz hermosa, y lo digo en serio.
—¿Tú crees? —titubeé toda apenada.
—Yo te lo digo siempre y nunca me crees —rechistó Ana indignada.
—Eres mi mejor, te toca hacerlo —afirmé—, por obligación. Ella con facilidad puede decir que canto feo, ¿Cierto?
—Cantas horrible —hizo un puchero—, y quiero el divorcio más la mitad de tus bienes.
—No, tú me amas —me lancé a ella en un abrazo de oso aplastador.
Después de otras tres partidas interminables donde una la gané yo y dos Bianca, reír como locas desquiciadas, insultarnos un par de veces y declararnos la guerra otras más, terminamos tiradas en el suelo cansadas, con la respiración agitada y rellenas de chucherías.
—Eso fue divertido —comentó Bianca con una gran sonrisa de satisfacción.
—Bienvenida al club —anunciamos Ana y yo al unísono.
—Gracias —dijo emocionada—, me encanta su club.
—Y a mí me encanta que te encante, porque llegó el momento de limpiar —anuncié con fingida emoción.
Bianca reía por lo bajo mientras nos miraba detenidamente, Ana desviaba su atención a cualquier parte menos a mí; y yo, muy calmada me levanté, coloqué mis manos en jarra tomando postura seria de mamá regañona y dije.
—Ni crean que se me van a escapar —advertí.
Ana se levantó con la misma tranquilidad, estiró su cuerpo y de un momento a otro, tomó su bolso y salió corriendo por la puerta, gritando antes de cerrarla: —Te amo.
Asombradas, boquiabiertas y sin creer lo que acababa de suceder, miraba la puerta y el rostro de Bianca de forma intercalada como buscando una explicación a esto. La muy desgraciada se había fugado, dejándonos el desastre a nosotras dos.
—¿Quieres preguntar por qué trato a Ana como la trato con golpes y todo? —inquirí mirándola con intenso reproche— Aprovecha porque ahora mismo tengo muchas, pero muchas razones en la puntita de la lengua.
—Respiremos... —decía Bianca tratando de retener la carcajada— no entremos en pánico.
Respiré profundo una, dos, tres veces y después:
—Te daré 5 minutos para despedirte la próxima vez que la veas —le dije—, porque voy a matarla, lenta y dolorosamente usando esto.
Tomé lo primero que había cerca, el control remoto de la tv.
—¿Cómo... la matarás... con eso? —preguntó entre risas incontrolables.
—No lo sé, algo se me ocurrirá... pero... ¿Estás viendo? —me quejaba sin parar, aún sin salir de mi sorpresa— Te juro que le pido el divorcio en serio.
—Bueno, si quieres te sirvo de abogada —se ofreció aun riéndose—, pero por ahora limpiemos.
—No te preocupes, yo lo hago —ya más calmada, fui en busca de escoba y palita.
—No, yo colaboré en el desastre así que ayudo —dijo con firmeza—, y no acepto discusión.
—Está bien —dije dándole la palita—, si insistes...
—Pero... —continuó, estando frente a frente aún— podemos vengarnos de ella más adelante, tal vez haciendo que limpie ella solita el desastre.
La miré fija y detenidamente, con los ojos entornados y una sonrisa maquiavélica creciendo cada vez más en mi rostro, casi pareciéndome al gato Risón.
—Genial —dije asintiendo con lentitud, para luego dar un toquecito a su nariz—, mente maquiavélica, me gusta.
Empecé a barrer aun pensando en mi preciada venganza, recogiendo restos de palomitas hasta de lugares lejanos a nuestro puesto. No tenía ni idea de cómo llegó hasta allá, pero solo lo atribuimos al desmadre que causamos. Ambienté con un poco de música, dejándonos llevar poco a poco por las melodías, así que lo acompañamos con divertidos bailes improvisados y locos, y algo de canto descontrolado. Puede sonar apresurado, pero en ese momento me sentía muy cercana a ella, como si ya fuésemos grandes amigas y eso me ponía de cierto modo feliz.
—Terminamos al fin —dije con un suspiro agotador, tirándonos en el sofá—, no más mira la hora, ¿Puedes irte así de tarde?
—Tomaré un taxi —dijo con tranquilidad.
—¿Quieres algo antes de irte? —pregunté.
—Sí, gracias —contestó con expresión cansada, mientras se abrazaba a sí misma— ¿Está haciendo frio o son ideas mías?
—Está, que raro.
—¿Chocolate caliente? —sugerimos al unísono, para luego reírnos.
—Estamos conectadas —exclamé chasqueando los dedos y picándole un ojo.
Fui a la cocina a prepararlo, agregar dos malvaviscos en la superficie y listo. Delicioso chocolate caliente exprés. Nos sentamos cómodas y tranquilas en la sala, esta vez con una de mis frazadas cubriéndonos las piernas por el frio. Conversábamos normal, riendo y burlándonos de Ana en su ausencia. Cuando, muy estruendoso y aterrador, un trueno resuena iluminando el cielo. Y de ahí, la lluvia torrencial golpeteando el techo y las ventanas. Ráfagas de viento producían un ruido tenebroso, aun así, el frio y el sonido de la lluvia me parecía hermosamente relajante, una noche espectacular para dormir. Pero había un problema, Bianca se había quedado varada en mi casa.
—Me parece y por lo que veo —inicie comentando de forma seria y preocupada—, que la lluvia no se detendrá por ahora. Pero si quieres puedes quedarte a dormir, aunque no tienes de otra.
—¿Qué? Vaya —exclamó— ¿Estás segura? No te... parecería raro sabiendo que recién nos conocimos.
—Mmm... veamos —dije con fingida expresión pensativa— ¿Vas a manosearme?
—Ah... no —contestó nerviosa y sonrojada.
—¿Me sacarás un riñón para venderlo en el mercado negro?
—Claro que no —dijo esta vez entre risas.
—¿Robarás todas mis pertenencias y huirás a media noche? —insistí con ojos entornados.
—Por supuesto que no.
—Entonces no veo problema —anuncié con una sonrisa de inocencia, como quien no acaba de decir barbaridades—, pero no sé si mis pijamas te queden, estas lonjitas necesitan espacio.
Escuché sus risas incontrolables una vez más, me agradaba hacerla reír y creo que se estaba convirtiendo en mi nuevo pasatiempo. Le di una que no usaba hace tiempo, un vestidito rosa de tirantes que me llegaba hasta los muslos, le regalé uno de mis cepillos de dientes de reserva y dejé que se duchara de primera. Debíamos quitarnos la mugre de las crispetas de encima, si no queríamos ser devoradas por hormigas. Me duché y saqué de mi armario un par de almohadas extras, y una cobija más gruesa para el frio. Pero solo tenía una, por lo que decidí dejársela a ella y yo usaría la de siempre.
—Listo, con esta cobija no tendrás frio y puedes usar las almohadas que quieras —le expliqué.
—Gracias —dijo sentándose en mi cama con timidez.
—Descansa.
—¿A dónde vas? —preguntó extrañada de verme salir.
—A la sala, dormiré en el sofá —contesté.
—Ah no, hace mucho frio y no quiero que te refríes —se levantó para tomarme de la mano y llevarme hasta la cama—, si yo duermo aquí tú también, y ya dije.
—Sí, madre, como usted diga —me burlé.
Nos acostamos y apagamos las luces, tapándonos ambas con la misma cobija ya que era extra grande y extra cómoda. Se sentía raro, porque era la primera vez que dormía en la misma cama con alguien diferente a mi hermana, mi madre o Ana. Y más aún, sabiendo que no llevamos demasiado conociéndonos. Sí han dormido otras compañeras aquí, pero en esas ocasiones me he ido al sofá. Por lo tanto, esta vez la incomodidad era por ambas partes.
—¿Puedo preguntar algo? —susurré, no podía sacarme esa espinita de la cabeza.
—Claro.
—¿Quién te llamaba tanto? —indagué con curiosidad, escuchándola suspirar con pesar— Lo siento, no debí preguntar.
—Tranquila, es... —dudó— una chica que solía gustarme y con la cual me enredé, pero tiene ciertos detalles que no me agradan del todo.
Quedé enmudecida, había escuchado perfectamente bien. Le gustan las chicas. No era por pensar mal, no tenía nada en contra de eso, pero no podía evitar sorprenderme siendo ella. Me imaginaba que tendría cientos de pretendientes detrás, como Abel, algún novio muy apuesto y adinerado, pero no esto. Se levantó con rapidez, encendió la lampara y de forma nerviosa tomó una frazada envolviéndola en su brazo.
—Lo siento, no debí decir eso —dijo entre balbuceos—, será mejor que duerma en el sofá.
—Espera, ¿Por qué? —pregunté preocupada, no quería causarle ninguna incomodidad— ¿Dije algo malo?
—¿No te incomoda dormir conmigo sabiendo que... —titubeó, su mirada era culpable y me dio cierto dolor verla así— soy lesbiana?
—¿Por qué? No le veo lo raro, así que no te preocupes, somos solo dos amigas durmiendo juntas —comenté tratando de aligerar la tensión—, lo que sí es una lástima es que el pobre de Abel se sentirá traicionado, devastado, dolido.
—Gracias a Dios —susurró.
—Cuanta maldad, de veras.
Ambas reímos ante mi comentario, cambiando su expresión a una de gratitud y ternura. Volvimos a acostarnos otra vez sin dormir aun, pero hablando hasta que las gotas de lluvia cesaron por completo y el frio se mantuvo. A eso de las 3 de la mañana, fui quedándome dormida solo contestando por inercia y entre bostezos.
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