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Bianca

Sin esperar una invitación, entró al departamento como si no fuese la primera vez que estuviese en él. Sus finas curvas se contoneaban con sensualidad al caminar, su trasero firme resaltaba aún más en ese pequeño pantalón negro. No podía negar que es una mujer muy hermosa, extrovertida y divertida. Me gusta mucho, y sus besos hacen que mi imaginación vuele por caminos peligrosos, pero siendo sincera, aún había cosas que no me convencían.

—Agradezco tu gesto, en serio —expliqué con la mayor tranquilidad posible—, pero estoy demasiado cansada por el vuelo y solo quiero dormir.

—Lo sé, y es por eso que estoy aquí —anunció sonriente—, seré tu masajista personal. ¡Ta da!

—¿Estás hablando en serio? —indagué con una suave risa.

Era inevitable no hacerlo, su carisma era contagiosa y su sonrisa seductora podía atontar a cualquiera. Y yo no estaba fuera de la lista, por desgracia.

—Claro que sí —dijo acercándose con lentitud a mí con su sonrisa ladeada—, no es por presumir, pero mis manos tienen un don especial.

—Y... ¿Como qué pueden hacer? —sus ojos me tenían idiotizada.

«No te dejes llevar tan fácil, Bianca, reacciona» me reñí mentalmente.

—Harán lo que tú... —susurró muy cerca de mi rostro, llevando su mano a mis labios con una suave caricia— quieras que hagan. ¿Qué dices?

—Oh, bueno, pues... —titubeé.

No me permitió contestar, su boca acaparó la mía en un beso intenso y necesitado. Automáticamente mis manos se fueron a su cintura y las suyas a mi cuello, acariciando cada centímetro de piel descubierta. El sabor a fresa de sus labios me hechizaba, toda ella causaba en mí sensaciones que no podía controlar, me excitaba su forma de tocarme y acariciarme.

—No sabes cuánto... —murmuró entrecortadamente pausando los besos— extrañé tu boquita.

Continuó besándome con pasión, no podía y creo que tampoco quería separarme de la dulce esencia de sus labios, pero debía hacerlo. Con una suave mordida a su labio inferior, me desprendí de su boca. Nuestras respiraciones eran irregulares, el ambiente se sentía caliente y excitante.

—Agradezco tu intención, pero estoy demasiado cansada —murmuré, y creo que sin mucha convicción en mi voz.

—Solo es un masaje, lo necesitas —insistió—. Ven, te aseguro que te sentirás mejor.

Me tomó de la mano y llevó directo a mi habitación, dejando su bolso de mano y la comida olvidados en el mesón de la sala.

—Solo recuéstate, relájate y... —se acercó a mi oído para susurrar— déjate llevar.

No respondí, un cosquilleo atravesó toda mi espalda al sentir su cálido aliento en mi oreja. Me acostó boca abajo, colocando una pequeña almohada en mi cabeza y mis brazos sobre este. El cansancio que sentía cayó encima con todo su peso, suspiré y solo me dejé hacer. Tal vez ella tiene razón, debo relajarme y recibir sus caricias.

Se subió a la cama sobre mí, a la altura de mis glúteos. Solo sentía sus piernas tocando mis muslos y su pelvis rosando levemente mis nalgas. Sus manos empezaron el proceso en mis hombros, por lo que solté algunos quejidos de dolor.

—Sí que estas tensa —dijo con sorpresa— ¿Tan mal te fue?

—Detesto los aviones y todo lo que tenga relación —contesté con un puchero—, el viaje fue un completo asco.

—Suele suceder, pero ya estás en mis manos —sugirió con ese tono seductor en su voz—, solo déjate consentir y todo el dolor se irá.

El masaje estaba surtiendo efecto, con suaves presiones en puntos clave el dolor iba desapareciendo, dejando en su lugar una ligera sensación de placer y poco a poco el sueño fue invadiéndome. Sus manos fueron bajando poco a poco por mi espalda, centrándose en masajear la parte central; es decir, a lo largo de mi columna vertebral. Alerta número uno, soy extremadamente sensible en esa zona de mi cuerpo.

—Espérame un segundo —susurró para luego levantarse y perderse fuera de mi habitación.

«Ok, Bianca. Piensa en algo antes que esto se salga de control, no creo que sus intenciones sean solo un masaje. Tampoco estás tan necesitada como para caer tan fácil, reacciona de una buena vez»

—Listo —dijo, sin darme tiempo para pensar de verdad.

Volvió a subirse en mí, esta vez con más descaro. Un líquido frio cayó sobre mi espalda, produciéndome un estremecimiento de sorpresa.

—¿Qué... es eso? —titubeé levantando un poco mi cabeza— Está frio.

—Es crema corporal, para que te sientas más fresca —anunció con coquetería—, y huele delicioso.

No mentía, logré percibir un leve aroma a frutos rojos, dulce y suave. Volví a recostarme, el sueño estaba venciéndome cada vez más dejándome aún más atontada. Eso y el masaje que, a decir verdad, sí que lo necesitaba.

Sin embargo, logré percibir las siguientes alarmas. Sus manos seguían rozando mi espalda bajando hasta el inicio de mis glúteos, por debajo de la ropa. Luego, subían hasta mis hombros y se desviaba a los laterales, casi tocando mis senos. Por más que me esté gustando su masaje con segundas intenciones, no podía permitir que nada sucediera, mucho menos su final feliz. No estábamos en una relación, solo era... ni sabía que era.

—Nancy... —dije tratando de sonar segura— espera.

Me levanté con cuidado para confrontarla, debía poner un alto en la situación.

—¿Sí, pasa algo? —preguntó con inocencia.

Estaba jugando conmigo, sabía cómo dejarme sin aliento con solo una expresión en su rostro y se aprovechaba de mi cansancio, del aturdimiento del viaje para salirse con la suya.

—Debo ir al baño —añadí casi atragantándome con las palabras.

Me levanté casi corriendo encerrándome en el baño, respiré profundo y rocíe agua fría en mi rostro. Necesitaba estar despierta, alerta y atenta a todos sus movimientos. Tampoco es la mujer más irresistible de este puto mundo, podía rechazarla si quería, solo debía concentrarme y despejar mi mente.

—No es tan difícil, solo dile que se vaya y listo —le dije a mi reflejo—. Estás valiendo madres, Bianca. ¡Espabílate!

Respiré profundo y salí decidida, encontrándome con un espectáculo aún mayor. Nancy estaba sentada sobre sus rodillas esperándome, se había despojado de su blusa semitransparente quedando en top, su perfecto abdomen plano y su ombligo decorado con un piercing relucían en su piel blanca. El short negro brillaba por su ausencia, y en su lugar una linda braguita de encaje rosa incitaba a todo, menos a hablar.

—¡Ay Dios! —exclamé al quedarme sin aliento.

—¿Te gusta? —preguntó con su toque inocente.

—Sí... digo no... —balbuceaba nerviosa— digo... Ay por favor. Hablemos por un momento, ¿Vale?

Me senté frente a ella con precaución, esperando que la primera hablara. En su rostro se dibujaba algo de culpa, cosa que me dificultaba el pensar con claridad. El sutil sonrojo en sus mejillas y sus labios rojos entreabiertos, le daban un toque sexy y adorable a la vez.

—No creo que sea un buen momento —dije al fin.

—¿Por qué? —susurró con ternura.

Llegué a pensar muy seriamente que esta mujer era hija de la mismísima afrodita; hermosa, seductora y con el dónde de la persuasión. Con solo un puchero, una sonrisa ladeada o su mirada coqueta podía tener a sus pies a quien sea, sin importar que sea hombre o mujer. Incluyéndome en ese paquete, para mi desgracia.

—Porque de verdad estoy cansada y dolorida —«Pendeja»—, literalmente he estado despierta las ultimas treinta horas.

—Ya te dije que para eso era mi masaje —murmuró inclinándose hacia mí— ¿No te gustó?

—Sí, pero... —«Piensa niña, sirve para algo»— tampoco es que esté de muy buen humor, el viaje fue un desastre y muchas cosas pasaron en casa, así que...

—Para eso hay una solución... —susurró acariciando mi cuello con sus delgados dedos, sin dejar de mirarme con deseo refulgiendo en su ojos— haré que olvides ese mal momento.

—Es que...

Su boca silenció mis escasas y vacías replicas, de verdad que le tenía ganas y su poder de seducción solo aumentó el deseo de tener su cuerpo sobre el mío. Pero sería solo eso, nada más que sexo. Me gustaba, por supuesto que sí, pero esa actitud coqueta era lo que aún no me cuadraba de ella. Sus besos estaban calentándome demasiado, su lengua recorría mi boca como toda una experta y sus manos acariciaban mi abdomen empujándome sobre la cama.

Me encantaba, no podía negar que sus caricias me hacían estremecer, pero... ¿De verdad podía permitir que eso sucediera?

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