🔸11🔸

Elsa

Me quedé embelesada al ver la casa donde vive, era de verdad hermosa. De paredes azul celeste, enrejado elegante, ventanas de vidrio azul oscuro, y por dentro era aún mejor. Era parecido al estilo nórdico de decoración, de luminosidad suave, colores claros y un toque moderno sutil. Fuimos directo a la sala, donde un gran sofá de madera y cojines de algodón decoraba el lugar, acompañado de algunos cuadros coloridos y algunas flores en una pequeña maceta.

Me centré en lo que había venido, y noté que la situación estaba peor de lo que me había imaginado. Estaba demasiado tensa, la preocupación se reflejaba en su rostro tan profundo que me contagió. Sí estaba nerviosa, por lo sucedido y lo que pudiera pasar, pero más me extraño su reacción que cualquier otra cosa. ¿No debí ser yo quien saliera corriendo?

—Ok, siéntate y trata de tranquilizarte, ¿Sí? —empecé con calma.

Se sentó a mi lado, un poco alejada y cada vez más tensa. Ni siquiera era capaz de mirarme a los ojos, por lo que me tragué mis propios nervios para poder tranquilizarla.

—Yo... —titubeó— de verdad lo siento, ni si quiera sé por qué lo hice. En serio me muero de la vergüenza contigo, no se... es que no quiero...

—Cálmate... —le interrumpí— Bi, mírame.

Con lentitud, dirigió su mirada hacia mí. Podía ver el miedo y lágrimas naciendo en sus ojos, de verdad estaba apenada por aquello y aunque ni yo sabía cómo sentirme al respecto, no podía dejarla en ese estado.

—Aquí no ha pasado nada grave —continué con suavidad—, solo fue un beso inocente.

«¿Segura? ¿Así se sintió?»

—Inocente —repitió pensativa.

—Sí, no tienes por qué alarmarte —continué—, solo tranquilízate y no te llenes la cabeza con cosas extremistas.

—O sea que... —titubeó— ¿No dejarás de hablarme?

—Por supuesto que no —me reí—, no es para tanto y tampoco es como si fuese la primera vez que beso a una mujer.

Su expresión fue de completo y genuino asombro, como si dudara haber escuchado bien. Pero sí, así fue.

—¿No es la primera vez? —preguntó con total interés— O sea, ¿Cómo?

—Bueno, ¿Recuerdas que les conté de mi primera borrachera la noche de mi graduación? —asintió lento y concentrada— Fue un completo desastre. No te mentí cuando dije que el alcohol me pegaba bien feo, y aunque no recuerdo un comino de lo que hice, hay evidencias que lo confirman. Esa noche, besé a Ana.

Se veía confundida, enmudecida. ¿Tan increíble era?

—¿Te refieres a... fotos? —preguntó, se veía un poco más relajada, atenta al chisme.

—Y video... pero nunca lo verás, eso sí es vergonzoso —comenté con firmeza.

—Es que... —se reía, de forma nerviosa aun, pero era un avance— ¿Tan mal te pone?

—¿Por qué lo dudas? —indagué con fingida indignación— ¿No me creíste?

—Tal vez... un poco —me miró con pena—, parecía todo tan irreal que creí que estaban exagerando algo.

—Gracias, pero no exageramos —repliqué tratando de no reírme de su expresión—. Bueno, solo un poquito... en realidad tomé dos vasos de cerveza, a los 10 minutos ya estaba riendo como pendeja y diciendo incoherencias. Sentía que estaba en la luna, solo recuerdo que bailaba como loca y después desperté vomitando hasta el alma, con ganas de morirme por el dolor de cabeza y mi madre a punto de asesinarme. No por lo que le contaron que hice, sino por haber tomado sin su permiso. Aún era menor de edad.

—¿Por qué la besaste? —interrogó con sumo interés.

—Dicen las malas lenguas, o sea la misma Ana —continué mi relato—, que un idiota que teníamos por compañero me retó aprovechándose de mi lamentable estado. Dijo que, si no besaba a una mujer en la boca, debía besarlo a él. Me caía tan mal que preferí la segunda opción, y no pensé en nadie más que no me asesinara después de eso que Ana.

La hice reír con ese y más relatos de ese bochornoso día, tratando de aligerar el ambiente entre nosotras. Incluso, comparamos mi gran noche de desastre con la famosa película ¿Qué pasó ayer? Por el simple hecho de amanecer con el casete en blanco.

—¿Quién se emborracha con un vaso de cerveza? —se reía a carcajadas.

—Este pechito que ves aquí bien debilucha —me señalé—, todo un caso extraño. Te juro que he tratado de averiguar por qué demonios pasa, pero... ni idea, todo un enigma.

—¿Solo ha sido esa vez? —indagó con el brillo del interés en sus ojos, como si nada hubiese pasado— ¿Una única borrachera?

—Ojalá —bufé entre falsos lloriqueos.

—Cuenta —exigió.

—Han sido tres, la segunda fue moderada porque estaba tomando lento y mezclándolo con refresco —explicaba a detalle—, de esa vez solo me puse a cantar como loca, gritándole a todo el mundo y abrazando a un chico que conocí ese día, quien estaba aún más ebrio que yo. Nada raro gracias a Dios. Pero la tercera, esa fue horrible. Había piscina de por medio, y tampoco recuerdo mucho.

—Las malas lenguas dicen... —añadió, insistiendo en que continúe.

—Parecerá chiste, pero es anécdota —aclaré primero—. Ana me dice que, en esa ocasión, estábamos vestidos al estilo hawaiano y que por esa razón perseguí por toda la fiesta a un chico, lo tomé del brazo y lo lancé a la piscina diciendo que era Squirtle y necesitaba hidratarse para seguir con su batalla Pokémon. Y no te rías porque te golpeo.

—No... me estoy riendo... —titubeaba tratando de contener una carcajada— para nada...

—Adelante, ríe que después me las desquito —y en efecto estalló en risas—, cuanta obediencia, desgraciada.

—Es que... ¿Pokémon?

—Sí, bueno, esos días andaba viendo la serie, además, no soy la única pendeja alcoholizada —repliqué con seriedad—. Ana también hace de las suyas, aunque no se está muriendo después, pero es algo.

—¿Ah sí? ¿Cómo qué hace? —se acomodó en el sofá de piernas cruzadas mirándome con intensidad— Para ver si me burlo de ella también.

—Eres detestable —seguí con mis quejas—, pero está bien, solo diré que una vez... ella... una vez... fuimos a...

Trataba de recordar algo vergonzoso de mi mejor amiga en medio de una borrachera, pero daba la casualidad que las mismas ocasiones en que yo tomaba ella lo hacía, y por obvias razones ya explicadas no recordaba nada de ello. De todas formas, y escarbando hasta lo más profundo de mi mente, trataba de traer algo a mi memoria de forma infructuosa.

—Lo tengo en la punta de la lengua... —decía con gesto pensativo— justo en la punta...

—Escúpelo —se burlaba con suaves risas.

—Me rindo, mi memoria es demasiado mala, me quejaré con el fabricante —replicaba cruzándome de brazos—, le salí defectuosa.

Seguimos hablando de otras cosas, contándole más anécdotas de mejores amigas y cosas así. Ella contaba las suyas con Carla y Sofía, y yo le contaba mis desventuras trágicas con Ana. Hablaba sin parar y entre risas comentaba las barbaridades que hemos hecho, concentrándome y moviendo con mis manos con frenetismo para explicar los detalles. Sin darme cuenta, Bianca estaba con la mirada fija en mí, una sonrisa ladeada mientras se mordía el labio inferior y un sutil brillo en sus ojos. Después de lo del beso, no sé qué más podría pensar de esto.

—Lo siento... estoy hablando mucho —titubeé un poco nerviosa por el peso de su mirada.

—Claro que no, me gusta escuchar tus desgracias —expresó con una dulce sonrisa—, y te ves muy tierna cuando te concentras hablando, pareces una niña chiquita.

—Tomaré eso como un halago para no golpearte —dije con indignación—, pero en serio, parezco un disco rayado. No más mira la hora, yo mañana madrugo y estoy parloteando como loro mojado.

Me acompañó hasta la entrada mientras seguía burlándose de mis amenazas, riéndonos a carcajadas y prometiendo no revelar nada de esto a Ana, en especial la parte donde revelé nuestros más vergonzosos momentos.

—¿Sí irán a la fiesta este sábado? —preguntó antes de irme.

—La... fiesta —dije con lentitud sin recordar tal cosa.

Me miraba con el ceño fruncido y ojos entornados llenos de amenazas silenciosas, esperando el momento para escuchar de mí que no lo había olvidado o tal vez golpearme.

—Lo olvidaste, ¿verdad? —asentí— Agradece que no soy tan violenta como tú, pero te lo estaré recordando toda la semana. Es en casa de una amiga de la universidad, este sábado a las 8 pm. ¿Listo?

—No volveré a olvidarlo —aseguré—, nos vemos, y trataré de maquillarme sola, si fracaso te demando por pésima maestra.

—Ah, bien y si te sale perfecto el maquillaje, te cobro —replicó con una sonrisita de reproche—, las clases no son gratis, cariño.

—¿Cuál clase? ¿De qué hablas? —exclamé— ¡Adiós!

Regresé a casa y preparé las cosas para mis clases del día siguiente, verificando no pasar por alto nada, mucho menos el trabajo que hicimos solo el día anterior. Ya acostada con la mirada fija en el techo, todos los recuerdos del día llegaron de sopetón a mi cabeza. ¿Qué demonios pasó? ¿Por qué no la detuve? Como si recién estuviese siendo consciente de lo ocurrido, miles de preguntas se arremolinaron en mi cabeza. Traté de tomarlo como algo normal, pero había algo que no me dejaba hacerlo.

No dejaba de visualizar su espalda desnuda, aquella hilera de pequeños lunares recorrer toda la extensión casi lineal. Fue algo curioso, no mentía cuando dije que parecía una constelación, solo que ésta en particular cubría la suave piel de su cuerpo. Tersa, clara y muy provocativa. Puede que sea mujer, pero hay que aceptar que tiene su atractivo y una manera de besar un tanto embriagadora.

Cuando ocurrió con Ana solo me reí, como si hubiese sido solo un chiste porque era ella, mi mejor amiga. Pero, ¿Y ahora? Hay muchas diferencias; solo llevamos como un mes conociéndonos, a ella le gustan las chicas y yo soy hetero. Entonces, ¿Por qué dejé que pasara? ¿Por qué solo no la alejé y le dije que estaba mal? ¿Por qué me dejé llevar? No voy a decir que me gustó, porque en realidad no tengo ni idea. ¿Y si es así?

Aquella duda se instaló en mí como un parasito, creciendo cada vez más con forme pasan los días. Casi no podía concentrarme en clases, pensando una y otra vez en sus labios sobre los míos, y su suavidad. Pero trataba de no aparentarlo, charlaba con ella como si nada hubiese pasado, hacía mis deberes con total calma y me esforzaba por concentrarme en ello. Tres días en ese estado, creía que nadie lo notaría, pero se me olvidaba que alguien era más perceptiva que yo.

—Elsa... —llamó Ana, mientras copiábamos el parlamento del profesor del tablero en nuestros cuadernos— ¿No has notado algo raro en Bianca?

—¿Cómo qué o qué? —pregunté sin mucha atención, estaba luchando por ver más allá de la cabeza de mi compañero de enfrente.

—No sé, demasiado cariñosa... y nunca le ha prestado atención a Abel —logré escuchar a medias.

—Es un intenso —comenté—, y este pendejo no me deja ver.

—Pero es que... cómo te mira y... es raro —seguía murmurando.

—Es lesbiana —dije, para luego caer en cuenta en ello— ¡Mierda!

—¿Qué? ¿Desde cuándo lo sabes? —indagó sorprendida.

—Estamos en clases —vociferé cambiándome de asiento, más para huir de sus preguntas que por querer ver mejor.

Esperó impaciente, mirándome con algo de molestia desde su asiento por haber escapado de ella. La clase finalizó, y con ello llegó la insistencia de Ana por saber la historia completa.

—No debí decirte eso... estaba distraída —dije apenada.

—Me contarás igual, no diré nada al respecto —prometió—, como si nunca me hubiese escuchado, nada de nada.

Le conté todo lo que sucedió esa tarde de películas desde que nos abandonó a nuestra suerte, con mugre regado por toda la sala y el cansancio apretujando nuestras almas.

—Lo sabía, era eso lo que me estaba intrigando ese día, pero no quise decir nada para no sonar paranoica —explicó exaltada— ¿Y sabes qué? Eso explica porque te mira así, es como si le gustaras o algo. Sé que ella puede parecer muy melosa, y cosas así, pero no ve a sus amigas de la misma forma que te mira a ti.

La sola mención de esa posibilidad, me ponía los pelos en punta. ¿Por qué? Beto sabrá.

—Elsa... ¿Hay algo más que quieras decirme? —insistió.

—Bueno... —titubeé— el domingo que estuvo en mi casa me enseñó a maquillarme, solo un par de consejos y eso.

—¿Aja? —me exigió continuar— ¿Qué más pasó?

—Pues... me besó —dije, viendo como casi se le desencaja la mandíbula de la impresión— en la boca... como por dos minutos, o más.

—¿Dos minutos? —exclamó con reproche— ¿Estás loca? ¿Qué te sucede? ¿Por qué no la alejaste? ¿Sabes que eso lo confirma todo y tu solo le estas dando alas?

—No sé, no tengo idea y no estoy loca, también me pregunto lo mismo todos los pinches días —vociferé exasperada—, y no creo que le guste, solo fue... algo de momento.

—¿Cómo estás tan segura? —me reñía.

—Porque se disculpó y salió corriendo como alma que lleva el diablo —dije contándole el resto de la historia—. Créeme que cuando llegué a su casa, ella estaba más consternada que yo. No le gusto ni le gustaré, solo fue efecto del momento o algo así. Tampoco hay que apresurarnos a sacar conclusiones.

—Uno, estás demasiado relajada con el tema, esto no es lo mismo que cuando me besaste en aquella borrachera del grado —comentó con escepticismo—. Y dos, lo digo más por ella que por ti, no le des alas. Si de verdad le gustas, solo la lastimarás y hasta ahora ha sido una buena amiga con nosotras como para que le hagas algo así, además de no ser tu estilo. No creo que quieras ilusionarla para después botarla, ¿O sí?

—Lo sé y no lo haré —contesté entre suspiros—, no soy tan maldita.

Dejé el tema a un lado por mi propia salud mental, pero al día siguiente después de clases Bianca nos invita a su casa. Su padre le mando algunas cosas de regalo desde Italia, y quería que lo abriéramos juntas y pasar el rato.

—¿A quién le robaste esta casa? —indagó Ana sorprendida— Querías impresionarnos, ¿verdad? Lo lograste.

—¿Cómo que robada? —se quejó cruzándose de brazos.

—¿Me puedo mudar contigo? —insistió, haciéndole ojitos de borrego.

—Si valoras tu paz mental, no te lo recomiendo —sugerí con seriedad, ganándome un codazo de Ana—. A eso me refería.

Entramos y charlamos un rato antes de empezar, tres cajas de tamaño mediano con varias estampas y envueltas en plástico estaban en la sala. Empezamos con una que llevaba la etiqueta de «frágil» pegada en todas partes; en ella había floreros, portarretratos de vidrio colorido, y demás accesorios decorativos para la casa. Había uno que me encantó, un reloj de pared en forma de búho, de ojos azul eléctrico y plumaje blanco.

—¿Te gusta? —preguntó sonriente.

—Es precioso —exclamé maravillada—, me encanta.

—Te lo regalo —dijo, para luego agregar de forma apresurada—, y a ti también te daré algo, puedes elegir.

—Gracias por recordar mi existencia —replicó Ana en un puchero de indignación.

—¿Estás segura? —indagué— Debe ser costoso.

—Totalmente segura —confirmo—, tómenlo como un pago, porque abusaré de ustedes muy seguido de ahora en adelante. Sigan desempacando, esperancitas, iré por algo de tomar.

—Ahora me llevo todo —expresé con fingida indignación—, solo por odiosa.

Hicimos un break al terminar la primera caja, comiendo frituras y tomando refresco mientras seguíamos comentando sobre las cosas que encontramos. Daba algo de envidia que recibiera todo aquello, pero luego recordaba que no podía ver a su familia por el hecho de estar en otro país. En definitiva, no cambiaría a mamá y al demonio de mi hermana por todas aquellas comodidades. Continuamos con la segunda caja y luego la tercera, y todo se descontroló. Ropa casual, elegante y su respectivo calzado repartido en aquellas dos cajas.

Era tanta que se nos dio por probarla, nos colocábamos prendas al azar, escogíamos algunos accesorios como tiaras, aretes y collares y modelábamos como si estuviésemos en plena pasarela de parís. Nos reíamos a carcajadas sonoras, nos abucheábamos solo por molestar y terminábamos con un baile disparatado. Casi no podíamos respirar de la misma risa, era tan loco y tan absurdo que me parecía lindo el poder estar así con mis amigas. En completa confianza.

Sin embargo, el ver a Bianca reírse y sonrojarse por ello, me recordó aquel beso. Ella había permanecido con ojos cerrados al terminar, pero yo si los abrí. Se veía tan dulce, con ese tono rosa en sus mejillas y los labios rojos un poco hinchados. Recordé también la textura de ellos, suaves y carnosos. A decir verdad, ni Kenneth me había besado de esa manera tan pasional, tan linda. Por un momento sentí que lo hacía con delicadeza, pero al tiempo con ese salvajismo de querer probar mi esencia.

Era tan confuso, tan embriagador y tentador que sin darme cuenta me había quedado contemplando sus labios entre abiertos mientras reía. Y para evitar que se dieran cuenta de ello, traté de alejarme, pero tropecé con el mismo vestido que llevaba puesto y caí de espalda sobre la alfombra.

—¡El! —exclamó Bianca preocupada— ¿Estás bien?

Su rostro se cernía sobre mí, con sus ojos llenos de preocupación. No sé porque, pero no pude evitar estallar en risas nerviosas.

—Estoy bien pendeja —vociferé entre risas.

—De eso no hay duda —expresó Ana.

Dimos por terminada nuestra loca aventura, recogiendo y ordenando las cosas sacadas de las cajas. Conmigo me llevé no solo el reloj, también nos regaló un par de blusas y una falda para que usáramos el día de la fiesta. Por más que me negué, ambas estaban dispuesta a obligarme a usarla, así tuviesen que cambiarme ellas mismas y cito textualmente.

Los días fueron pasando con pasmosa lentitud, y me sentía cada vez más ansiosa por aquella reunión. Íbamos a conocer personas nuevas, tal vez chicos nuevos y atractivos, y, sobre todo, nos distraeríamos y era lo que tanto necesitaba. Las cosas en la universidad no estaban saliendo del todo bien, no había muchas solicitudes de monitorias por lo que no estaba trabajando como esperaba. «¿Y si vendo postres? Para algo ha de servir el curso, ¿no?» pensé muy seriamente.

Llegado el sábado, primero nos encontramos en la clase de repostería con una nueva forma de hacer los cups cake, más fácil y con menos ingredientes. Llegué más emocionada que nunca, no por lo que haríamos sino por lo que vi de camino a clase.

—Alguien está feliz hoy —comentó Bianca contagiándose de mi emoción— ¿Hay chismecito fresco?

—Qué mal te hemos enseñado... —replicó Ana— pero, ¿Sí hay chisme?

—Mis queridas pendejas —expresé con un suspiro de tranquilidad—, resulta, pasa y acontece que, caminando muy tranquilamente para acá veo a lo lejos una tierna parejita dándose cariñito. Estaban tan melosos uno con el otro, que me dio pena verlos porque era su momento íntimo y toda la cuestión... en mitad de la calle al ojo de todo el mundo, pero quien soy para juzgar. Cuando al fijarme bien en la chica, me pareció conocida y me acerque un poquis. ¿Te acuerdas de Lily?

—¿La pelirroja? —preguntó Ana con extrañeza.

—Esa misma, era ella muy acaramelada con un tipo —continué entre risas—, y adivinen. Era Kenneth, nada más y nada menos que nuestro idiota favorito. El muy desgraciado me vio, y literalmente salió corriendo arrastrando a la pobre ingenua antes que ella me viera.

—No inventes... —exclamó Ana molesta— mucho hijo de...

—Espera, no entendí —intervino Bianca— ¿Y esa por qué es que es famosa?

—Mi querida Bi, para que veas el nivel de pendejez al que llegó este pechito, te contaré algo —añadí con toda mi diplomacia—. Hace un par de meses, tal vez 6 antes de terminar con él, conocí a esa chica. ¿Sabes cómo? La encontré en su casa, y me la presentó como su prima. ¿Adivina quién fue tan idiota de tragarse semejante historia? Me salió norteño el maldito.

—¿Y por eso estás feliz? —indagó Ana perpleja— ¿Estás loca?

—Estoy feliz, porque muy seguramente ahora que lo vi con alguien más no se atreverá a molestar —expliqué—. Hasta hoy había creído que con tu amenaza por fin dejaría las cosas así, pero se me dio por revisar y en mi bandeja de «no deseados» hay un montón de mensajes de él, algunos de ayer incluso.

—Que persistente —comentó Bianca con un tono de molestia—, y fastidioso.

—Efectivamente, mi querido Watson.

La clase empezó y los resultados esta vez fueron exitosos, sin ningún cup cake quemado, de forma extraña o decorado de forma terrorífica. Todos y cada uno se veía presentable, hasta bonitos y con muy buen aroma. Decidimos guardarlos para la fiesta, no queríamos llegar con las manos vacías a un lugar donde no conocíamos casi a nadie.

—Nos vemos a las 7 y media, en el parque Santander ¿Vale? —sugirió Bianca— Y las quiero ver con la ropa que les di.

—Obvio me pondré semejante belleza de vestido —exclamó Ana con expresión soñadora.

—Lo sé, lo decía por alguien más —añadió señalándome con la mirada.

—Aish, está bien —acepté a regañadientes—, como las odio.

Llegada la hora traté de no acomplejarme con la ropa, son solo ideas en mi cabeza. Sin embargo, hace muchos años que no usaba una falda o vestido. Me hacía ver extraña, como si mi cuerpo no encajara en ellos. Pero esta era linda, de tiro alto y acampanada, color negro y algunos brillantes en forma de estrella. Ni corta ni larga, me llegaba un poco más arriba de la rodilla y no mostraba demasiado. Además, combinaba a la perfección con el resto. Una blusa de mezclilla azul oscuro a la altura de los hombros, ajustada en el abdomen y un borde de encaje en el cuello.

Un poco de maquillaje como me explicó Bianca y mis sandalias, solo faltaba recogerme el cabello en una cola de caballo y estaba lista. Estaba algo insegura, pero ya estaba siendo tarde como para cambiar de opinión. Salí de casa con algo de timidez, esperando llegar rápido al dichoso parque donde Bianca ya estaba esperándonos. Estaba sentada en uno de los columpios meciéndose con suavidad, llevaba una blusa corta topless, sin mangas de color rosa, un short jean ajustado y un bolero negro largo. Su cabello castaño ondeaba con la brisa, su maquillaje suave resaltaba sus facciones delicadas y hacia ver sus ojos más claros.

—Hola —exclamó al verme con mirada pícara—, te ves preciosa, menos mal me hiciste caso.

—Me amenazaron, no tuve de otra —repliqué nerviosa—, aunque no creo que...

—¡El! —me interrumpió tomándome de las manos con dulzura— Te queda perfecto, así estás más que hermosa.

Solo sonreí, incapaz de articular palabra alguna. Quería decirle algo, cualquier otra cosa o solo un gracias, pero esa expresión en su rostro y la forma en que me habló me dejó paralizada, por no decir otra cosa.

—¡Ututuy! Pero, ¿Quién pidió pollo? —exclamó Ana burlona, rompiendo el momento.

Ella sí se veía bien, con su estatura de pie grande y ese vestido negro floreado ajustado, parecía una modelo. Un poco rellenita, cachetona, pero de sonrisa pícara y energía desbordante.

—Deja de molestar —exigí—, y vámonos.

Caminamos un par de calles hasta llegar a nuestro destino, una casa elegante de dos pisos, con jardín de flores moradas y un árbol a su costado. Era lindo, pero demasiado formal para mi gusto. Al entrar, una chica de cabellera rubia y sonrisa amplia nos recibió.

—Mucho gusto, soy Susan —nos saludó—, amigas de Bianca son mis amigas también.

—Gracias, trajimos estos cups cake —contesté.

—Se ven deliciosos —exclamó al verlos—, sigan y diviértanse.

A lo lejos, vimos a Carla y Sofía charlando muy animadas con dos chicos y una chica. La mayoría de los invitados estaban enfrascados en sus propias conversaciones, sin prestar mucha atención a lo demás. Hasta que la misma Sofía nos vio, saludó e integró a su pequeño grupo. La música era suave, no tan estridente y de muy buen gusto. A veces sonaba Bruno Mars, Adele o solo dejaban que sonara una pista suave y melodiosa.

—Hola, linda —saludó un chico alto y de ojos azules, divinos— ¿Eres nueva? Nunca te he visto en la universidad.

—Soy amiga de Bianca, vine con ella —contesté con toda mi tranquilidad— Elsa, mucho gusto.

—Javier, el gusto es mío —sonrió con picardía y voz grave— ¿Quieres tomar algo?

—Yo... —titubeé, pensando que dejaría sola a mis amigas, pero después vi que todas estaban demasiado distraídas en lo suyo— claro, gracias.

Me llevó hasta la mesa de aperitivos y bebidas, sirvió dos vasos de refresco y me ofreció uno.

—¿Quieres un cup cake? —sugirió— Están deliciosos, ya los probé.

—¿En serio? —indagué con fingida inocencia, esperando a ver cuál había probado— ¿Cuáles?

—Caja azul, de chocolate y arequipe —señaló los míos.

—¿Te digo algo? —comenté con una sonrisa de orgullo— Los cups cake los hicimos nosotras; la caja morada es de Bianca, la verde de mi amiga Ana y la azul es mía.

—Qué casualidad, mis felicitaciones a la chef —murmuró—, de verdad están deliciosos.

Conversábamos y reíamos cada vez con más soltura, probamos algunos de los aperitivitos y bebíamos refresco. Me sentía un tanto extraña, bastante relajada y desinhibida. Se me estaba haciendo preocupantemente familiar aquella sensación, pero me estaba divirtiendo así que no le presté demasiada atención.

—El, cariño, ¿Quieres acompañarme un momento? —preguntó Bianca llegando a mi lado— Hola, Javier, tiempo sin verte.

Parecía molesta, pero no entendía por qué.

—Bianca, como estás de preciosa, me alegra verte —contestó con algo de sarcasmo— ¿Qué tal Nancy?

—Ni idea, ¿Por qué no la saludas de mi parte? —indagó en el mismo tono— Me dijeron que estaban muy unidos estos últimos días. Y si me permites, debo llevarme a esta linda chica a otro lado. Disfruta la fiesta, pero lejos de ella.

—Trataré... pero de no hacerlo.

Me llevó de la mano hasta la cocina, donde quitó de mis manos el vaso de refresco y tomó mi rostro entre sus manos con preocupación.

—¿Y eso que fue? —pregunté entre risas incontrolables— ¿Quería matar al pobre vato? Está simpático.

—¿No te hizo nada, no te dijo nada raro, te tocó? —preguntaba mientras me miraba de arriba abajo, como buscando una señal.

—Estoy bien, en perfectas condiciones, como nueva, pero, ¿Qué pasó allá? —indagué curiosa, sintiendo un mareo nublándome la vista.

—Digamos que no me llevo del todo bien con él, y que además es un completo imbécil —contestó con seriedad y molestia—, así que sería mejor si te alejas de él.

—Tengo mareo —titubeé.

—¿Qué estabas tomando? —probó el contenido del vaso que había estado bebiendo— Mierda, esto tiene alcohol.

—¿Me estas jodiendo? —exclamé estallando en risas— Me tragué como tres vasos de esa cosa, ¿Por qué nadie me dijo? Con razón estoy tan mareada y... ¿Eso es pollo?

Me dirigí tambaleante al mesón de la cocina, donde había un tazón enorme con un pollo asado entero dentro de él. En medio de mi ebriedad, traté de tomarlo y morderlo para probar su sabor, pero con solo sentir su textura supe que era de decoración.

—Es de mentira, puro plástico —hice un puchero— ¿Quién en su sano juicio tiene un pollo asado de decoración? Pero se ve rico, ya me antojé.

—Ay por dios —exclamó incrédula—, iré por Ana, no te muevas.

—Pos si me muevo. Quiero mover el bote, él mueve, mueve el bote, me gusta —canturreaba y reía—. Nadaremos, nadaremos, en el mar, el mar, el mar. ¿Qué hay que hacer? Nadar, nadar.

—Pero ¿Quién chingada madre le dio cerveza a esta? —interrogó Ana exasperada.

—Eso fue rápido —me acerqué a ellas riendo—, te llamaré flash.

—Y nosotras te llevaremos a casa —añadió Ana—, antes que hagas alguna pendejada, o yo mate a quien te embriagó.

—No lo hagas, es mi nuevo amiguito, y está bien buenote con sus ojazos azules —balbuceaba.

—Es un completo idiota, un fanfarrón y solo usa a las chicas para acostarse con ellas —decía Bianca cada vez más molesta—, créeme que de buenote no tiene nada.

—Que tierna te ves enojada, regáñame más.

—Ahora salen sus dotes masoquistas —replicó Ana, mientras Bianca solo se sonrojaba hasta las orejas.

Entre las dos me ayudaron a salir de aquel lugar, tratando de aparentar que no me estaba cayendo de la borrachera mientras los demás solo hablaban, reían y seguían en lo suyo. Me metieron de cabeza en un taxi, donde a medida que avanzábamos mi risa se hacía más y más incontrolable. El taxista, por sus constantes quejas y reclamos, ya estaba aburrido de eso y quería solo deshacerse de nosotras. Al llegar le pagaron y disculparon por el escándalo, asegurando que no era tan grave como parecía.

—Llevémosla al baño, por si acaso —sugirió Ana.

—Yo puedo caminar sola, no soy una bebé —me quejé soltándome de su agarre—. Ese se parece a mí sofá, y ese a mi tv... espera, ¿Estamos en mi casa? ¿En qué momento salimos?

—Dios santo —se quejó Ana—, venías torturando al taxista con tus risas.

—Sí cierto... —exclamé entre risas— eso significa que... puedo quitarme esta cosa.

Me saqué las sandalias y la falda enfrente de ellas, quedándome con la blusa y panty negra de encaje. Ana me miraba con reproche, mirando el techo como una súplica llena de desesperación; en cambio, Bianca se había sonrojado y trataba de evitar mirarme. Traté de caminar por mi cuenta, pero el suelo no me dejaba hacerlo tan fácil. Se movía en ondas, como las olas en la playa cada vez más altas y fuertes según la corriente. Trastabillaba cada tanto, por lo que tuvieron que ayudarme. Me sentaron en el retrete, mirándome fijo y con ganas de matarme, como esperando que hiciera algo o muriera ahí mismo.

—¿Les hago un truco de magia? —pregunté entre risas.

—¿No quieres vomitar? —indagó Ana.

—¿Para qué? —repliqué asqueada— Mejor el truco de magia, miren como me arranco el dedo y lo vuelvo a pegar.

—Traeré café, tu vigila que no se arranque la mano de verdad —anunció Ana y salió.

—Solo el dedo, babosa —replique, sacándole la lengua la verla salir—. Solo mira atentamente... y Fuish.

Bianca se agachó en cuclillas frente a mí, mirándome con detenimiento y ternura en sus ojos.

—¿Sabes? —insistí ente risas— Tu amigo tiene una voz muy linda, así toda grave de macho alfa dominante y posesivo.

—No es mi amigo —contestó molesta—, y es mejor que no le vuelvas a hablar ni a mencionar.

—¿En serio? —seguía riéndome— Parecería que estás celosa, toda tierna y mal humorada con tus cachetitos colorados.

—Claro que no... yo... —titubeaba nerviosa— no estoy celosa.

—Oh que mal —hice un puchero—, te veías tan linda con tu carita toda molesta. Yo boba, como si pudiera llegar a gustarte alguien como yo. Ni soy bonita, ni tengo buen cuerpo, como tú que pareces modelo de revista Fashions, con tus curvas y esas piernas...

Mis risas empezaban a parar, siendo remplazadas por bostezos y lagrimeos de sueño. Me tambaleaba cada tanto, por lo que Bianca debía sostenerme para no caer al suelo.

—No me gustas, en realidad... —susurraba, cada vez más cerca de mi rostro acariciando mis mejillas— me encantas. Eres preciosa, tierna y me fascina tu sonrisa. Por eso te besé, pero no volverá a ocurrir. Tu estas muy bien definida en lo que quieres, y yo no entro en esa...

No la dejé terminar, me vi cegada por el brillo de sus ojos y la tristeza que se reflejaba en ellos. La besé, suave y tímidamente, mordiendo su labio como ella lo había hecho. Esta vez no había reto de por medio, sí estaba el efecto del alcohol, pero aún era consciente de lo que hacía. Entonces, ¿Por qué ese arranque? No tengo ni idea, pero lo hice.

—Lo siento —dije entre risas al separarnos, quedando frente con frente como aquella vez—, pero besas muy rico.

Apoyé mi cabeza en su hombro, cerrando los ojos y aspirando su olor. Unos suaves pasos se acercaron, no logré escuchar lo que decían, pero sí sabía que estaban hablando. Me tocaron al hombro varias veces, sentí me llamaban casi a gritos, pero el cuerpo no me daba para reaccionar, hasta que siento me zarandean.

—¿Qué? No estoy —dije parpadeando una y otra vez como recién levantada de un largo sueño—, no fui yo, no... ¿Qué pasó?

—Café... toma... doler cabeza —decía Ana, pero solo lograba entender algunas cosas.

Me bebí la taza de café, sintiendo que me quemaba la garganta en todo su recorrido hasta llegar a mi estómago.

—Amargo —exclamé y todo quedó negro.

Desperté en mi cama con solo ropa interior y cubierta por una frazada de las gruesas. El dolor de cabeza estaba martillándome el cerebro, sentía que se me iba a reventar y escurrirse por mi nariz.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Bianca, pero escuchaba su voz lejana.

—¿Bi? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estás? —pregunté asustada— No veo nada, ¿me quedé ciega?

—Abre los ojos, tontuela —se burló.

Con lentitud, por la pesadez de mis propios parpados, no había abierto los ojos por completo. La tenue luz de la habitación me cegaba, incluso siendo tan suave. Pero me permitía ver a mi alrededor, a Bianca sentada junto a mi acariciando mi cabello.

—Estoy que me arranco la cabeza del dolor.

—Vivirá, no le pegó tan fuerte por el café —comentó Ana entrando de sopetón—, le diré a tu mamá que amaneciste con gripa, para que no se alarme si no llamas, o venga a asesinarte por esto.

Ambas estaban ahí, soportando mis quejas y lloriqueos de dolor. Y por dentro solo quería morir, los recuerdos de la noche anterior no se irían tan fácil.

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