CUATRO

Susurró tan cerca de mi rostro que sentí su aliento remover algunos pelos rebeldes que se habían salido de mi coleta. Traté de tomar aire del poco espacio que había entre nuestras caras, buscando fuerzas para luchar contra su agarre y soltarme. Sentí como mis fuerzas morían entre mis intentos por tomar oxígeno, experimentando lo mismo que había sentido tras discutir con mi madre. Esa sensación de asfixia había vuelto a instalarse en mi pecho. 

La posición era muy incómoda; su cuerpo presionaba al mío contra la pared, sin quitar su mano de mi boca y sin dejar mi mano derecha libre. La izquierda, no obstante, se había quedado atrapada entre nuestros torsos. El móvil se había caído al suelo en algún momento mientras forcejeaba, por lo que no contaba con nada para defenderme salvo mi propio cuerpo.

Entre tanta oscuridad lo único que podía hacer era removerme, gruñir entre dientes y cerrar los ojos con impotencia. Traté de darle una patada, pero entonces quitó la mano que tenía sobre mi boca, poniéndola encima de mi rodilla y dándole un golpe. Me sorprendió lo exacto que fue; pues consiguió inmovilizarme como si nada.

No le podía ver la cara, pero pude percibir como negaba con la cabeza lentamente. Incluso creí distinguir una pequeña sonrisa, lo cual me puso rabiosa.

—¡¿Quién coño eres?! —vociferé, con la respiración inestable. Me tuve que detener a media frase porque me faltaba el aire —. ¡¿Eres policía?! ¡Suéltame!

Aunque la presión de su cuerpo había perdido fuerza, sus manos habían logrado atrapar las mías, aumentando el sentimiento de impotencia que me atenazaba las entrañas.

No lo podía negar; estaba atemorizada. Era consciente de que él lo notaba, mi respiración entrecortada y el pulso tembloroso me delataban en sobremanera.

—No soy policía —respondió tranquilo. Su tono era neutral, y me frustraba, porque no me permitía obtener ningún tipo de información que me pudiera aclarar las ideas. No distinguía sus facciones entre tanta penumbra, por lo que miraba a la nada mientras su voz rebotaba contra las paredes del pasillo —. Te soltaré si prometes no intentar escapar.

Asentí lentamente, sin estar muy convencida de lo que iba a hacer en cuanto me liberase.

Dudó durante unos segundos, ya que no se movió un solo centímetro, pero tras pensárselo, me soltó las manos. Lo primero que hice cuando me sentí dueña de mí misma otra vez fue empujar su cuerpo lejos de mí. Me alejé de la pared y fui a tientas hasta la barandilla en busca de aire. La sensación de sofocación me había acompañado desde que entré por la puerta de esta casa, pero ahora había incrementado su intensidad a cotas insospechadas.

No tardé en notar su presencia detrás de mí.

—¿Y tú quién eres? —ladró en un susurro algo brusco, como si estar en la oscuridad lo hiciera todo más siniestro. 

Le ignoré y corrí a recoger el móvil y las llaves del suelo, alumbrándole la cara con la linterna. Alcé el brazo en el que tenía las llaves en una clara amenaza.

—Las preguntas las hago yo —espeté con brusquedad mientras sostenía el móvil que, bajo mi pulso, temblaba sutilmente.

Él puso las manos frente a sus ojos cuando el flash le dio directamente en la cara. Y yo, pese a eso, traté de analizarle en busca de alguna familiaridad; pude apreciar que se trataba de alguien joven que, incluso, podía rondar mi edad. Tenía el pelo de un tono marrón oscuro, y vestía chaqueta de cuero y jeans simples. Su piel pálida destacaba bajo la luz de mi móvil. No pude distinguir bien sus facciones porque se cubría con las manos, pero no me pasó por alto su curioso atractivo.

Aunque no era precisamente una de esas personas que transmitían serenidad o buenas vibras, tenía un aura de extraña familiaridad.

—No es por nada, pero la policía aquí pareces tú —soltó una risa por lo bajo —. ¿Podrías quitar eso de mi cara?

Resoplé, pero hice lo que me pedía. Bajé la intensidad del flash, dejando el móvil entre nosotros. Lo miré a la cara esperando algún tipo de explicación.

—¿Y bien?

Él sacó su propio móvil del pantalón vaquero y encendió su flash, alumbrándome un poco a mí.

—¿Qué te parece si te lo cuento fuera de aquí? —propuso de pronto, desviando su vista hacia las escaleras.

Miré a la oscuridad que nos rodeaba, preguntándome si debía irme de aquí con él o llamar a la policía. Pero tras pensar en unos cuantos escenarios en los que yo también me metía en problemas, me decanté por la primera opción. 

—Está bien —me adelanté a bajar las escalera, pero antes de empezar a bajar me giré y le miré a los ojos para decirle —; pero como intentes algo, te m...

—Tranquila —levantó las manos en signo de redención.

Recelosa, procedí a bajar las escaleras mientras él me seguía. Salí de la casa y él salió después, asegurándose de cerrar la puerta del patio a nuestras espadas.

—¿Qué coño hacías allí dentro? —exigí saber una vez fuera. Ni siquiera me importó que alguien nos pudiese ver discutiendo, en pleno día, en el jardín de una casa que estaba abandonada y de la cual no éramos dueños. 

—¿De verdad quieres que te lo explique aquí? —el chico se apoyó con los brazos cruzados contra la pared de ladrillo de la casa, recostando su espalda sobre la estructura y dejándose caer. 

Me transmitió una tranquilidad muy forzada. Fingida.

—No, ¿sabes qué? ¿por qué no me invitas a una cita y lo hablamos? Y ya de paso me llevas a conocer a tus padres —solté con un movimiento exagerado de manos.

A él no le hizo mucha gracia, pues se mantuvo serio. Algo en su actitud me hacía rabiar. 

Aunque lo cierto era que agradecía no haberme encontrado a algún vagabundo alcoholizado que se hubiese adueñado de la casa, este sujeto tampoco era de mi completo agrado.

—Soy amigo de Rhet, he venido aquí para buscar alguna pista sobre su paradero —respondió como si nada, barriéndome con la mirada con muy poca discreción. 

Abrí la boca para responder, pero en ese preciso momento mi móvil comenzó a vibrar en el bolsillo trasero de mis pantalones. Miré la pantalla fugazmente, cortando la llamada entrante de mi madre, y volví a guardar el móvil en el bolsillo.

—Tiene que ser broma. Conozco a Rhet de toda la vida y nunca me había hablado de ti. ¿Cómo te llamas?

No pareció sorprenderle mis palabras, pues se mantuvo inescrutable.

—Efrén. 

—¿De dónde conoces a Rhet y qué haces aquí?

Rodó los ojos, exasperado, y se encorvó antes de plantarse delante de mí. Aunque era algo más alto que yo, no me dejé intimidar y levanté el mentón para sostenerle la mirada. 

—Ya te lo he dicho —pronunció pausadamente —; soy amigo de Rhet. Y estoy aquí porque no me fío un pelo de la investigación policial que hay detrás de su desaparición. Pensé que dentro encontraría alguna pista.

Me quedé callada ante la súbita respuesta.

—Había formas más discretas de allanar una propiedad.

—No conozco otras formas —se dio una vuelta para analizar nuestro entorno, como si estuviese buscando algo específico.

Guardé silencio unos instantes, analizando bien mi siguiente movimiento.

—Conozco un sitio —empecé, no muy segura de lo que estaba a punto de decir —¿Qué te parece si te invito a un batido y me lo cuentas todo? Porque quedarnos aquí no parece lo más inteligente.

El chico se mostró algo sorprendido por mi repentina oferta, pero no tardó en asentir con la cabeza. Al ver que no sabía lo que hacer a continuación, empezó a caminar hacia el garaje exterior de la casa, por donde seguramente había entrado. Yo le seguí sin decir una palabra.

De pronto, se dio media vuelta hacia a mí, deteniendo mi andar:

—¿Y tú cómo te llamas?

Parpadeé varias veces antes de contestar, respondiendo;

—Alanna. Alanna Gilbert.

—Encantado, Alanna.

Me ofreció la mano con una media sonrisa, pero se la rechacé.

—Se te olvida que no te conozco de nada —pasé por su lado.

Me adelanté para salir del jardín, sintiendo cómo poco después sus pasos acompañaban a los míos.

************

Diez minutos después, estábamos llegando al Fresh n' Chips, la cafetería tipo americana que había junto a la iglesia más bonita de toda la ciudad. No habíamos intercambiado ni una sola palabra en todo el recorrido; simplemente nos dedicamos a mirar a cualquier otra parte, aplazando el momento en el que íbamos a aclarar toda esta situación.

Cuando toqué la puerta para abrirla, no pude ignorar el cartel de "se busca" que había pegado en el cristal.

Me tensé al instante, tratando de disimular el nudo que se había instalado en mi garganta al distinguir el rostro de Rhet en ese cartel.

Cuando entré, Kennedy me saludó desde el otro lado de la barra sin ocultar su sorpresa. Le regalé una media sonrisa mientras que, dándole la espalda a Efrén, me adentraba al establecimiento.

—¿Qué tal? Cuánto tiempo —comentó la pelirroja con una sonrisa dubitativa, dejando que el silencio y la incomodidad se instalasen entre nosotras. Era como si no supiera cómo tenía que actuar conmigo. Como si no me hubiese visto crecer entre las mesas torneadas que habían repartidas por todo el establecimiento.

Me removí incómoda. 

La última vez que vine aquí con Rhet fue para celebrar que habíamos superado el segundo trimestre del curso. Nos tomamos un helado doble de piña y limón; acabé comiendo del suyo porque me terminé el mío muy rápido. 

—Sí bueno, aquí estoy —esbocé una sonrisa tensa, tratando de advertir lo que venía a continuación. Miré a Efrén un segundo, intentando ignorar su expresión de curiosidad por la situación tan tensa que se desarrollaba frente a sus narices.

Tal y como sospechaba, el tema no tardó en salir a la luz:

—Siento mucho lo de Rhet... a todos nos ha afectado muchísimo —ella dejó un par de servilletas encima de la barra, centrando toda su atención en mí. Por un segundo, sus ojos verdes se fueron al pelinegro, pero no tardaron en volver a mí —. Muchos de los negocios locales se han unido para movilizar a la gente y...

—Lo sé —la corté, carraspeando —. Gracias.

No sabía qué otra cosa decir, por lo que tomé uno de los menús y me fui a la mesa número tres. Miré a mi alrededor en busca de alguna cara conocida, pero no encontré a nadie que me resultara familiar, solo a un montón de gente que comía sin percatarse de mi presencia.

Le di el menú a Efrén para que le echara un ojo mientras analizaba el lugar como si no me lo conociera de arriba abajo.

—¿Qué vas a pedir? —me preguntó levantando la vista de la carta.

—Batido de frambuesa y fresa —respondí, removiendo los dedos por encima de la mesa.

Estaba nerviosa, no era algo nuevo, pero pensé que podría ocultarlo mejor.

Efrén llamó a Harry, el camarero, con un gesto de la cabeza. Él no tardó en acercarse tras dejar una cerveza espumosa en la mesa seis. Se encaminó a nuestra mesa con una sonrisa ladina y su libreta en la mano.

—Que bueno verte por aquí —me sonrió amable —¿Lo de siempre?

Sonreí;

—Por supuesto.

Apuntó mi orden en su libreta y miró a Efrén.

—Que sean dos batidos de frambuesa y fresa —le entregó el menú y el joven de tez morena desapareció tras la barra.

El silencio volvió a adueñarse del ambiente. Lo miré analítica mientras se dedicaba a jugar con el dispensador de servilletas, ausente.

—¿Por qué de frambuesa y fresa? —soltó de repente sin apartar la mirada del dispensador que tenía entre las manos.

—Está bueno —respondí con simpleza —, y siempre pido el mismo.

—¿Y por qué no probar otros sabores?

Dejó el dispensador en el centro de la mesa tal y como lo había encontrado, cruzándose de brazos. Su postura era una relajada, con la espalda apoyada en el respaldo de la silla y las piernas estiradas por debajo de la mesa.

—Bueno, si siempre pido lo mismo, me aseguro de que siempre me va a gustar —contesté con una media sonrisa.

El ambiente empezaba a ser más llevadero, como si fuéramos dos personas normales que estaban conociéndose en una situación normal. Nada más distante de la realidad.

Sonrió negando con la cabeza, y luego me miró con un aire de superioridad.

—Eso es porque nunca has probado el batido de mango y limón.

En ese momento llegó Harry con nuestros batidos, dejándolos los dos batidos sobre una bandeja.

—Gracias, Harry —me guiñó un ojo antes de irse a la mesa número cinco, en la que una señora de gafas rosas le llamaba con un gesto de la mano.

—Vamos a ver si está tan bueno como dices —siseó el pelinegro inclinándose para alcanzar uno de los batidos. Me miró un instante antes de llevarse la pajita a la boca y darle un sorbo.

—¿Qué tal? —pregunté alzando las cejas y llevándome el mío a la boca.

—Está delicioso —soltó antes de relamerse los labios.

Yo solté una carcajada mientras le veía apresurar el vaso.

—Te lo dije.

La tensión había desaparecido un poco, lo cual me permitió relajarme y disfrutar del batido y de, sorprendentemente, la compañía de un aquel desconocido.  

Aunque por un breve instante se me había olvidado por qué estábamos allí, pronto lo recordé;

—Y bien, sigo esperando una explicación, ¿recuerdas?

Empecé a jugar con la pajita verde lima de mi batido a medio acabar, mirando como él suspiraba y se removía en el asiento para enderezarse.

—Ya te lo he dicho; estoy haciendo de Sherlock Holmes.

Fruncí el ceño.

—¿No te parece un poco presuntuoso?

—¿El qué? —preguntó con la pajita en la boca. Era la primera vez que le veía despreocupado y realmente relajado, no fingiendo esa tranquilidad que había detectado cuando le interrogué.

—Llamarte Sherlock Holmes cuando lo único que has hecho es allanar una casa.

Él puso una expresión de sorpresa en su rostro, negando con la cabeza como si se sintiera decepcionado.

—Y yo que pensaba que empezaba a caerte bien... 

Me tragué la pequeña sonrisa que tiró de mis labios, mirándole con atención, como si fuese un rompecabezas.

—Hablo en serio.

—Y yo —sonrió condescendiente mientras removía la pajita en los restos de su batido —. Te juro que lo único que buscaba eran pistas; algo que pudiera haber sido ignorado por la poli, algo que pudiera ayudar a dar con Rhet.

—Está bien, te voy a creer, de momento —empecé, dejando el vaso sin contenido a un lado —. Pero necesito la historia completa, cómo conociste a Rhet, qué relación tienes con él... Lo quiero todo.

Se enserió un poco, pasándose la mano por la cara. Su postura cambió a una más seria. Se puso recto y se inclinó sobre la mesa como si lo que estaba a punto de decir fuera de alto secreto.

—Sé que tú no me conoces a mí, pero yo sí que te conozco a ti. 

Aquello me dejó helado, tanto que no supe como responder durante los siguientes instantes. Solo me dediqué a esperar a que ampliara esa afirmación, ojeando de vez en cuando si habían oídos indiscretos a nuestro alrededor.

—Rhet siempre me hablaba de ti.

—No entiendo nada. Si él te hablaba de mí, ¿por qué yo no sabía de tu existencia?

—Así lo quería él.

Negué con la cabeza dándole a entender que no le seguía y que estaba más confundida de lo que había estado nunca.

—Esto es una broma, ¿verdad?

—No, Alanna... —vaciló, lo vi en sus ojos —, hay cosas que Rhet te escondía. Pero lo hacía para protegerte, siempre trataba de protegerte de...

—¿Qué? —me estaba muriendo de las ansias. Aunque una parte de mí me gritaba que no debía creer en una sola palabra de este sujeto, había otra que me aseguraba que decía la verdad.

—Él corría —soltó, y al ver que no entendía nada, agregó —; corría en carreras. Carreras ilegales.

Dijo eso último en un susurro tan bajo que solo él y yo pudimos escuchar.

—Sí claro —mi boca tomó la iniciativa, agresiva. Ni siquiera estaba controlando mis palabras.

—Te lo juro —tragó saliva —. Me va a matar cuando se entere, pero no tengo de otra más que contártelo.

—¿Rhet Sandler? ¿En carreras ilegales? —grazné con ironía. Mi tono, sin embargo, temblaba como si estuviera a punto de estallar en llanto —. Rhet no es así, me estás mintiendo.

Negó varias veces.

Me quedé en shock, escuchando como mi pulso subía de intensidad progresivamente. El local entero parecía haber enmudecido, aunque lo cierto era que la única que había enmudecido era yo.

Efrén tuvo el vago reflejo de cogerme la mano por encima de la mesa, a lo cual reaccioné violenta, apartándome. 

—Tengo pruebas. 

Se echó para atrás con una expresión fría, volviendo a pegar la espalda a la silla de madera gris. 

—Llévame.

—¿Qué? —no se lo esperaba, por eso me miró como si me hubiese salido otra cabeza.

—Quiero que me lleves al lugar en el que hacía esas supuestas carreras —afirmé —. Ahora.

Me levanté tras sacar dinero del bolsillo y dejarlo sobre la mesa.

Me di media y vuelta y salí de allí sin despedirme de nadie, pues necesitaba tomar aire para pensar fríamente sobre lo que acababa de escuchar. 

—Tengo el coche a un par de calles. ¿Me sigues? —escuché su voz a mis espaldas.

Me paré en seco mientras él se situaba a mi lado, dándome una mirada por encima del hombro.

Y no pude evitar preguntarme;

¿Iba a subirme al coche de un completo desconocido?



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