Capítulo 8

Tras subir al salón, escuché cómo la mayoría de los invitados estaban en el jardín, pero antes de que pudiera dirigirme hacia la mesa de las bebidas, una mujer pelirroja de mediana edad me saludó con una sonrisa.

-Buenas tardes, querida. Soy la señora Emily Brent.

Estreché su mano a la vez que me presentaba.

-Parece que somos las únicas damas presentes- señaló.

-Eso parece- contesté un tanto tímida.

-Si me disculpa, iré a saludar al resto de los invitados- dijo sin darme la oportunidad de despedirme.

"Parece que quiere causar una buena impresión a todo el mundo"

Estaba a punto de servirme una copa cuando me fijé en que en la pared también estaba colgado el cuadro del poema.

-También hay uno en mi cuarto- señaló una voz haciendo que me girase para ver de quién se trataba.

Era Philip Lombard, el cual vestía un esmoquin haciéndole ver realmente atractivo.

"No caigas en su juego, Kate"

-Creo que hay un cuadro de ese poema en todas las habitaciones de la casa- puntuó aquel hombre mientras se acercaba a mi.

Me estaba empezando a poner los pelos de punta, tenía esa mirada que hacía que mi corazón se saliera del pecho.

-La vi en el tren. Me pregunto qué tipo de sueño ha tenido que tener para despertarse tan asustada- dijo con tono de burla.

-Señor Lombard- le advertí-. No me gusta sentirme observada, por lo que si cree que me conoce, le puedo asegurar que no sabe absolutamente nada sobre mí.

Intenté apartarme de él, pero antes de que pudiera hacerlo me agarró del brazo aunque no lo hizo con la intención de hacerme daño.

-Tengo presentimientos sobre la gente- susurró-. Y creo que usted tiene miedo de algo.

Me quedé mirándole durante más tiempo de lo que pensaba, pero no podía evitarlo. Aquel hombre era como un imán para mí.

Estuve a punto de reprenderle por su comportamiento tan poco caballeroso hasta que oímos unos pasos que se iban acercando, por lo que Philip me soltó el brazo y se sentó en uno de los sillones sin apartar la mirada.

Al ver quién entraba en la estancia pude fijarme que se trataba del señor Marston, quien al vernos nos dedicó una sonrisa.

-¿Quiere tomar algo, señor Marston?- pregunté intentando ser educada.

-Un Virgin- ordenó sin mirarme.

"Ya podría decir por favor y gracias"

-No recuerdo su nombre- dijo dirigiéndose esta vez a Philip.

-Philip Lombard- contestó serio.

-¡Ah, irlandés!- exclamó alegre-. Entonces debe conocer a los Cormoran. Son muy buenos amigos míos.

En cuanto terminé de servir la bebida del señor Marston fui a ofrecérsela, pero ni siquiera me prestó atención, ya que seguía mirando a Philip como si ya fuera su amigo más íntimo.

"Me ha quedado claro que yo he pasado a un segundo plano"

-¿A usted le gusta apostar, Lombard?- preguntó intrigado.

-Depende- contestó.

-Le apuesto diez libras a que durante la velada, el general y el juez, que son los más vejestorios comenzará a hablar sobre la guerra y nos preguntarán si nos arrepentimos de no haber servido en ella.

Me quedé anonadada por las palabras que acababa de decir aquel joven, pues no debería hablar de esa forma sobre los hombres que lucharon por su país y por su libertad a costa de jugarse la vida.

-También estoy seguro de que nos preguntarán si cumpliremos con nuestro deber en la próxima guerra, aunque no creo que la haya.

-Siempre hay una próxima- expuso Philip convencido de que decía.

Debo confesar que tenía razón. La situación que se está viviendo en Europa es bastante peliaguda hoy en día: Italia con Mussolini, España finalizando una Guerra Civil de tres años y Hitler es ahora el hombre más poderoso de Alemania y como todos los hombres poderosos, siempre quieren más, ya sea territorios, poder e incluso dinero.

-¿Qué le parece?. ¿Apostamos?- quiso saber con interés.

Entonces, Lombard posó su mirada en mí y yo decidí evitarla.

-Las ocasiones son escasas- respondió sin más.

Parece que aquella respuesta fue suficiente para aquel chico, ya que se limitó a sonreír para luego dirigirse al jardín.

-¿Qué le ha parecido este invitado?- quiso saber el hombre.

-No comento nada ni de los invitados, ni de los anfitriones- contesté antes de dirigirme al comedor tras escuchar el sonido del gong que indicaba la hora de la cena.

-La secretaria ideal- conseguí escuchar de aquel hombre que me estaba empezando a sacar de quicio.



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