Capítulo 7
El interior de la casa denotaba que los dueños tenían un gusto un tanto extravagante para mi gusto.
-Oiga, Rogers- llamó el general-. ¿Cuándo vamos a conocer a nuestros anfitriones?
-Deberíamos estar todos aquí esta noche, señor- le respondió amablemente.
-¿La señora Owen ha dejado instrucciones para mí?- pregunté-. Soy su secretaria.
El señor Rogers dejó de mirar al general para prestar toda su atención hacia mí con interés.
-Nos dejó dicho que deseaba que se sintiera cómoda y que tuviera todo lo que pudiera necesitar- explicó.
"¿Me van a tratar como al resto de los invitados? Esto es muy raro"
Estaba a punto de replicar cuando apareció un joven de unos veinte años sonriéndonos a todos.
-Buenas tardes- saludó-. Soy Tony Marston.
Ninguno le saludamos por la impresión que nos dio, parecía el típico niño rico que siempre tenía lo que quería.
-Bueno, estoy deseando conocerles a todos en la cena- contestó sin perder la sonrisa.- Rogers, tráigame un gin-tonic bien cargado- le ordenó al mayordomo antes de subir las escaleras.
-Sí, señor.
Después de que el señor Rogers les pidiera a los caballeros que le acompañasen hasta sus respectivas habitaciones, la señora Rogers me condujo hasta la que sería mi habitación durante unos días.
La estancia era amplia, con un gran ventanal, una cama mediana y un escritorio con los utensilios básicos para escribir cartas como la tinta, la pluma y algunos sobres con decorados florales, pero hubo algo que me llamó la atención y fue que desde la cama se veía un cuadro en el que había algo escrito y nada más acercarme me percaté de que se trataba del famoso poema "Los diez soldaditos", el cual les recitaba a mis alumnas al principio del curso:
"Diez soldaditos se fueron a cenar.
Uno se ahogó y quedaron: nueve.
Nueve soldaditos trasnocharon mucho.
Uno se quedó dormido y quedaron: ocho.
Ocho soldaditos viajaron por Devon.
Uno se quedó y quedaron: siete.
Siete soldaditos cortaron leña.
Uno se cortó en dos y quedaron: seis.
Seis soldaditos jugaron con una colmena.
A uno le picó una abeja y quedaron: cinco.
Cinco soldaditos estudiaron Derecho.
Uno se licenció y quedaron: cuatro.
Cuatro soldaditos se hicieron a la mar.
Un arenque rojo se comió a uno y quedaron: tres.
Tres soldaditos se fueron al zoo.
Un oso atacó a uno y quedaron: dos.
Dos soldaditos se tumbaron al sol.
Uno se quemó y quedó: uno.
Un soldadito se quedó solo.
Y se ahorcó, y no quedó ¡ninguno!"
En mi opinión, por muy desagradable que le pareciese a algunos, aquel poema me servía para hacerles comprender a las niñas que debían portarse bien para que no les pasasen cosas malas y es que el mundo está lleno de peligros.
Tras refrescarme un poco, decidí prepararme para bajar a cenar y en cuanto terminé me dirigí hacia la puerta, pero antes de abrirla comencé a escuchar las voces del matrimonio Rogers, por lo que me asomé para ver lo que ocurría.
Abrí la puerta lo suficiente para que no se percataran de mi presencia y yo pudiera verlos.
Al parecer, el señor Rogers estaba reprendiendo a su mujer por no ser tan rápida para hacer su trabajo, lo que a mí me empezó a poner de muy mal humor.
"No debería tratarla así. Bastante trabajo tendrá la pobre en la cocina."
En cuanto desaparecieron de mi vista, me dispuse a bajar al salón, pero escuché un ruido desde el sótano que llamó mi atención, por lo que decidí ir a inspeccionar.
El lugar no estaba muy oscuro gracias a las bombillas encendidas del techo por lo que pude ver perfectamente que al otro lado del pasillo había una puerta cerrada desde la que casualmente provenía aquel ruido.
Me acerqué poco a poco a la puerta y en cuanto levanté el brazo para agarrar el pomo para ver lo que había dentro, escuché la voz de la señora Rogers a mi espalda dándome un susto.
-¿Está buscando a alguien, señorita?- preguntó con calma.
Me giré para verla con el susto aún metido en el cuerpo por lo que tuve que respirar hondo varias veces.
-Esta es la parte de abajo, señorita Maywood- explicó-. Para el personal y los invitados no pueden bajar aquí abajo.
-Yo también soy del personal- esclarecí.
-Señorita. los señores nos han pedido que la tratemos como una invitada más.
Al ver que no iba a conseguir nada, decidí hacerle caso a la señora Rogers y me dispuse a subir las escaleras para dirigirme al salón notando cómo aquella mujer me seguía con la mirada.
"Este lugar es cada vez más extraño"
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