Capítulo 20
Ya había caído la noche cuando terminamos de revolver todas las habitaciones sin encontrar la llave y la pistola.
-No sé ustedes, pero yo estoy agotado- señaló el doctor.
-Hemos pasado todo el día buscando la llave y el arma por todas partes y nada- dijo Blore en tono ofuscado.
-Creo que sería una buena idea preparar la cena- opiné en voz alta.
-Tiene razón, señorita Maywood- acordó el juez.
Me disponía a ir a la cocina cuando me llamó el doctor.
-Alguien debería ir con usted.
"No se fía de mí"
-¿Cree que voy a envenenarle?
-Yo la veo muy capaz de hacerlo- contestó a la vez que se acercaba a mí de manera amenazante.
De refilón pude ver cómo Philip estaba dispuesto a enfrentarse al doctor, pero al ver que me mantenía firme decidió no hacer nada, ya que si alguno de ellos se daba cuenta de que éramos aliados, el plan para atrapar al asesino se iría al traste.
-Por si no se ha dado cuenta, doctor. El señor Owen mata de uno en uno y de un modo concreto, ¿o es que no le a prestado la suficiente atención al poema? Y en ninguna parte menciona una pistola.
-Tiene razón- me apoyó el juez.
-Yo la vigilaré- se ofreció Philip.
Ambos nos dirigimos hacia la cocina y en cuanto se aseguró de que no había nadie espiando, Philip se acercó a mi para luego abrazarme.
-Si ese tipejo vuelve a acercarse a ti, te juro que no respondo.
"En el fondo es encantador"
Yo sólo pude sonreír ante lo que me acababa de decir.
-Debería empezar a preparar la cena.
-Te ayudo.
"Un hombre que se ofrece a cocinar, Shelby se moriría de celos"
Me acerqué a la nevera y vi algo que me sorprendió hasta tal punto que hasta Philip se dio cuenta.
-¿Qué ocurre?
-¿Recuerdas la cena de anoche?- pregunté a lo que él asintió.
-Rogers nos dio raciones pequeñas de carne y la noche anterior no comimos- recordó.
-¿Y cómo es que ahora hay suficiente carne para todos?
Cogí el plato con el alimento, pero en cuanto la olí me di cuenta de que ya estaba podrida.
-El asesino quería usarla para otra cosa- dije.
-¿Simular su muerte?
-Sí- afirmé.
-¿Crees que aún sin tener la carne intentará hacernos creer que ha muerto?- volvió a preguntar.
-No veo porqué no, ese monstruo cree que está haciendo algo bueno. Pero no es así.
Tras terminar de hacer la cena, llevamos los platos al comedor y así reunirnos con los demás.
Comimos en silencio y nada más terminar escuchamos como una tormenta se iba acercando poco a poco.
-¡No podemos quedarnos aquí!- gritó el doctor de repente.
-¿Y qué sugiere que hagamos?- preguntó Blore ya cansado de escucharle.
-¡Pues hacer una señal o una hoguera!
-No podemos. Con este tiempo es imposible.
-He oído que le gustaba mucho ver las ejecuciones en la soga cuando ejercía, juez- dijo Philip intentando cambiar la conversación.
Al anciano, al contrario que el doctor y Blore, no le sorprendió en absoluto la afirmación que acababa de escuchar.
-Cuando era apropiado, sí.
-El sargento Blore me ha dicho que asistía a todas las ejecuciones que ordenaba- enfatizó la palabra todas y sin dejar de mirarle.
"¿Cómo le afectaría eso a una persona ver eso?"
-¿Eso cierto, juez?- quiso saber Philip.
-Yo tenía el poder de ejecutar a todos aquellos hombres y mujeres que habían cometido algún delito- contestó sin dejar de mirarle-. Es un poder que conlleva una gran responsabilidad y mirar hacia otro lado mientras se ejerce dicho poder es un acto de cobardía y de irresponsabilidad.
-¿Vio la ejecución de Edward Seaton?
"La voz del disco dijo que el juez había sido acusado de asesinar a un tal Edward Seaton"
-Leí algo sobre un tal Edward Seaton en el periódico- recordé-. Se decía que era inocente.
Entonces, el juez dejó de mirar a Philip para mirarme a mí. Noté cómo sus ojos me atravesaban como su fueran puñales.
-Le puedo asegurar, señorita Maywood, que aquel hombre no era ningún inocente. Escribió un diario en el que relataba cómo torturaba y mataba a sus víctimas. Varios expertos dijeron que poseía una mente enferma y psicópata porque creía tener el derecho de matar a todas aquellas personas que no merecían vivir en este mundo, algunas de ellas niños.
Notaba la bilis por mi garganta, pero saqué fuerza para hacerle entender al anciano que no me asustaría con facilidad.
-También utilizaba el sadismo con sus víctimas. Decía que aquello le excitaba enormemente.
-Usted sentenció el veredicto correcto- le apoyó Blore-. Aquel ser era perverso pero, ¿por qué no fue a ver su ejecución?
-Si que lo hice. Fue algo realmente perturbador, no se lo desearía ni a mi peor enemigo.
-¿Y eso?- cuestionó el doctor.
-Rechazó la capucha porque quería que viese su cara para que viese que no éramos tan diferentes o para reírse de mí.
-¿Reírse de usted?- pregunté extrañada.
-Sí- afirmó sin mirarme-. De la justicia. No se sentía intimidado por ella, ni tampoco la respetaba porque mientras que a mí me olvidarían a él recordarían por sus terribles crímenes para toda la eternidad. Pero por suerte, la justicia siempre les llega a los que se libran de ella, o creen haberse librado.
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