Capítulo 11
-Ha sido una velada excepcional- celebró el juez.
-Coincido con usted, juez- señaló el general.
-Por favor, general. Ya estoy retirado de la justicia.
"Así que ya no ejerce"
-Lo siento- se disculpó-. Es la costumbre.
-Bien señores- comenzó la señora Brent-. La señorita Maywood y yo nos retiramos a la sala de al lado para tratar nuestros asuntos.
"No sé qué tipo de asuntos podríamos tratar usted y yo"
-Pues...si necesitan algo, avísenos- pidió el general mandándome una sonrisa de ánimo.
"A él tampoco le cae bien"
Le devolví la sonrisa al general antes de ir detrás de la señora Brent, quien se dirigía hacia el salón.
En cuando nos sentamos, vi cómo la señora Brent empezaba a sacar sus ovillos de lana.
-No me gusta nada la costumbre de dejar a los hombres solos con sus historias- confesé sin poder evitarlo.
-Las costumbres, señorita Maywood, son las que nos mantiene unidos frente al inminente caos- sentenció la mujer con autoridad.
"Más bien es una manera de dar la espalda al infierno que sufrió el país hace años"
De repente, la señora Rogers entró en la estancia con una bandeja de café y al notar que tenía un poco de prisa me levanté para cogerla.
-Ya sirvo yo el café, señora Rogers. Usted debe de estar muy ocupada en la cocina.
-Gracias, señorita- agradeció con un susurro.
-Una cena maravillosa, señora Rogers- le felicitó la señora Brent-. Los Owen tienen mucha suerte de tenerla y se lo diremos cuando vengan.
-Gracias, señora- volvió a agradecerle antes de volver a sus quehaceres.
Estaba empezando a oír una especie de zumbido, como el de un micrófono cuando la señora Brent comenzó la conversación.
-¿Dónde está su colegio, señorita Maywood?
-En el pueblo de Snowhill.
-No parece ser un colegio especialmente bueno- señaló con acidez.
-¿Por qué dice eso?- pregunté extrañada.
-Si fuese bueno no necesitaría buscarse un empleo durante los meses de verano- explicó sin dejar de tejer-. No estoy en contra de que quiera mantenerse ocupada, pero no entiendo porqué las niñas criadas en pueblos pequeños tengan que tener una educación.
-Porque todos deberíamos tener derecho a una buena educación- le respondí intentando no perder la calma.
-Yo solo digo que las niñas pueblerinas no merecen ni su tiempo ni su atención- contestó sin más.
Estuve a punto de recriminarle cuando una voz desconocida comenzó a hablar:
Damas y caballeros. Silencio, por favor.
Se les acusa de los siguientes cargos:
Edward George Armstrong, se le acusa del asesinato de Louisa Mary Clees.
Emily Caroline Brent, se la acusa del asesinato de Beatrice Taylor.
William Henry Blore, se le acusa del asesinato de James Stephen Landor.
Katherine Rose Maywood, se le acusa de los asesinatos de Charles y Violet Maywood.
Philip Lombard, se le acusa de los asesinatos de veintiún hombres miembros de una tribu del Este de África.
John Gordon Macarthur, se le acusa del asesinato de Arthur Richmond.
Anthony Marston, se le acusa de los asesinatos de John y Lucy Combes.
Lawrence John Wargrave, se le acusa del asesinato de Edward Seaton.
Thomas y Ethel Rogers, se les acusa del asesinato de Jennifer Brady.
Señores acusados, ¿cómo se declaran?
La voz se calló y sólo logré oír una pila de platos rompiéndose.
"¿Qué demonios ocurre aquí?"
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