37: Su voluntad
Miré de reojo a Mónica. Ella también me miraba, tal y como sospechaba, así que fruncí el ceño.
—Qué.
—Te miro.
—¡Por qué! —refunfuñé.
Estaba de mal humor porque no había podido ir al pueblo ese, aunque claro, no culpaba a la señora Lucy por haberse muerto y tener que haber ido a su velatorio y entierro, culpaba al trabajo que estaba haciendo con el grupo de odiosos.
—Sabes que aunque eres odioso, tienes algo así como buena energía.
Resoplé.
—¿Crees en esas cosas raras?
—Ay. ¿No te ha pasado que ves a alguien y de inmediato te cae mal? Como si no estuviera a tu misma frecuencia o te repeliera. ¿O como en mi caso ahora, que alguien te agrada a primera?
—Mmm... Pues sabrás que no es mutuo.
Pareció molestarse un poco y se reacomodó en su silla para seguir escribiendo.
—Parece que después de todo, el viernes no te fue muy bien —atacó con cierta felicidad.
Arqueé una ceja.
—¿Te importa?
—Aah —habló Mario, volteando a ver desde la computadora—, ¿te la ligaste como dijiste?
—Ya no volviste —agregó Mónica a modo de reclamo.
—No te creía capaz —dijo Jesús—, creí que tu madre te había enseñado al menos a respetar...
—No me vengas con tus cosas religiosas. No me conoces además.
Guardaron silencio y ya no volvieron a tocar el tema luego. Hubo silencio y tranquilidad hasta que mi móvil sonó.
—Alexander —habló alguna de las de la congregación religiosa—, tu mamá Carmen se nos ha puesto mal... —Se me formó un nudo en el estómago por la preocupación.
—¿Qué le pasó? Hable.
—No sabemos bien, solo está débil. Creí que ya te habían avisado. Pero ya llamamos a un médico...
—Qué médico ni nada, voy para allá.
—Pero... —Colgué.
—Maldición —susurré. Me puse de pie con prisa—. Acabarán ese trabajo sin mí.
—¿Qué?
Fui por mi mochila.
—Oye, ¿qué pasa?
—Mi madre está mal. Si quieren no me pongan en el grupo, pero debo irme.
Mónica corrió a la puerta y le quitó algunos seguros para abrirla.
—No te preocupes, no dejaré que te saquen —aseguró.
Asentí en agradecimiento y salí.
Fui corriendo para llegar al paradero de los buses que llebavan a ese otro lugar apartado de la civilización en donde les gustaba hacer sus estúpidos retiros o paseos religiosos.
El camino de más de cuarenta minutos se me hizo eterno por la preocupación. Algo me decía que debí haber hecho que no fueran, sabiendo cómo eran esos lugares, sabiendo que estaba la bruja tía esa. Si era tan unida a Eliza, debí haber pensado que podrían atacar por ese lado, quizá le había hecho alguna cosa. Resoplé exasperado. No dejaba de cometer estupidez tras otra.
Apenas llegó el bus, bajé corriendo y busqué el convento.
***
—No puedes pasar —dijo una monja.
—¿Cómo que no? ¡Mi madre está ahí!
—Pero en el lugar solo para mujeres.
—Al diablo eso, soy su hijo.
Se escandalizó y persignó.
—¡Más respeto! El médico está por llegar además.
¡¿Y acaso el médico estaba en marte, que hasta ahora no llegaba?! Estaba por reclamar eso y entrar a lo salvaje aunque me quisieran detener mil monjas, cuando una voz femenina intervino.
—Ahí está el médico que han mandado.
Vino una chica rubia de ojos azules. La monja la miró y luego a mí.
—Pero si se le ve joven.
—Es residente, déjelo pasar —habló otra chica castaña de ojos verdes—. Ven con nosotras.
Quedé perplejo, pero ya que tenía la oportunidad, aproveché.
Me guiaron por el lugar, las vi de reojo a las dos, eran realmente atractivas. La castaña me miró y frunció el ceño, la rubia me sonrió.
Ah... no podía ser.
—¿Creen que no voy a saber quiénes son? —Lucero guiñó un ojo mientras sonreía feliz con su travesura. Solté aire y terminé riendo—. Vaya, vaya. Bueno, gracias por ayudarme.
—Mejor esto a que entraras como loco aunque las monjas te lo...
—Sí, sí, ya. ¿No que ya no pueden leer mi mente?
—No, pero te conocemos demasiado bien.
Vi a mi mamá recostada en la habitación y entré de golpe.
—Mamá. —Me arrodillé al lado de la cama y palpé su frente.
Me miró y se sorprendió lo que su debilidad le permitió.
—¿Alex?
—No hables, cierra los ojos —ordené poniéndome de pie para pasarle energía pero alguien entró.
—¿Qué haces aquí? —quiso saber la bruja roba energía—. Qué bueno que viniste —agregó cambiando de expresión, obviamente fingiendo alivio.
Me puse serio y a la defensiva.
—Sí, qué bueno. ¿El médico no iba a venir? ¿A quién le encargaron llamarlo?
—Te aseguro que lo llamé.
—¿En dónde está mi hermana?
—Estaba jugando por algún lado... —Apreté los puños. ¿Cómo dejar la habitación e ir por ella? Mi madre parecía haberse dormido, no estaba en condición ni de fijarse en lo que podría pasarle. Pensé en Sirio y Lucero, si estaban cerca al menos podrían hacer algo tal vez—. ¿No vas a ir a buscarla?
—No. Ya me la traen. Ahora habla, ¿qué le has hecho? —murmuré bajo, y sin querer soné bastante amenazante.
—Veré si te debilitas...
Sentí en ese instante el leve tirón que hizo de alguna forma a mi energía, pero no cedió. Se preocupó y sentí también la poca energía negra que me mandó, y que me fue fácil hacer desaparecer con una honda energética que salió de mí y se expandió más allá de las paredes de la habitación en menos de un segundo, que yo mismo había aprendido a hacer a modo de protección, gracias a los entrenamientos que me habían dado.
Podía formar barreras, incluso encerrarme a mí mismo en ella.
—¿Crees en serio que vas a poder conmigo? —me burlé.
—Vaya, no es como dijo... —renegó en voz baja.
La rabia amenazaba con inundarme. Me le acerqué con molestia.
—Dile a esa tonta de tu ahijada que deje en paz a mi madre y hermana, que si les tocan un solo cabello, te juro por ellas, que me voy a desconocer a mí mismo. ¿Entendido? —terminé amenazando entre dientes.
—¡Alex! —Entró Melody a abrazarme.
Me incliné y la cargué.
—¿Estás bien?
—Sí, pero mi mami...
—Tranquila. —Miré a la tía—. Anda trae a ese médico de una vez.
La mujer asintió rendida y salió. Bajé a mi hermana y me acerqué a mi mamá para ayudarla a recuperarse. Respiré hondo y cerré los ojos para imponerle mis manos. Limpié mi mente de pensamientos inservibles, ya que mi cabeza era un lío por culpa de la vieja loca, y la prima más loca.
Apenas volví al estado de tranquilidad, que también había tenido que aprender con los ángeles, la energía fluyó enseguida.
—Dos chicas muy lindas me guiaron —comentó Melody.
—Ah, eso me alegra...
—¿Qué haces?
—Ayudo a mamá.
Abrí los ojos y pude seguir sin necesidad de mantenerlos cerrados. Mi hermana se acercó y apoyó las manos en el borde de la cama.
—Le pasas algo del sol...
—¿Puedes verlo?
—Mmmm, casi casi.
Sonreí.
—Pues me alegro.
Para cuando llegó el médico, mi madre estaba bastante bien. Al no dar con lo que había tenido, obviamente, llegó a la conclusión de que seguro había sido alguna "descompensación", quizá una baja de presión sanguínea, pero ella no sufría de esas cosas. Fuera como fuera, estaba tranquilo por haberla ayudado con lo que en verdad tenía.
Mi móvil sonó y solté un resoplido. Ya me empezaba a dar miedo contestar, pero tuve que hacerlo.
—Señor Alexander Acosta. Se requiere que asista a la lectura del testamento de la señora Méndez, quien lo menciona en este.
—¿Qué? —El hijo había sospechado bien al final, pero me era sorprendente que de verdad me mencionara—. No... Bueno, no es necesario, los hijos pueden estar solos en eso...
—La señora mencionó que de seguro se negaría pero dijo que insistiéramos. Ella lo quiso así. Fue su última voluntad.
Tensé los labios. Tuve que aceptar, solo porque la señora había querido, mas no porque yo quisiera algo suyo.
***
Regresé de ese lugar con mi mamá y hermana, aunque hubieran querido quedarse las hubiera hecho venirse conmigo.
Al día siguiente en la exposición del trabajo felizmente supe, y Mónica había cumplido con mantenerme en el grupo, sino de seguro hubiera estado perdido. Tal había sido mi preocupación en el momento que incluso me había dejado de importar eso a tal punto de decirles que me retiraran si querían.
—Bien —habló el profesor—. ¿Preguntas? —Miró a los alumnos.
Y claro, no faltó el baboso que alzó la mano. El gordo de lentes que me había hecho recordar al hermano de Jenny.
—Eso que pasó con lo del sapo venenoso en otro hábitat, podría ser que haya pasado con nosotros también. ¿No lo han pensado?
—¿En qué modo? —quiso saber Mónica, confundida.
—Sí —murmuré—. Sí lo he pensado. —Sin querer obtuve la atención de todos, eso me molestaba un poco pero no me quedó más que explicar—. Así como pasa cuando movemos a un animal a otro ecosistema, ocasionando un desequilibrio e incluso arruinándolo, sí he llegado a pensar que podría ser nuestro caso a gran escala. Aparecimos en este planeta, o por ahí algunos dicen que nos pusieron, pero desde ese entonces la tierra ha venido colapsando de forma lenta. Hemos arruinado su mega ecosistema. ¿Por qué ningún otro ser ha llegado a ser tan listo como nosotros? No me pueden engañar con eso de que en una época el humano consumió mejores cosas como pescados llenos de omega y demás que ayudó a su cerebro, porque hay muchos otros animales que también los comen.
—Doctor Acosta nos salió científico —comentó el profesor.
Moví la cabeza en negación mostrando una leve sonrisa.
—Una vez pensando eso se me hizo casi obvio que aparecimos de golpe aquí. Sino el planeta y la vida que alberga no estarían teniendo estragos. El hecho de que no actuemos de forma consciente con el planeta y que este sufra es solo parte de una especie de evidencia a esa teoría. Porque es así como hizo el sapo, actuó de forma inconsciente, solo un animal siendo él mismo, en un ecosistema no hecho para él y su forma de vivir.
—Debo admitir que es interesante. Es bueno que ustedes como estudiantes de universidad estén abiertos a nuevos pensamientos —les habló al resto—, lleguen incluso a sus propias conclusiones.
La clase terminó y mientras otros guardaban sus cosas, Mónica se me acercó.
—Según un canal, los extraterrestres tomaron a un homo no sé qué, y lo modificó, creándonos a nosotros —comentó.
—Sí... Eh, ¿por qué me hablas de eso?
—Puede que sean teorías locas, pero a veces aciertan de tal forma que la verdad, asusta.
—Seguramente.
Empezó a seguirme. La miré de reojo, incómodo. Por otro lado quise sonreír porque andaba tan erguida y orgullosa como un pollo, nadie le había dicho que al ser baja no importaba si andaba con garbo, si se le ponía un vestido de los antiguos, y un gorro, podía pasar como muñeca Alicia en una tienda.
Podían empacarla y llevarla, traté de no reír. En eso empezó a hablar:
—¿Has leído sobre las supuestas razas de extraterrestres? Cuenta que hay los altos blancos, que supuestamente nos tratan de guiar por el buen camino, y hay incluso otras como los Reptilianos que supuestamente están infiltrados aquí, con gente poderosa, arruinándonos.
—Ajá —comenté con desinterés.
—¿No has pensado en lo que dice la biblia? Adán y Eva hicieron enojar a Dios por dejarse llevar por la serpiente, y Dios nos dejó. Ese libro habla en metáforas, o algo así. ¿Qué tal si ese "Dios" eran seres iluminados, esos que nos crearon para el bien, y la serpiente eran Reptilianos? Se han quedado con nosotros y están entre los más poderosos, influyendo para destruirnos.
—¿Por qué no dijiste todo eso en clase, eh? Pequeña gnomo ambulante —me burlé pellizcando su mejilla y moviéndola de un lado para el otro.
—¡¿Cómo te atreves?! —Apartó mi mano con molestia haciéndome reír—. Estoy filosofando contigo y pareces no prestar atención.
—Oye, es interesante, pero no quiero hacer especulaciones raras, enana...
—¡Deja de decirme enana o...!
—¿Me mandarás a tus pitufos? —Pegó un brinco como coneja para golpearme y caímos.
Estallé a carcajadas. Aunque también me quejé un poco por el dolor sin dejar de reír.
—¡Bastardo! —chilló tratando de apoyarse en sus manos que estaban a cada lado de mi cabeza.
—Mal agradecida, amortigüé tu caída...
—Uch. —Se apartó enseguida y se cruzó de brazos tranquilizándose—. Bueno, no te seguí para esto... —Nos pusimos de pie—. ¿Qué te parece si me acompañas a la biblioteca mañana para buscar información? Recuerda que empieza la segunda etapa del trabajo.
Resoplé.
—¿Qué no está todo en internet?
—Nop, y me lo debes por mantenerte en el grupo.
Gruñí.
—Bien.
***
Llegué al lugar citado para presenciar la lectura del testamento. Recibí las miradas de los hijos de la señora, la normal de uno, y la rencorosa del otro. Como me lo esperaba.
Un hombre, que no supe si era juez o qué, empezó a leer. En el testamento mencionaba, para mi sorpresa, que tenía varias propiedades. Un auto, algunas tierras por las afueras, una casa en el centro que incluía local comercial, otra por una zona residencial, y un departamento por otra zona.
Las casas, las tierras, el auto, quedaron para los hijos. Por mi parte, no pude creer que me había dejado el departamento, era demasiado. Estaba a cuadros, parpadeando confundido, mientras el hijo reclamaba.
—No lo va a poder tener hasta que cumpla la mayoría de edad —intervino con molestia—, deberían obviar eso. Mi hermano tiene la casa en la zona residencial y el auto, yo la enana del centro con la tienda, eso no se puede.
—Aquí dice claramente —continuó el que leía—: "mi hijo Carlos va a reclamar, pero deben ignorarlo, que trabaje el muy con..." —se aclaró la garganta—. Eso.
Llevé mi puño derecho a mis labios, para disimular la sonrisa.
El tipo salió furioso refunfuñando que ya vería cómo hacer para que la "injusticia" se arreglara. En realidad no me importaba si él solo se amargaba y al final terminaba quedándose con ese departamento. Aunque había sido muy generoso de parte de la señora, a pesar de que me servía, no sentía que lo mereciera.
***
Luego de haber estado en clase, Mónica me había hecho recordar que nos teníamos que ver luego, así que resignado a soportarla, había salido. Aunque primero vagaba por el parque, algunas personas me miraban, y quizá esperaban que dijera algo, pero solo estaba en silencio. De algún modo me había estado preguntando si en verdad algo más influenciaba a la humanidad a que fuera empeorando en vez de mejorar. O pasaba que simplemente éramos idiotas y todo era cuestión de tiempo para que cambiara... Mucho tiempo. Milenios.
Era bueno que dejara de preguntarme tantas cosas. Apenas había podido con todo lo que había descubierto, y con todo lo que había vivido hasta el momento. Porque si había demonios, o lo que fuera, influenciando a muchas personas, era en verdad una mala noticia saber que quizá a los poderosos también, lo peor era que el hecho de que eso pasara era muy posible.
Todo era posible, sabiendo lo que sabía.
—¿Podrías ayudarme? —dijo una mujer—. Mi esposo se ha enfermado y...
—Si gusta deme su dirección y trataría de ir... pero por ahora no puedo prometer nada. Por mientras puede tratar de no esparcir la noticia, porque la gente solo habla y habla por el puro gusto de alargar el drama y el chisme, otros empiezan a querer orar, pero lo hacen de manera incorrecta. Todos se concentran en la persona enferma y por ende en su enfermedad, dándole más poder. Una enfermedad es algo negativo, si le das poder, más energía negativa atrae. Por favor ten eso en cuenta. Pídales que pongan su fe en que su esposo está sano ya, y verá la diferencia.
La señora agradeció y se alejó. Mi vista siguió a un auto que, casualmente, ya era la segunda vez que lo veía darle la vuelta al parque.
—Empiezo a creer que no solo me siguen periodistas —murmuré.
—¿Te siguen periodistas? —preguntó uno que siempre lustraba zapatos cerca—. ¿Por qué la necesidad de mostrarte a los medios?
—En parte es bueno que más gente conozca y sepa lo que digo, pero claro, no a mí. Esto no es algo que pueda hacerse de golpe, de algún modo todo ha colaborado en crear una masa de personas que, si ven que hablas y crees algo distinto a algunas de sus clases de controles ya conocidas por ellos, como una religión, se vendrán contra ti. Obviamente a los poderosos no les conviene que las personas sepan muchas cosas, dejarían de servirles. Prácticamente les hemos dado el mundo, y se los seguimos dando a cambio de dinero, de marcas, de vanidad. Ya no vivimos para ser felices, ya no vivimos para cuidar del planeta, ni a los animales. Vivimos para matarnos trabajando, ciegos hasta el final.
—Pero si no conseguimos dinero...
—Estamos perdidos, lo sé, porque de ellos es hasta la comida. No es como antes que la naturaleza nos daba todo, incluso sanación. Ustedes creen que las farmacéuticas buscan curar, pero sus medicinas son veneno, te curan algo, o lo mantienen a raya, mientras te matan por otro lado.
—Pero creí que trataban de... no sé... vencer al cancer y eso. O el hambre...
—No les importa. Si lo curan, ya no ganarían los millones que la gente invierte para tratar de mantenerlo y alargarse la vida. Y en cuanto al hambre del mundo, tienen dinero de sobra para equilibrarlo todo, pero no lo hacen porque eso no les serviría a ellos, es así de simple, así de fácil, cruel pero así es. —Solté aire con un resoplido—. Si muchos de nosotros... hubiéramos avanzado en nuestro nivel de conciencia, seríamos capaces de curarnos, no estaríamos atrapados en esto... Nos daríamos cuenta de que en vez de avanzar estamos en retroceso, quizá se aprovechan de que somos tan efímeros...
—Hey, chico —me habló un hombre.
Lo reconocí, era el de los cien mil soles, que al final había ganado doscientos mil.
—Supe que lo lograste.
—Sí, puse todo mi empeño en ello, y ahora que lo sé, lo aplicaré más, para hacer feliz a mi familia.
—Eso me alegra.
—Como me sobró, di algo a algunas entidades de ayuda social. ¿Estuvo bien?
—Pues sí, pero tú eres el que debe sentirse bien al haberlo dado.
—Sí, lo hago.
—Entonces eso es muy bueno. —Otra vez el auto—. Ya debo irme, hasta pronto.
A ese auto lo había visto antes, y claro que no era de algún periodista tratando de capturar alguna foto para su periódico. Era el que casi me atropelló, y ya era muy sospechoso que lo hubiera visto un par de veces más luego, cerca, aunque no siguiéndome, ni nada por el estilo, nada que me hiciera pensar que en verdad sí me seguía.
La biblioteca no quedaba lejos. Todo cerca del centro, cerca de la municipalidad, y demás cosas del centro cívico. Unas cuantas calles más y llegaría. Mi teléfono vibró y respondí.
—Te estoy esperando —dijo Mónica.
—¿No puedes esperar ni un poco? —reclamé.
El auto se interpuso frente a mí y quedé petrificado. Sin duda no era nada bueno. Mónica decía algunas cosas pero bajé la mano con el móvil sin prestar la más mínima atención, ahora tenía otras preocupaciones. Dos hombres que bajaron y quedaron frente a mí.
—¿Qué rayos quieren?
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