35: Vida de universidad
Jenny yacía semiacostada sobre mi pecho. Sus labios enrojecidos mostraban una leve sonrisa, la había besado bastante aunque habían sido besos vacíos.
—¿Te duele mucho?
Negó en silencio. Sus dedos se pasearon sobre mi piel, repasó mi abdomen. Tenía los músculos un poco marcados, no en exageración, pero tampoco estaba escuálido. Todo gracias al deporte y al entrenamiento de esos dos locos ángeles, sabía que eso les gustaba a las chicas. Capturó el dije de cruz de mi collar.
—Lo llevas desde hace tiempo... pero se me hace conocido de antes...
Se lo quité despacio y la distraje dándole un beso en la frente. No quería responder alguna cosa que le quitara su expresión de felicidad, suficiente con que su primera vez había sido con alguien que no la quería.
—Ya debes irte —murmuré.
Se ruborizó y sonrió un poco más, tirando de la sábana para cubrirse. Se acurrucó a un costado.
—Me encantó —dijo avergonzada. Solté una suave risa—. No puedo creer que haya pasado veinte años sin esto...
—Eeeh, cuidado te hagas adicta. —Rió y cubrió su rostro—. Además ni modo que lo hicieras desde niña, no puedes contar todos los veinte años.
Me rodeó con su brazo y me dio un beso en la mejilla, tomándome por sorpresa con ese gesto.
—Eres ese chico que todas quisieran tener para que les quite la virginidad.
Solté una carcajada.
—Qué exagerada. —Salí de la cama y se tapó los ojos—. Hey —reclamé entre risas—, pero si estás sin anteojos... Bah, como gustes.
Fui al baño para deshacerme del preservativo, recordando que ella había intentado no mirar cuando me desnudé por completo, e incluso se había intentado cubrir, hasta que me posicioné sobre ella y terminó olvidándose de todo pudor con mis besos y mis manos en casi todo su cuerpo.
Aunque nunca había besado tanto, no había habido sentimientos más allá de la exitación. Quizá la gente tenía razón cuando decían que hacerlo con amor era muy distinto a hacerlo sin amor. No había amor en mí para dar. No a otra mujer que no fuera Herminia... a ella sí había querido tocarla y abrazarla aunque no se había dejado, recordaba cómo a pesar de que ella me apartaba yo no me rendía, a ella sí le insistí, recordaba cuando dijo no tener a nadie y enseguida negué eso diciendo que me tenía a mí.
Esa había sido quizá una de mis pocas verdades.
Suspiré, aceptando y ya dejándolo de lado. Iba a sobrevivir, ya había aceptado quedar solo, seguir, y hacer todo yo solo. Estaba bien así, no quería a otra, nunca lo había querido antes de Herminia, y ahora después de ella, tampoco.
Me puse algo rápido y me crucé de brazos, viendo a Jenny todavía con las manos sobre sus ojos.
—Ya puedes mirar. —Bajó las manos y me sonrió—. Te dejaré sola para que te puedas arreglar con comodidad.
Abrazó la almohada.
—Gracias.
—Descuida —dije guiñando un ojo.
Salí cerrando la puerta y bajé a la cocina para tomar algo. Pero me espanté al ver a Sirio y Lucero en sus formas de chicos en la sala.
—Mierda, van a matarme del susto.
—Preferimos esperar aquí al saber que ibas a tardar para ir a entrenarte —respondió Lucero.
Me ruboricé un poco.
—Caramba, ¿ya no voy a tener privacidad?
—No exageres. Las funciones biológicas...
—Sí, sí, sí, sí, ya no quiero escuchar. Pero será mejor que esperen por otro lado porque si ella los ve, se va a morir de vergüenza.
En ese instante y bajo un par de destellos, tomaron forma de perros. Resoplé y fui por lo que había bajado: un poco de agua, cuando tocaron la puerta. Salí preocupado.
—Ustedes bien que espían y menos de avisarme —les recriminé a los perros.
Abrí y me encontré a Diane, que enseguida me abrazó.
La escuché sollozar en silencio, así que retrocedí con ella para hacerla pasar y cerrar la puerta. Les volví a recriminar a los perros con la mirada por no haberme dicho nada. No podía ser, ¡hoy me llovían las mujeres! Miré con preocupación hacia la escalera. Sabía que no debí ceder, ¿hasta cuándo iba a seguir cometiendo estupideces?
—Me golpeó...
—Ya, ya —le acaricié el cabello—. Nada es eterno...
—No, lo sé —se apartó un poco y limpió sus lágrimas—, podré irme y hacer mi vida de algún modo, lejos de ella, pero... Fue su amante el que me golpeó...
—¡Qué! —La hice a un lado—. ¡Ah, ahora me va a escuchar!
—Oye, ¡oye! No, tranquilo —me detuvo del brazo—. No andes de energúmeno por ahí, yo me puse malcriada y...
—Igual no tiene por qué golpearte, ¿y tu madre loca no dijo nada?
—A ella no le importa, pero el asunto es que yo ya pienso salirme de ahí. Voy a trabajar en algo, lo que sea... —Apreté los puños, lleno de impotencia. Quería ayudarla de algún modo. Iba a trabajar, pero ¿y qué? Sin una carrera no éramos nada en este país—. Sé lo que piensas, también estudiaré algo.
Resoplé. Detestaba a mi padre por haber golpeado a mi mamá, detestaba en general a todo hombre que se atreviera a golpear, y aunque tampoco me gustaba que una mujer golpeara, ese era otro tema. Sin embargo, yo tampoco era mejor, también había tratado mal a Diane... claro que se lo había buscado.
Volvió a abrazarme y quedamos así un rato, hasta que escuché pasos escalera abajo y me congelé. Diane lo notó obviamente y volteó. Jenny quedó mirándola y enrojeció.
Apocalipsis...
—Ay no, lo... lo siento —dijo con un hilo de voz—. Tenías novia...
—¿Es tu novia? —preguntó Diane apartándose.
—No, por Dios, ninguna es mi novia, para que quede claro.
Jenny estaba por entrar en pánico, la señaló poniéndose pálida.
Supe que la había recordado de cuando la habían raptado con ese demonio loco y todo ese circo de esa vez. Diane suspiró al darse cuenta también.
—Tranquila, ya no está loca —puse la mano sobre su cabeza y ella la aparó y me empujó un poco.
—Disculpa por lo de esa vez... ¿Pero qué haces ahora bajando...? —Al entender la situación abrió los ojos como platos—. ¿No que eras religiosa?
—Eh...
—Él te ha convencido, ¿verdad? Este cree que no conozco a mi ganado.
—Oyeee —reclamé ofendido. Pero reaccioné, o era yo el que quedaba mal y como basura, o Jenny se iba a sentir peor, porque iba a ser calamitoso que otra persona se diera cuenta de que ella había venido a buscarme para eso—. Ni que fuera pecado. Iba a tener que pasar tarde o temprano —fingí defenderme.
—No has cambiado al parecer. —Se cruzó de brazos.
—Claro que sí...
—Este no te conviene —le dijo volteándose a verla—, ahora que ya logró su cometido te va a dejar.
—Sí, sí ya, qué mentira —reclamé—. Ni que me hubiera acostado con muchas, ya sabes que las mujeres sin prejuicios en este país retrógrada no abundan como lo pintan en las películas. O son siempre las mismas las que se te ofrecen o a las justas se dejan tocar si recién te conocen...
—Según recuerdo, yo sí me ofrecí.
—No es el momento —hablé casi en susurro.
—Y tú bien que aprovechaste —entrecerró los ojos.
—Más bien casi abusas de mí.
—¡En verdad lo siento! —pidió Jenny juntando las manos más roja que antes.
—Ah, descuida...
—Él es el que debe disculparse —interpuso Diane.
—Yo vine a pedirle —confesó—. Sé que te gusta, pero no te enojes con él...
Me rasqué la nuca y volteé incómodo, los perros no estaban, fruncí el ceño con extrañeza. Claro, "vamos y dejemos a ese imbécil a que se las arregle solo", eso habían pensado. Regresé mi vista a las dos. Diane estaba consolando a Jenny.
—... Hay que admitir que el desgraciado es atractivo.
—¡Oye!
—Desde hacía años que había tenido ciertos problemas de personalidad... y bueno, esa noche, esa cosa que viste me influenciaba... Tranquila. Alex ya no me gusta, aunque me agradó desde que lo vi, no me gusta como antes. Lo que empecé a sentir luego de que conocí a ese demonio no era gusto, era locura o algo así.
—También me agradó desde que lo vi...
—Sí pero luego que lo conoces bien te das cuenta de que es un bruto...
—Están en mi casa por cierto —interrumpí—. Y debo hacer cosas, así que...
—Sí, ya me voy, disculpa —vino Jenny a abrazarme.
—No tienes que disculparte, no pasa nada.
Me miró sonriente.
—Gracias —susurró.
—Un placer.
Se empinó para darme un corto y rápido beso y salió feliz bajo la mirada sorprendida de Diane. Resoplé y caí sentado en el sofá.
—No puedo creerlo —murmuró Diane—. Aunque ella se haya venido a ofrecer, eres tú el culpable igual por andarla engatusando. Y adivino, fue su primera vez.
—¿Qué puedo decir? Soy irresistible —me jacté.
Tomó un cojín y me lo aventó haciéndome reír.
—¿Crees que soy tonta?
—Sí, a veces. —Me cayó el otro cojín.
—Bueno, ya me voy. —Se dirigió a la puerta—. Para la próxima preguntaré si no tienes alguna mujer en tu habitación...
—Nah. Esto fue porque... bueno ya sabes. Pero no va a volver a pasar. No quiero a nadie a mi lado.
Se detuvo a pensar un par de segundos.
—¿Es por ella?
Tensé los labios.
—Anda ya... tengo cosas que hacer.
Asintió con leve tristeza y se fue. Me recosté y dejé deslizar hacia abajo en el sofá. Tremendo y horroroso circo que se había armado. Los perros aparecieron a cada lado. Sirio agarró uno de los cojines con el hocico y me lo aventó otra vez aunque sin fuerza.
—Claro, muy gracioso. Yo que pensé que nadie se enteraría, y vienen ustedes, viene Diane. ¿Qué más?
Bajaron de un brinco.
—¿Listo?
—Sí, déjenme un rato lamentar mi existencia, pongo a lavar mis sábanas, y les alcanzo...
Un par de destellos, y tiraron de mí ya convertidos en humanos.
—Andando.
—Ugghh... ¡Ni siquiera almorcé...!
***
Mi primo Jesús se había sentado detrás de mí y pateaba de vez en cuando la pata de mi silla. Pero eso no era lo peor. Miré de reojo a la loca enana, le hice notar mi molestia.
—Estoy a tu lado porque he decidido que, aunque eres amargado por alguna razón, eres inteligente, así que te aguantarás —habló casi susurrando.
—No tengo por qué aguantarte nada si te pones de odiosa, anda a que te aguante tu madre.
—Señores —interrumpió el profesor que había terminado de escribir en la pizarra—. Este curso está para enfatizar el aprendizaje analítico; tiene como propósito que conozcan la biodiversidad y las relaciones que se establecen entre los seres vivos y el ambiente para entender mejor los ecosistemas y asumir la responsabilidad de su preservación. Formarán equipos para hacer los trabajos de investigación, claro.
Empecé a anotar, dejando de lado la incomodidad. El tipo se puso a andar murmurando cosas a las que no presté atención, hasta que llegó por mi lado.
—Ustedes cuatro... —Siguió de largo.
Quedé confundido.
—Somos equipo —dijo la gnomo.
Arrugué la cara.
—¿Qué? Yo no he pedido esto...
—¿Algún problema? —quiso saber el profesor con cara de "di que sí, y mueres".
Negué en silencio aguantando la rabia.
—Somos equipo —dijo Jesús tocando mi hombro.
Quise darme contra el tablero del escritorio.
Apenas acabó la clase, se me pegaron mi primo, la enana, y un tercer perdedor más.
—¿Cuándo nos reunimos para hacer el trabajo? —preguntó ella—. Ya sé, ¿qué tal más tarde en mi casa? Si avanzamos antes, terminamos antes, aprovechando que los otros cursos todavía no molestan mucho.
—Como sea, da igual —dije en pos de irme ya.
—Pero esperaaa —me detuvo del brazo, me aparté para que me soltara—, te doy la dirección al menos.
La anotó. Miré a los otros.
—¿No van a sugerir nada? —Negaron, vaya mudos—. Bueno.
—Nos vemos a las cuatro.
***
Solté un silbido de sorpresa al ver la casa de la tipa. En una de las mejores urbanizaciones de la ciudad, sin mencionar que tenía pinta de ser enorme, pero claro, si era hija de un médico, uno conocido al parecer. Así que la gnomo era de esas niñas consentidas. Fuera como fuera, el mal humor de la mañana se me había ido así que ya estaba neutro y tranquilo, iba a poder aguantarla a ella y al tonto de mi primo.
Ella me abrió feliz, al parecer era el primero en llegar. Fue a algún lugar, seguro a la cocina detrás de ese comedor de mesa para ocho personas, así que me senté en la sala y contemplé el enorme TV.
—Enciéndelo si gustas —habló desde donde estaba.
Tomé el control que estaba sobre la mesa de centro y lo prendí, sonreí al ver que estaban dando dragón ball, ese anime que de niño había visto tanto. Era simplemente genial verlo pelear, aunque luego ya viéndolo con otros ojos, me daba cuenta de que era exageración al extremo, lo cual me hacía querer reír al ver cómo se aplastaba contra la tierra y todas esas cosas.
—¡Ay, qué genial! —exclamó Mónica sentándose a mi lado y poniendo un depósito con palomitas de maíz entre los dos—. Come —murmuró distraída en la pantalla.
—Gracias —dije con extrañeza.
Primero había sido una loca, y ahora parecía una persona normal.
—Recuerdo eso, ya se va a morir Krilin.
Solté una corta risa.
—Seguramente, yo no recuerdo, y hace siglos que no veo televisión.
—¿Y eso por qué?
Medité unos segundos.
—No sé, cosas simplemente. En algún momento dejé de hacerlo, sin percatarme, eso es todo.
—Por lo menos deberías ver alguna película de comedia.
—No tengo tiempo para perder en eso. —Agarré un par de palomitas.
—Es porque no quieres. Y no es perder tiempo, señor amargado. Distraerse y pasar un buen rato es parte de vivir, sino no eres feliz.
—Se puede ser feliz —interpuse en modo retador.
—Ah, sí, ¿cómo?
Quedó mirando fijo esperando mi respuesta.
—Uch —renegué retirando la vista—. No recuerdo ahora, pero se puede.
—Se te nota —se burló.
Las noticias empezaron y uno de los titulares era sobre la lotería, doscientos mil soles que se los había ganado un hombre, y abrí mucho los ojos cuando reconocí a aquel hombre en el parque que había querido cien mil para pagar sus deudas, estaba con su cheque, quizá al borde del llanto por la felicidad. Sonreí.
Tocaron la puerta Mónica y fue a abrir, era Jesús y el otro, que según recordaba, se había presentado como Marcos.
—Mario, ¿te perdiste? —escuché que dijo ella.
Ups. Error...
Al parecer se conocían, y claro, si él había estado entre esos tres, junto con ella, el primer día de clases mirándome y murmurándose cosas.
Mientras hacíamos el trabajo me di cuenta de que Mario tenía cierto interés en la enana, por la forma en la que le hacía preguntas y trataba de hablarle o quedar bien con ella. Qué mal gusto. Por lo menos se le veía feliz hablándole, mientras que yo sí parecía amargado a veces. Quizá él estaba así porque ella le gustaba, sabía cómo era eso, esa tranquilidad que yo había sentido cuando...
—Si tienes paz interna eres feliz —hablé interrumpiendo lo que decía Mario—. ¡Ja! Gané.
—Okey, okey —dijo ella tratando de no reír.
Aunque era algo para lamentar en mi caso, porque no podía conseguir ni eso, no estaba en paz, no al cien por ciento.
***
Saliendo de la casa esa, sentí el llamado de Lucero, y lo confirmé mirándolo esperarme en la esquina. Cuando estuve cerca, empezó a andar.
—¿No vas a decir nada?
Continuó. Decidí no insistir, total no servía.
Me guio hasta un enorme parque cercano, habían personas por ahí andando, así que no iba a pasar nada raro. Sirio esperaba cerca de una banca en donde me senté.
—Tú sabes dónde se oculta un poderoso demonio que es usado por alguien para hacer sus cosas negras.
Recordé al viejo de ese pueblo Salas.
—¿Tendré que ir por él?
—Iremos. Ya estás casi listo, te servirá de práctica.
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