31: Dulce venganza

Me inscribí para el examen de la universidad, ya tenía conmigo el carnet de postulante, debía estudiar aún mucho más, casi vivía encerrado. Prefería hacerlo todo solo, ya que conseguir tutor y demás cosas eran mariconadas.

... Según Sirio, debía dejar los reniegos y las "bonitas" palabras lejos de mi mente. Pero yo era así, si no insultaba no era yo. Fuera como fuera estaba avanzando, no tenía por qué quejarse, eso no le afectaba a mi alma supuestamente, no ofendía a nadie fuera de mis pensamientos, y lo decía por decir, sin sentir nada... nada.

Como siempre había sido...


Llegué con un estúpido regalo al auditorio del colegio, eran chocolates, para que la cerda que me había tocado tragara. Era el día de entregar el regalo al "amigo secreto", les encantaba perder tiempo y dinero a mis brutos compañeros. Además también era el día de la "chocolatada", lo rescatable de eso era la comida. En pocos días sería la graduación y el inútil baile de promoción. No había querido ir, pero mi madre emocionada ya había pagado así que no me quedaba de otra, no iba a hacer que desperdiciara su dinero.

Vi a algunas llorar como tontas abrazándose y besándose solo porque acababa la vida escolar, y a otros pelearse por firmar sus camisas. Todo era tan monótono a pesar de que era muy probable que no los volviera a ver a la gran mayoría, nunca más en la vida. Nos dieron a cada uno una casaca con el nombre del colegio en la espalda y el año de la promoción. Tenía además las firmas y nombres de todos en el interior. Eran meras cursilerías.

Revisaba mi nombre en esta cuando algunos compañeros se acercaron a querer firmar mi camisa. Tuve que dejarlos, eran mis supuestos amigos, Miguel, Joel, incluso Stephanie. Insistieron en que les firmara así que también lo hice.

—Te vamos a ver en la fiesta y la graduación, ¿eh? —comentó Miguel.

Se fue con Joel pero Stephanie se quedó.

—Estás diferente —murmuró.

Me encogí de hombros.

—Seguramente.

—Como que ya no eres ese idiota de antes, algo te ha pasado.

—Si es así, no es tu asunto.

—Okeeey —fingió sorpresa—, señor amargado. Cuídate. La pasé bien contigo de todos modos. —Sonrió con algo de coquetería que no correspondí como hacía antes.

Finalmente esa pesadilla acabó y pude volver a estudiar, sin que me importara perder esas "últimas vivencias escolares". Dejé la fea billetera que me habían regalado por ahí con algún señor de la calle y me perdí por la ciudad.


***

Miraba confundido al llegar al parque, era casi medio día, estaba en momento de relajación luego de un par de días de interminable estudio, cuando los perros me habían ordenado salir, y ahora estaba aquí frente a dos jóvenes. Uno rubio de ojos azules, y el otro castaño de ojos verdes. Parecían hermanos y a la vez no. Eran los ángeles en forma de humanos.

—Están de coña, ¿verdad? —solté.

Se miraron de reojo y luego otra vez a mí.

—Como perros no podemos enseñarte —hablo Lucero, el rubio.

Unas chicas pasaron cerca y al verlos sonrieron, se ruborizaron y se susurraron cosas. Resoplé. ¡Qué cliché!

—Mírense, me están opacando —reclamé.

—¿A qué se refiere? —preguntó Sirio, a lo que Lucero negó sin saber tampoco.

Gruñí.

—Bueno, no importa, empiecen de una vez.

Se cruzaron de brazos y se pusieron a cada lado mío.

—Debes ser veloz así que te ayudaremos a tener mejores reflejos —explicó Sirio.

—Exageran. Soy vel... —Un duro golpe y ya estaba casi contra el suelo siendo víctima de una llave—. ¡Ah, ya déjame! ¡Esto es abuso de poder!

Me soltó y me quejé enderezándome y rotando mi brazo.

—Ahora aprenderás a ser veloz de verdad.

—Uch. Bueno, ya qué.

—Empecemos por los bloqueos. Obviamente a un demonio no lo podrás bloquear de forma física pero esto ayuda a que reacciones rápido.

Asentí. Me hicieron poner en alguna posición rara de defensa con la pierna izquierda un poco en diagonal hacia atrás.

—No me van a dar de madres, ¿verdad?

—Cuando venga un golpe por arriba, harás bloqueo alto —tomó mis brazos y me hizo cruzar las muñecas arriba de mi frente—, si es por abajo, bloqueo bajo —los bajó y los cruzó al nivel de mi vientre—, y así...

—Okey, ya, lo tengo. —Hice que me soltara. Me cayó un puñetazo en el estómago y retrocedí encorbándome—. ¡Abusivo! —Tosí un poco—. ¿No podías esperar?

—Qué lento eres —renegó.

—Ah, disculpa por no ser un ser superior —me traté de burlar aunque aguantando el dolor.

—¿Listo? —quiso saber esta vez Lucero.

Él al menos lucía más amable incluso siendo persona, se dignaba a sonreír un poco.

—Ya sabía que tenías ganas de golpearme —le dije a Sirio que estaba a la expectativa a ver qué hacía Lucero conmigo.

—Practicaremos un poco más lento —aseguró Lucero, lanzándole una mirada de reproche a su compañero y luego poniéndose en posición frente a mí—. Iremos subiendo la velocidad.

Asentí. Iba a ser un largo día.


***

Llegué casi molido a casa, lo peor era que me habían dicho que tenía que aguantarlos todos los días, o no tomaría la costumbre de reaccionar rápido. Sabía que los demonios eran veloces, incluso ellos siendo ángeles con forma de personas eran rápidos, que esto era necesario, pero me daba una pereza tremenda, y tenía que estudiar. Sin embargo iba a hacerlo, nada me haría dar marcha atrás.

Al día siguiente iba a ser la ceremonia de graduación.


***

Me acomodaba la toga, observé de reojo a los demás, que últimamente se les daba por firmar lo que fuera, y ahora la parte interior de los sombreros esos no se salvaban. Diane era una de las tantas que lo hacía. Miré el interior del mío, encontrando también varios nombres de los ex alumnos que alguna vez lo habían usado. Hice una mueca y me lo puse.


Tuve que aguantar todo el palabreo, el discurso de despedida de un par de profesores, de un par de alumnos, que también hablaron un poco de cada uno. A mí me describieron como el "bacan", uno de los más populares entre las chicas y hasta uno de los más alegres. De los que siempre hacían reír o estaba jugándoles bromas a sus amigos. Sí, quizá ese había sido yo, un estúpido más, antes de que todo pasara.

La compañera que estaba hablando empezó a llorar, y rodé los ojos al percatarme de que a mi alrededor también varias lloraban. Los hombres trataban de hacerse los machos, eso era todo. Nos llamaron uno por uno para entregar el diploma y mover el grillete, las fotos.

Cuando todos lanzaron sus gorros al cielo, también lo hice con fuerza para desfogar un poco mis frustraciones. Queriendo que si de algún modo fuera posible, se perdiera entre las estrellas, en el oscuro cielo. Al caer, bajé la vista y vi a mi madre entre el público, supe que tenía lágrimas en los ojos de inmediato, no pude evitar darle una sonrisa reconfortante. Melody estaba sentada a su lado también. Eran casi las únicas a las que de verdad quería ver ahí, y como estaban al menos ellas dos, me sentí un poco feliz.


Aguanté las fotos tontas que algunos se querían tomar, pero poco a poco mi buen humor se volvía a ir. Ya que al regresar a casa sabía lo que había: una pequeña cena que mi madre había organizado con algunos de la familia, a quienes les interesábamos quizá solo para ir de cotillas y nada más. Eso incluía a la estúpida de Eliza.

Cuando llegó quiso abrazarme para felicitarme pero no me dejé, ganas de empujarla no me faltaron.

—Deberías al menos actuar normal —susurró medio molesta—. Te he perdonado la existencia.

Fingió sonreír como que no pasaba nada y siguió de largo a sentarse en alguno de los muebles.

Fruncí más el ceño y apreté los puños tratando de aguantar la rabia. Ella no era nadie como para decidir quién vivía y quién no. ¡Maldita, quería correr lejos y golpear lo que fuese!

Me sorprendí al ver entrar a su tonto esposo también, cargando a su crío. Murmuró un frío "felicidades" y pasó de largo. Aparte de ellos, obviamente llegaron mis dos tías, la bruja roba energía y la madre de la loca perra de Eliza. El estúpido primo Jesús, que había ingresado a medicina después de todo, gracias al centro pre universitario que ofrecía vacantes a los mejores puestos. Si yo ingresaba en el examen para los colegios iba a estudiar junto con él.


Le ayudé a mi madre a servir, Melody también ayudó, ya estaba prendiendo a no ser una niña consentida. Estaba mi horroroso padre, al que ni me le acerqué, de todos modos él supuestamente siempre venía para ver a su hija, no a mí. Nunca me lo habían querido decir, pero estaba seguro de que había sido su error, el condón roto, o etc.

Al estar todos ya en mesa, mi madre hizo un pequeño brindis. Me había pedido que por lo menos quitara mi cara de amargura por la familia. Pero casi no podía hacerlo ni porque me lo había pedido con tanto esmero, y había gastado en las cosas, tiempo en cocinar, y demás. Tan solo esperaba que terminara pronto.

—¿No vas a agradecer? —preguntó Eliza.

Tragué saliva con dificultad.

—Claro. Gracias, supongo, por darme la oportunidad de poder hacer algo —murmuré con frialdad.

Tampoco quería alertarla de que planeaba en verdad hacer algo, y desaparecer a ese demonio que tenía.

Mi madre cocinaba muy bien, así que todos alababan su comida como de costumbre. Luego de eso, quedaron conversando, empezaron a hablar del bebé nuevo de la familia, hasta que mi madre le preguntó a Augusto cómo iba en su trabajo, ya que al parecer el tipo andaba amargado también por alguna razón.

—Ah, pues bien —respondió con algo de desgano—. Investigando con mi equipo otro caso extraño.

Mi estómago se hizo un nudo y sentí que la comida era piedra en su interior. Genial. ¿Iban a hablar de eso en verdad?

—Pero al menos ya tienen sospechosos.

Eliza me miró y luego a mi mamá.

—Ay, tía Carmen, no es que quiera incomodar justo ahora pero ¿no sabía que Alex estuvo de sospechoso?

—¿Y eso por qué? —preguntó casi espantada.

—Bueno yo no quería sacar el tema —interpuso Augusto—, pero averigüé que él era amigo de la reciente víctima, además por ahí alguien que lo conoce dijo que no era la primera vez que lo veían con alguna chica mayor que él, claro que eso no es motivo de sospechar, pero...

—Ja. —Me crucé de brazos—. Claro. Hablen de mí todo lo que quieran. Total yo no tengo honor que cuidar. No como otras personas.

Le lancé una mirada desafiante a la perra de Eliza.

—De qué andarás hablando —se hizo la desentendida.

—Ah, no sé, tú sabrás —hablé con sorna—. No voy a negar lo que sospecha tu tonto esposo —eso hizo que los demás inhalaran aire con sorpresa, incluso él abrió los ojos como platos—. Ella me atrajo, sí, hubo algo.

—Por todos los cielos, Alexander —se espantó más mi madre—. ¿Acaso no era muy mayor para ti?

—¿Y eso qué importa? —Ya estaba molesto de verdad—. Por primera vez no tenía "malas intenciones", no como había pasado antes.

—¿Antes?

—Mejor hablemos de algo más animado —reclamó Eliza.

—No. ¿Por qué? —la reté—. Anda, te dejo contar la mejor parte.

Miró asustada, pero negó tratando de darme a entender que no me atrevería a seguir, estaba muy equivocada.

—No sé...

—No, sí sabes. Cuéntale a mi mamá, dile qué me hiciste cuando ella salía y te dejaba al cuidado de Melody porque a mí me consideraba un inútil.

—¿De qué habla? —quiso saber mi mamá con cautela.

—Deberíamos cambiar de tema...

—Está bien, lo diré yo. —Miré a mi madre—. Mamá, mi prima me sedujo, se llevó la poca inocencia que me quedaba, y lo hicimos en tu cama, si sabes a lo que me refiero. —Todos exclamaron espantados, las tías se persignaron, mi madre empalideció—. Así que no están del todo equivocados en sus sospechas hacia mí —el marido de Eliza también estaba, más que sorprendido, quizá a punto de reventar—, puede que me atraigan mujeres mayores, pero también las de mi edad, todas, y jugar con ellas. Solo quiero que quede claro que con Herminia no tenía malas intenciones, con ella era muy diferente. Jamás le hubiera hecho daño.

Ambos nos fulminamos con la mirada. Se puso de pie y se quiso retirar.

—A-amor. —Eliza intentó detenerlo pero él la rechazó.

—No puedo creerlo —renegó—. Llevamos años siendo novios y tú... ¡Tú...!

Sí, de seguro quería decirle zorra. Ya estaba disfrutando de la noche al fin. Salió cargando a su crío que ya lloraba y ella fue tras él. Los otros murmuraban, y claro que me miraban con indignación. Suspiré y alejé mi expresión de sádica diversión.

—Perdón, mamá, supongo que tenías que saberlo en algún momento. Yo era un estúpido, falto de moral, e inmaduro. Pero de ahora en adelante daré lo mejor de mí. Por cierto, cocinas fenomenal, gracias.

Estaba apenado por hacerla sentir decepcionada, pero ya estaba hecho, y la otra maldita se merecía al menos un poco de desastre en su vida. Me puse de pie y subí a mi habitación tratando de no prestar atención a los murmullos, las palabras de mi padre que como siempre decían algo de que ya sospechaba porque yo era no más que basura.


***

Como broche de oro, el examen de admisión a la universidad era la mañana del día de mi fiesta de promoción. Así que para ese entonces ya sabría si lo había logrado o no.

Obviamente al verme madrugar y salir temprano mi madre supo que daría el examen. Así que solo se dignó a mirarme, no me había hablado mucho por lo sucedido en la cena, pero estaba bien, no me merecía sus palabras.


El examen duraba sus cuatro horas quizá. Mordí el lápiz más de una vez, sobre todo con la parte de matemáticas, sabía que para ingresar a esa carrera había que responder todo prácticamente, y correcto, porque una respuesta mala te restaba puntos. Eran pocas vacantes para este examen pero lo bueno era que iba contra alumnos estúpidos de último año como yo, y no contra los veinteañeros y hasta treintañeros que postulaban en los exámenes normales y llebavan años preparándose.

Las horas más largas de mi vida. Lo peor: apenas saliendo tenía que ir a ver a Sirio y a Lucero para que siguieran entrenándome. Salí con toda la mancha de postulantes, incluso vi algunos grupos con banderolas de los distintos colegios. Muchos se ganaban prestigio haciendo ingresar a algunos de sus alumnos a las universidades mediante exámenes como este. Había hasta música, profesores revisando respuestas y calculando puntajes, seguramente muchos se quedaban ahí hasta que dieran resultados en la tarde.

No iba a quedarme ni un rato, a pesar de que el grupo nerd de mi colegio estaba ahí, y me miraban con sorpresa porque no sabían que también había postulado. Por lo menos lo había hecho, revisando mis respuestas, estaba seguro de haber contestado casi todo bien.

Ya empezaba a ponerme nervioso, quería lograrlo, en verdad quería, porque no solo había gastado dinero, sino que si no lo conseguía iba a tener que ir al examen ordinario con los treintañeros.

Por lo menos lo estaba intentando. Herminia lo había querido. Era por ella, por mí, porque a pesar de que la conocí poco, la extrañaba cada segundo de mis días. Casi podía verla tras el túmulo de gente, sentada en una banca, y sonriendo a labios cerrados.

Casi podía verla ahí, contenta con mis actos.


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