26: Despedida


Ya se acercaban las semanas de exámenes finales, y como broche de oro, el examen de admisión para quinto año de todos los colegios. Era uno especial que daban muchas universidades en el país para los que terminaban la escuela en diciembre.

Yo solo paraba con el libro de anatomía. Si bien no era bueno para los números, daba la casualidad de que sí lo era con los cursos de letras. Tan solo un par de días habían bastado para que decidiera a qué postular. Ya se me hacía bastante interesante lo que leía. Claro que química estaba de colado y tenía que estudiarlo también aunque no me gustara mucho.

Si estudiaba medicina iba a tener la oportunidad de curar personas, de estar cerca de sus almas por así decirlo.

Lo único malo: la emoción exagerada de mi madre.

—Ay, le voy a hacer su comida favorita a mi hijo —hablaba por teléfono—. Sí, se va para medicina... Aay sííí, es muy aplicado...

Cubrí mi cabeza con el libro, recostándome en la mesa.

—Ya, mamá, no tienes que decirle a todo el mundo. Por Dios —renegué.

Ahora resultaba que incluso mi papá me miraba bien, hasta me había dicho que qué bueno que no había salido tan perdedor como creía.

Yo no había querido que nadie lo supiera, pero al ver el horrorosamente enorme libro, mi madre sacó un megáfono prácticamente.

—Alex —me llamó Melody. Estaba en el sofá con el gato—. ¿Este año me ayudarás a armar el nacimiento también?

Todos los años la ayudaba con el árbol estúpido de navidad, pero nunca con el nacimiento, esas eran estupideces mayores.

—Nop.

—Mamaaaaa.

—Alexander.

—¡Ugh! Que nooo. Además aun ni termina bien octubre, no molesten.

Melody abrazó al gato y este salió corriendo. Cerré el libro y me puse de pie.

—¿A dónde vas? —quiso saber mi madre como siempre.

—A hacerme una paja.

—¿Mami, qué es paja?

—¡Este muchacho manganzón! —Me dio un empujón y me puse a reír—. ¡Sin vergüenza, que anda hablando sus porquerías en frente de la niña!

—Pero si ya sabes que voy arriba, ¿para qué preguntas? —reclamé riendo.

De otro empujón me mandó fuera del comedor.

Apenas entré a mi habitación llamé a Diane.

—¡Hola! —respondió feliz.

—¿Puedes salir mañana domingo?

—¿Domingo con las empleadas? —rió.

Rodé los ojos.

—¿Quieres o no?

—Por supuesto. Nos vemos en el parque ese viejo y feo que está cerca.

—¿Por qué?

—Quiero estar a solas contigo —murmuro en todo sugestivo.

—Ja, pues yo no.

—¿No que querías ver a Darky? ¿Quién te entiende? ¿O es que acaso ya estás con esa monja?

—Nada de eso —refuté molesto—, está bien. Ahí nos vemos entonces.

—Genial, a las cinco de la tarde, ahí te veo, mi galán.

Eso me dejó asqueado.


***

Me armé de valor para ir a ver a Herminia. De todos modos ya había citado a Diane así que tenía que hacerlo. Había llevado al Negro para que me diera apoyo moral.

Ella abrió la puerta y la vergüenza me atacó al verla escudriñarme con esos ojos que ya se habían grabado en mi cerebro. Me rasqué la nuca.

—No sé si quieres seguir enseñándome pero yo sí quiero aprender así que...

—¿Por qué dices eso? Pasa.

Quedé perplejo. Entré, dándome cuenta de que estaba actuando como si nada hubiera pasado. Eso me causó una especie de hincón en el pecho, pero hacía las cosas más fáciles. Dejé al perro afuera y fui al sofá.

—¿Y... cómo vas?

Argh, ese no era yo, era un completo idiota sentado en mi lugar. Sacudí la cabeza.

—Pues bien. ¿Has seguido practicando?

—Sí, algo.

El par de días que no la había visto en realidad casi no, ya que más me mantenía sentado estudiando o mirando a la nada pensando en ella, mientras que de la nada sonreía como estúpido.

—Muy bien, es cuestión de hacerlo cada vez más. A ti se te hará fácil por lo que he visto.

Me recosté contra el respaldar del sofá como de costumbre.

—He tenido una duda. Hace un tiempo, no sé si te conté, tuve la visión de una especie de portal negro, o dos. La cuestión es que la segunda vez, de él salió un espíritu o algo así, queriendo llamarme. De hecho escuchaba susurros, esas cosas me atacaban mentalmente. ¿Hay dimensiones para los entes?

—No sabría decir si hay más dimensiones o no, pero al parecer sí hay una para ellos, que no todos pueden ver, no todos ven entes después de todo.

—Um... y ellos nos ven también, en cierta forma. A veces... Una vez vi por ahí que los entes o almas oscuras veían a las personas psíquicas, o mediums, como luces en la oscuridad infinita de su dimensión

—Solo puedo decirte una cosa. No busques entrar ahí, ni a ninguna otra posible dimensión, aparte de que dudo que sea fácil, no creo que sea posible regresar. ¿Has visto esos reportes de desapariciones sin explicación en internet? Eso no me da buena espina, así que mejor mantenerse alejado y no intentar averiguar más.

Asentí con muy leve susto. Noté algunas cajas detrás del sillón en donde estaba sentada, eso me hizo buscar algunos adornos, y efectivamente no estaban.

—¿Te vas? —pregunté casi en susurro.

—Sí. Me es mejor ir a un departamento.

—Ah. ¿Cerca?

Se puso de pie y la seguí.

—Algo. Lo que buscaba era estar sola, no aquí, ya desde hace mucho que no tengo a nadie.

Acomodó otra caja.

—No es verdad, me tienes a mí —solté casi sin pensar.

Me miró arqueando una ceja.

—Tú eres un amigo, no un familiar, y eres un niño.

—Y dale con eso —renegué—. Bueno, no importa, a esto quería llegar. A lo que pasó...

—No fue nada.

—¿Cómo que no? Esto no es chiste. Y ya NO soy un niño.

—Aunque hayas tenido malas experiencias, eso no te hace madurar del todo.

—Me besaste.

—Fue un error. Acch, por Dios, ni siquiera eres universitario.

Fruncí más el ceño.

—No, pero lo seré.

—¿Vas a postular? —Se cruzó de brazos.

—Claro, e ingresaré, vas a ver.

—Bien, eso será bueno de presenciar.

La tomé de los hombros pero no se dejó pegar a mí ya que sus brazos se interpusieron entre ella y yo. Aunque era más baja, me mantenía muy bien la mirada retadora. Y eso la hacía ver más hermosa.

Carajo, ¿yo pensando eso?

—No sé qué rayos me pasa, ¿sabes? —murmuré—. Me besaste y me ruboricé. Eso nunca, nunca me había pasado.

—¿Ni de pequeño? Qué mentira.

Sacudí la cabeza con molestia.

—Obviamente sí, pero de ahí no, y menos por algo así. No me ruboricé con mi primer beso, ni mucho menos con mi primera vez... No sé... Quizá porque la malicia me recorría, lo ha hecho siempre desde hace años, soy un tonto más del montón. Pero vienes tú, y quiero molestarte, al mismo tiempo no dejar que estés mal, tocar tu nariz y cosas así...

—Olvídate ya del asunto —me empujó de forma suave y tuve que liberarla tras suspirar.

Me había quitado un peso de encima al confesar eso, pero fue reemplazado por la molestia de que ahora ella me rechazaba.

—Bueno. —Bajé la vista unos segundos—. Mañana... —recobre mi expresión de falsa tranquilidad—, quisiera verte. Es importante así que no puedes decir que no.

Sonreí. Pareció interesada.

—Está bien. ¿Dónde?

—Un parque que está cerca de mi casa —me encaminé a la puerta y me siguió—, lo verás fácil, o sino lleva a Lucero, y él me buscará. Ya sabes que me ama. —Guiñé un ojo.

Negó sonriente.

—Okey, ya qué.

Salí y el perro negro se levantó de lo que había estado echado y empezó a mover la cola.

—Por cierto —volví a mirarla—, ese hombre del que hablaste, era mentira, ¿no?

Rodó los ojos.

—Eres un terco.

—Pero así te gusto.

—Bah. No me gustas.

—¿Besas sin que el chico le guste? —susurré.

Una fuerza extraña me atraía a ella, tanto que sin percatarme me estaba inclinando hacia su rostro.

—Estaba ebria.

—Ebria o no, estuviste muy bien...

Me impidió avanzar cuando mi nariz rozó la suya.

—Alex —reclamó.

—Cuando te conocí se me vino a la mente que tenías cara de muñeca. —Puso cara de incredulidad—. Hablo en serio, y ya sé que piensas que es un cumplido barato, pero en mi caso nunca lo había pensado ni dicho. Además me era estúpido decir cumplidos.

—Aléjate. Esto está demás. Eres un menor de edad, y no puedo hacerte esto.

Sonreí.

—Yo sí puedo hacérmelo.

La besé. No pude creer que sintiera alivio al ver que me correspondía, por primera vez me detuve a sentir los labios de quien besaba. Otro leve empujón me hizo alejar unos centímetros aunque me rehusé en un principio.

—Ya, basta, o llamo a la policía. Todavía eres ilegal.

Reí en silencio.

—No en unos meses, pero está bien. —Le di un pellizcón suave en la nariz—. Te veo mañana.


Al llegar a casa, le escribí y le deseé buenas noches. Eso era raro, pero mi mente decidió no burlarse de esa reacción tan marica de mi parte... Por dos segundos.


***


Domingo. El sonido de mi móvil me alertó. Respondí de mala gana.

—Ya estoy aquí —dijo Diane.

Vi la hora enseguida.

—Exagerada, faltan más de quince minutos.

—No pude aguantar —se excusó con tono triste—, ven ya.

Resoplé. Acepté y colgué.

Como ya estaba listo solo salí, el Negro y el Gato me siguieron, no quería que el perro fuera, él no tenía nada que ver, pero me seguía siempre, así que esperaba que huyera asustado por su bien.

Me preparé mentalmente, esperaba que Darky no se acercara si atraía energía blanca. Cuando llegué, me adentré en el parque hasta llegar a una especie de claro que antes había sido una cancha de football que estaba en medio.

Tomé cautela al ver a Diane sentada en una de las derruidas bancas junto con alguien: Eliza. ¿Qué rayos?

—¿Qué haces aquí? —quise saber, porque ni recordaba si se conocían.

Ambas sonrieron.

—Sí viniste.

Darky apareció y Gato salió huyendo, metiéndose entre arbustos. Cobarde. Quise moverme pero no pude, su poder era mucho para mí, no sabía que estaba tan fuerte.

—¡Ya basta! ¡¿Desde cuándo sabes tú de esto?!

Eliza no cambiaba de expresión cínica y eso me enfermaba. Debí haber sospechado de ella al saber que irradiaba negatividad.

—Tú —habló Diane—, no eres negativo, por eso la magia negra se te sale de control o no te obedece.

—¡Cállate! Traidora. ¿Era eso? ¿Querías eliminarme por no ser como tú y aun así tener un demonio?

—Mientras menos sepas es mejor —dijo Eliza—. Ven aquí, Cazador.

Abrí mucho los ojos cuando el perro negro se le acercó, y se transformó en un demonio, pero uno muy diferente, cualquiera podría jurar que era humano, si no era por las alas de oscuridad, las raras "plumas negras", las garras, la sonrisa malévola, y la pesadez que desprendía. Él era el que me retenía.

—Maldito, me estuviste siguiendo —murmuré entre dientes.

—¿No es hermoso? —Eliza alzó la mano y le tocó el mentón a la cosa que flotaba a su lado—. Desde que nacen van cambiando, al principio lucen como lo más espantoso, pero mientras más conscientes son, se vuelven algo que a un humano podría hasta generarle confianza. Como una planta carnívora. Como una trampa letal.

—Tú y tu bestia no me intimidan, no me importa cuántos siglos lleve en este mundo haciéndose fuerte. Al final tú serás la que pagará, morirás, te pudrirás, y esa cosa se comerá tu negra alma, eso es lo que quiere. Idiota.

El dolor de cortes me azotó por el pecho haciéndome gritar. Caí de rodillas y apreté los dientes. Me revisé, y a pesar de que mi ropa no tenía nada, en mi piel estaban las marcas de corte de cuatro garras, empezaban a sangrar.

—Mierda, qué es esto... —susurré.

—Un poder que solo los más fuertes poseen. Atacar de forma física y herir.

Otro zarpazo por la espalda, que quemó como fuego.

—¡¿Qué cosa quieren?! ¡¿A mi demonio?! ¡Llévenselo, no me importa en lo absoluto!

Un par de cortes más en la espalda. Y a pesar de que aguanté, terminé jadeando, mi pulso golpeaba en mi cabeza. Las miré con odio. La piel me ardía como nunca en la vida. ¿Cómo lo hacía ese demonio, si estaba flotando frente a mí?

—No, queremos algo más, y ella está por llegar. Sabíamos que la religiosita te daría nuestro mensaje.

Entonces esperaban que me dijera eso. Era un completo estúpido por no haber sospechado. El mal presentimiento vino, pero no me dejaba ver asustado.

—Ella... Ella hará desaparecer a sus bestias horrendas —amenacé con más odio.

—Tonto. No es un ángel si eso es lo que crees. —Eso me sorprendió y asustó, no era bueno que la estuvieran esperando—. Pero podría llegar a serlo, y eso es lo que queremos evitar.

—Pierden tiempo, no dejaré que se le acerquen.

Rió.

—No me digas. ¿Cómo?

—Alex, tú eres mío —reclamó Diane.

—Nunca.

—Olvídate de este —interpuso Eliza—. Si gustas saber, el alma de ella también es cien por ciento luminosa, cuando muera se convertirá en ángel. ¿Y sabes qué pasa si energía blanca y energía negra chocan?

Un escalofrió me recorrió, claro que sabía eso. Escuché unos ladridos, y la sangre se me congeló.

No...

Volteé, eran los perros blancos, y detrás venía ella.

No, no, no...

—¡No, Herminia vete! —Quedó asustada y mirándome, sentí su miedo y me lance a correr. Un tercer demonio que no había visto apareció tras ella expulsando a los perros. Desesperación—. ¡DÉJALA!

Y el mundo se detuvo cuando la cosa la traspasó.


Se cortó mi pulso, mi respiración, y aun así... pude gritar con todas mis fuerzas.


Un destello me cegó, al segundo vi dos formas luminosas volar como rayos y encarcelar al demonio que había atacado a Herminia. La cosa chilló, perdió su forma y vibró como si rebotara entre ambos quienes parecían ejercer cada vez más presión hasta que otro destello como el de un impacto se hizo notar hasta el cielo.

Estaba con la boca abierta. Los dos seres voltearon a verme, eran pura luz. Cuerpos esbeltos, rayos luminosos que salían de sus espaldas hasta difuminarse en lo alto, ya entraba la noche, pero parecía mediodía.

Se acercaron y pude ver sus ojos, que eran más luz entre la luz.

Susurraron mi nombre en el viento.

—Le dirás esto a todo aquel que quiera oírlo.

Lo dijo el de la derecha, pero también lo escuché en mi cabeza.

—No encuentra otro modo de comunicarse que mediante nosotros y tú mismo —habló el otro.

—Está en todos, en todo.

En todo... —susurró otra vez en mi propia mente.

—No quiere que lo alaben.

—Tampoco que le digan rey.

Así no los salvaré.

—No castigaré a sus enemigos aunque me lo rueguen.

—No quito ni doy...

—Son ustedes los que lo hacen

No elevan sus plegarias como deberían...

—Ustedes tienen el poder de lograrlo...

—Usándome como debe ser.

—Usándome con fe.

Energía...

—La misma fe que hace que se muevan montañas porque ustedes así lo creen.

—Lo creen verdad.

—Lo sienten real.

—Soy materia creadora.

Creadora...

—Soy la energía que mueve cada átomo de cada ser.

Ciencia.

—Soy ayer, hoy, y mañana.

—Soy todas las cosas buenas que ustedes hacen y piensan.

Amor...

—Están hechos para preguntarse por mí, para buscarme.

—Para investigar y no permanecer en ignorancia.

Conocer...

—Soy tú, ellos, aquello.

Omnipresente...

—Entonces qué... —logré balbucear—. ¿Eres Dios? Eres...

—Yo estoy. —El ente se acercó lento—. Yo... soy.

Soy...

Otro destello.


Mi vista tardó en adaptarse y que el efecto flash se fuera. Parpadeé un poco, me di cuenta de que había caído de rodillas, y mi corazón latía, latía desenfrenado e inmensamente feliz, pleno. Demasiado. La felicidad de millones de personas en mi pecho. Solté una corta risa y lágrimas, me las limpié enseguida pero salieron más, tapé mi boca, estaba temblando. Respiraba agitado Lloraba y lloraba de felicidad, era extrema.

Respiré hondo varias veces, la calidez de esos seres iba discipándose, la felicidad que traían también. Me aclaré la garganta y volví a deshacerme de las lágrimas, respirando más hondo. Jadeé, mi labio inferior también temblaba. Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Ya estaba pasando el extraño efecto.

Me mantuve un par de minutos ahí, calmándome, aunque nunca en la vida me había sentido así, nunca había sentido ese poder. Un poder que era inmenso y a la vez cien por ciento benéfico. Un poder que con solo estar cerca te daba la certeza de que podrías mover montañas, hasta revivir a los muertos. Un poder que era inalcanzable, indomable e incomprensible para seres como nosotros, seres patéticos, materialistas, egoístas, ¡malos!

Malos...

No era digno de que me hablara, no era digno de que siquiera se preocupara en mirarme, pero lo había hecho.

Reaccioné. Los perros. Los busqué con la vista, dándome cuenta de que estaba todo en silencio y solitario, los vi sentados mirándome fijo. Los entes de energía blanca estaban ahí sellados, y claro, la magnitud de su poder y pureza no eran dignos de nadie. Herminia lo sabía, y sabía que yo no lo entendería.

Volví a reaccionar, me puse de pie prácticamente de un salto y corrí a verla.


La oscuridad del mundo, aunque no visible pero sí palpable, regresó a empezar a envolverme mientras iba a ella, que yacía en el asfalto.

Caí de rodillas a su lado. Toqué su rostro con mi temblorosa mano.

—No. No, no, no... —Mi corazón se estrujó al moverla y no hallar respuesta. La abracé fuerte—. Aun estás ahí, aún estás ahí... —susurré con un hilo de voz—. Por favor, sé que estás ahí, anda, despierta... No puedes haberte ido, no así, ¡no así de fácil! —reclamé lleno de impotencia.

Apreté los dientes. No podía aceptarlo, no, no era justo. Tenía que estar ahí, ¡no podía haberse ido!

Pero en medio del silencio y mis ruegos ahogados por el nudo en mi garganta me di cuenta de que no despertaría.

Cerré los ojos, le pedía en susurro que me perdonara, una y otra vez.

Fue mi única amiga, tuvo la mala suerte de toparse conmigo y creer que yo entendería las cosas rápido, que no me metería en más problemas, pero hice todo lo contrario. Aun así no me dejó cuando la necesité.

Por mi culpa...

La apreté más contra mí, la rabia me inundó. La soledad, la angustia. El mundo estaba negro, se estaba perdiendo en las invisibles tinieblas, y recién ahora lo sentía.

Junté mi frente a la suya.

¿Cómo iba a hacerlo sin ella?




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top