13: Energía negra
Caminé por las calles horrorosas y estrechas. Las personas me miraban, varios señores panzones sentados en sus pórticos con sus licores. Algunas gallinas andaban por la pista de tierra. Sabía que a esos animales les gustaba andar libres y no había problema con eso. Después de todo, como yo siempre decía, en pueblos como estos, las personas, aparte de conocerse entre ellos, ya sabían hasta de quién era cada gallina que rondaba por ahí.
Algunas moto-taxi pasaban de vez en cuando, pero también sabía que en estos pueblos la gente era de caminar.
—Oye tú —me llamó una voz.
Volteé y vi a un señor anciano apoyado en la pared de adobe de una pequeña y fea casa de un solo piso, una sola puerta abierta de madera, y una sola ventana. Era como muchas de las que la rodeaban.
El hombre miró hacia algo cerca de mí y seguí su vista. El gato negro estaba a unos pasos atrás.
—No eres de por aquí —agregó el tipo—, y esa cosa no es un gato. —Soltó una corta y siniestra risa—. Sígueme.
El gato avanzó, como si hubiera obedecido una orden. Tragué saliva y me aventuré a entrar también.
Al entrar había una pequeña sala, con un par de muebles sobre el piso de cemento pulido, pero siguiendo por el corredor, el piso era de tierra. Pasamos por la cocina, y unas tres habitaciones. Las casas eran así en estos lugares, y la de esa mujer rara era similar.
Olía a la leña y a las ollas de barro sobre esta. Los pollos piaban por algún lado. Llegamos a la parte posterior, a lo que se le llamaba "corral", en donde tenían a sus animales.
El señor se detuvo frente a una puerta de una habitación que estaba al fondo en el mismo patio.
—Eres un brujo, pero no lo sabes aun —murmuró—. No sabes cómo. ¿Qué quieres aprender a hacer? ¿Amarres? ¿Venenos? ¿Vudú?
—Eh... no, bueno... Nada en especial, solo controlar la ener... magia negra.
—Ya tienes un pacto con el demonio, si has sabido hacer eso, no veo el problema. Ahora solo debes tener control sobre él.
El tipo estaba un poco equivocado si creía que en verdad era un pacto.
Tomó un frasco y vació su contenido en una vasija. Empezó a realizar raros cánticos que se asemejaban a palabras balbuceadas. Eso me hizo recordar a cuando mi madre decía que algunos brujos hacían sus rezos y cosas así.
Se me enfrió y escarapeló la piel cuando sentí esa potente energía negra hacerse presente. No podía verlo pero ahí estaba, estaba en el lugar, era muy pesada. Al parecer el sujeto controlaba a una masa de energía negativa mayor que la que me acosaba.
Comenzó a mover la mano sobre el líquido y vi con claridad la energía negra que salió de sus dedos para entrar al extraño brebaje.
—¿Le has podido ver? —preguntó.
—Eh... No, no. Pero sí vi lo que entró en el líquido.
Sonrió de lado.
—Tu fuerza está a medio camino de ser superior. Las cosas que un brujo sabe las aprende por intuición si es que alguien cercano no se las ha enseñado. Sospecho que tú no necesitas que te enseñe, tienes tu propia manera de hacer que ese ente haga lo que quieras. —No hacía lo que quería, salvo cuando le daba la gana. Escuché un susurro inentendible—. Sé lo que piensas —agregó, asustándome—. Tu ente no es el único que escucha tus pensamientos.
Abrí mucho los ojos al recordar, que, ciertamente, el gato había dado respuesta a lo que decía en mi mente incluso cuando no había articulado palabra alguna.
—Aunque no lo creas su nivel de consciencia es débil, cuando ha accedido a tus peticiones lo ha hecho por tu autoridad, porque tú desde el fondo y de forma inconsciente se lo has ordenado. Recuerda que no son seres vivos, son demonios, y están para servirnos.
Una fuerza me empujó haciéndome retroceder unos tres pasos. Me volví a enfriar por la pesada energía negra.
—Gato, vamos —susurré.
El gato no se movía.
—Perdona, pero se queda conmigo —aseguró el hombre. Sonrió mostrando dientes amarillos y acentuando sus arrugas—. ¿O quieres terminar como yo?
Vi cómo su rostro se tornaba más diabólico, sus dientes se hicieron en punta. Mi pulso se aceleró de golpe, de lo que me había bajado la presión sanguínea primero. Quería correr pero no quería dejar al gato, ese demonio era mío, no suyo, sabía cosas de mí, en otras manos podía ser fatal.
—¡Deme a mi ente!
Sus ojos se hicieron negros y esa fuerza antinatural volvió a empujarme. Me resistí como si estuviera intentando ir contra algún tifón o algún ventarrón. Sin embargo, la pesadez de la energía me empezó a afectar.
Vi al gato, ordenándole con mi mente que viniera. El tipo empezó a reír. La tierra bajo mis zapatillas cedió pero no me dejé arrastrar, cerré los ojos con fuerza y le ordené al gato que viniera.
Abrí los ojos y el gato salió corriendo. El tipo soltó una carcajada más y salí corriendo también. Disparado como alma que persigue el diablo salí a la calle y continué corriendo como si no hubiera un mañana.
Corrí por cinco bloques más hasta que empecé a desacelerar por el cansancio.
Terminé deteniéndome de golpe al chocar con alguien.
—Idiota —renegó ella mientras me empujaba.
Terminé cayendo sentado. Me puse de pie molesto mientras ella reía. Era la rara.
—Aun no te vas —dije.
—Tú tampoco por lo que veo. ¿Qué pasó, viste un fantasma? —se burló. Entró a la pequeña bodega que estaba al costado.
Sacudí la cabeza y suspiré. Miré alrededor, no había el gato pero estaba por ahí de invisible, lo sabía.
Entré a la tienda y vi a la rara hurgando en su billetera.
—¿Qué pasa?
—Acabo de ver al amor de mi vida —señaló un paquete de galletas de chocolate rellenas de crema de menta. Arrugué un poco la cara por su raro gusto—, pero parece que no me alcansa para comprarlo.
—Ah, yo tengo... —Intenté rebuscar en mi bolsillo pero me miró arqueando una ceja.
—Disculpa, pero ¿qué edad tienes?
—Diecisiete, ¿por?
—Y yo casi veintiocho. Lo siento, pero me gustan mayores.
Mi boca cayó abierta. Se alejó.
—Oye, oye, oye. ¡Nunca intentaría nada contigo, ya quisieras! —reclamé indignado—. ¡Ni siquiera sé tu nombre, y no quiero saberlo!
—Me llamo Herminia.
—¡Pf! Pues qué feo nombre oye, tus padres no te querían.
—Síp, ya lo sé. —Suspiró—. ¿Sabes? Hay algo de bondad en ti. —Hice una mueca de negación—. No sé que haces aquí, no quiero pensar mal, pero ya eres casi adulto, espero en verdad sepas hacer bien las cosas, no cometer estupideces.
—Sé bien qué hacer y qué no hacer —renegué al ver que estaba casi cerca de la verdad, o tal vez ya la sabía y me estaba advirtiendo.
Aun así, me daba cólera que intentaran controlarme o sermonearme.
***
—El señor esté con ustedes.
—Y con tu espíritu.
—Levantemos el corazón.
—Lo tenemos levantado hacia el señor.
Traté de detener mi bostezo mientras aguantaba la misa.
—Demos gracias al señor nuestro Dios.
—Es justo y necesario.
—En verdad es justo y necesario darte gracias... —Por mi madre, parecían robots. Excepto la niña de la banca de adelante, estaba volteada hacia mí, mirándome de forma fija como si supiera mis pecados. Me removí incómodo en mi asiento—... con él y en él. A ti, Dios padre omnipotente, en la unidad del espíritu santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.
—Amen.
Me removí un poco más y la cría del mal no dejaba de verme, mientras se chupaba el dedo.
Todos se pusieron de pie.
—Estaré afuera.
—Ay, hijo...
—No. Yo no quería venir, en primer lugar.
Salí y pude respirar con algo de tranquilidad. Me puse las manos detrás del cuello.
—Buen día —saludó alguien.
Era la tal Jenny, la religiosa. Sonreí de lado.
—Qué hay.
Se acercó.
—Hola, Dios te bendiga. —Se me borró la sonrisa—. Te saliste de esa misa.
—Ah, tú sabes, podría derretirme ahí dentro. —Rió apenas y tosió para disimular. A mí no me engañaba—. Y tú también, ¿no? —Miró confundida—. Ustedes son de otra religión así que es pecado que estés aquí.
—Bueno, n...no pecado en sí...
—Pecado.
—No...
—Pecado. —Di un ligero respingo cuando el cuervo se posó en una planta cercana—. Será mejor que te vayas.
—¿Por qué?
—Hazlo —insistí con seriedad mientras daba media vuelta.
La maldita de Diane paraba vigilándome con esa cosa.
Esperé en un rincón a que acabara la misa. Era misa de difunto, por aniversario de la muerte de la abuela, mamá de mi madre. Ese gusto de la gente por auto torturarse, total si había un más allá, no la estaban dejando descansar a la pobre vieja.
Terminaron de saludarse y dar sus condolencias. Algunas de las religiosas del grupo de rezo de mi madre intentaban saludarme pero yo solo asentía de forma seria, otras pasaban mirándome mal pues yo era como el anticristo para sus ojos, desde que sabían que era ateo.
Solo mi prima la fogosa y nueva embarazada se acercó y me abrazó, manoseándome más de la cuenta. Chasqueé un poco los dientes y la empujé con disimulo para que se apartara rápido.
Volvimos a casa para la cena grupal. Lo único que me interesaba era la comida, ellas que hicieran lo que quisieran. Que rezaran, que se torcieran, era lo mismo.
Me senté en uno de los sillones, lejos de la mesa en donde estaban, y lejos de mi padre.
Melody vino a sentarse a mi lado.
—El gato me dijo que eres un chico malo, pero le dije que no era cierto.
Suspiré.
—No es bueno que la niña ande con amigos imaginarios —dijo una de las señoras metiches.
—Recién ha venido con esas cosas —se excusó mi mamá—, es una etapa.
—Etapa o no, mis hijitos nunca tuvieron esos problemas —se jactó la vieja—. Quizá tu niña no es muy sociable, algo falla ahí.
—¿Y qué tal si tuviera razón? —interrumpí—. ¿Qué tal si en verdad está escuchando hablar a alguien o algo? A usted eso no le importa, no se meta.
—Alexander —se quejó mi madre.
—Esta casa es pesada, no me extrañaría que hubiera un fantasma —dijo mi prima.
—No, es el gato, él me habla —refutó Melody.
—El gato es tu único amigo ¿verdad? Pobrecilla —la consoló la vieja creída.
—Esos animales nunca me han gustado, ay, que Dios me perdone —comentó otra tipa.
—A Dios no le interesa lo que usted diga —me burlé.
Mientras seguían con sus estupideces me puse a buscar en el móvil sobre plantas con poderes especiales. Una de ellas, y sobre la que ya tenía conocimiento, era la famosa "Ruda", conocida aquí y en todo el país bajo ese nombre. Una planta con un fuerte olor, y famosa por alejar las cosas malas.
Como me era mejor no meterme en más problemas, no intentaría manipular nada de energías, solo quería deshacerme de ellas. Me arrepentía un poco por no haber dejado que ese brujo se quedase con gato, pero bien podía haberlo usado para hacerme daño.
Había planeado conseguirme una Ruda. Aunque podía ser la misma creencia de las personas sobre los poderes de las plantas lo que la hacía funcionar, nada perdía con intentar protegerme con ella.
***
Después de un largo día de clases, fui al mercado antiguo a conseguir algo de Ruda. Aunque me daba malas sensaciones entrar a la zona de los brujos y "hierbateros", aparte de los raros olores, partes secas de animales y figurillas para hacer brujerías.
—¿Quiere que le haga una "limpia"? ¿Que le aleje a algún enemigo? ¿Mal del ojo?
—No, no, solo quiero Ruda.
Se puso a buscar en sus estantes de hierbas. Me dio un medio kilo en una bolsa.
—Para una buena limpia, le recomiendo usarla a las tres de la mañana, o a las seis. Y ademas, aunque dudo que no funcione, puede usar un huevo, papel periódico, cuy, tijeras...
—Sí, sí, gracias. —Pagué y me fui.
Al llegar a casa me encontré con los religiosos esperando. Resoplé.
—Buenas tardes, Dios lo bendiga.
—Dios le escuche, señora —renegué en un suspiro—, Dios le escuche.
—Qué llevas ahí —preguntó Jenny, la noté algo pálida—, ¿es Ruda?
Asentí. De todas formas la planta olía fuerte así que no había modo de no saber qué era.
—¿Para qué?
—Bueno, dicen que aleja la mala vibra, ¿no?
—Solo Dios aleja los males, confiar en algo que no sea él, le disgusta, es pecado.
Rodé los ojos.
—Dios está en todos, y todas las criaturas son de Dios, hasta ustedes lo dicen. Confiar en una planta sería confiar en una parte de él. Pónganse de acuerdo de una vez y así habrá menos no creyentes como yo.
Abrieron los ojos como platos. Ahora también era el anticristo para estos.
Mi madre abrió la puerta.
—Pasen. Ay Alex tú, menos de tocar para que venga a abrir rápido.
Fruncí un poco más el ceño. No sabía además que había aceptado rezar con estos también.
Jenny tropezó con el desnivel y la sostuve. Estaba algo fría.
—Pareces enferma... Deberías ir al hospital.
Su mamá se volteó y la tomó del brazo.
—Estamos rezando para que Dios la cure. No necesitamos medicinas, él nos da todo lo que necesitamos.
Resoplé. Qué estúpida gente.
Entramos y los dejé para irme a mi habitación. Saqué la ruda. Leí que era bueno ponerla en algún deposito con agua para que durara, también se podían tomar baños con sus hojas pero sin duda eso ya era cosa de mujeres y sus remilgadeces.
Bajé con la planta y fui a la cocina. Agarré un jarro viejo de vidrio, le junté agua y puse varias ramas, armando un raro y cutre «adorno floral» de Ruda.
Fui campante a la sala comedor y lo puse en medio de la mesa frente a las caras de sorpresa de los presentes que ahí conversaban.
Excepto la de Jenny. Volteé, buscándola. Estaba tendida en el sofá.
Me le acerqué y me arrodillé a su lado.
—Sigue creyendo que solo tu Dios te curará y podrías morir —le hablé cerca al oído.
Entonces lo entendí. Ella no lo creía, por eso no se curaba. Claro, había olvidado que su cerebro aun estaba medio despierto. Al alcance de otras creencias, al alcance de la duda, al alcance de la energía negra y sus efectos.
—Él no me curará, le fallé —susurró—, pero no he dicho nada para que mi madre no me condene.
—Nada de eso, no seas idiota. ¿En qué crees que has fallado?
Me miró con algo de susto.
—Eres un demonio. —Arqueé una ceja—. Yo he pecado al sentir atracción por un demonio.
—Pf, no soy un demonio, me ofendes —reclamé.
—Por eso lo vi —murmuró aterrada—, vi al diablo, pero no he dicho nada...
—Qué, espera, ¿cómo era?
—Cuando apareció, era gris, con ojos completamente negros, garras, alas negras —parpadeó confundida—, o al menos parecían alas, pero era negro... negro, todo negro en mi habitación.
Abrí más los ojos. ¡Diane!
Diane había hecho que Darky le hiciera algo, lo había mandado a espiarme, había sabido los pensamientos de Jenny al estar su mente abierta aun.
La maldita esa la estaba matando.
Pude sentir recién la energía negra en su interior, moviéndose, ahí estaba. Jenny cerró los ojos. Puse mi mano cerca de su estómago, tratando de detener a esa cosa. Fruncí más el ceño, pensando y concentrándome en sacarla, era bastante.
La masa se movió hacia sus pulmones y ella empezó a respirar con dificultad. Apreté los dientes. Por primera vez me angustiaba por alguien que no fuera secano a mí.
La energía vendría conmigo sí o sí.
Me sorprendí al ver que dejó de moverse, pero ante mi leve flanqueo continuó. Ah, no, ya era mía. Se detuvo ahí otra vez, esa era la clave, tal y como había dicho Herminia. Si lo pensaba y lo creía de forma infranqueable, sucedería.
Miré de reojo, y tras comprobar que los otros estaban bien distraídos, me puse de pie. «Tiré» de la masa de energía negra, con mis manos y mi mente, aunque se resistía, no tardó en salir.
La vi flotar frente a mí, se removió. Sonreí de lado, estaba bajo mi absoluto control, me pertenecía. Tal y como lo sentía, como lo pensaba, y como sucedía.
La dirigí hacia mi izquierda en donde estaba el gato. Entró en él y se hizo parte de su ser.
Solté un resoplo con alivio.
Una leve, baja, y siniestra risa me hizo ver al gato otra vez.
—Sin duda, lo tuyo y la manipulación de energía negra ya estaba en tus venas.
En ese momento se me enfrió un poco la sangre. Maldito, tenía razón, me había vuelto un dominante de energía negativa... sin querer.
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