10: Cosas del mal
Algunos ángeles estaban entre nosotros también. Eso había dicho la mujer.
Ya era de noche y me dirigía a casa. Caminaba con uno de sus perros blancos, ya que tenía dos, insistí en que me lo prestara para que me acompañara un rato, así que el pulgoso me seguía meneando la cola.
Los ángeles no se presentaban a las personas a pesar de que algunos sí podían verlos y escucharlos. Según ella, era una de las pocas capaz de lograr eso. Dijo que somos energía y que debía transformar la mía en positiva, dijo que tenía tanta energía que podría ser capaz incluso de castigar con mis malos deseos. Eso era nuevo. Pero si quizá podría desear tanto el mal como el bien a alguien, podría cumplirse.
Una muchacha me atajó el camino y alcé la vista. Arqueé una ceja ante tremendo monumento con ropa apretada.
—¿Gustas un poco de esto? —Hizo ademán de subirse un poco el top.
Un corto ladrido me detuvo de tocarla. Chasqueé los dientes y miré al perro.
—¿No que no eres un ángel? No te metas.
El animal soltó sus lloriqueos. Negué y seguí mi camino, solo porque luego el animal debía volver temprano con su dueña.
—No tienes idea de lo que es no poder tener tu "hora feliz" si sabes que un endemoniado gato podría estarte mirando —renegué—. Extraño mi maldita privacidad.
El animal seguía caminando como si nada. Ya estaba loco por hablarle a un perro. En ese instante corrió hacia una perra y la quiso montar.
—¡Oye! ¡No, no, no, no! ¡Si yo no tengo hora feliz, tú tampoco! —Tiré de su collar y la perra encima quiso morderlo. Me aparté enseguida con el bicho calenturiento.
Estúpidos bichos calenturientos.
En eso escuché un extraño ruido.
Miré a mi alrededor. Las calles estaban vacías y oscuras. El ruido había sido como una especie de grito extraño. Corrió un poco de viento y se me escarapeló la piel. Continué buscando con la vista por si no veía un animal o algo, sin embargo, de la nada, sentí un poco de miedo como si alguien me observará.
¿Era otro espíritu negro? O bueno, energía negativa. Ya qué mierda, cómo sea.
—Avanza —le ordené al perro que miraba atento y lloriqueando hacia la vuelta de una esquina desértica.
Al llegar a mi casa al fin, Lucero, el perro, quedó plantado en la puerta. Se incomodó bastante y empezó a hacer ruidos y cortos ladridos, renuente a entrar.
—Sí, ya sé, tú y tu sexto sentido de perro ya detectaron al demonio que vive en mi casa. Bueno, puedes volver con tu dueña.
No hizo falta que lo empujara, solito se fue corriendo. Suspiré y entré.
Ahí estaba Melody jugando con el susodicho gato. Ambos quedaron mirándome, ella puso uno de sus pequeños dedos sobre sus labios. Me pregunté por qué lo haría y no tuve que esperar mucho para saberlo.
—¿Alex, eres tú? —quiso saber una ronca voz. Cerré los ojos y maldije. Mi padre, ebrio otra vez—. ¡¿Estas son horas de llegar?!
Me giré y lo vi, ahí sentado en el sofá, o mejor dicho, desparramado en el sofá.
—No te importa, ¡tú no te metas en mi vida!
—¡¿A quién crees que le alzas la voz, mocoso de mierda?! —Intentó ponerse de pie pero se tambaleó y cayó otra vez al sofá—. ¡Tu madre me dijo que te estás drogando! ¡Solo para eso sirves, inútil!
—¡Mira quién habla, cerdo asqueroso!
—¡Ahora sí vas a ver!
Mi madre apareció de repente y me empezó a tratar de empujar para que me fuera, pero la aparté de forma brusca.
—¡A ti nadie te dijo que le dijeras nada sobre mi vida a ese hombre! —le grité.
—Ve a tu habitación. No quiero numeritos en frente de tu hermana.
—¡Ese mierda viene cada vez que se acuerda, ¿y lo defiendes?!
—¡Basta, Alexander!
—¡Idiotas! —gruñí.
Subí, fui a mi habitación y azoté la puerta con fuerza. ¡Maldito hombre, ese había matado a mi madre biológica! La molestosa risa del gato me atormentó, tomé un pesado libro y lo lancé hacia donde venía el detestable ruido. El objeto se estrelló contra la pared vacía y brinqué por el otro golpe que se oyó en mi puerta.
—¡Abre la puerta! —gritó el hombre ese. Le dio una patada—. ¡ABRE QUE TE REVIENTO A GOLPES!
Abrí mi ventana dispuesto a salir, cuando escuché que Carmen se acercaba a detenerlo, y claro, la botó con brusquedad. Giré sobre mis talones y corrí a abrir la puerta. Me le abalancé.
—¡¿Quién te ha dicho que puedes golpearla?! —Le caí a golpes y rodamos sobre el suelo.
De un solo puñetazo me sacó de encima y se me lanzó. Escuchaba a mi mamá llorar y gritar que paráramos, pero la patada que recibí en el estómago me hizo perder la poca concentración que tenía. Me dio otra y otra más, el intenso dolor se disparó. Al parecer mi madre intentó alejarlo porque tuve tiempo de ponerme a gatas y escupir un poco de sangre.
Otro golpe, y oscuridad.
****
Abrí los ojos. Veía el borroso techo blanco. Dirigí la vista hacia el costado y solo logré ver luz. Estaba mi vista muy borrosa o estaba soñando.
La luz potente tomó un poco de forma, apenas perceptible. Parecía como un ala o algo así. Miré más hacia el costado y vi una figura, parecía una persona, estaba opacada por la fuerte luz esa, que ya veía que eran como dos enormes alas.
Enormes, enormes. ¿Cómo cabían en la habitación?
Pero no eran materiales, eran luz, entonces quizá era por eso.
Mi visión fue aclarándose y la luz fue disminuyendo con eso. Poco a poco las paredes fueron tomando su verdadero color, la habitación empezaba a hacerse más real. Sentí como si estuviera despertando recién.
Cerré los ojos y los volví a abrir. Ya poco a poco me di cuenta de la luz del sol entrando por la ventana y fastidiando mi vista. Pero sí que había alguien a mi lado, y la luz no me dejaba ver bien aún su cara.
—¿Ya estás sintiéndote mejor?
La reconocí y la miré confundido. Ella se puso de pie y cerró la ventana. Adiós luz molestosa, hola mujer rara pero hermosa de los perros blancos.
—¿Qué? —balbuceé—. ¿Qué haces aquí?
—Seguí a Lucero porque llegó muy inquieto. Cuando llegué a lo que suponía era tu casa, escuché todo un griterío así que llamé a la policía.
Mi madre entró.
—Gracias a Dios. —Rodé los ojos mientras se acercaba—. Qué bueno que estás mejor.
—Ya, pero no es gracias a Dios, créeme —renegué.
Otra vez estaba en el hospital del mal. La enfermera buenorra entró y sonrió.
—¿Ya está mejor, nuestro preferido?
—Sí, de hecho, ¿dónde puedo firmar para cupones de descuento por ser cliente frecuente?
Rió. Aunque a mi madre no le hacía gracia, y a mí menos, claro, pero ya qué. La mujer paraba ganosa de mí, así que actuaba por propia inercia. Me sacó una venda que tenía en el brazo derecho y no había notado. Me retiró un algodón que tenía en la frente que tampoco noté.
—Ya puede ir a casa, apenas unos golpes.
—Seguro, es que mi madre siempre exagera.
Al intentar ponerme de pie me dolió el cuerpo, especialmente el vientre, pero tuve que aguantarlo como los machos, haciendo una mueca apenas.
Cuando salimos me sorprendí al ver a los dos perros blancos.
—Hola, Lucero —le saludé.
Mi madre rió y empezó a tratar de llamar un taxi.
—Lucero, Sirio, vamos —La mujer rara ya se iba—. Más tarde mandaré a Lucero para que te visite.
Mi madre le agradeció y hasta la bendijo. Rodé los ojos. Qué aduladora, como siempre, le esparcía flores, caramelos y muchos colores a la gente. Buaj. Y a su hijastro a veces nada. Yo también merecía amor... Ja. No, en realidad no.
Mi móvil sonó mientras íbamos a casa. Era Joel, tuve que responderle.
—Oye, me han dicho que andas viviendo al límite. ¿Con que incendios y buena hierba?
—¿Y tú andas de vieja chismosa o qué? —Empecé a juguetear con el botón de la ventana.
—Ja, ja —dijo sin gracia—. Diane te anda buscando, dijo que no estabas en casa anoche. No me digas que andas tirándote a esa.
—¿Celoso, cariño?
—Oye mierda, al menos me preocupo siquiera un poco, porque al menos quiero saber si la Stephanie ya está libre ya que te la habías apartado, conche tu mare. —Colgó mientras yo reía bajo.
Pobre idiota.
Reaccioné al darme cuenta de que antes no había sido tan agresivo por así decirlo, o reacio a contar alguna cosa, pero solo quería jugar. Esos imbéciles andaban sumergidos en su mundo rosita de nenas, sin tener idea de lo que ocurría en el mundo, preocupándose por estupideces y cosas que en verdad ahora las veía un poco absurdas.
No era que hubiera cambiado, seguía queriendo mi vida antigua e inservible. No planeaba tampoco convertirme en un buenito, ayudar a mujeres masoquistas, gente retrasada y vestir santos. Haría algo estúpido, algo muy, muy estúpido.
****
Luego de pasar casi todo el día soportando las inútiles llamadas de las tías, sus inservibles palabras de aliento, y sobre todo, sus estúpidas menciones de Dios, salí a andar. Me parecía extraño que el gato no hubiera aparecido, pero claro, aquella mujer había estado en mi casa, quizá su extremo positivismo lo había espantado por unas horas.
Pasaba por un parque. Ya era de noche.
Absorto en mis ideas, saqué mi móvil del bolsillo y busqué el número de Stephanie. La única chica lo suficientemente calentona que conocía por ahora en este estúpido distrito de este estúpido país aún conservador. En pleno siglo XXI las mujeres se nos querían hacer las santitas, las puritanas. Bien que sabía que se humedecían leyendo novelas porno, o fics porno, y venían a ofenderse si se les decía algo. Ja.
Un ruido me sacó de golpe de mi cabeza. Paré en seco.
Miré al costado. Oscuridad. Era un genio por haberme puesto a andar por la noche, pero quería aprovechar mi momento de libertad. La piel se me escarapeló de pronto. El viento sopló.
—Hola... —Me callé al segundo.
Idiota. Como si fuera a decirme: "sí, Alex, aquí estoy". Immmbécil.
Volví a escuchar el ruido y unos arbustos sonaron también a lo lejos, de donde venía el raro grito. Era como el grito de una especie de ave o bien podría estarlo haciendo alguna vieja, porque sonaba casi como una. No era Darky, esa cosa tenía otro grito. Empecé a caminar para alejarme y el gritillo sonó más adelante. Paré en seco otra vez. Esa cosa era veloz y silenciosa, no podía ser un animal.
La oscuridad no me dejaba poder ver. Activé la pantalla del móvil y apunté hacia esas plantas. Cerca de un arbusto vi una mata de pelos oscura, me alivié en parte al ver que quizá había sido ese animal. Pero duró poco, cuando se dio la vuelta y le vi la cara.
Un segundo. Antes de que se me lanzara.
Solté un grito y corrí como loco. Solo tenía en mi mente la fugaz visión de un rostro oscuro, un rostro como de humano endemoniado o algo así. ¡¿Qué diablos era eso?!
Me cayó con fuerza por la espalda y caí. Giré y sacudí la pierna con desesperación al sentir que mordía mi talón, felizmente la zapatilla me protegió. Cayó pero voló hacia mí otra vez. Era una cabeza endemoniada con afilados dientes. Me puse de pie corriendo y logró morder mi pantorrilla. Grité otra vez y de un puñetazo lo boté.
Lucero apareció ladrando y la cosa voló y cayó por un arbusto cercano.
Corrí con exasperación y salí del parque a la calle. Miré atrás pero no me importó no verlo, seguí huyendo, los faroles alumbraban la acera, pero seguí corriendo. Escuchaba el correr del perro pero no me importaba tampoco. Al poco rato dejó de seguirme.
Choqué con la puerta de mi casa y saqué mis llaves, sin embargo la puerta se abrió antes de que mi temblorosa mano encajara alguna y entré de golpe.
Cerré la puerta y respiré hondo, para luego volver a mi agitada respiración.
—Vaya, parece que viste un fantasma —se burló mi madre mientras se dirigía a la mesa.
Fui por mi computadora portátil y me desplomé en el sofá. Hice una leve mueca de fastidio al sobar en donde me había mordido esa cosa, al menos la tela del jean ayudó en algo. Me puse en internet, luego de ver que me habían etiquetado en idiotez y media en Facebook, me centré en lo principal. Google, búsqueda: cabezas voladoras.
Enseguida fui a los primeros resultados.
"Se dice que suelen vagar por la noche sobre los campos y que a su paso profieren diversos gritos, según la localidad de donde provienen, por ejemplo en Cajamarca aseguran que su grito es un sonido como "¡chusheck!", en Ancash "¡quequec!", en Ayacucho "¡qar—qar!" y en Junín "¡tic—tac!".
...En muchos lugares de la serranía, se piensa que el Ayapuma, es un anunciador de desgracias, que incluso puede matar a un hombre, otros relatos aseguran que pueden apoderarse del cuello de su víctima originando así un cuerpo bicéfalo."
Ja, eso no lo creía, a esa gente loca le gustaba alucinar. Pero tal parecía ser que era alguna especie de acumulación de energía negativa también. Sonreí de lado. Eso era lo estúpido que iba a hacer, no creía que recibiría castigo, pues el supuesto Dios, aparte de ser muchas cosas en realidad y no un ser que escuchaba en el cielo, amaba al pecador también, ¿no? El gato negro entró por la ventana.
¿Gato quisiera salir de cacería?
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