Capítulo 8
~Gala~
A un mes de que inicié los entrenamientos con León, puedo decir con seguridad que estoy sintiendo los cambios de los que me habló el doctor. Las pesadillas se han reducido, mis horas de sueño han aumentado y estoy comiendo más ahora.
El pasar tiempo con él, aun si solo son un par de horas dos días a la semana, me relaja. Es increíble que nuestro reencuentro haya sido positivo para mí en muchos sentidos, ya que temía volver a verlo por todas las cosas que pasaron entre nosotros.
León es divertido, inteligente, visionario. Me da ánimos para seguir adelante con el entrenamiento, celebra cada pequeño logro cuando alcanzo alguna pose difícil. Él es un veterinario, pero podría ser, sin problema alguno, un maestro en lo que quiera gracias a la paciencia y empatía que tiene.
Me cuesta creer que se trata del mismo chico del que me enamoré cuando teníamos dieciocho, puede que siempre fue así y la situación en que nos encontrábamos no ayudó. Es que empezamos mal, quizás las cosas serían diferentes si nos hubiésemos conocidos de otra manera...
Me lavo la cara y sacudo la cabeza en varias direcciones en un intento de sacar estos pensamientos de mi mente. No debo siquiera sopesar la idea de algo entre él y yo, es imposible.
Es mejor dejar el pasado atrás, seguir con esto mientras dure y no permitir que su comportamiento me nuble la razón.
Reviso que todo esté en orden y salgo del baño a pasos rápidos hacia el lugar donde él aún está estirando el cuerpo. Me detengo para poder admirar lo bien que le sale cada postura, cómo sus músculos se flexionan y la concentración que emplea en sus movimientos.
El pelo rizado, húmedo por el sudor, le cae por la frente. Abre y cierra la boca despacio al respirar, echa la cabeza hacia atrás mientras sigue ejerciendo peso en sus piernas ahora.
Me palmeo las mejillas para salir del trance y sigo mi camino hasta llegar hacia donde está.
—¿Estás bien? Ya me estaba preocupando —pregunta mientras se levanta de la colchoneta sin dejar de estirar los brazos.
—Sí, creo que debemos parar por hoy.
León asiente para luego recoger sus cosas y echarlos en la mochila. Me dispongo a revisar mi teléfono, pero no hay ningún mensaje o llamada. Me es extraño que Leah no haya intentado comunicarse conmigo.
—¿Cómo te vas hoy? He notado que algunas veces tomas un taxi o tu amiga te lleva.
Sus palabras me hacen mirarlo con sorpresa, no sabía que él estaba al tanto de esas cosas. Siempre me voy deprisa sin entablar ninguna conversación ni nada parecido.
—Creo que en taxi, Leah no ha dado señales de...
—Yo te puedo llevar —interrumpe de inmediato.
—No lo sé, León, quizás tienes algo pendiente y no quiero ser una molestia.
—No, no. De hecho, tengo libre toda la tarde y noche de hoy.
Él extiende mi bolso, lo agarro y caminamos hacia la salida. Me aterra la manera en que el corazón me late acelerado de solo pensar que estaré en su auto y que sabrá dónde vivo. Llevo las manos hacia la espalda, tratando de disimular los temblores.
No puede darse cuenta de lo nerviosa que estoy ni el miedo que me produce su cercanía.
—¿Estás bien? —pregunta y me posa una mano sobre el hombro derecho de manera sutil.
Ese simple toque me provoca una sensación de ardor en la piel.
—Sí, solo estoy cansada —respondo neutra. O eso creo.
Una risa es su respuesta mientras salimos del gimnasio. Él sigue sin retirar la mano de mí, es como si me guiara.
—¿Tienes algo qué hacer?
Su pregunta me hace fruncir el ceño por la confusión y nos detenemos, uno frente al otro.
—No que yo recuerde, ¿por qué?
Él desvía la mirada y se pasa una mano por la nuca, como si estuviera pensando qué cosas decir.
—Ah, es que estoy muy hambriento y quisiera saber si te gustaría acompañarme a comer algo —expresa con cierta timidez en su voz.
—¿Me estás invitando a salir? —cuestiono sin poder creer que sea eso en realidad.
—Es un restaurante que queda cerca, hasta podríamos ir caminando —alega con la voz entrecortada.
No sé qué decirle, se supone que no debí siquiera haber aceptado que me lleve a casa, mucho menos ir a un tipo de cita con él.
—No lo sé, León, no quiero que tengas problemas con tu novia...
—Mera no es mi novia —interviene entre risas—. Solo somos amigos.
No puedo ocultar la sorpresa que me causan sus palabras mientras él me sigue observando con una intensidad que me pone más nerviosa de lo que ya estoy.
—Está bien —acepto, ganándome una sonrisa de satisfacción de su parte.
—Bien, pero primero deja llevar estas cosas al auto.
Me quita el bolso para después caminar deprisa hacia el parqueo.
Dejo salir todo el aire que estaba reteniendo y me llevo las manos a la cara para ahogar un grito de frustración por todas las estupideces que he cometido en menos de una hora.
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El restaurante es un lugar pequeño, pero acogedor. La música que ambienta el lugar y cada detalle son de un estilo retro que me encanta.
Hay pocas personas, así como varios meseros que caminan de un lado a otro. Noto, a pesar de lo rústico que aparenta, que no es barato. Me pregunto cuántas propinas se llevan los camareros aquí...
—¿Te gusta? —la pregunta de León hace que ponga los ojos en él ahora—. Aquí hacen unos asados buenísimos.
—Sí, el ambiente es genial —respondo y agarro el menú como si fuera un escudo protector.
No sé si solo yo siento la tensión que se ha creado o él sabe disimular muy bien la incomodidad. Joder, esto es una mala idea.
El camarero llega, dándome un poco de alivio, y pedimos la comida
—Gala —llama serio ahora—, ¿qué has hecho? No sabes la curiosidad que siento por ti.
—¿Por mí? —Asiente—. No deberías, créeme que no he avanzado casi nada en estos años.
Decir esto en voz alta, y a él, me duele muchísimo. No miento, siento que estoy estancada.
—No te creo, quizás eres muy dura contigo misma...
—¿Qué has hecho tú? —pregunto a la defensiva.
—Bueno, pude terminar mi carrera como veterinario. Aunque quiero hacer una especialidad en cirugía más adelante.
—Vaya, yo apenas tengo dos años que empecé a estudiar medicina —informo en automático.
Él abre la boca para decir algo más, pero no lo hace porque llega el camarero con nuestra cena. Coloca la comida y nos sirve un vino tinto para después dejarnos solos de nuevo.
Le doy un sorbo largo a mi copa bajo la atenta mirada de León, quien sonríe de lado.
Pruebo el corte de carne que me recomendó y casi gimo de lo bueno que está.
—¿Por qué tardaste en ir a la universidad?
Su pregunta me paraliza al punto que dejo caer el cubierto sobre la mesa. Los recuerdos me nublan la vista y provocan que no pueda emitir ningún sonido.
—¿Qué sucede, Gala? Demonios, dime algo.
Su voz es es lejana, solo puedo escuchar con claridad los gritos que salían de mi garganta cuándo me vi en esa cama llena de sangre. Los dolores, cada pinchazo de inyección, cómo se me desgarraba el alma.
—Necesito irme.
Me levanto, no sé cómo, pero siento unos brazos que me sostienen con fuerza. Quiero gritarle o hacer algo para que me saque de aquí. Hacía mucho que no me daba un ataque como este.
No entiendo, el doctor me dijo que estaba mejorando.
No sé cuánto tiempo ha pasado, solo siento que regreso a la realidad y escucho los murmullos de las personas a mi alrededor.
—Gala, por favor —ruega con la voz entrecortada.
Abro los ojos, me espanto al ver cómo me tienen rodeada. Los ojos marrones de León se cruzan con los míos y puedo notar que estuvo llorando.
—Estoy bien —digo y trato de levantarme, pero él no me lo permite.
—No, vamos a ir a un hospital ahora mismo.
—No es necesario, solo fue un mareo —alego mientras me pongo de pie con su ayuda.
—¿Un mareo? Te desmayaste, maldita sea.
Su frustración es evidente, se pasa una mano por la cara y por el pelo con desesperación.
—No es nada grave, puedes estar tranquilo.
Me suelto de su agarre y doy algunos pasos sin tener idea hacia dónde voy. Me toma de un brazo y me guía a la salida en silencio.
El aire fresco de la noche me hace bien, puedo respirar con libertad y la mente se me va aclarando al pasar de los segundos. Tuve una crisis después de mucho tiempo, pero lo peor es que fue en presencia de León.
—¿Qué fue eso? —rompe el silencio.
Nos detenemos frente a una plaza donde hay una fuente gigante y varias banquetas.
—A veces me dan ataques de pánico, visito a un psicólogo por eso —explico sin entrar en detalles.
—¿Qué te pasó, Gala? —pregunta en un hilo de voz—. Sé que las personas cambian con el tiempo, pero tú solo estás...
—¿Demacrada? ¿Siendo una mediocre?
Hablo a la defensiva, reuniendo en esas palabras todo lo que siento de mí.
—¡No! Nunca me referiría a ti de esa manera, pero sí me preocupa lo que vi.
Se lleva las manos al pelo, esto solo demuestra lo desesperado que se encuentra. León está realmente preocupado por mí.
—Tengo que irme, ya es tarde.
No dejo que replique nada, porque camino deprisa por la acera.
—Gala —llama y me gira de repente—. Sé que es difícil de creer, pero podemos ser amigos.
—Amigos —repito como una robot.
—Sí —afirma serio—, puedes confiar en mí.
Asiento a sus palabras, incrédula. No decimos nada más, León me pasa sus brazos por los hombros y caminamos en silencio hacia donde está su vehículo.
El trayecto a casa fue en un completo silencio, salvo las veces que tuve que dirigirlo por el camino.
Se detiene frente a mi edificio, pero nos quedamos en el mismo lugar. Es él el primero en bajarse y me abre la puerta como todo un caballero.
Salgo del auto, susurro un gracias y camino lejos de él.
—Espera. —Me detengo al escucharlo—. ¿Vamos a seguir entrenando juntos?
—Sí, nos vemos el martes.
No lo miro en ningún momento, pero sé que me observa y que está esperando que entre para irse.
—¡Gala! —Esa voz hace que me detenga de golpe—. Al fin te dignas en llegar, la estúpida de tu amiga no quiere abrirme la puerta.
Liam me agarra de un brazo sin medir su fuerza y me gira para que quede frente a él.
—¿Está todo bien? —pregunta León, quien se nos acerca despacio.
—Sí, gracias por traerla —habla Liam sin dejar de sujertame—. Vamos adentro, necesitamos hablar.
—No tengo nada qué hablar contigo...
—Creo que le haces daño —espeta León, mirándome con cautela.
—No te metas en esto, pendejo.
—¿Cómo me llamaste?
—León, por favor, vete —le pido antes de que las cosas pasen a mayores.
—León —repite Liam, sonriendo como un loco—. Así que tú eres León.
El corazón se me quiere salir del pecho al entender sus palabras. Esto no puede estar pasándome.
—¿Me conoces? —pregunta León entre confundido y molesto.
—No, es mejor que te retires —le digo, pero él sigue en una batalla de miradas con Liam.
—Quiero que hablemos, Gala, ¿me vas a dejar entrar?
Comprendo todo lo que encierran las palabras de Liam, no solo porque sé en qué va a terminar esa conversación, sino que hay una amenaza encubierta.
—Gala...
—Nos vemos luego —interrumpo a León—. Gracias por traerme.
No dejo que responda, me introduzco al edificio seguida de Liam, quien sigue apretando mi brazo como si yo soy de su pertenencia.
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