Capítulo 37
~Gala~
Un día como hoy mi vida cambió para siempre.
Lo que empezó como una mañana normal y tranquila, terminó en una noche trágica. Muerte de ambos lados. Una parte de mí se fue con mi bebé, todo lo bueno que era y lo que podía ser. A pesar de las circunstancias, de que no planeé nada y de que mi vida amorosa era un fracaso, yo lo amaba. Estaba dispuesta a luchar contra el mundo por él, por verlo y acariciarlo.
Han pasado muchos años, se supone que lo debí superar, pero no he podido. Quizás exagero, o simplemente me aferro a algo que tenía que soltar. No lo tengo claro, solo sé que cada aniversario me lo paso fatal. Y hoy no es la excepción.
Leah ni se molesta en venir, sabe que es inútil intentar levantarme para algo. Bob, mi fiel amigo, yace a mi lado sin emitir ningún ruido mientras se cubre la cabeza con las patas. Él sabe que algo anda mal, siente mi sufrimiento y se dedica a hacerme compañía.
Ya no puedo llorar y lo odio, siento que me falta el aire y que el pecho se me estruja. Mi mente me traiciona y me da posibles escenarios de lo que sería mi vida si yo hubiese ido con tiempo al médico. Tendría unos seis años, ¿a quién se parecería?
Unos toques en la puerta me sacan de mis pensamientos y vuelvo a la realidad de la que a veces quiero escapar. Bob se pone alerta, mas no hace ruido.
Me acomodo mejor sobre la almohada, decidida a no hacerle caso a Leah. Necesito estar sola...
—Sirenita, soy yo.
El corazón me late con fuerza ante su voz. Es dulce y casi un susurro. Las ganas de llorar me invaden cuando me giro y lo veo parado en el umbral de la puerta.
Sus ojos me examinan de arriba abajo, hay algo en ellos que me hacen sentir más vulnerable de lo que ya estoy. Los ladridos de Bob me sacan del trance, el pobre está muy entregado en hacerle saber a León que no es bienvenido.
—¿Qué haces aquí? —pregunto mientras acaricio al bebé para que se tranquilice, y lo logro—. Leah sabe que no deseo ver a nadie.
León da unos pasos hacia mí, pero se detiene a una distancia prudente.
—Ella me dijo, pero quiero estar a tu lado y decirte que no estás sola en esto.
Sus palabras son como un ungüento a mi alma, a pesar de que no deseo que él me vea de esta manera.
—Debo pasar página —confieso con la voz entrecortada. Algo se quiebra en mí.
Él lo sabe, porque se mueve deprisa y me abraza con fuerza.
Me desconecto de todo y disfruto de su esencia. León huele a bosque, cítricos y suavizante de tela. Su respiración me relaja, sentir su pelo en mi mejilla me gusta, amo cómo puedo encajar entre sus brazos.
Me aprieta con dulzura, besa mi cabeza una y otra vez al mismo tiempo que me dice palabras de aliento. Ya no logro sentir nada fuera de esta burbuja, ha logrado acallar mis demonios internos, no escucho siquiera los ladridos de Bob.
Nos quedamos en esta posición por mucho tiempo, aun así, él no afloja su agarre ni deja de decirme lo importante que soy. Que me ama.
—Quiero mostrarte algo —dice y se separa un poco—. Pero debo decirte que fue Leah quien me contó. Por favor, no te enojes con ella.
La curiosidad me mata, tanto como para no decirle nada y hacer un ademán con la mano para que continúe.
León se aleja por completo de mí, se levanta de la cama da pasos hacia atrás sin despegar sus ojos de los míos. Puedo notar que está nervioso, sus manos tiemblan ligeramente. La manera en que suspira me desespera, necesito saber qué sucede.
Se acerca a pasos lentos y extiende su brazo derecho. No comprendo lo que hace, pero eso cambia cuando veo lo que me está tratando de mostrar.
Un tatuaje en su muñeca: dos huellitas de bebé y el nombre «Lion».
Me cubro la boca con las manos para ahogar el grito que sale de mi garganta. La conmoción es tan grande que me encorvo mientras tiemblo de arriba abajo.
—Amor, perdóname —pide desesperado, tratando de abrazarme—. No debí hacerlo, lo siento.
El habla no me sale, no puedo expresarle lo equivocado que está sobre mi reacción.
—N-No es eso, yo...
Me abraza con fuerza, sus brazos me brindan el soporte necesario para liberar mis lágrimas y llorar al fin. Los dos lo hacemos, nos quebramos juntos.
Me logro separar de él, le paso las yemas de los dedos por su brazo hasta que llego a la muñeca. Acaricio la tinta con amor y dulzura, como si fuera la piel de mi bebé.
—Es hermoso —digo con la voz entrecortada.
Fijo mi vista en él, sus ojos están cristalinos y lágrimas caen por sus mejillas.
—¿Te gusta? —pregunta en un hilo de voz.
—Me encanta.
Nos abrazamos de nuevo, pero no dejo de tocar en el tatuaje en ningún momento.
—Quiero llevarte a un sitio, pero no sé si deseas salir...
—Sí, quiero —lo interrumpo, decidida—. Antes de eso, ¿me llevarías a hacerme uno igual?
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León no suelta mi mano durante el trayecto hacia donde está el auto parqueado. Toda mi atención está puesta en mi muñeca y en el tatuaje que me acabo de hacer: las huellitas con el nombre de mi bebé, el mismo que él se hizo.
Sé que esto no hará que el tiempo retroceda, aun así, me causa ilusión tenerlo. Es algo nuestro, que llevamos los dos y atesoramos.
Estoy consciente de que él, a pesar de enterarse tarde, está muy dolido. Estos meses juntos nos han servido para conocernos más a fondo, hablar de nuestro futuro, de las cosas a las que aspiramos.
León y yo estamos empezando desde cero.
Me abre la puerta del copiloto y me ayuda a subir en el auto. Empieza a conducir despacio, ido en sus pensamientos. Estamos en un silencio cómodo, perdidos en algún lugar de nuestras mentes. Me da curiosidad de saber hacia dónde se dirige, pero no lo pregunto porque también me atrae el misterio.
Se detiene en en restaurante de comida rápida y regresa a los minutos con bolsas que huelen delicioso. Cenamos en el auto entre charlas de cualquier cosa y risas.
—Ahora sí, vamos a un lugar especial.
No me deja responderle, porque empieza a manejar mientras tararea una canción. Es obvio que no me va a decir hacia dónde nos lleva, así que me acomodo en el asiento algo nerviosa.
Me percato de que está saliendo de la ciudad, los árboles y la poca iluminación se abren paso en la carretera. Amo la sensación de no saber un carajo nuestro rumbo, confío en él y agradezco estos detalles que hace para hacerme sentir mejor.
Se detiene en medio de la nada de repente.
—Hemos llegado —dice y enciende la linterna de su celular.
—¿Qué? ¿Dónde estamos, León? —cuestiono nerviosa, pero él sale del vehículo sin responderme.
Abre la puerta del copiloto y grito al sentir sus dedos alrededor de mi brazo.
—Tranquila, Sirenita, soy yo.
Siento su respiración en mi cara, esto hace que me relaje un poco. Me ayuda a bajar y mis ojos se abren en demasía al ver el lugar donde nos encontramos.
Estamos en un tipo de puente, pero eso no es lo impactante. La luna llena se refleja en el agua del lago, dándole un aspecto mágico al lugar. Me da la sensación de paz y armonía ver las estrellas brillar con tanta intensidad, el silencio, la brisa fría.
—Es precioso —digo, ensimismada, sin poder pestañear siquiera.
Siento que me abraza por la espalda y me recargo de su cuerpo.
—Traje algunas cosas...
No termina de hablar, porque camina hacia el baúl del auto. La luz de la luna me permite vislumbrar que está sacando algo de ahí, pero no tengo idea de qué.
Regresa con una maleta y la pone a mis pies.
—¿Qué piensas hacer?
Agarra una cajita cuadrada pequeña y me la extiende.
—Es una linterna flotante, la encenderemos y echaremos al agua. Traje doce.
El corazón me late con fuerza ante todo lo que él está haciendo por mí. Por nosotros.
Con las emociones a flor de piel, me dispongo a ayudarlo. Sacamos cada linterna y las ponemos en el suelo. León retira un paquete de fósforos de uno de sus bolsillos y enciende la primera.
—Dicen que si pides un deseo al encender todas las velas, este se hará realidad —habla con voz solemne, y sé que este momento es muy especial—. Pide el tuyo, Sirenita, deja que tu mente flote al igual que estas linternas y que se vayan con ellas todos tus males.
—León...
—Puedes lograrlo. Podemos lograrlo.
Sus palabras me conmueven tanto que me dan deseos de llorar.
—¿Lista?
Asiento, porque soy incapaz de emitir ningún sonido.
Me atrae con un brazo hacia el borde del puente y lanza la linterna. El miedo a que la brisa la estropee me visita, pero no es así. Llega al agua y flota, iluminando todo a su paso.
Seguimos encendiendo las demás y echándolas al agua en un silencio solemne. Esta noche no la voy a olvidar nunca, y sé que esto marca un nuevo comienzo para los dos.
Nos abrazamos mientras observamos las linternas encendidas que se mueven sobre el agua. Es hermoso el contraste de la luz de la luna y el amarillo resplandeciente de las velas.
—Ahora sí, pide tu deseo.
—¿También pedirás uno?
—Ya lo hice, Sirenita.
Cierro los ojos con fuerza y pienso en eso que tanto deseo.
Nos besamos; lágrimas mojan nuestras mejillas, pero estas no son de tristeza. León y yo lloramos por el momento tan especial que estamos compartiendo.
He cerrado un ciclo importante de mi vida. He dejado ir a mi bebé.
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Este capítulo es muy especial y emotivo. 🥺
Ya nos quedan unos 3 o 4 capítulos para que termine la historia. 😭😭😭
Espero que les haya gustado mucho.
Los amo. ❤️
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